JUSTICIA
ACCIDENTES NO ACCIDENTALES
Fany murió el 25 de diciembre atropellada por un conductor que corría picadas en una esquina célebre de Haedo por esa costumbre de acelerar a fondo. A Lucía Román y a Kevin Sedano los conductores que los arrollaron los dejaron tirados, era más importante borrar las huellas que asistir a los heridos. En el 2004 murieron más personas por accidentes de tránsito que por cualquier otra causa. ¿Cuánto hay de accidente y cuánto de desidia?
› Por Luciana Peker
Fany sonríe desde un cartel que retrata su foto para pedir justicia por la injusticiable muerte de ella, de su sonrisa, y la de su mamá Gloria Lima. “Estamos de pie para pedir justicia”, dice –se muestra– sólida Gloria, debajo del cartel con la sonrisa de Fany, en una nueva marcha, el 17 de enero, para pedir justicia o para custodiarla, en un país en donde la justicia llega cuando llegan los medios y se puede ir si otros nuevos casos, nuevas tragedias, tapan las desgracias y las dejan en el desamparo de la nada. El 25 de diciembre del 2004, Fany –Gloria Domínguez, de 21 años– murió atropellada por un automovilista (Cristian Aldao, de 28 años, acusado de homicidio) que corría picadas. Su amiga, Natalia Becerra, fue dada de alta el 11 de enero, después de sufrir serias lesiones por el accidente. En la misma esquina de Haedo donde la muerte heló las sonrisas, la Justicia ya había labrado 200 infracciones por correr picadas. No hubo freno. El 30 de diciembre, apenas 5 días después de la Navidad, de la muerte de Fany, la muerte de otros 191 jóvenes en República Cromañón enlutó el fin de año y demostró que los accidentes evitables/no evitados no son accidentes.
“La tragedia de Cromañón y la tragedia de Haedo son un reflejo de un país sin límites”, sentencia Viviam Perrone, presidenta de la Asociación Civil Madres del Dolor, una organización que formó junto con Raquel Witis, Isabel Yaconis y María De Negri para pedir seguridad, pero sin los efectos colaterales del discurso de Juan Carlos Blumberg. Viviam es la mamá de Kevin Sedano, que tenía 14 años cuando fue atropellado el 1º de mayo de 2002, en Libertador y Corrientes (Olivos). Otra adolescente, Lucía Román, de 16 años, también fue atropellada el 9 de marzo de 2002, en Maipú e Irigoyen (Vicente López).
En la muerte de Lucía y de Kevin, los automovilistas los atropellaron, se fugaron y entorpecieron la investigación –que lleva en ambos casos el juez Diego Barroetaveña–, pero no son sólo dos expedientes similares. Son dos muestras de que, en la Argentina, la prevención se ausenta y la impunidad aparece, la Justicia no actúa si las madres no le clavan sus ojos en la nuca y la calle es un desierto de egoísmos sórdidos que lleva a callejones sin salida, mucho más inseguros que la supuesta inseguridad. Tanto que entre junio y octubre del 2004 hubo 3474 accidentes de tránsito, un 26,5 por ciento más que en el mismo período del 2003, según un informe de la Defensoría del Pueblo, en base a datos de la Policía Federal.
Más accidentes y menos solidaridad. Liliana Svaiger, la mamá de Lucía Román, remarca: “La mujer que atropelló a mi hija (Gertrudis Erdstein de Forro) tenía, en ese momento, 82 años, se bajó del auto, miró lo que hizo y se fugó. El dolor por la muerte de mi hija no lo cambia nada, pero si hubiera hecho algo por mi hija y me hubiera pedido disculpas, ella estaría reivindicada como ser humano y sería parte del mundo en que a mi hija lehubiera gustado vivir. En cambio, su actitud muestra la falta de solidaridad y de valores de la sociedad actual”. “Mi hija le daba mucha importancia a la justicia. A los 12 años pegó una foto en su cuarto con el lema ‘No se olviden de Cabezas’. Ella era muy idealista y, entonces, lo menos que le debo a su memoria es luchar para que haya justicia”, dice Liliana –que concurre al grupo Renacer, de padres que perdieron a sus hijos– con una cadenita que la muestra en una sonrisa ensamblada junto a su única hija y que parece trasmitirle una fuerza que la abraza a la vida, una sonrisa que no tapa el dolor, pero que se impone como herencia, como el mejor homenaje.
Viviam tiene otros dos hijos, Eric (18) y Yael (7), pero le cuesta explicarle a Eric su lucha por justicia cuando su hijo se cruza en la calle o en salidas nocturnas con el chico que atropelló a su hermano. “Yo siento que te matan a un hijo y es lo mismo que nada. En la Argentina tienen que cambiar muchas cosas y, lo primero, es que haya justicia. Yo necesito poder explicarle a mi hijo –al que tuve que frenar muchas veces de querer hacer justicia por mano propia– que el camino que elegí es el correcto.”
Liliana y Viviam tienen muchas coincidencias. Pero son distintas. Cada una construye su duelo a su manera. Cada una pelea para que los Tribunales no olviden a sus hijos y para seguir adelante con una ausencia que no retrocede con el tiempo, que las ataca cada mañana y cada noche con la furia del silencio y que las mueve a hablar, una de las formas de pelear, para que el silencio no aturda. “Hay accidentes de tránsito y hay asesinatos de tránsito –puntualiza Viviam–. Un accidente te puede pasar a vos y me puede pasar a mí. Pero cuando el que atropella huye y miente, no es un accidente, es un homicidio. Sin embargo, en la Justicia, e incluso en los medios, hay un desinterés total. Si no estuviera encima, la causa estaría encajonada hace mucho tiempo. Ahora el juez elevó la causa a juicio oral, todavía sin fecha, pero después de dos años y medio. Yo ya perdí a mí hijo. Ellos deberían tratar de facilitarme la vida a mí y no yo estar atrás de ellos para que haya justicia.”
–¿Qué le critican a la Justicia?
Liliana: –La mujer que atropelló a Lucía se escapó y la dejó a ella y a una amiga (que tuvo lesiones leves y ahora está bien) tiradas en la calle. Lucía falleció a los tres días de estar en coma. Evidentemente, el proceso fue lento y cuando yo saqué una carta en los medios diciendo que hacía siete meses que la causa estaba detenida, porque no se podían tomar las huellas digitales, la causa se movió. En este momento tengo fecha de audiencia –el 28 de febrero de 2005– para el juicio. Recién ahora estoy más tranquila de que alguna condena va a tener.
Viviam: –En mi caso se perdieron todas las pruebas porque la policía no actuó en el momento del accidente ni le hizo el test de alcoholemia al que manejaba el auto que atropelló a Kevin. La noche del accidente, mi hijo había venido a cenar a casa con sus amigos del colegio San Nicolás. El podía salir una vez por mes. Le di todas las recomendaciones y lo dejé. Estaba frente a la quinta de Olivos y lo agarraron tres chicos en la esquina para que les dé las zapatillas. Uno de sus amigos salió corriendo para cruzar la calle y pedir ayuda. Kevin iba corriendo con dos chicos más cuando lo atropelló Eduardo Sukiassian, de 21 años. Un testigo que venía en el auto de atrás me dijo: “No sé cómo no los vio. Toda la situación estaba clara y a la vista”. Este testigo ve que Sukiassian tenía un celular. Pero los amigos de Kevin pedían desesperados un teléfono para llamarme a mí y avisarme del accidente, y no se los dio. Los chicos van a buscar un teléfono y cuando vuelven ya no estaban ni Sukiassian ni sus otros amigos (Guillermo von Gerstenberb y Pablo Bereskyj). El testigo toma la patente y Kevin queda internado. Esa misma noche, la mamá de un compañero de Kevin me trae la dirección de Sukiassian. Pero la policía fuea buscar el auto recién a las 72 horas y ya estaba todo cambiado. Además, una estación de servicio tenía filmado, en una de sus cámaras de seguridad, el accidente, pero se perdió porque la policía no fue a buscar la filmación. O la policía no sabe absolutamente nada o hubo encubrimiento.
–¿Qué cambiaría para ustedes si las personas que atropellaron a sus hijos se hubieran quedado a ayudarlos después del accidente?
Liliana: –A mí, que ella la hubiera ayudado y se hubiera condolido de lo que hizo, me hubiera cambiado totalmente. Yo le pedí varias veces, a través de mi abogado, que me llame a mí y al padre, y me pida perdón. Pero no lo hizo. Desde el primer momento no tiene perdón de Dios que una mujer de más de 80 años no ayude a una chica de 16. Eso tiene que ver con la ética. Gracias a un repositor de Disco, que fue testigo, se encontró el auto, pero ella ya lo estaba llevando al chapista.
Viviam: –Una vez, el padre de Sukiassian me llamó para preguntarme si pensaba organizar una marcha en su casa porque él tenía seguridad policial. Ni siquiera me pidieron perdón o me dieron alguna explicación. Otra vez me llegó un mail del hijo que decía: “Esta (por mí) ya me tiene las pelotas por el piso, ya va a ver cuando llegue a Buenos Aires”, porque encima está estudiando en Estados Unidos. Ahora ya es tarde, ahora no quiero que me pidan perdón sino que esté preso, aunque sea dos o cuatro años, porque mató, abandonó y limpió. No quiero venganza. Ya me ofrecieron cuatro o cinco veces hacer algo por poca o mucha plata, pero quiero seguir los pasos de la Justicia. Yo le dije al padre: “Usted haga lo que quiera, yo voy a seguir luchando por mi hijo y espero que haya justicia”. Nadie me lo va a devolver a Kevin, pero no puedo vivir como si nada hubiera pasado.
Liliana: –El que cometió un delito tiene que repararlo, es una norma mínima de ética de la sociedad. Esta mujer que mató a mi hija no puede seguir pintándose las uñas en la peluquería y manejando el auto como si no hubiera hecho nada. Si ella no tiene culpa porque es psicótica, la sociedad se lo tiene que hacer pagar. Hay mucha gente que no tiene culpa. Videla no tiene remordimiento. Pero hay que hacer que pague.
–¿Qué quisieran que cambie?
Liliana: –Es importante que a una persona que está en un proceso, acusada de un homicidio culposo, se le saque el registro. No es una pena dura y puede actuar preventivamente. Además, la persona que está acusada de atropellar a mi hija tenía 82 años. Ahora tiene 84 años. ¿Es prudente que tenga registro?
Viviam: –El ministro del Interior, Aníbal Fernández, nos prometió a las Madres del Dolor que en febrero se va a crear el Registro Nacional de Antecedentes de Tránsito para que los que cometieron un delito en una localidad no puedan sacar el registro en otro lugar. Además, yo estoy luchando para que se cambie la ley de tránsito porque no se considera que el automovilista que mató y huyó hizo abandono si hay alguna persona alrededor de la víctima. Si se queda, le quitan el auto, le hacen el test de alcoholemia, le toman las huellas y, si se va, no pasa nada. Supuestamente, el asesinato de Kevin no fue abandono. Y yo lo extraño más ahora que hace dos años, el dolor es más fuerte, siento más el vacío. ¿Cómo que no fue abandono?