Vie 04.02.2005
las12

CAPRICHOS

Plumas y estrellas

El creador del rutilante vestuario de las chicas Páez en la llamativa carátula del último disco de Fito, Mi vida con ellas, afirma que cualquier persona que lo desee y se atreva se puede desdoblar en una diva por el tiempo de una toma fotográfica, de un show, de una puesta en escena privada y personal. Gustavo Ros, cincelador de brillos, sabe de qué habla desde su casa taller rebosante de titilantes concheros, corpiños, galeras, vinchas, palmetas, abanicos...

› Por Moira Soto

Parece natural que alguien capaz de crear ropajes suntuosos que reverberan, al llamarlo para concertar una entrevista, con cualquier pretexto se lance a entonar por teléfono “yo no le canto a la luna/ porque alumbra y nada más./ Le canto porque ella sabe/ de mi largo caminar./ Ay lunita tucumana...”. Es que lo que hace Gustavo Ros, forjador de brillos teatrales, nacido y criado en la provincia de don Ata, bailarín sobre hielo y otras superficies, nómada del show que últimamente se ha vuelto sedentario para consagrarse a cincelar y repujar esos atavíos tachonados de lentejuelas y canutillos, apropiados para pasar del otro lado del espejo y desdoblarse en divas, drag queens, oficiantes del glamour extremado, criaturas fabulosas que relumbran preferentemente en la noche, potenciando la luz de las candilejas.

Gustavo Ros ha sido muy alabado recientemente por el vestuario con que transformó en divas a las mujeres elegidas por Fito Páez para la atractiva carátula de su último CD, Mi vida con ellas. Dieciséis chicas de distintas edades y profesiones, no necesariamente relacionadas con el espectáculo se emplumaron y se aplicaron otros oropeles ajenos a la vida cotidiana y posaron, divertidamente provocadoras. Ahora se las puede ver a la luz del día, en las bateas de las disquerías después de haber estado en grandes afiches callejeros. Empero, sin mayor promoción periodística –acaso porque la revista, el varieté, el carnaval de Olavarría que vistió este año, no tienen el mismo prestigio de otras formas de teatro–, Ros viene inventando estas piezas glamorosas desde los ‘90. Con sus ideas y un costurero que incluye agujas, hilos, pinzas, tijeras, pero sin máquina de coser, ha realizado vestuarios para la televisión (Sábado Bus, Disputas, Transformaciones), el cine (Almejas y mejillones) y por supuesto para diversos escenarios teatrales y pasarelas.

Angel de la guarda dulce compañía

Musa maternal, Hilda Ganen creó en 1940 el Ballet de Tucumán y lo dirigió durante 30 años. Según su devoto hijo Gustavo, “ella ya de joven era una trasgresora de labios pulposos y pintados de rojo profundo, casi negro. Se vestía de violeta, con diseños avanzados para la época. Imaginate lo que era la Pichona andando en Siambretta con esa cara divina, imposible de pasar por alto”. Ros exhibe orgullosamente varias fotos de su madre, bellísima, pura risa en un retrato, bailando en un parque, o casi mística de chiquita vestida de ángel junto a su hermana Nelly: “Mirá las alas de mi mamá. ¿Querés algo más celestial? Increíble la Pichona: bailar, crear ese ballet, tener tres hijos, llevarnos y traernos del conservatorio. Cómo nos cuidó este ángel de la guarda. Tener ese apoyo, ese estímulo fue fundamental para sus hijos”.

De padre joyero y madre española asturiana danzarina, a Gustavo ya de niño lo disfrazaban, de asturiano preferentemente. “En una de las paredes de la cocina había una colección de sombreros. Cascanueces, Sílfides eran los ballets que me sabía de memoria en mi infancia. Empecé a imaginar mujeres fantásticas, mujeres pájaro, así criado entre la danza y las alhajas, movimientos y diseños que se grabaron nítidamente en mi cabeza. Mamá viajaba con su valijita a Buenos Aires, venía al Colón, veía otros espectáculos, entre otras figuras, llevó a Oscar Aráiz a Tucumán. Y cuando se jubiló, tuvo la feliz idea de embarcarse con sus tres chicos, que estaban saliendo del secundario, rumbo a Disney y a Nueva York. Vimos en Broadway La jaula de las locas, La calle 42, A Chorus Line...”

En ese entonces, Gustavo Ros se derretía por asistir a toda las temporadas de Holiday On Ice, cuya estética reconoce entre sus influencias. “En realidad, yo quería ser bailarín de hielo y empecé con patín de rueda, venía con la Pichona a Buenos Aires en la Estrella del Norte a tomar clases. Después enseñé en Tucumán, siempre haciendo escapadas para buscar coreografías, telas para los trajes, músicas. Acá estudié con Alberto Agüero zapateo americano, hice danza clásica. Porque mi mamá insistía: ‘Tenés que conocer la técnica y el idioma del ballet’. En Cemento conocí a Mirta Fuentes, una enanita maravillosa que se casó con un enanito divino que le presenté yo, y ahora vive en Brasil con sus tres hijos, también enanitos. A Fernando Noy, a Batato Berea... A Divina Gloria, que es la mujer pájaro por excelencia: lo demostró este fin de año volando en la zona del Obelisco en el desfile que organizaron Vecinos de la Calle Corrientes, y en el que participaron Zulma Faiad, Laura Fidalgo, Gogó Andreu, Noy, todo un evento en el que tuve un bloque a mi cargo.”

Luego de aquerenciarse en Buenos Aires, Ros anduvo de aquí para allá con sus patines de hielo, el circo, la revista, siempre con plumas volándose de las valijas: “Viaje durante diez años. Estuve en Perú, viví en Bolivia, en Chile, en Brasil, temporadas en Paraguay, en Uruguay... Paralelamente, en algún momento trabajé en el cabaret con Ambar La Fox, hicimos Chicago en 1983 dirigidos por Rubén Cuello. Salía de gira y volvía al cabaret sin dejar el under. Años muy intensos hasta que empecé a tener ganas de instalarme”.

Otras constelaciones

Ahora GR hace un apretado balance: “Veinte años de carrera, giras, circo, cabaret, tango, videos, música, danza, creación de vestuario, desfiles, drag queens, travestis, Divina Gloria, actrices, modelos... El placer de que salieran de mis manos ropa para divas, trabajar con la materia de los sueños, con elementos para ejercer una especie de sacerdocio en templos laicos, exaltar la fantasía y el artificio. Siempre listo para satisfacer demandas de plumas y brillos”.

Increíblemente, el hacedor de estas filigranas en sombreros, abanicos, concheros, palmetas, vinchas, capas, nunca estudió diseño. Ni siquiera dibuja sus ideas –trabaja directamente con los materiales “que deben ser muy finos, muy nobles”–, les da forma, combina fulgores y colores, texturas y relieves. Reconoce en John Galliano –el español britanizado– un referente absoluto. Y lo divierten mucho las divas en el estilo Madonna o Cher.

A su departamento-taller-guardarropa de la calle Viamonte en el barrio de Once (www.ropaparadivas.com.ar) llegan las buscadoras de tornasoles, como María Vázquez “que entró decidida a brillar con todo, a convertirse en otra, y empezó a probarse con gran entusiasmo. Dolores Fonzi, cuando empezó Disputas vino a ver de qué se trataba el mundo del burlesque, del cabaret, para armar adecuadamente su vestuario. Entre otras figuras puedo citar a las Callejón, Sandra Guida, la Pradón (me convocó Gasalla después de ver los trajes de las bailarinas de Sábado Bus), por supuesto la gran Marcova...”, refiere Gustavo Ros antes de convidar a la cronista con una gelatina de frutilla rubí que compite con los arabescos fosforescentes de un chaleco que cuelga de un perchero cercano. “Me gustó mucho un día ir a la casa de Isabel Sarli a vestirla para un evento. Es muy sencilla ycariñosa, tiene un perro que se llama Carlos Monzón y una gata Moria Casán. Juanita Viale quiso ser Cleopatra, la reina del Nilo, en el Club 69, y por supuesto que lo fue con todos los chiches. Otra muy amiga que quiero nombrar en Vanesa Show, la patriarca de las travas. Ella conoce todos los secretos del varieté pero solo revela algunos. Hizo todas las revistas de Petit, actuó con Nélida Roca, con Susana Brunetti, con Nélida Lobato... Ella sabe mezclar las anilinas para teñir las plumas, me asesora mucho.”

Además del disfrute que le procura diseñar sobre la marcha cada una de esas piezas únicas, siempre hechas a mano, GR se solaza cuando participa en la transformación de la persona que empieza a centellear como si portara diamantes de Harry Winston, pulseras de Cartier o de Gucci, zafiros y esmeraldas de Van Cleef, perlas cultivadas y rubíes. Ese lujo ilusorio de las pilchas de diva que cumplen el mandamiento de la estilista francesa Sonia Rykiel: “Llevar lo falso como verdadero, y al revés”. Al igual que Garbo, que en La dama de las camelias lucía con aires de emperatriz una cascada de brillos imitación engarzados por el gran diseñador Eugen Joseff, quien también inventó la rumbosa pedrería de Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias.

“Después, obvio, esta persona que va con estas joyas por la pasarela, tiene que asumir su condición de diva en ese espacio, creérsela, entrar un poco en éxtasis. Porque para brillar de verdad hay que tener porte, carisma, elegancia, luz propia, aparte de la que reflejan los espejitos y las lentejuelas. Hay que ensayar, entrar en estado... Claro que hay divas ocasionales y divas permanentes, con corazón y alma de divas hasta el mismo día de su muerte, si es que mueren... porque son tan necesarias que no deberían irse nunca. Pero creo que cualquiera que lo desee de verdad y se anime, puede encenderse en mil luces, asumir ese costado estelar que te trasporta a otro lado, te despega de la chata realidad, te conecta con tus sueños”, musita Ros acariciando una sedosa y etérea flor de plumas de gallo de la China, cerca de un suntuoso vestido de tafetán verde sembrado de canutillos, uno de sus primeros trabajos.

Si la brevedad es el alma de la lencería, según anotó Dorothy Parker atrevidamente en Vogue en 1916, la ropa de diva –a través de esas prendas básicas derivadas de la ropa interior que son el conchero, el tapapezonero, el corpiño– lleva esa consigna a su más reducida y coruscante expresión. La casi total desnudez a menudo cubierta por plumajes soberbios y otros ornamentos que evocan a animales mitológicos, a seres fantásticos que, como sostiene Gustavo Ros, iluminan la noche creando nuevas constelaciones de estrellas fugaces.

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