RESISTENCIAS
A los diez años, una ceremonia ritual impartió a Viviana Figueroa su nombre quechua: Misky Mayu (Río Dulce). Poco después, episodios familiares, escolares y hasta políticos fueron demostrándole que si quería ejercer derechos, debía conocerlos. Se graduó de abogada y recibió una beca de la ONU. Ahora es una de las líderes de la Juventud Indígena Argentina.
› Por Laura Rosso
Su nombre quechua es Misky Mayu –Río Dulce– y lo recibió en una ceremonia ritual a los 10 años. Dos años más tarde le tocó vivir una situación límite, que la llenó de rabia e impotencia. “Mi hermanita tenía cuatro años cuando se enfermó. Como le dolía la panza, mi abuela fue a la salita y vino una enfermera y le aplicó penicilina. Mi hermana era alérgica y se puso muy mal. Pero la ambulancia nunca llegó y Paola murió en brazos de mi abuela.” A partir de ese momento se juró intentar cambiar esa historia de injusticias. Viviana Figueroa es una mujer de 26 años, abogada, líder del movimiento indígena argentino, activa militante en cuestiones relacionadas con los derechos de los pueblos aborígenes y miembro del Foro Internacional de Mujeres Indígenas. Pero su historia comienza a escribirse en Ocumazo, un pueblo ubicado a 18 kilómetros de Humahuaca, en Jujuy, donde se crió con sus abuelos, autoridades de la comunidad. El vínculo que forjó con su abuelo fue decisivo para que Viviana empezara a participar en las asambleas de su comunidad cuando tenía 8 años. “A mí me caracteriza que soy muy peleadora”, dice, y señala algunos momentos de su infancia y adolescencia que definieron su futuro militante. “Mi primera pelea la tuve con mi maestro de sexto grado. El tema fue, como siempre, la conquista. Mi abuelo siempre me contaba, como le habían contado sus abuelos, que habían arrasado con todo. Mi abuela, que ahora tiene 100 años y está bien guapa y lúcida, fue sometida y esclavizada. Los hacían dormir dos o tres horas, cuidar vacas, sembrar, los maltrataban. Mis abuelos siempre me contaron todo y yo fui teniendo una visión que no era como decían en la escuela. Entonces, cuando el profesor –que era indígena, porque allí la mayoría de la población es indígena– planteó que si no hubiese sido por Colón no estaríamos en la escuela, que gracias al descubrimiento estábamos aprendiendo cosas y dejamos de ser salvajes, yo me enojé muchísimo y terminé en dirección.”
Otro atropello sobrevino durante su adolescencia. “Estaba en tercer año y tenía una colección de 200 piezas petrificadas –algunas muy valiosas arqueológicamente– de todos los viajes que había hecho con mi abuelo a los cerros. La profesora propuso armar un museo paleontológico en la escuela, me pidió mis piedras y yo se las di. Pero nunca hizo ningún museo ni nada, y me dijo que su mamá las había tirado porque era material que no servía. Yo fui a hablar con muchos profesores, con personas conocidas del pueblo, con el intendente. Ella alegaba que yo quería sacarle dinero y pidió mi expulsión del colegio. En definitiva, nadie hizo nada y nunca las recuperé.” Un episodio que tuvo que ver con la propiedad de la tierra dibujó en la vida de su familia la burla de quienes tienen el poder: “En 1987, cuando se inundó Humahuaca, el gobierno le propuso a mi mamá un canje de terrenos, y le hicieron firmar una conformidad. A cambio del terreno fértil que le pertenecía le dieron un lote totalmente improductivo”. Para Viviana, la conclusión se impuso de inmediato: conocer sus derechos para poder ejercerlos. Decidió venirse a Buenos Aires aestudiar Derecho. Al poco tiempo ganó una beca de la ONU de Formación en Derechos Humanos a Líderes Indígenas, viajó a España y a Suiza, y comenzó a compartir experiencias con militantes de otros países. De vuelta en Buenos Aires, fue nombrada ayudante en la Cátedra de Derechos Humanos, que luego incorporó el tema de Derechos Aborígenes. Por estos días, desde la Cátedra, están trabajando en el informe nacional sobre la situación de los pueblos indígenas en la Argentina, sus derechos, políticas públicas y conflictos. Como presidenta de la Juventud Indígena Argentina, Viviana trabaja por la continuidad de la identidad cultural, las formas de vida y las tradiciones indígenas.
–¿Cómo surge el movimiento indígena en la Argentina?
–Surge en la década del ‘70, ‘80, en un contexto latinoamericano e internacional donde los pueblos indígenas empezaron a ganar espacio. El mayor logro de esos tiempos fue que en las reformas constitucionales de los países de toda Latinoamérica se fue incorporando el reconocimiento a los derechos de los pueblos indígenas, salvo Chile que hoy está debatiendo esta incorporación. Además, los pueblos indígenas abrieron las puertas de las Naciones Unidas en 1982, cuando se creó el Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas, que pronto estará sesionando en Ginebra. La participación en este importante foro en 1982 era de 20 líderes indígenas y hoy llega a más de 1500 de todas partes del mundo. Logramos que muchos de los reglamentos que restringían la participación de las organizaciones indígenas fueran modificados y se encontraran otros mecanismos.
–¿Qué características tiene?
–El movimiento indígena en la Argentina, dada la poca población que se autoidentifica como tal, es diverso. No es el caso de los movimientos en otros países donde la población indígena incluso es mayoritaria. En nuestro país no sólo la población es poca sino que la diversidad de pueblos indígenas es muy amplia; hoy se reconoce que hay 24 pueblos indígenas, cada uno de ellos con una historia, visión y estilo de vida propio. Los medios de comunicación hoy son formadores de opinión en la sociedad y de la cuestión indígena sólo han reflejado mayoritariamente que somos pobres, lo que es cierto, no somos ajenos al flagelo de la pobreza, pero tenemos nuestra identidad, nuestra cultura y eso nos hace un país diverso y rico. Lamentablemente esta diversidad no es valorada. Los pueblos indígenas pertenecemos a un pueblo indígena que estuvo antes de la conquista, y mantenemos nuestra forma de organización social, costumbres y visión de las cosas.
–¿Cómo ves a las mujeres indígenas dentro del movimiento indígena y dentro del movimiento de mujeres?
–Las mujeres indígenas en la Argentina no han sido visibilizadas aún, ni siquiera por el movimiento de mujeres. Se acaba de realizar un evento regional de mujeres indígenas en Tucumán, organizado por la Comisión de Mujeres Indígenas desde Argentina Conamira, que viene trabajando en el fortalecimiento de los liderazgos de las mujeres indígenas, pero no existe articulación con el movimiento de mujeres en general. Las mujeres indígenas tenemos nuestra propia visión por nuestra identidad. Hoy el rol de las mujeres indígenas como transmisoras de la cultura es fundamental porque muchos hombres migran en busca de trabajo, quedándose las mujeres a cargo de la familia. Por ejemplo, en mi pueblo, Omaguaca, el rol de la mujer es fundamental, tan así que nuestra máxima reverencia espiritual, la Pachamama,está representada en una mujer con cara de anciana por su sabiduría y con la fortaleza de una joven. Ella es la que nos provee todo lo necesario para seguir manteniendo nuestra vida comunitaria. Tampoco hay diferencia en la designación de autoridades de las comunidades, las más importantes autoridades de comunidades son mujeres. Por eso el rol de las mujeres es fundamental para garantizar esta continuidad de saberes. La mujer es quien mantiene la vestimenta bien típica, es quien se queda en lacomunidad y transmite sus conocimientos. Pero al mismo tiempo, por no cumplir con los estereotipos sociales, son fuertemente discriminadas fuera de sus comunidades, donde su identidad y su cultura no son valoradas sino todo lo contrario. Ahí es donde surgen fuertes problemas. También nos afectan los problemas sociales como la violencia familiar. Uno de los grandes problemas que aqueja principalmente a los hombres indígenas es el alcoholismo.
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