Vie 21.10.2005
las12

RESISTENCIAS

Movimientos hacia afuera

Yo no fui es el nombre de un libro de poesías escritas por mujeres presas en la Unidad 31 de Ezeiza, pero también del Primer Festival de Poesía que realizaron allí mismo el viernes de la semana pasada. Aquí, algunas instantáneas.

› Por Soledad Vallejos

“Yo no fui es luchar por hacer realidad la afirmación de que es posible que una mujer, leyendo como mujer, lea literatura escrita por mujeres. Escribir y leer como mujer y aunar ese movimiento en uno como presa, pero no como tumbera, porque no está muerto quien resiste y ofrece desde el primer momento esta última palabra al otro, porque el sentido de una obra no puede hacerse solo.” Eso dice la poeta y latinista Leonor Silvestri al promediar la charla sobre poesía y política. Empieza a caer el sol y han pasado casi las cinco horas convenidas para “Yo no fui”, el Primer Festival de Poesía en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Extrañamente apiñados en un mismo sector del gimnasio iluminado por un sol de primavera, escuchan autoridades del Servicio Penitenciario, maestras del jardín de infantes que funciona allí mismo, en la Unidad 31, y guardiacárceles. Un poco más allá, la poeta Juana Bignozzi comparte un banco de madera con algunas de las mujeres que participan del taller de lectura, análisis y producción de textos de este Centro Federal de Detención de Mujeres que, desde hace tres años, la poeta María Medrano lleva adelante cada viernes.

En esa diferencia entre tumbera y presa, entre la invisibilidad de un espacio que las señala por apellido y causa (antes que por nombre) y la visibilidad de un texto propio resignificado en la lectura ante un público, hay un movimiento que termina de cerrarse para comenzar a abrir. Si, como dice Silvestri, “el sentido de una obra no puede hacerse solo”, el sentido de haber trabajado y trabajar en torno a (con, en) la poesía desde la cárcel no podía terminar de afirmarse como gesto político sin esta jornada en la que mujeres presas y poetas (hombres y mujeres) generan una experiencia al compartir sus palabras.

–Renovar vínculos, intentar motivar, actuar, ayudar a tejer lazos es lo que estamos haciendo en este festival de poesía y en el taller de poesía ahora.

Eso dice quien elige llamarse Laura Ross, una de las tres presas (Silvia Elena Machado y Betty Pastra, también un seudónimo, sus compañeras de cárcel) que, junto con Martín de Souza (docente de un taller de poesía que funciona en el Hospital Borda) y Silvestri interviene en la charla “Poesía y Política”. Restan apenas unos minutos para la última mesa de lecturas (las chicas esperan, ansiosas, que llegue el turno de Juana Bignozzi; ella, coqueta, dirá: “me toca cerrar, espero que eso motive la benevolencia de escucharme” y leerá textos inéditos), y la jornada ha sido intensa.

El Festival va a comenzar. Una de las participantes del taller elige no dar su nombre ni leer sus textos; prefiere, en cambio, oficiar de maestra de ceremonias que guíe a lo largo del día. Lleva un discurso breve, que en el comienzo remeda las intervenciones de los actos escolares: “autoridades del Servicio Penitenciario, autoridades de la Secretaría de Cultura, poetas, personal de la Unidad 31, internas”. No quiere más espacio que el otorgado por delegación del grupo. Lee, mira al público.

–Cuando nos sentamos a pensar la presentación del festival, discutíamos qué decir o qué no. Nos quedamos con una definición de Juana Bignozzi: la que habla de la función social de la poesía. Para señalar una continuidad necesaria, el festival lleva el mismo nombre del libro que, subsidio del Instituto Goethe mediante, fue publicado hace algunos meses para dar a conocer algunos textos nacidos en ese taller (producido conjuntamente por la Casa de la Poesía, dependiente de la Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura del Gobierno de la Ciudad, el Servicio Penitenciario Federal y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación). “Yo no fui”, título pero también lema, se replica por las paredes del gimnasio convertido en salón literario. La negación, desde carteles pintados con aerosol rojo y negro, se convierte en afirmación radical: “Yo no fui” puede venir seguido de “despersonalizada”, “callada”, “lobotomizada”, “desmemoriada”, “excluida”, “silenciada”, “tumbera”. “Poesía”, en cambio, asoma desde un collage de cartulinas de colores, y alrededor de ella flotan otras cosas: “expresión”, “haiku”, “cultura”, “paz”, “grupo”.

Para entrar, hay que prometer no incitar a la fuga. Ir “sobrio, aseado, adecuadamente vestido” y “guardar corrección en el trato con el personal penitenciario y con terceros”. Atravesar varias puertas con sus respectivas alarmas, y hacer como quien no ve las rejas, o por lo menos no fotografiarlas en detalle. En este mundo de pabellones de paredes rosadas y espacios verdes sin árboles, las internas pueden elegir entre dos tipos de actividades: “los talleres productivos” (“manualidades, osos peluche, panadería, repostería”, enumera la voz institucional), y los otros que, a fuerza de insistencia, son nombrados como “actividades culturales”. Anna Magdalena Kliszcz dice que ella no está en ninguno de los talleres productivos.

–Desde que entré, hice el de castellano. Ahora voy al de guitarra, hace poco empecé a venir al de poesía. Es que era difícil: hasta hace un año y cuatro meses no sabía nada de castellano. Todas las extranjeras tenemos que tomar clases de castellano, porque puede darte problemitas estar mucho tiempo sin comunicarte con nadie. Además, si no vas a algún taller, no tenés puntaje, no te dan la transitoria, no te dan la condicional.

Sólo un acento indefinible recuerda que esta rubia de 22 años nació en Lublín, una ciudad del oeste de Polonia, y que todos los días habla veinte minutos por teléfono en su idioma natal (“son muy locos los míos, me llaman todos los días, los extraño”). Hace un año y cuatro meses aceptó hacer un viaje repentino, relámpago, a Buenos Aires, a pedido del dueño del bar español en que era camarera: tenía que buscar unos papeles de algún trámite. En el aeropuerto, cuando quiso regresar a Barcelona, fue detenida: en el portafolio que, le aseguraron, contenía certificados y comprobantes de trámites, había droga. “Cuando me lo dijeron, quedé dura, mirando todo... al principio ni lloré. No sabía qué podía pasar conmigo. Lo peor fue cuando tuve que avisar a mi familia. Lo pude hacer recién después de dos semanas, tenía tanta vergüenza. Estaba esperando saber qué me iba a pasar, en el primer lugar donde estuve detenida miraba todo: quería encontrar algo con qué matarme, pero no tenés nada a mano para eso. Después,vi a alguien que se había matado, y pensé ‘no, un suicidio no, es un asco. Si me mato, que nunca me vean así’”. Antes, en Polonia, estudiaba periodismo, trabajó algún tiempo en relaciones públicas. Ahora dice que, cuando salga en libertad, muy probablemente vuelva a su país y se emplee en la compañía de teléfonos.

–Nunca antes había tenido relación con la poesía. Al taller empecé a venir en marzo de este año, a escribir recién en septiembre. No siento presión por leer ahora en el festival, tampoco por escribir, no reviso mis textos, los escribo y listo. No siento obligación, porque si sentís eso te sale mierda. María siempre nos da ejercicios, y así como me sale lo dejo. El otro día dijo: “cierren los ojos y escuchen los ruidos, después escriban sobre eso”. Acá todo el día escuchás ruido de aviones, el aeropuerto está cerca, y me molesta, me da bronca, pienso que cerca está el aeropuerto y yo muriendo acá adentro.

Llega la hora: alguien llama a Anna para avisarle que está por empezar la lectura que compartirá con Claudia Prado, Carlos Battilana y Romina Ferrari (otra de sus compañeras). Ella lee: “es el único, el más poderoso/ es el rey de mis oídos/ si fuera sorda también lo escucharía/ ¿no es así?/ lo que más nos molesta/ más escuchamos./ Estoy cansada, de noche no duermo/ tan cerca del maldito aeropuerto/ tan lejos de todos mis deseos./ Cuando salga de aquí no me lo llevo/ lo abandono todo, esto, nada me dejo/ hoy sigo soñando ser la reina de los vuelos”. Luego, también: “vigentes colores claro/ Pero no azul/ Pantalones rosados y remeras verdes/ contraste con los cuerpos blancos/ enfermedades/ Todas por los nervios/ pero nos ayudan y nos dejan solas”. Frente a ella, en los bancos de madera larguísimos, una comprensión, una afirmación, un pequeño estremecimiento sacude a algunas de sus compañeras. Anna sigue: “Tenemos beneficios-todas, cada una/ igual pastilla/ Para las que lloran y para las que no duermen/ Para las salvajes y para las tranquilas./ ¿Las lágrimas? prohibidas./ Nosotras somos fuertes, somos valientes/ Vestidas en colores de arco iris/ Pero no azul/ Casi vacaciones, casi paraíso/ un poco tristes por azul perdido./ ¿Con qué se marca el luto si tampoco/ existe el negro?”. Sus compañeras aplauden, una se pone de pie.

Es la ocasión perfecta: la maestra de ceremonias anuncia que en los próximos días verá la luz fanzín31, la revista que se financiará con contribuciones recibidas a cambio de Yo no fui (“el libro no se puede vender, porque el nuestro no es un taller productivo, pero hubo gente que quiso darnos un bono contribución a cambio de un ejemplar”, explica María Medrano), se imprimirá en Eloísa Cartonera y se distribuirá en cárceles. “En la Unidad 3 y la Unidad 31 seguro –continúa María–, y la idea es después llegar hasta el Complejo 1 de Devoto, queremos que circule por dentro del sistema penitenciario pero también por afuera. El primer número tiene poemas de las chicas, una entrevista que le hicieron a Diana Bellessi cuando fue a visitarlas al taller, una reseña de un libro que leyeron (porque está bueno que hagan lecturas y puedan ir escribiendo sobre lo que leen), una columna que siempre va a escribir alguien de afuera (no necesariamente de las chicas del taller que hayan salido, sino también de otras personas que hayan tenido experiencia de cárcel y que estén afuera).” Durante la apertura del festival, la tallerista-maestra de ceremonias había adelantado algo: “Necesitamos ayuda concreta, una computadora y una impresora para poder continuar después del primer número el fanzín31”. Tal vez esa ayuda llegue. A tres años de comenzada la experiencia del taller, la biblioteca de las chicas del taller recibirá un aporte sustancioso: la Dirección General del Libro prometió 300 libros.

“En esta instancia, donde se nos borran las palabras, en que lo ajeno es habitual, donde el agua de la memoria tiene pozos y no es natural un abrazo ni la relación con el dinero ni con el cuerpo, ya tener un libro en la mano es político. Conversar sobre lo leído es compartir nuevos discursos, y acceder a otros escritores es poder estar afuera por un rato.” En algún lugar, en medio de esas palabras (filosas, precisas, leídas de un manuscrito corregido y recorregido, preciosas como piedras brillantes), una cierta emoción interviene en la voz de Laura Ross y ella se impone un breve silencio para reconstruirse. Alrededor de cincuenta personas esperan.

Frente a la mesa desde la que lee Laura, un público de compañeras de cárcel la mira, la espera, finalmente comienza a aplaudir. Laura las detiene gentil, firme, respira y termina de leer lo que ha preparado.

–Gracias por este movimiento hacia afuera.£

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