ESTRELLAS
Los nombres de Mimí
Mimí Maura es el nombre artístico de Midnerely, la hija del bolerista Mike Acevedo y el de una banda romántica fundada por Sergio Rotman, ex Fabulosos Cadillacs. ¿Demasiado confuso? Mimí Maura es todo eso al mismo tiempo. Nacida en Puerto Rico, en una casa adonde los cangrejos se paseaban como mascotas, venida a Buenos Aires por amor, hoy a esta cantante dulzona, pesadita, embrujada, le bastan dos fechas para tocar, un cd que anda en primera y un hijo porteño, para no extrañar el rumor del mar.
› Por Marta Dillon
El secreto de su nombre es una historia de amor, la de un cantante de boleros que a los cincuenta dejaba oír sus últimas quejas de despecho y una veinteañera de voz agradable dispuesta a seguirlo por donde vaya. Miguel y Nereida mezclaron hasta las letras de su nombre cuando nació su primera hija. La bautizaron Midnerely, la llamaron Mimi. Era el resultado de la unión de los dos con una chispa de brillantina, un destino de escenario. “Le pusieron la d y el ly al final, para que tuviera un final feliz”, dice ella, que padeció las muchas confusiones en el deletreo de su nombre. Más tarde su padre le otorgó un seudónimo, como quien habilita al discípulo el camino del maestro. “Es para vos: Mimi Maura”, le dijo el hombre al que ella admiraba, al que había escuchado mil veces cantar en el mismo disco, plagado de stickers y anotaciones de adolescente. Nunca lo vio sobre el escenario. Mike Acevedo había terminado su carrera profesional cuando Mimi arribó a la conciencia. De su padre como artista ella tenía unas pocas postales robadas cuando espiaba la vida en los night clubs que él montaba y desmontaba en distintas ciudades, arrastrando hacia ellas mujer e hijos, extranjeros siempre en viaje. Midnerely Acevedo era una nena que ayudaba a su madre a limpiar la mañana siguiente a la fiesta, cuando durante algún insomnio vio a Mike cantando detrás de la barra de su negocio, evocando los años cincuenta, la plenitud de su fama.
El secreto de su nombre es también una canción. Una que compuso Sergio Rotman para conquistarla. Cuando Mimi todavía vivía en Puerto Rico, a metros del mar, en una casa en la que los cangrejos se colaban por las ventanas y andaban por la sala como tortugas domésticas. El ex saxofonista de los Fabulosos Cadillacs tuvo que apelar al máximo recurso de seducción de un músico para convencer a esa mujer desconfiada de la seriedad de sus intenciones. Ella no iba a dejar que le robaran el corazón por un beso, jamás se enamoraría a primera vista como él. Entonces le mandó la canción, que hablaba de ella sin mencionarla y al final voceaba su nombre para que nadie lo entienda. “¿Qué es Midnerely? No dice que es una chica, podía ser un grito indígena”, dice la chica, seducida por ese llamado al que finalmente se rindió. Que la terminó arrastrando en una nueva mudanza, desde Puerto Rico a este sur de Buenos Aires, a donde trajo su “frazadita”, porque es friolenta y aun en el Caribe ese era uno de sus objetos preciados.
Mimi Maura es un poco mayor que Midnerely, usa los afeites tradicionales de la seducción femenina, le gustan los vestidos escotados y hasta los tules y las gasas. Midnerely o Mimi Acevedo está empezando a disfrutar de esas cosas que construyen su personaje, las distancias son cada vez más cortas, pero está claro que no son las mismas. Lejos del escenario, a unos pocos días de su gran noche en el Teatro Opera, es difícil reconocerla en equipo de gimnasia, con un pañuelo en la cabeza y cebando mate en la terraza de su casa. “Mimi Maura en realidad es un grupo, un grupo que fundamos con Sergio. El quiso que nos llamáramos así, yo no estaba muy convencida, era un poco confuso. Pero tiene que ver con la música que hacemos, siempre fue buscar lo que le quede bien a la cantante, es comoque la banda me sigue a mí, se dejan llevar por lo que me queda bien, lo que me gusta.” No siempre fue así, ese gusto se fue dejando guiar por la Mimi que se gestaba y nacía casi al mismo tiempo que Leroy, el hijo de cuatro años que tuvo con Sergio Rotman, su marido. De hecho su primer show lo hizo con siete meses de embarazo. “Yo soy muy abierta a la música y las letras, no es que escriba siempre de amor, son los músicos de la banda los que insisten con las canciones románticas, tal vez porque tiene más que ver con ese personaje. Al principio me resistía un poco, cuando me trajeron la ‘Canción de la sirena’ dije qué es esto, qué es esta grasada. Después me gustó, porque es hermosa y tiene algo de fantasía.” Ese tema fue uno de los diecisiete que componen Raíces de pasión, el primer disco que graba en estudio, aunque es el segundo en editarse. Salió en noviembre y los primeros cuatro mil se vendieron enseguida. “Era la gente que nos conocía, que iba a los shows. Después bajó, vino el desastre del país y nosotros naufragamos con él.” Pero el embrujo de esa voz profunda en un cuerpo tan pequeño alcanzó para que el cierre de una etapa –la que signa ese disco– la encontrara sudada y feliz, algo mareada por los abrazos y las felicitaciones, en los vestuarios del Opera, después de cantar ante un teatro lleno. Mimi Maura es un nombre que tiene sentido aquí en la pampa, en donde finalmente para ella tuvo que convertirse “en Mike Acevedo hecha mujer”, por insistencia de su marido y como homenaje al padre, con quien espera pronto compartir un escenario. Mientras estuvo en el Caribe, los boleros eran la música de sus mañanas de limpieza junto a la madre, cantante de espacios privados. Y la nostalgia de una época que no conoció, el fulgor del padre. “Siempre lo admiré como cantante y tal vez por eso le perdono que fuera mi padre. Seguro no fue el mejor, no le daba mucho para dedicarse a los niños. Recuerdo que mis abuelos maternos se reían de mí porque decían que él era muy viejo. Tenía una mala reputación, conozco a siete de mis hermanos, pero sé que hay algunos más”, dice y acaricia su premio Carlos Gardel, que recibió hace poco más de un mes. “Este es para él, siempre admiró a Gardel y por eso quiero traerlo, pero no de vacaciones sino a cantar.”
Es una inmigrante ilegal en Argentina, aunque hace meses que prepara su papeleo y la crisis terminó de complicarlo todo. Igual no tiene problemas para trabajar en Buenos Aires: “Soy ciudadana americana, ¿viste?, y acá es el único país que a los Estados Unidos los tienen como dios. Es medio raro, pero si no fuera por mi pasaporte americano no podría ir más que a Cuba o China. El portorriqueño tiene eso, la doble jugada, usa el alma de su enemigo para andar por el mundo”. Llegó al país por amor a su marido y también porque al momento de partir ya se sentía segura y orgullosa de su identidad, atada a esa formación de islotes volcánicos en el medio del mar Caribe y poblada en partes casi iguales de soldados norteamericanos y civiles nativos que siempre están pensando en “irse pa` fuera”, un sinónimo de viaje a Nueva York. “Ya hacía diez años que estaba en el viejo San Juan. Viví en muchos lugares y cuando sos chico y vas a tantas escuelas distintas, encima tienes acento, te puedes imaginar las burlas... En cambio en Puerto Rico me aceptaban, porque yo soy portorriqueña.” Chicago, Nueva York, México, alguna breve estadía en su país natal entre destino y destino, su infancia fue nómade hasta que a los veinte dijo basta y ya no siguió a la familia. Su madre se mudó a Tampa, en los Estados Unidos, junto con sus dos hermanos. Se padre quedó en San Juan, pasándole unos pesos por mes –así se llama a los dólares en Puerto Rico– que le aseguraban la independencia. A los veinte estudiaba arte en la universidad, vivía a un paso de la playa, iba a bailar todos los días que podía y apenas necesitaba algo más que sus “jeans cortitos, mi camisilla, mi gorrita y mi bici”. Naturalmente se había disuelto la banda de heavy metal que había formado con el hermano y por unos años no cantó, se tomó vacaciones. Hasta que no se quedó sola no había reparado en la playa. El mar era un telón de fondo, ese espacio que siempre estaba cruzando para ira algún lado. Pero de un momento a otro el mar fue la medida de su lugar en el mundo. “El mar fue lo que más me ayudó, ir en bicicleta hasta la punta de la isla, sentarme sobre el morro y hacer yoga. Me ponía de cabeza y miraba las olas golpeando sobre las rocas. Eso me daba tranquilidad, saber que nadie es nada. Somos esto, este punto en la playa, nada más.” Entonces no le importaba no tener plata, ni comida a veces, tenía sus salidas a la noche y un rumor de mar que la hacía dormir a las madrugadas. Argentina, en cambio, es poco más que unas cuantas cuadras de su barrio de Florida, que recorre en bicicleta para seguir yendo a yoga, para buscar el niño a la escuela, para reunirse con sus músicos a tocar. Ha visitado el mar argentino, fue a Mar del Plata en invierno. Y aunque siempre se fascina por esa masa de agua en movimiento, no reconoció en el frío casi nada de lo que tenía en su país. Extraña, sí, pero aquí tiene sus amores, sus discos y su lugar entre el público.
Aquella canción que la conquistó la grabó Sergio Rotman con su banda Cienfuegos. “Es como un punk viejito, está muy bueno, yo fui bastante fan aunque ahora no quiero recordar mucho que existen”, describe Mimi. Dice que la energía de esa clase de música es muy agresiva y que así se siente sobre o debajo el escenario. “Sergio muchas veces terminaba lastimado, es la energía que se genera. Yo formé parte de eso también, hemos baldeado mucho juntos.” Se refiere a bardear, un término nacional para describir el descontrol o los excesos; pero en esa manera de pronunciar las r es donde se cuela Puerto Rico, entre tanto marketing futbolero con los colores del Ciclón, San Lorenzo, el club de sus amores, de los amores de su amor, que es lo mismo. A Mimi le gustaba el punk, ¿ella se sintió punk alguna vez? “En el Caribe es difícil todo ese negro. Mis rebeldías andaban por otros lados, no comer carne, por ejemplo, mi relación con el mar y con los hongos. Comíamos hongos y nos dejábamos fluir, caía la lluvia, parecía que caía el mundo entero y tú quedabas ahí hasta que la lluvia se iba. Estuvo bueno pasar esa experiencia. Eran hongos que crecen donde hay vacas, por eso hice una relación intensa con las vacas y no las como, es una cuestión espiritual un poco inventada que se mezcla con la de Sergio, que es un poco rastafari. Sobre todo en lo que tiene que ver con cierta planta, con la lealtad a los amigos, tiene mucho de esa armonía con la naturaleza. Y bueno, yo también soy bastante relajada.” Es algo fácil de reconocer, el tiempo pasa lentamente a su lado mientras el sol anida en los ángulos de su cara y un humo dulce llega bailando desde donde su marido escucha música. Es la hora en que Leroy va a la escuela, la que suele usar para unir eso que ella y Sergio hacen por separado, letra y música. O viceversa. Así y todo Mimi tuvo sus horas bravas. Los años sabáticos se terminaron cuando su padre emigró también a Estados Unidos y ella quedó sin su mensualidad. Tuvo que buscar trabajo y lo encontró. Entonces también era la voz, pero de Paradiso Films, una productora de avisos publicitarios que la obligaba a calzar tacones y trajecitos para atender el teléfono de 9 a 19. “Lo tuve que hacer y lo hice bien, pero ese trabajo para alguien que siempre vivió en la música...”, da por sobreentendido. Por esa época también había empezado a escuchar a Los Fabulosos Cadillacs, en casetes piratas que se pasaban en algunos bares. Y había formado una banda de rock de mujeres que hacía covers de Led Zeppelin y Janis Joplin. “Eramos bien rockeritas, había algunas más pesadas, yo estaba más con la cosa melancólica del blues. ¿Por qué mujeres? Porque nunca se había hecho, incluso parecía que éramos incompatibles, la baterista era muy católica y yo la provocaba hablando muy sucio. Pero teníamos nuestras razones, con el tiempo entendimos lo bueno que era estar entre nosotras en lugar de estar rodeada de varones. Y también empezamos a tener una actitud más comprometida, íbamos a recitales izquieldistas, pedíamos por Puerto Rico libre. Era difícil porque los músicos no suelen querer quedar bajo el título de lo que piensan, pero también era necesario empezar a participar en alguna movida de resistencia.” En su último disco, en una de las fotosque aparecen en cubierta, ella está envuelta en una bandera de su país bajo la inscripción ¡Viva Puerto Rico libre! Habrá perdido las formas rockeras, esa impostura que la hacía contestar a los insultos poniéndose una mano entre las piernas igual que hacen los varones cuando quieren decir `agarrame ésta`. “Me imagino que habrán pensado qué le pasa a esta mina, pero yo veía a alguien que me tiraba mala onda y la devolvía peor. Vivía tirándome al piso, forzaba mucho mi voz hasta que terminé prácticamente gritando. Pero duró sólo dos años, después de la primera vez que me fui de gira con los Cadillacs me echaron del grupo. Y ahí, cuando me quedé sin nada, pensé en vivir en Argentina.”
“Mi vida es así, intensa. Es difícil estar y trabajar con la misma persona, pero me parece que siempre ha sido, estoy llena de emociones fuertes. Es que una vez que nos juntamos con Sergio nos prometimos no separarnos ni en las cuestas, y en eso estamos.” Seguramente por eso ella va a la cancha los domingos y todavía se sorprende de esa manera que tienen los hombres de pegarse la sintonía AM en la oreja antes y después de que termine el partido. Por eso se tomó el trabajo de decodificar el lunfardo porteño que al principio la dejaba tan desconcertada como si escuchara hablar en ruso. Tenía que pedir silencio para seguir en la televisión los parlamentos de actores y conductores. Pasó largo tiempo un poco perdida, ubicándose sólo cuando le tocaba cantar o se rodeaba de los amigos de su marido, esos músicos algo panzones que forman su banda y de los que se ríe porque, dice, “debe haber quien los llama gay. Si pensás en lo machista del ambiente, hay quien piensa que hacemos música para mujeres, o para putos. ¡Y ellos son los más románticos!”. En esos espacios que al principio eran sólo ensayos hedónicos, Sergio y Mimi hicieron realidad el sueño de la banda propia. Ella es la estrella, pero a pesar de su luz la timidez le quita el habla. El es, entonces, el que arenga al público, el que pone las pocas palabras entre canción y canción. Leroy, el rey, creció con esa banda y a esta altura está convencido de que es él el verdadero centro de la escena. Y de hecho ha tenido mucho que ver en la forma que sus padres le dieron a la música, no sólo porque estuvo entre ellos desde que se decidieron a tocar, sino porque es el último eslabón de una trama familiar que a ella le permitió asentarse y volver a enamorarse de las canciones de su padre. Esas que en Puerto Rico escuchaba de niña y después despreció montada en una incipiente movida de rock que se rebelaba contra los colocos, la gente de pueblo que sólo escuchaba salsa. Ella no sabe muy bien cómo hizo su padre para producir su primer disco, dice que necesita otra conversación con él para estar segura, pero sabe que lo hizo por sus propios medios. Igual que Mimi, que rescató para sus discos el sello Canary, que inventó el padre en los años cincuenta. Y hasta remasterizó aquel vinilo por el que tanto transitó la púa durante su infancia, todo eso de manera independiente. Tampoco sabe cuántos años tiene su padre, “nació en el campo, y en esa época no se ocupaban mucho de anotar a los niños. Puede ser que tenga 74 o más. De hecho tiene dos fechas de cumpleaños, noviembre 26 y febrero 14, pero nunca festejó ninguna”. Sabe sí, aunque la sorprenda, que está madurando y que eso la ayuda a reconstruir los hilos de una trama dispersa en varios países y que lentamente está volviendo a unir.
Mimi Maura o Mimi Acevedo no le teme a la crisis. Aun cuando su país le haya quedado todavía más lejos. Está segura de que de acá a unos años va a estar más estable todavía y que su música la llevará de vuelta a sus mares encrespados. Por ahora disfruta de lo suyo, no necesita demasiadas cosas, no más que un par de fechas para tocar y algunas canciones para empezar a planear el próximo disco. Tiene además sus sueños, en los que habita dormida aunque dice que ha logrado intervenir en ellos siguiendo algunas prácticas que aprendió cuando la acosaban las pesadillas. “Cuando era niña soñaba que mi mamá y mi familia se iban en un auto y me dejaban. Yo corríadetrás, pero nunca me veían.” Después las pesadillas cambiaron, pero seguían ahí, al acecho. “Empecé a leer, a investigar, y hay algunas técnicas sencillas que te permiten, por ejemplo, volar en sueños para que no te toquen o rebobinar y volver a pasar las escenas mejoradas.” Dormida, Mimi es una chica superpoderosa. Despierta, en cambio, es una mujer suave, enamorada de sus hombres y dispuesta a entregarse a ese personaje tanto más femenino que ella que encuentra inspiración ya no sólo en los boleros que cantaba su padre sino en otras cantantes de la misma época y las mismas latitudes. Pasa horas buscando en internet esas voces que no se encuentran en disquerías y hasta se animó a probar la Bossa Nova, un estilo que hasta hace poco la aburría. No tiene nostalgia de haberse despegado del rock –aun cuando todos la encuadran en ese margen– para acercarse a una música que envuelve, en la que siempre hay quien sufre y quien engaña. “Estoy disfrutando lo mío, cuando cantaba con las chicas era muy difícil para mí tener esa postura guerrera. En cambio Mimi Maura es más relajada, es... como una flor. Algo que enamora, así como nos enamoramos nosotros, se enamoran los que están a nuestro alrededor. Y bueno, qué mejor ¡Hagamos el amor!”