MUJERES REFUGIADAS
Las que no pueden volver
Ayer fue el Día del Refugiado, instituido por Naciones Unidas para poner en primer plano la problemática de más de 50 millones de personas que no pueden volver a sus países de origen. Este año, ACNUR lo dedicó a las mujeres refugiadas, las más débiles entre los débiles.
› Por Sandra Russo
Qué es un refugiado? Alguien que se encuentra fuera de su país de origen por causa de fundados temores de persecución debido a su raza, religión, nacionalidad, grupo social o ideas políticas. ¿Qué es una refugiada? Alguien que a todos esos motivos de persecución debe sumarle otro, el de su condición femenina, lo cual la hace vulnerable incluso entre otros refugiados. Hace muy poco tiempo que la persecución por género fue incluida entre los motivos que le dan validez al status de refugiado, y acaso por eso la oficina de las Naciones Unidas que se ocupa específicamente de esta problemática, el ACNUR, decidió dedicar este 20 de junio, Día del Refugiado, a las mujeres.
Las Naciones Unidas se pusieron de acuerdo sobre qué es un refugiado en 1951. Desde entonces, los acontecimientos mundiales no han hecho más que actualizar, año tras año, la necesidad de implementar un marco institucional e internacional que facilite amparo y protección para los millones de hombres y mujeres que cada día son expulsados de sus países de origen por el miedo. En 2000, la Asamblea General de la ONU decidió establecer el 20 de junio (ya era el Día del Refugiado Africano) como el Día del Refugiado, una formalidad, si se quiere, pero que permite que en los medios de todo el mundo se publiquen notas como ésta, en las que se pueden leer historias, cifras, datos sobre esta problemática que durante el resto del año pocas veces gana el espacio necesario. El espíritu de este Día de... es subrayar y alentar el anhelo de superación y la resistencia de aquellos que por diversas coyunturas políticas, religiosas o culturales han debido abandonar sus países de origen, lo que significa, en cada una de las historias particulares, abandonar sus lazos de sangre, sus paisajes, sus vínculos afectivos, sus hábitos cotidianos, sus pertenencias, su lenguaje, sus ritos, sus proyectos vitales.
La actual definición de refugiado no incluye aún la cuestión de género per se. Pero la fuerza de los hechos llega a los laberintos de las burocracias internacionales con toda su contundencia. El género, aquí, se refiere, según los documentos del ACNUR, a “la relación entre hombres y mujeres basada en roles definidos socialmente y que son asignados a uno u otro sexo”. En lo que respecta a la “persecución por motivos de género”, se alude a situaciones de violencia sexual, familiar, planificación familiar coercitiva (un eufemismo por violación conyugal), mutilación genital femenina y “castigo excesivo por la transgresión de normas sociales o por homosexualidad”. El ruido que hace al oído la palabra “excesivo” ligada a la palabra “castigo” se debe a una cuestión sumamente delicada que la ONU ha debido sortear y deberá seguir haciéndolo, toda vez que sea acusada de transgredir el relativismo cultural. Es decir, de pretender imponer un criterio supracultural en países en los que siguen vigentes prácticas aberrantes como la de la ablación del clítoris o la mutilación genital femenina.
En 1993, el Comité Ejecutivo del ACNUR reconoció oficialmente que las mujeres “podían sufrir un tipo de persecución distinta de los varones”. Este reconocimiento llegó un año después de que 20 mil mujeres musulmanasfueran violadas en Bosnia sólo durante 1992. La Guerra de los Balcanes hizo visible el hecho ancestral e incontrastable de que en muchos conflictos bélicos se recurre a la agresión sexual contra las mujeres como una forma sistemática de hostigamiento. El cuerpo femenino se constituye en territorio de lucha, en botín de guerra, en rehén, y su violación actúa como una metáfora de la violación de la nacionalidad de esa mujer, de la de su etnia, su raza, su religión, su filiación política.
“La persecución a través de la violencia sexual constituye no sólo una violación de los derechos humanos sino también una grave infracción a la ley internacional humanitaria y una seria ofensa contra la dignidad humana”, declaró el Comité. A partir de entonces, se decidió apoyar a quienes solicitaron refugio esgrimiendo temor por persecuciones relacionadas con el género. La violencia contra las mujeres es entendida en tres aspectos fundamentales, aunque no se agota en ellos: la violencia física, sexual o psicológica que ocurre dentro de una familia; la violencia física, sexual o psicológica que ocurre dentro de una comunidad; la violencia física, sexual o psicológica ejercida o aceptada por un Estado.
Con respecto a aquellos países que invocan el relativismo cultural para apañar prácticas atroces, el ACNUR admite que cada sociedad “tiene el derecho de entender las costumbres en forma diferente”, pero se apoya en la Declaración para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres (1994), en la que se considera que el abuso y el sufrimiento no pueden excusarse en costumbres ancestrales: el texto alude a la mutilación genital mediante la cual algunas culturas evitan el placer femenino, la ablación del clítoris que en sus peores versiones incluye además la costura vaginal y los castigos por adulterio u homosexualidad que en ciertos países incluyen la lapidación.
Más allá de las persecuciones por su condición de mujeres, son efectivamente mujeres y niños el 80 por ciento de los 50 millones de refugiados actualmente en todo el mundo. Una de esas miles de historias es la de Ange, una niña ruandesa que en 1994, mientras se llevaba a cabo el genocidio de 800 mil personas en su país, fue enviada por su padre, y junto a su hermano, hacia la frontera con Zaire. “No quiero verlos morir frente a mis ojos. Con suerte, alguno de nosotros sobrevivirá”, les dijo. Un par de años después Ange pudo volver a su pueblo ruandés, Gitarama, y se enteró de que su padre y sus otros cinco hermanos habían sido asesinados. Ange había sobrevivido en Zaire en un campo de refugiados. Pero estos campos, lejos de ser un oasis, muchas veces encubren otro tipo de peligros para las mujeres. Y es que las mujeres corren peligro durante la huida, mientras reciben refugio y aun cuando logran ser repatriadas.
En los campos, las mujeres son más vulnerables que los hombres. Si están solas, son viudas, ancianas o adolescentes, el riesgo aumenta. Son ellas las que deben alimentar a los niños u organizar las comidas, pero el reparto de alimentos queda en manos masculinas. Hace muy poco tiempo que los cargamentos humanitarios incluyen, por ejemplo, toallas higiénicas. Si las mujeres han sufrido o sufren abusos de algún tipo antes o durante su permanencia en el campo, eran intimidadas para hacer la denuncia porque sus interlocutores eran varones y no estaban preparados para tratar una problemática tan delicada. Todos estos errores están empezando a ser subsanados lentamente. En Ruanda, hace unos años se lleva a cabo un programa para mujeres que promueve su independencia económica, la prevención del abuso sexual y la reintegración a la sociedad de origen. Finalizado el conflicto, las mujeres son capacitadas para el cuidado primario de la salud, el trabajo rural, la realización de artesanías y la comprensión de su propia situación y sus propias posibilidades.
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