Vie 07.10.2005
las12

RESCATES

La pasión según Olimpia

Olimpia de Gouges, aquella dama protagonista de la Revolución Francesa, autora de la primera “Declaración de los Derechos de la Mujer”, protofeminista desde antes que Mary Wollstonecraft y ejecutada en la guillotina después de haber reclamado el derecho de subir a la tribuna para sus congéneres (que ya tenían derecho al cadalso), acaba de ser recuperada en una coproducción teatral argentino-española que se estrenó ayer.

› Por Moira Soto


“Las mujeres tenemos el derecho de subir a la tribuna, puesto que tenemos el de subir al cadalso.” Acaso cuando formuló, no sin cierto humor negro, esta argumentación, la revolucionaria francesa Olimpia de Gouges (1755-1793) sabía que al defender a ultranza ciertas ideas de auténtica igualdad se estaba jugando la cabeza. Mujer de letras y feminista avant la lettre, capaz de empapelar París con panfletos contra Robespierre invitándolo a ahogarse juntos por la salud de la república, Olimpia fue condenada a la guillotina y ejecutada un funesto 3 de noviembre. La apasionada y atrevida activista que había luchado contra la explotación colonial, la desigualdad contributiva, la esclavitud de los negros y, sobre todo, que había propuesto en 1792 la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, fue suprimida por la cuchilla de Robespierre, frenando por más de dos siglos el reconocimiento y la vigencia de los derechos que exigía Olimpia, y cuya defensa es de suma actualidad.

Ayer se estrenó en el teatro Empire una obra que hace justicia con verdad y belleza a esta figura capital de la historia política de las mujeres: Olimpia, la pasión de existir, estructura dramática en 12 tiempos + La opereta de la cruel Luisette. Es una coproducción argentino-española de Armar Artes Escénicas y el Teatro de las Sorámbulas (con r, de sororidad, hermandad), apoyada, entre otras instituciones, por la Red Magdalena Latina. Se trata de una creación de la directora Margarita Borja, con diálogos de Diana Raznovich, protagonizada por Andrea Isasi, Livia Koppman (asimismo entrenadora vocal y directora de actores) y José María López (también asistente de dirección). La dirección de film digital es de Lidia Milani, la música original al piano de Paula Shocron y la dirección musical de Carlos Cutaia. La dirección de arte, vestuario y caracterizaciones pertenecen a Delia Cancela, y la iluminación a Leandro Bardach.

Las españolas Margarita Borja y Andrea Isasi son feministas, y a mucha honra. Es un verdadero placer para la cronista conversar con dos artistas orgullosas de sus ideas igualitarias, que han pasado a la acción pública para llevarlas a la práctica. Margarita empezó a hacer teatro de manera azarosa: cuando fue a recibir un premio de poesía que se había ganado, el Miguel Hernández nada menos, y se encontró con un amigo que la instó a reunirse para escribir un texto dramático. “A los seis meses me di cuenta de que tenía una obra, Helénica, poemas para el público. La compuse a partir de poemas míos que fui convirtiendo en piezas que entraban dentro de estructuras teatrales: ése es el estilo que me identifica. Mi segundo espectáculo fue Almas y jardines, una performance que hicimos en el Festival de Música Contemporánea de Alicante. El tercero fue una Hécuba, en una isla cerca de mi ciudad. Algo extraordinario, un kilómetro de recorrido que me llevó tres años de preparación. Lo hice con doce actrices porque quise tomar a los principales personajes de Las troyanas y Hécuba. Esta última tragedia de Eurípides me levantaba muchas preguntas e inicié una investigación interesantísima, me encontré con el estudio teórico espléndido de Amalia Valcárcel, El derecho del mal en las mujeres, según el cual la figura de Hécuba debería restaurarse. Trabajé mucho el tema de la ciudadanía desde la mirada de género. Hécuba reclama con gran claridad: si yo he cumplido toda la convención normativa del comportamiento de la época, tengo derecho a que se me reconozca como ciudadana. Me di cuenta de que el primer escalón de la vindicación y la lucha política de las mujeres se da en la Grecia ateniense de esa época. Lo recoge Aristófanes, pero sobre todo Eurípides, que pone en boca de Hécuba tres preguntas básicas: ¿quién me defiende, qué ciudad, qué linaje?”

Entre otras incontables actividades, M.B. es directora fundadora del Teatro de las Sorámbulas y coordina los Encuentros de Mujeres Iberoamericanas en Artes Escénicas, en el Festival de Teatro de Cádiz. Precisamente, Andrea Isasi conoció a Margarita cuando ella le allanó el camino para que presentara su espectáculo Sin en ese festival, en el 2003. Licenciada en la Real Escuela Superior de Arte de Madrid –donde se radicó después de vivir ocho años en Vigo–, Andrea se dedicó intensivamente a su formación de actriz: estuvo en la Siti Company de NY, dirigida por Anne Bogart, y en Gales, con Philip Zarrilli. También cursó con actores de La Abadía, de Madrid. Interesada en el cine, ha hecho asistencias de dirección en varios cortos. Estuvo en una versión de La noche veneciana, de Alfred de Musset, y en un montaje de El Plauto que realizó Rafael Cea, con dramaturgia de Carlos Trías, que fue invitado al festival de Varsovia. En 2003 participó de una puesta de El sueño de una noche de verano, y ese mismo año presentó Sin, “un trabajo muy delicado y valioso”, según Margarita Borja.

Margarita, ¿cómo y por qué Olimpia de Gouges se convierte en protagonista, quizá por primera vez, de una pieza teatral?

La presencia de Olimpia –y todo lo que ella representa para nosotras las mujeres– estaba vinculada a nuestra actividad aún antes de conocerla e investigarla, tal es la actualidad de sus propuestas y su lucha. Mira, la organización de nuestro grupo teatral en los inicios de los ‘90 ocurre en el momento de más empuje del movimiento feminista español, aunque ya a fines de los ‘80 había empezado a entrar algo de feminismo en la política socialista y de izquierdas en general. Así, se crearon instituciones, departamentos de estudios de género en muchas universidades. Ahí comenzamos a tener una información que desconocíamos, a disponer de fondos para organizar congresos, seminarios, encuentros. En el ‘92, al mismo tiempo que estábamos ensayando nuestra primera obra, Helénica, nos manteníamos muy pendientes de todo lo que estaba pasando en Grecia, en la cumbre de mujeres en el poder, donde se pidió la paridad política, que las mujeres llegaran al poder. Entonces, se dio la situación de que las mismas que hacíamos teatro estábamos interviniendo en la vida pública de la ciudad desde muchos lugares. En ese momento, yo pertenecía al consejo de redacción de una revista cultural que había en Alicante, donde publicamos un monográfico, Reflexiones sobre el género, y una de nuestras compañeras sacó la Declaración de los Derechos de la Mujer, y toda una semblanza de Olimpia de Gouges, con todas las referencias bibliográficas que había en esa fecha. Esa fue la primera noticia que tuve de esta extraordinaria mujer, luego me relacioné con las historiadoras que habían tratado este tema y tuvimos un seminario en la universidad. Pero cuando me decidí verdaderamente a montar esta obra, fue cuando vi que se estaba redactando la Carta Magna europea y allí aparecía el tema de la igualdad entre hombres y mujeres como una cuestión insoslayable. Sin embargo, nadie citaba a Olimpia de Gouges y sí a todos los prohombres europeos que ya sabemos que siempre son reconocidos. Fíjate que Olimpia es efectivamente la primera que sistematiza la Declaración de los Derechos de la Mujer, y no Mary Wollstonecraft como se suele creer, porque lo hace un año antes de la Vindicación de la inglesa. Olimpia interviene de manera muy progresista, porque relaciona las distintas formas de la esclavitud con sorprendente claridad. Como sucedió después en los Estados Unidos, durante la Revolución Francesa, las mujeres defendieron a los negros, se consiguió abolir la esclavitud. Pero cuando llegó el momento de los derechos de las mujeres, nadie las apoyó, se dio el mismo fenómeno en los dos lugares.

La verdad es que durante la Revolución Francesa, además de Olimpia, hubo una serie de mujeres de mucho relieve propio, alguna tan discutida y misteriosa como Charlotte Corday.

M.B.:– Sí, fueron muchas las revolucionarias que se destacaron. En el caso de Charlotte, es muy curioso que siempre en el teatro, en el cine se la muestre como la mujer asesina, es una imagen muy incorporada a la mentalidad misógina. Cuando en realidad era un personaje muy complejo y audaz.

También está Théroigne de Méricourt, que es nombrada en tu obra sobre Olimpia. Ciertamente, estas chicas se cambiaban el nombre plebeyo por otro de resonancias aristocráticas, se añadían el “de”.

Sí, y Robespierre y Mirabeau también se pusieron otros nombres, era como la careta que necesitaban para entrar en el mundo de la Corte, donde estaban las influencias. Son infiltrados e infiltradas en el poder, para poder actuar desde adentro.

A vos Andrea, ¿qué te pasó cuando supiste de la existencia y la actuación de Olimpia de Gouges?

La primera reacción fue de rabia por toda la información que se nos ha negado con respecto a la historia de las mujeres. Porque todas estudiamos la Revolución Francesa en el Instituto, y nadie nos dijo nunca nada respecto de Olimpia de Gouges. Tuve el deseo, la necesidad de indagar sobre ella, leí la biografía que escribió Oliva Blanco, muy completa, que contiene textos de la propia Olimpia. Al conocer las bases políticas que ella planteaba me quedé alucinada, porque son las mismas sobre las que ahora todavía se está construyendo la igualdad. Una progresista increíble, de mucha avanzada. Aun hoy, cuando estamos haciendo las funciones, se me acentúa la conciencia de quién fue esta mujer.

¿Cómo asumiste la idea de interpretarla en escena?

A.I.: –Desde que apareció este proyecto, me superó el deseo de encarnarla porque sabía el tipo de trabajo que Marga proponía, partiendo de esa base teórica que ella tiene, porque en esta pieza está todo absolutamente fundamentado. Marga era la persona ideal para dirigir este proyecto, por su condición de poeta, feminista, promotora cultural... La considero maestra mía a la hora de abordar este personaje, de defenderlo con los mejores recursos, que es lo que se merece.

M.B.: –Pero también Andrea trajo lo suyo: ella ha estado en Galicia, muy joven, presente en manifestaciones donde se hicieron performances políticas en las plazas públicas. Es decir, que tiene esas experiencias inscriptas en el cuerpo. Reconocí en Andrea la misma vinculación que tengo con mi hija, que también ha estado desde niña en todo el movimiento vindicativo que hemos hecho, y después se ha hecho especialista en sociología de género y de políticas sociales. Por eso, a mí me resultó muy familiar lo que contó Andrea en relación a su madre y las amigas de su madre, cómo formaban un grupo e iban a la plaza, igual que nosotras en Alicante. Esto hacía de ella, en mi opinión, una actriz con un compromiso ideológico ideal para habitar el personaje, que es lo que Andrea ha logrado.

A.I.: –Bueno, mi madre estuvo aquí hace una semana y justamente hablábamos de esos temas. Sí, estuve en una red feminista, hice acciones políticas vinculadas al arte porque era mi manera de expresarme. Entonces, imagínate, cuando conozco a Olimpia de Gouges y este proyecto, se une mi compromiso con mi profesión, mi feminismo con mis exigencias artísticas, de una manera increíble. Y ahora que está todo en marcha, cada vez aprecio más el privilegio que es poder hacer a Olimpia, es impresionante el placer que me produce toda esta conjunción de cosas. Me acuerdo cuando decía: no sé si hacer teatro o ir a Bolivia a ayudar a las mujeres que no tienen nada... Con Olimpia he podido darle cauce a esta dualidad de la inquietud política y social, y la artística. En las poquitas funciones con público que hubo hasta hoy, he recibido comentarios que me han hecho pensar que lo que hago sirve de algo, ésa es una sensación magnífica. Porque creo que lo bueno de esta obra es que va más allá de lo bonito de tal o cual aspecto, porque toda su belleza formal y sus contenidos sirven para despertar algo más profundo en el público.

Olimpia, la pasión de existir es una de esas obras de las que se puede pensar que ayudan, en su escala, a cambiar el mundo. Del espectáculo se desprende una mística sin duda a las convicciones personales tan fuertes de ustedes. Rara vez en el teatro, aunque se trate de una buena puesta, de buenas actuaciones, se da este grado de compromiso que aquí trasciende.

M.B.: –Es que para mí es como un espejo indispensable, me siento muy identificada, muy reflejada en las situaciones que ella atraviesa. Incluso en el episodio de la Comédie Française: soy muy consciente de que si yo no hubiese sido mujer, mi proceso como autora y directora en España habría sido otro. Entonces, en la respuesta que ella le da a Fleury me identifico completamente, hasta en la ironía tácita: “Sacad provecho de la lección que voy a daros. Se encuentran fácilmente hombres de vuestra calaña, pero hacen falta siglos para que surja una mujer de mi temple”. Es decir, ella sale del lugar de la queja para ir al lugar de la vindicación. Me gusta mucho esa escena, que ha escrito tan bien Diana Raznovich, donde Olimpia se prepara para ser líder, un tema sobre el que yo he teorizado muchas veces, pero que necesitaba una resolución escénica muy potente desde los diálogos. Nosotras, en los inicios de los ’90, tuvimos que hacer ese análisis cuando nos dimos de que con la rabia que teníamos no bastaba, que nos daban con la puerta en las narices. En ese momento empecé a pensar que teníamos que ser hijas de Antonio Machado, el poeta que habla de la rabia y de la idea. El dice que la rabia sin la idea no es nada, es algo que se evapora. Pero la rabia puede ser el motor para poner en marcha todo aquello que la idea está mascullando. Creo que la obra, siguiendo la travesía de Olimpia, refleja todos los momentos por los que nosotras hemos pasado generacionalmente. La escena en que la dueña y Olimpia hablan, resume parte de nuestra historia reciente en que nos hemos ido convenciendo de a dos: alguna te ha abierto los ojos a ti, y a la vez tú se los vas a abrir a la siguiente... Esto de hablar de dos en dos y empezar la revolución desde el núcleo más personal y más íntimo creo que es lo que ha llevado al feminismo a extenderse internacionalmente, más allá de las acciones públicas, de esa manera tan fuerte y a la vez aparentemente imperceptible.

¿Cómo se incorpora Diana Raznovich a la escritura de esta pieza?

M.B.: –Construí toda la estructura de manera abierta, porque siempre parto de materiales que se completan en el montaje, un proceso que me va sugiriendo otras posibilidades. A Diana le pedí que hiciera las partes dialogadas porque carezco de esa técnica, ya que mi formación ha sido muy dentro del campo de la música, estuve muchos años como galerista de arte, he escrito poesía... Al rescatar a Olimpia como protagonista de la escena pensé que una figura así requería aportes muy compartidos, porque le concierne a mucha gente su lucha política. Y la verdad es que he tenido contribuciones extraordinarias por parte de todos los integrantes del equipo. Lidia Milani como realizadora de video, Delia Cancela como vestuarista...

Los trajes son de una belleza exquisita dentro de su estilización, de una expresividad y una síntesis raras de encontrar.

M.B.: –En todos mis espectáculos siempre he encargado el vestuario a gente que está en el ámbito de las artes plásticas, me interesa que el volumen de la escultura esté en el escenario. También me ha encantado la escenografía que diseñó Leandro Bardach porque ha interpretado a la perfección lo que yo proponía en el guión inicial: que las imágenes filmadas estuvieran en el espacio escénico como un actor más, que se movieran. En La opereta de la cruel Luisette, la suntuosidad del vestuario de los diputados que están cenando contrasta con la forma en que hablan de la guillotina, como si fuera un beneficio para la humanidad. Eso no lo inventé yo, escribí el diálogo basándome en un documento de la época.

Tampoco inventaste lo que se dice en la escena con Robespierre.

–Esas palabras de Olimpia las sacamos de textos de ella, donde dice que la cabeza del rey no servirá para nada, que más vale utilizarla. Creo que ella en su genial lucidez prevé que el rey, que ya ha sido llevado a firmar la Constitución por los girondinos, puede ser un garante primeramente de que Austria no invada Francia, y luego ponerse al servicio del Estado. Olimpia, como tantas otras mujeres de la época, está en contra de la pena de muerte, advierte que habrá otro baño de sangre. Que ocurre, claro. Ella hace propuestas concretas de igualdad en lo laboral también. Se pregunta: si hay un teatro nacional gerenciado por hombres y casi todos los papeles los hacen actores ¿por qué no un teatro nacional de mujeres? También propone que haya una guardia femenina y otras conquistas igualitarias.

Andrea, una vez que aceptás la propuesta de Marga ¿cuáles son los pasos que te llevan a encarnar –nunca más apropiada la expresión– y a dar voz a Olimpia?

A.I.: –Como te decía, primero me dejé sorprender por su biografía, luego leí la dramaturgia que hizo Marga, las escenas dialogadas. Empecé a trabajar con Livia Koppman partiendo de cosas muy esenciales, por ejemplo, trabajar los ritmos de Olimpia. Se trata de una mujer que nació en el campo y que decide venir a París después de enviudar, aprende a leer y a escribir sobre la marcha, tiene esta capacidad tan grande de visionaria, estas ideas políticas tan nítidas que pone en piezas de teatro, en artículos. ¿Cómo es ser de esta manera? Porque una persona con características tan especiales tiene un ritmo mental muy suyo, muy determinado, algo a lo que yo necesitaba llegar para realmente habitarla, que no fuera el cliché de la revolucionaria. Y en ese habitarla, darle matices humanos que por supuesto los tenía, como ese sentido del humor que es otra forma de su gran inteligencia. Fue duro en un principio. Era una gran responsabilidad: Olimpia estaba ahí y poco a poco se iba acercando. Y teníamos nuestras luchas ¿no? Fue muy importante el trabajo de la voz que hicimos con Livia porque con esto de crear en escena este cuerpo extracotidiano, Olimpia en mí, surge la necesidad de que no suene como una Andrea cotidiana. Con el trabajo de la voz se llegó a la esencia de cómo era habitar este personaje. Con qué intensidad, templanza, ritmo, respiración ella decía ciertas cosas. Entonces, íbamos encontrando conexiones que iban construyendo poco a poco, como granitos de arena, un cuerpo físico con sus vibraciones, sus sonidos. Como la obra abarca la vida entera de Olimpia, es muy fuerte lo que me exige como actriz, cada momento crucial tiene todo un recorrido en sí mismo. Por ejemplo, ella lleva ya tres años intentando promover asambleas, clubes, otras acciones, y en nosotras hacemos zoom en la escena en que se encuentra con Robespierre, y tengo que trasmitir algo del sedimento que ella lleva, porque para contarlo todo tendríamos que hacer una obra de ocho horas... Eso se logra con un trabajo previo profundo y complejo, además de la base técnica. Porque yo soy un batiburrillo de pensamientos, un volcán en ebullición cuando leo a Olimpia por primera vez: me emociono mucho, ella expresa mis ideas. De pronto es impresionante cuando todo eso que está en tu cabeza o que intuyes, te llega organizado en un texto. En tu cuerpo también se organiza, se amuebla todo mucho mejor. Llegas a un punto donde encuentras esa tranquilidad, donde tus poros empiezan a comprenden, más allá de todo lo cerebral. Una vez que Livia y yo estábamos en marcha y ya contaba con esos pequeños hallazgos para ir desarrollando el personaje, apareció José María López y creo que entre los tres se creó una dinámica de trabajo muy interesante, en la cual nos hemos apoyado mucho.

M.B.: –Claro, porque Livia y José María ya trabajaron juntos en el espectáculo 3 1/2, actualmente en cartel. Para mí ha sido una maravilla encontrarme con ellos porque reconozco las huellas de lo que yo he bebido en teatro: la influencia de Lecoq, Grotowski, Mnouchkine... Son actores creadores, con una panoplia de posibilidades de abordar los personajes muy rica. En el proceso de montaje pasaron cosas sorprendentes, como lo de la escena del cadalso, cuando Olimpia va subiendo la escalera, que filmamos sin música. Yo le había pedido a Carlos Cutaia, que es un músico estupendo y que maneja muy bien el espacio electroacústico, que a partir de la improvisación que hizo Paula Shocron al piano creara un ámbito sonoro para esa subida. Cuando hacemos el montaje de la imagen y la música, los tiempos coincidían exactamente, como si Andrea hubiera dado los pasos con la música puesta.

¿Son representables en la actualidad las obras teatrales de Olimpia, que escribió sin estar preparada, por pura prepotencia de trabajo?

M.B.: –Su pieza sobre la esclavitud de los negros, Zomoar y Mirza, es muy de la época, con mensaje moral bien evidente. Pero hay que considerar que Olimpia carecía de formación, se las arregló sola como pudo. Ella lo dice en el momento del acto político: los escritores tienen correctores, otros apoyos. Sin embargo, tenía mucha autocrítica, y reivindicaba el occitano, que se hablaba en la región donde nació, como lengua materna. Fíjate que ella dice: “Nací con un carácter apasionado y un corazón demasiado sensible que me han arrastrado demasiado lejos y que me han perjudicado mucho... Recibí de la naturaleza mucho valor y bastante entendimiento, a la par que una excesiva vehemencia que se excita con demasiada frecuencia por las injusticias de los malvados, y que sólo puedo vencer a fuerza de reflexión. No caigo en el ridículo gracias al conocimiento que tengo de mis defectos, y de los de todos los hombres. Pero voy más lejos que ellos pues me atrevo a confesarlos”. Otra pieza de ella, Le couvent ou les votes forcés, se refiere a las mujeres que por un motivo u otro era obligadas a entrar en el convento. Pero sin duda lo que tiene más interés dentro de su obra son sus artículos de debate, porque es una espléndida polemista, todo lo que argumenta está cargado de razones. Además, esa audacia de empapelar París en contra de Robespierre, pidiendo que no se corte la cabeza al rey. Esta es una acción muy contemporánea. Ella interpela al poder, hace las preguntas pertinentes. Intenta despertar a las mujeres: “Sois ciegas”, les dice. Y a los hombres: “¿Sois capaces de ser justos? ¿Quién os ha dado el poder de oprimir al otro sexo que tiene las mismas capacidades que vosotros?”. Comparo a Hécuba con Olimpia, me sirve de continuidad en mi trabajo. Creo que también Hécuba hace las preguntas oportunas en el momento justo. Las personas que han sido capaces de esto nos han dado una llave que no teníamos antes.

A.I.: –A mí ella me parece admirable en su sacrificio de vida, porque está convencida de que lo hace va a servir en el futuro.

M.B.: –Fíjate la frase que encontró Livia Koppman investigando sobre Olimpia y que la pinta de cuerpo entero: “Por los servicios que he ofrecido a la patria, el pueblo y la libertad, es de humanidad que mi pena de muerte me inmortalice”. Ella sabía perfectamente que iba a trascender, que su sacrificio no sería en vano.

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