Vie 21.01.2005
las12

A MANO ALZADA

Noticias de ayer

(O una brújula útil para guiarse en la maraña mediática que sigue enredándose en la tragedia de Once.)

› Por María Moreno

Como bien dice Horacio González, en un artículo ya citado en esta columna (“Media sombra argentina”, Debate, enero de 2005), en la tragedia de Cromañón no puede no haber culpables pero no puede haber chivos emisarios, “la indeseada forma bíblica del culpable elegido por incapacidad de justicia profunda”. Pero habrá que recordar que en el original, el chivo emisario es literalmente un chivo. En la acepción actual del chivo emisario –el chivo emisario humano–, puede decirse que éste suele ser culpable, aunque no el único. La figura de Omar Chabán se presta para ocupar ese lugar, precisamente “por incapacidad de justicia profunda”. Su deliberada burla a las buenas conciencias, tal vez producto de su genealogía punk, su cinismo casi siempre sobreactuado, su relación con Katja Alemann y el acceso a su fortuna, lo hacen favorable para alentar el resentimiento popular. El mismo presidente lo asoció al snobismo y al jet set, reprochando a la prensa que hoy lo destroza el haber hecho usufructo de su boutade. Esa misma prensa utiliza como elemento fundamental para circunscribir a Chabán en la exclusiva figura del culpable, una suerte de prontuario donde todos sus antecedentes convergirían caprichosamente y se acumularían como pruebas de su responsabilidad actual. La precaria causa-efecto relaciona el no pago a los músicos en sus boliches, la negativa a gastar en un sistema antiincendios para Cromañón, su afirmación de que existe un periódico sacrificio de jóvenes, con la tragedia de Cromañón de la que es responsable. Afirmaciones lanzadas desde posiciones estéticas o de política cultural, características personales, que aunque no son inocentes, tampoco son decisiones sobre actos reales que, de cumplirse, sería simplista convertir en insoslayables consecuencias. Así, al azar de unos dichos y hechos, bajo una lectura ansiosa por concluir ante la angustia de la incertidumbre, se establece una lógica donde sólo la hay si se sabe el final. Y donde se recurre insistentemente a la oposición binaria interés pecuniario-cuidado de la gente. Habrá que recordar que siempre la empresa contestataria, alternativa u opositora independiente, lo primero que resigna en sus crisis es el pago de sus artistas o escritores. Que una prensa con las mejores intenciones se lanzó, luego del 30 de diciembre, a la construcción de efectistas epitafios-retratos para beneficio de empresarios tal vez tan conmovidos como sus aumentados clientes.
Durante la cobertura de un acontecimiento dramático, en los primeros momentos, cuando la maraña informativa es aún informe y heterogénea en sus fuentes, se suele apelar a un cliché que Internet favorece: la búsqueda del símil en el pasado. En este caso, el incendio de Kheyvis, fue expuesto como el acontecimiento pariente, pero no para favorecer la reflexión sino como una suerte de punto anterior en un mapa narrativo. Localizado el acontecimiento en una serie, se buscará la continuación. Seguramente, en las próximas semanas la prensa se ocupará de descubrir incendios en lugares cerrados y multitudinarios. De este modo, al crear hits noticiosos que van desde el robo de bebés hasta el secuestro express, y a través de un efecto que se lee como reproducción y aumento, los medios suelen oscurecer la medida real de los sucesos, dirigiendo la atención hacia determinados escenarios y personajes. Ahora se trata de los lugares multitudinarios. También las medidas instantáneas gubernamentales fueron tan compulsivamente registradas por la prensa como aquéllas sonabancompulsivas para erradicar cualquier fantasma de impunidad. Sin embargo, las medidas de prevención realizadas sobre una base contingente, abrupta y superficial, no hacen más que garantizar esta misma impunidad cuyas formas no tienen más que esperar que pase el temporal.
Con precisión Verbitsky evocaba el apogeo y ocaso de las medidas para el uso de cinturones de seguridad en los vehículos. Práctico, en medio de tanto retórico arrancarse las vestiduras, desarrolló sus propuestas, detalló responsabilidades e hizo el identikit de aquellos que podrían no haber vuelto inefable el episodio Cromañón.
Algunos artículos llegaron a hacer gala de autoimplicación, que mucho más a menudo se cebó en un sino nacional que en un análisis histórico político: Somos así, de Estado debilucho, incumplidores de la ley, corruptos, capitalistas chantas y recién venidos. Pero ya se sabe: una culpa colectiva es inasumible y evita las consecuencias para quienes pretenden hacerla asumible. El mito de que habría una peculiaridad argentina es precisamente eso: un mito.
El análisis de Susana Viau, a través de la crónica, muestra la fecundidad política de una palabra: “transversalidad”, haciéndola jugar críticamente y no como mera asociación lingüística, al ensayar que su sentido pleno, hasta ahora sólo se ha realizado en el duelo de las víctimas, donde las clase sociales difuminaron sus diferencias.
Las ideologías represivas suelen criminalizar a los sujetos por el lugar en que los ha colocado. En ese sentido, la agitación mediática del joven peligroso –chorro, fiestero, irresponsable, ahora incendiario– coyunturalmente encontró su límite en dos centenares de cadáveres. Por eso, en medio de repeticiones y desdichadas variaciones retóricas, fue atinada la intervención de Eva Giberti al desligar de responsabilidades a los adolescentes y recordar algo que no había que recordarle a Chabán, la habilidad transgresora de estos que exige, contrariamente a reprimirlos, proteger especialmente el escenario de sus festejos. Quizá los textos de Mario Wainfeld fueron los que más desplegaron la complejidad de registros, separando lo inefable del error político, sugiriendo líneas a seguir más allá de una épica municipal de controles. En la misma veta, el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, en un reportaje publicado por el diario Clarín habló de las desventajas de tener en la ciudad una Constitución “ejecutivista” donde todas las iniciativas se derivan a presidencia y criticó la herencia de una legislación municipal aplicada desde una época en que el único acontecimiento masivo era el fútbol y que ahora retrasa aún más con la fragmentación de las fuerzas políticas de la ciudad.
Estos registros son necesarios para los lectores que no se contenten con una figura lineal de la tragedia o no se impacienten por ver la cabeza en la pica o la ruina del contrincante político.

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