RESISTENCIAS
Desde Bolivia y Paraguay, y desde distintas regiones de la Argentina, las mujeres campesinas fueron llegando a una granja en las afueras de Santa Fe donde todavía es posible ver cómo la emergencia de las últimas inundaciones se convirtió en paisaje cotidiano. El tema que las reunía fue la soberanía alimentaria, una manera de nombrar las estrategias que cada una pone en juego para que la tierra no “se planche” a fuerza de soja y siga dando de comer a quienes la trabajan.
› Por Silvia Marchant
Sin contaminantes en la tierra, ni en nuestros cuerpos. Queremos semillas sanas. Queremos ser semillas sanas y procrear seres sanos”, fue una de las consignas que flameó en el primer Encuentro Latinoamericano de Mujeres Urbanas y Rurales por la Soberanía Alimentaria, realizado en Santa Fe. Allí, mujeres de Paraguay, Bolivia y de varias regiones de la Argentina socializaron experiencias de lucha para combatir la contaminación ambiental y debatieron sobre el derecho de cada nación a desarrollar su propia capacidad para producir alimentos, respetando la diversidad cultural y rechazando la acción de empresas multinacionales que explotan y contaminan los recursos naturales en América latina. El lugar elegido para la reunión fue la Granja Agroecológica La Verdecita, ubicada a menos de media hora de la terminal de ómnibus de Santa Fe. Un sitio que estuvo fuertemente vigilado por móviles policiales que incluso ingresaron al predio con la excusa de brindar seguridad, que nunca fue pedida por las mujeres.
Antes de llegar al predio se puede ver un barrio de chapas de plástico construido con donaciones de la Cruz Roja de Alemania para los afectados por las inundaciones y donde viven todavía familias enteras. La calle de tierra continúa, atrás queda el barrio, y aparece el predio de La Verdecita, donde el desayuno aguardaba a las mujeres. Las mesas, al aire libre y adornadas con flores silvestres, ofrecían alimento natural. Paola Escobar, de la organización Maquipura de Santiago del Estero, invitaba a probar harina de algarroba para endulzar el mate cocido con leche. “Mi idea es rescatar los alimentos de nuestras culturas ancestrales, que los tenemos en el bosque y que en la actualidad se han perdido.” Paola se dedica en su provincia, junto a un grupo de artesanos, a recolectar conocimientos ancestrales.
“Pensamos que de la tierra viene todo y hay que respetarla. Por eso, hay que evitar la contaminación. Es algo que siempre las comunidades originarias hemos planteado. Todos somos un conjunto y si algo falla, todos nos veremos afectados. Nosotras venimos luchando por nuestros recursos desde hace muchos años y hemos sido perseguidas, tenemos muchos compañeros muertos”, cuenta Martha Soto de la organización boliviana “Las Bartolinas”. Bartolina Sisa fue una de las heroínas de los pueblos originarios de Bolivia que luchó, a fines de 1781, en reclamo por los derechos de los aborígenes. Su valor la llevó, junto a su pueblo, a cercar la ciudad de La Paz por más de cien días y cuando los colonizadores la atraparon, se desquitaron descuartizándola. Su nombre no integra la larga lista de próceres de la educación formal de ese país. Pero su ejemplo de lucha y de vida son hoy reproducidos por su pueblo y por “Las Bartolinas”, como se autodenominan las integrantes de la Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia.
Después del desayuno, el pasto se llenó de grupos de mujeres, de alrededor de 40 organizaciones, que debatían en los diferentes talleres sobre cómo sostener una alimentación natural libre de transgénicos y agrotóxicos, utilizados por corporaciones que contaminan la tierra, los cultivos, el agua, el aire y a las poblaciones. Un ejemplo de ello son las plantaciones de soja, que fue uno de los principales temas del encuentro.
¿Cómo armar un trabajo conjunto entre mujeres urbanas y rurales por una soberanía alimentaria? Recuperar la sabiduría de nuestros ancestros sobre las plantas medicinales, informarse sobre el proceso de producción de los alimentos, apostar a la producción orgánica, difundir los avances de las corporaciones sobre el mercado de cultivos, realizar acciones para que la sociedad tome conciencia de la problemática, entre otras, fueron las respuestas que se escucharon en la reunión.
El Centro de Estudios Políticos y Sociales sobre Género (Cepgen), el Sindicato de Amas de Casa de esa provincia y la Red Interbarrial de Mujeres de la Ciudad de Santa Fe, encargadas de organizar el encuentro producido el 28, 29 y 30 de octubre, proyectan instalar en La Verdecita una cooperativa de trabajo donde elaborarán escobas, ladrillos, energía ecológica, medicina natural, alimentos naturales, entre otros productos. Ya tienen las máquinas y un salón multiusos a medio terminar, hecho por ellas, con los ladrillos que fabrican. Por ahora, están batallando en la Justicia contra unos productores que cultivan soja al lado de la granja y que atenta contra el proyecto orgánico de las mujeres.
Ema Carabajal, de intensa mirada, voz suave y baja, cuenta que lleva años de reclamos para evitar el desalojo de un predio en el paraje Colonia Siegel, al sur de la capital de Santiago del Estero. “Como si fuera poco, al problema de la tierra también se suma el del agua, los animales se mueren de sed.” Ema integra la organización Central Campesina Tincunacu (que en quechua quiere decir encuentro) y tramita ante la Justicia el título de propiedad comunitaria, junto a 15 familias de la zona, porque “no tenemos alambrados, los animales pueden andar por todo el campo y los identificamos porque cada familia los marca de una forma diferente”.
Para Gabriela Sánchez nada cambió en esa provincia. Ella es santiagueña, es obstetra e integra el Servicio de Educadores Populares y Desarrollo (Sepid) donde trabaja con los campesinos de la zona. Es joven y transparente. “Yo siempre tuve muy claro qué hacer. En el gobierno de los Juárez yo estaba desocupada porque me rehusaba a ser una de las mujeres de la Nina. Musa Azar me tenía en su lista y yo me daba cuenta de que me seguían y que me habían pinchado el teléfono.”
“No creo en las jerarquías, por lo que sólo si los campesinos consideran solicitar mi conocimiento, yo contribuyo –arroja Gabriela–. Hacemos grandes rondas sentados donde todos somos iguales, allí hablamos sobre temas de género tanto de mujeres como de hombres. Además abogo por el parto humanizado, por lo que no podría trabajar en una clínica con los partos tradicionales.”
Sofía Gatica perdió a su hija que nació con una malformación. Con los años comenzó a detectar que muchas personas en su barrio morían por diferentes tipos de cáncer. Así formó, con otras mujeres, la organización Madres de Ituzaingó. Ituzaingó es un barrio ubicado a 7 kilómetros de la capital de Córdoba, que quedó rodeado por plantaciones de soja que en forma continua son rociadas por lluvias de agrotóxicos que son desplazadas por el aire y llegan a la población. “Hay 200 personas con cáncer en el barrio y el gobierno no nos da respuestas. Hay familias donde todos tienen tumores. Es gravísimo –dispara Sofía–. Para conseguir medicamentos tenemos que cortar la ruta. La gente tiene una bomba de tiempo dentro de su cuerpo.”
La desesperación llevó a María Acosta, de la Red de Organizaciones Sociales de Paraguay, a encadenarse hace más de una semana en la sede del Ministerio de Acción Social de Asunción para que escuchen sus reclamos; entre ellos, pedía viviendas para las personas que fueron desplazadas de sus tierras debido a la construcción de la represa hidroeléctrica binacional (Argentina-Paraguay) de Yacyretá, sobre el río Paraná.
Desde Gualeguay, Entre Ríos, se acercaron dos mujeres de la organización Ecoguay para denunciar los impactos que produce la actividad del frigorífico de aves Soychu, de esa zona, que “despide olores nauseabundos y tóxicos que ocasionan numerosos casos de cáncer, malformaciones en recién nacidos y problemas de piel”. Según María García, el frigorífico no tiene tratamiento de efluentes y los desechos se desplazan por una zanja a cielo abierto hacia el río Gualeguay.
Las mujeres de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas de Paraguay (Conamuri) denunciaron que en su país la militarización nacional y estadounidense hace casi imposible continuar con sus reclamos. Una forma de decirle sí a la soberanía alimentaria por parte de Conamuri es impulsar la medicina natural, a través de plantaciones de cultivos que curan enfermedades sin necesidad de consumir medicamentos. Hubo mujeres con historias de exilio que, al regresar a la Argentina después de la dictadura, decidieron volcarse al campo, a la tierra, como forma de escarbar en sus propias historias y plantar nuevas semillas. “En los ’70, la lucha era cambiar el mundo. Ahora es defenderlo para que nuestras generaciones tengan un mundo donde vivir”, señala una de mujer de Rosario.
Las historias no cesaban y, convertidas en semillas, quedaron sembradas en La Verdecita con la consigna de luchar para cosechar soluciones. Al llegar el momento de la ceremonia de la tierra, las mujeres se vistieron de blanco y armaron un gran círculo dentro del que quedaron “Las Bartolinas” con sus vestidos y sus largas trenzas azabaches. Ellas realizaron el ritual de la Pachamama que culminó con la denuncia hecha baguala de Eduarda: “Compañeros bolivianos/ somos todos productores/ hemos trabajado siempre/ pero somos todos pobres”. Luego, todas las mujeres caminaron alrededor del campo para intercambiar energías con la tierra, mientras el horizonte abrazaba a un sol que durante el día se había encargado de colorear decenas de mejillas. La noche, iluminada por el fogón, trajo chacareras y huaynos. Más tarde, los cuerpos de las mujeres se movieron al son de la música de Buena Vista Social Club hasta que el frío las obligó a sumergirse dentro de las bolsas de dormir. Al día siguiente decidieron que el próximo encuentro será en el 2006 en Paraguay. Nila Romero, de “Las Bartolinas”, definió que “lo importante es que comenzamos a escribir una historia”.
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