Básico y sentimental
› Por Marta Dillon
Con el silencio recogido que exige una ceremonia, así empezó la segunda noche del ciclo Estilos Latinoamericanos en el Malba, los primeros días de este mes. No fue hace tanto, y sin embargo quedaron en la memoria imágenes difusas, como las que nacen en los sueños, mezcla de temores y deseos que no encuentran la palabra que les permita habitar el terreno de la vigilia. Había el murmullo habitual de los desfiles de moda, tragos de colores de una marca auspiciante, alguna cámara de los programas del rubro, todo eso se apagó cuando empezó la puesta y el diseñador, Kelo Romero, como una aparición, caminó por la pasarela con un caftán rojo y un tocado con un corazón a modo de diadema, esparciendo brillo en el ambiente que deseaba brillantina y enmudeció frente a esa presencia que exudaba una fortaleza que parecía de otro mundo pero era de éste. El cuerpo casi transparente, el corazón en la frente pero también en la mano, porque esa energía no tenía que ver con la tensión de los músculos sino con ese despojo de las almas desnudas. Se detuvo al final, hizo un arabesco con sus manos, recitó un poema que trepó el espacio en ese museo tan blanco donde todo lo que hay parece haber sido consagrado en algún otro lado. ¿Romero había conseguido antes de ese poema algún laurel más que la coherencia de una obra que profundizó siempre el camino en el margen, como un festón en el borde convirtiendo el centro en mero soporte de lo que se agita al costado? No importa, importa en todo caso que la curadora –Victoria Lescano– haya hecho el gesto de situarlo en el foco para que pueda esponjar esas prendas que parecen llevar al extremo la tensión entre lo que habitualmente se viste y el diseño, lo propio, como una síntesis del despojo. Vestidos para varones no como una excentricidad, apenas el gesto simplísimo de vestirse en un solo acto y conservar la belleza de la duda frente a las combinaciones posibles. Tapados de denim que envuelven y vuelan, conservando la nobleza de la tela y la sorpresa por esa caída desde tan alto. Vestidos para mujeres que no temen exhibir la costura porque la puntada es lo que transforma la tela en objeto y el cuerpo, no en soporte sino en obra. Igual que el cuerpo del mismo diseñador, reducido a su mínima expresión pero con la potencia intacta de quien tiene algo para donar y lo hace. Y así lo embellece todo. Fue una noche mágica, valga el lugar común, donde la moda le hizo un tacle a lo efímero y se ancló en el terreno de los sueños, porque no quiere palabras para habitar otros territorios, sino que se ancla en la fantasía, esa que siempre sobrevive.