ARTE
ver con el cuerpo
En las manos (y la cabeza) de Carla Degenhardt nada es lo que parece: cámara de video mediante, los ciegos (re)descubren el mundo y lo muestran a los videntes, una espástica despliega un vértigo sensual desplazándose más allá de su silla de ruedas, los perros hablan sobre la educación artística y las velas otorgan deseos a los artistas jóvenes. ¿Lo mejor? La obra de esta chica se muestra en estos días por partida doble.
› Por Soledad Vallejos
En 1996, la argentina Carla Degenhardt montó dentro del Museo de Arte Moderno Ludwig, de Viena, un ofrendario idéntico a los que pueden encontrarse dentro de algunas iglesias: elevadas del suelo, hileras con algunas velas encendidas, otras prestas a servir de enlace con el mundo espiritual y una pequeña alcancía para depositar las colaboraciones que la etiqueta manda entregar a cambio de los cebos. Un cartel indicaba que, de acuerdo con la vela que se prendiera, se podía elegir qué deseo donar al artista joven: “vela de ofrenda a la vanguardia”, “vela para un premio grande”, “vela para el éxito”, “vela para el éxito permanente”, “vela para la carrera mundial”, “vela para el marchand de mi vida”, “vela para el súper concepto”, “vela para la mejor crítica”, “vela para ser el preferido de los curadores”, “vela para vender obra”, “vela para conseguir coleccionistas que compren todo”, “vela para ser siempre feliz”, “vela para siempre estar en el centro de todo”, “vela para conseguir al hombre de mi vida”, “vela para conseguir el millonario de mi vida”... En la misma muestra, junto a su esposo (un escritor célebre del mundillo vienés) el pretexto de lo que no fue sirvió de base para armar una videoinstalación con ecos –también– del mundo religioso: un confesionario en el que tras cada ventana asomaba un televisor. En una de las pantallas, ella, en la otra él, enhebraban posibles proyectos de obras retomando el mantra de eso que sí era: “Se podría hacer” (“...se podría... Diarrea de ideas”, el título de las confesiones). Años antes, a poco de haberse instalado en Austria y metida de lleno a investigar implicaciones políticas de la perspectiva de género, armó la instalación Grito orgásmico: una serie de almohadones en telas y colores que envidiaría cualquier cocotte y en cuyo centro asomaban fotos pornográficas, primorosamente enmarcadas por frases absolutamente groseras para cualquiera que supiera alemán, pero que a ella, criada en la Argentina, no le decían nada más que la posibilidad de sugerir un nuevo idioma. Alguna vez, también, tomó por asalto las imágenes de fotonovelas tradicionales para reemplazar algunos rostros por fragmentos corporales (pezones, glandes) y largar Circe, una obra gráfica con formato de folletín moderno. Reconozcamos, entonces, que definir a Carla como una videoartista sería, cuanto menos, inexacto e injusto, casi tanto como lo sería definir la obra de esta argentina (varada en Viena desde hace años) que en estos días puede verse en el Museo de Arte Moderno. Por aprecio a las formalidades y respeto a lo fáctico, sin embargo, podría decirse que Blind taste (“tiene ese nombre porque me gustaba el juego de palabras: ‘blind’ significa ciego en inglés, pero en alemán es palpar. Me gustó la imagen que se genera entre sabor, ciego, palpar, ciego y sabores”) se trata de una instalación a partir de cuatro videoperformances protagonizadas (en el más amplio sentido del verbo) por personas a las que la corrección política denominaría como con capacidades diferentes: un ciego, una ciega y una mujer espástica. Y es que, como respuesta a Taste 0-20, un proyecto que invitó a artistas a intervenir el espacio público de un barrio en decadencia para revalorizarlo socialmente, Carla cedió una videocámara a personas que habitan en y con cuerpos alejados de la norma para que recorrieran el mundo cotidiano y lo redescubrieran, desde sus percepciones, para los demás, al mismo tiempo que el sonido directo recoge sus palabras sin mediaciones.
–En realidad, son cuatro videos: por un lado, dos videoperformances con ciegos, otro con una mujer espástica, y una entrevista con los ciegos en la cual charlamos de la vida cotidiana, de sus percepciones, de cómo se manejan, todas preguntas de alguien que no conoce la vida de un ciego. Los dos ciegos son profesores de una escuela de ciegos de Viena: él es ciego de nacimiento y se orienta a través del sonido; ella desde los 20 y se orienta con bastón. Cuando me invitaron a participar de Taste 0-20, elegí trabajar con ciegos y redescubrir ese espacio, esa cuadra, desde la no visión: cómo se percibe el espacio público no viéndolo, o bien viéndolo desde otros sentidos.
–Es una pregunta inquietante.
–Es linda. La posibilidad de traducción de eso es otro tema, pero la búsqueda fue descubrir ese espacio no visto a través de la no visión. Los videos no están editados adrede: no quise adaptarlos a la facilidad del público, tampoco acorté los tiempos porque para mí era importante no adaptarlo a la mirada y los tiempos míos. Entonces, una de las performances, la de Eva Papst, dura 15 minutos, y la del señor, Erich Schmid, 40. Ellos descubren esa calle y relatan espontáneamente lo que sienten. En la videoperformance de Eva, la cámara está sobre el cuerpo, desde la cadera, la filmación tiene algo muy rítmico, y el bastón es una especie de pupila palpante. Ella relata todo. En el otro está Erich, que es ciego de nacimiento, él nunca vio, y decidió llevar la cámara arriba, al nivel de los hombros prácticamente, y en la imagen se siente ese esfuerzo mental de elevar la cámara como si fuera vidente, porque él no se maneja con esas percepciones sino que se maneja por el oído. Unveiled body (Cuerpo revelado), el tercer video, es sobre Hiltrud Schmidt, una mujer espástica. Ahí también trato de discutir miradas y maneras de percibir desde su propia mirada corporal. En todos estos trabajos lo que me interesa es esa mirada, digamos, ingenua con la cámara, porque ninguna de esas personas puede dominar la imagen, y entonces obtienen una visión desde el cuerpo, algo muy, muy corporal. Hiltrud, la espástica, en este video redescubre su cuerpo y el espacio desde su corporeidad espasmódica, y ahí hay para mí toda una sensualidad, tiene mucho vértigo, pero es un vértigo de placer, a pesar de sus sonidos de excitación. Para mí es un video de descubrir, de primera vez. En todos los casos, son un descubrir.
–En el caso de Hiltrud, también le diste la cámara para que hiciera.
–Para que hiciera lo que ella quisiera. Ella es una mujer que está re-atada a la silla de ruedas, en general no se puede movilizar, y su intención en el video fue ésa: ir a caminar porque tenía la cámara. Estaba ayudada por Walter, su asistente, y decía “quiero ir allá”, ¡muy lejos! Entonces, ella lleva la cámara un poco como puede, a veces la sostiene, a veces la lleva como un bebé, ella camina, después está en el pasto. El corte es que ellos, en general, no son animados a la movilización, no los movilizan, sino que, por ejemplo, los hacen dibujar. Con la cámara, ellos hacen una trasmutación de ese lugar.
–Además, en general ellos son vistos por los demás, no ven.
–Exacto. Es que me importó mucho no tener esa mirada sobre el objeto descubridor. O sea, me interesó ver el cuerpo desde su percepción, desde la percepción de ellos. Igual, está mi mirada conceptual, pero lo que busqué fue no tener esa mirada sobre un objeto sino desde ese objeto.
–¿Cuál de las videoperformances te resultó más placentera, o más movilizadora?
–El que más me flasheó fue el de la espástica. Me pareció catártico, me siento afín al trabajo corporal que hizo. A mí me conmovió mucho y creo que a ella también, creo que para ella fue un flash. El trabajo de los ciegos también es muy bello, pero es casi un poco intelectual.
–Los videos de los ciegos rozan lo poético y el otro es físico.
–Sí, es algo de una sensualidad abismal.
Carla dice que los temas de sus obras “surgen, llegan, salen”, que si llegó a plantearse hacer obras junto con los ciegos fue porque “venía dibujando a ciegas para entrar en un estado de fragilidad interna y de no poder dominar con el ojo el resultado, alejarme de ese estado de dominio, llegar a desmontar el conocimiento, trabajar desde un estado de pureza”, porque a fin de cuentas busca “la ingenuidad, la pureza”. Recién llegada a la Argentina para mostrar estos videos en el Mamba y una suerte de retrospectiva en una galería de Belgrano, todavía paladea los efectos de un video que realizó –junto con una dramaturga– para el Festival de Teatro de la Memoria de Viena (y que, si la suerte la acompaña, traerá a la Argentina): una suerte de film teatral y documental basado en entrevistas con mujeres y hombres internados en geriátricos.
–Se llama Heimat ist dort, wo mein Bett steht?, es difícil de traducir, pero vendría a ser “ésta es mi cama, dónde está mi casa, mi cama, mi patria”. Habla sobre el destierro de gente que, después de la guerra, se fue para Austria, pero también sobre la vejez, sobre la muerte, y esto de estar nuevamente desterrado viviendo en un geriátrico, ya al borde de sus vidas. Es un video que es un film, pero en realidad es teatro y también documental. Tiene que ver con estar en casa... Los entrevistados de ese video tienen una apertura muy fuerte. Mi colega y yo quedamos impresionadas de hasta dónde. Claro, están más allá del bien y del mal, tienen una sinceridad espeluznante y una no coquetería que también es fascinante. No les importa. Dicen “ay, no tengo dientes”, pero están más allá de la vanidad. Es fascinante porque no hay máscara, o hay pero menos.
–Sos de alejarte de lo liviano para abordar temas hard.
–Bueno, no soy light... en todo sentido. Claro que ahora quiero trabajar con bebés, digo: trabajé todo un año con la vejez, ¡y quiero vivir ahora! Por otro lado, no me resultan temas difíciles, al contrario. No soy una persona formal, es decir, de la forma, de lo estético. A mí me interesa lo que se barre debajo de la alfombra... no soy decorativa, soy existencial.
Dice eso Carla, y se ríe con su (in)formalidad de argentina que pisó Alemania para estudiar arte y se fue quedando por becas, muestras y lo que la suerte le pudiera deparar. En ese camino de regresos postergados, que fue aprovechando para indagar en las raíces austríacas de su familia paterna, fue aprendiendo a combinar un humor intenso y ácido con una crítica implacable hasta aceitar un mecanismo absolutamente particular y que sabe llevar hasta los extremos, pero eso sí, con delicadeza: primero, apropiarse de algo dominante, de un gesto hegemónico o reconocido socialmente como norma; luego, lo lleva a niveles de paroxismo; para, finalmente, invertirle la carga política. O bien: se apropia de la diferencia de una manera tal que la reapropiación disuelve, en el poder de la resignificación que ejerce, lo que hay de negativo en la señal de la diferencia para volverla soberana y todopoderosa. Los ciegos ven con una cámara, los videntes ven como un ciego y se asoman a las puertas de otras percepciones; una espástica recorre un fragmento del mundo y contagia, en sus sonidos, en sus encuadres, el vértigo sensual de los movimientos impredecibles y esforzados.
–Hice también una performance con perros de salvataje. Fue en la Academia de Bellas Artes de Viena, porque trataba sobre la educación, la institución de arte como el lugar de transmisión de valores, la enseñanza. Entonces, yo comparaba la Academia con los ejercicios de obediencia, de autoridad que los entrenadores demuestran con sus perros, llevé a los entrenadores y los perros y les pedí que hicieran su propia performance: ellos tienen sus rutinas, su “quedate”, “parado”, “ladrá”, “vení”, “andá”.
–¿Cómo quedó tu relación con Bellas Artes después de eso?
–Ese fue mi regalito de despedida de Bellas Artes...£
Blind taste, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, San Juan 350. Hasta el 30 de diciembre.
Carla Degenhardt Tan lejos, tan cerca, en Tierra fértil, Crámer 3468. Del 3 al 19 de diciembre (viernes, sábados y domingos de 19 a 22). www.espaciotierrafertil.como.ar