Vie 21.06.2002
las12

POLITICA

Disentir y tolerar

Cristina Fernández de Kirchner es, todo el mundo lo sabe, mucho más que la esposa del gobernador de Santa Cruz. Peronista disidente, ha protagonizado fervorosos debates en contra de las posturas de un partido al que pertenece y en el que debe, dice, tolerar muchas cosas que no le gustan, pero del que no va a irse “para no perder mi identidad”.

› Por Marta Dillon

Un golpe de tacos sobre el pasillo de granito del segundo piso del Senado de la Nación anuncia su llegada. Enfundada completamente en pana rojo fuego, la senadora empuja las puertas como si hubiera alguna resistencia del otro lado y se sienta frente al enorme escritorio flanqueado por las banderas argentina y santacruceña. Pequeñas esferas de rimmel en la punta de sus pestañas hacen lento el parpadeo de los ojos que así se ven más grandes. Nada de primeros planos, advierte esta mujer que se refiere a su marido, el gobernador de Santa Cruz, por el apellido que comparten. “Soy Cristina Fernández de Kirchner y nunca se me ocurrió que me llamen de otro modo. Hace 27 años que vivo con ese hombre, tuvimos dos hijos y siempre militamos juntos. Yo no hago política porque esté casada con él, lo conocí haciendo política y somos de la generación de los setenta, cuando el matrimonio era algo más que la libreta de casamiento, los hijos y la casa. Era también tener objetivos comunes, convicciones parecidas o casi iguales y hasta gustos similares.” Una y otra vez la senadora disidente del Partido Justicialista se referirá a su pertenencia generacional como si fuera una carta de presentación. “Porque la experiencia política –dice– no se aprende en los libros.” Su mayor capital, entonces, es haber sido “protagonista y contemporánea de los hechos” y es por eso que también le duele la caída estrepitosa de algunos “cuadros irrepetibles” como Chacho Alvarez. Pero, ¿por qué mencionarlo ahora cuando hace meses que está exiliado de la política? Tal vez porque Cristina Fernández de Kirchner integra desde hace unas semanas un flamante grupo de ocho senadores justicialistas y disidentes –entre ellos el riojano Jorge Yoma, el entrerriano Jorge Busti y la puntana Liliana Negre de Alonso. Eso sí, entre el Grupo de los 8 que fuera la plataforma de lanzamiento del liderazgo de Alvarez y éste sólo hay una coincidencia numérica.
–Pero estamos decididos a echar a uno o a incorporar a otro. Y no, no hay ningún paralelo posible, éste es sólo un espacio de tolerancia mutua en el que se puede disentir. No somos un bloque ni un sub-bloque, pero necesitábamos crear un espacio en el que se pueda decir no. Ya nos veníamos tanteando desde la Ley antigoteo e hizo eclosión con la derogación de la Ley de Subversión Económica que fue un leading case absoluto. Por el nivel de presión y porque a los radicales se les cayó la máscara cuando sentamos a Lázaro Chiape en la banca. El era la construcción, de parte de los dos partidos, del chivo expiatorio perfecto: un remoto senador, de un remoto partido provincial y de una provincia siempre sospechada de escándalo y corrupción, era perfecto señalarlo como responsable de que se derogara la ley. Cuando él se sienta rompe la coartada y el radicalismo del doble discurso, la indignación pour la galerie y el acuerdo en el despacho privado.
–¿Usted es de las que está dispuesta a dejar su banca para que en las próximas elecciones se revaliden todos los mandatos?
–Yo presenté mi propio proyecto hace dos o tres meses atrás para modificar la ley de acefalía. Estoy proponiendo que en la nueva elección presidencial se renueve todo, diputados y senadores ¿por qué no dejar la banca? Yo me siento absolutamente representativa pero por eso no voy a decir me quedo y que vayan los demás a elecciones, me parece que la revalidación y relegitimización nos alcanza a todos, incluso a los que tenemos un porcentaje de votos de más del 60 por ciento, como es mi caso.
–La modificación de la ley de acefalía también fue propuesta por Raúl Alfonsín.
–El proyecto de Alfonsín es absolutamente casuístico, no se puede patentizar una situación absolutamente coyuntural y convertirla en ley. ¿Cómo vamos a hablar de tres instancias de acefalía? Lo que yo propongo es una adecuación de la ley de acefalía a la reforma constitucional de 1994 que plantea la elección directa de la primera magistratura. Además introduje la renovación de ambas cámaras. El argumento es simple, sencillo y fácilmente entendible, si renuncian el presidente y el vice, es que ha habido una crisis institucional de envergadura, nadie pierde un presidente y un vicepresidente en el camino por accidente o naturalmente.
–En definitiva, sigue pidiendo elecciones.
–Sí, sí –es una afirmación sin ninguna pasión–. Venimos pidiendo elecciones desde diciembre, claro que ahora al proceso electoral lo veo complicado, tal vez caótico. Creo que ya no lo va a decidir ni siquiera la dirigencia política. Ese es el problema de la Argentina, los hombres políticos ya no conducen los hechos, es al revés, los hechos conducen la política. Pero en este país, lamentablemente, nos acostumbramos a convivir con el absurdo. Quienes fueron electos hace dos o tres años ya no gobiernan y gobierna quien perdió las elecciones. Esto en cualquier país serio del mundo le reventaría la cabeza al más ilustrado, y acá lo vemos como algo natural. Estos comportamientos son los que abonan cualquier aventura que quiera intentarse en el país.
–¿Como leyó la desmentida de la embajada de Estados Unidos sobre el interés de ésta en probables elecciones anticipadas?
–Esas desmentidas suelen ser las afirmaciones más rotundas y más contundentes. Es algo natural que Estados Unidos se preocupe por las elecciones porque seguramente quieran tratar con quien tenga una perspectiva de cuatro años en adelante y que además cuente con un plan más o menos coherente para hacer frente a lo que se viene. Este gobierno carece de legitimidad de origen y de ideas. Por eso es fácil prever que no habrá acuerdo con el Fondo (Monetario Internacional), porque no hay interlocutor, porque se quiere escarmentar el default y para que la Argentina sea el espejo en el que Brasil se mire.
–Justo en el momento en que va a elecciones.
–Sí, y es un proceso interesante. No sólo por su papel geopolítico sino por el tipo de construcción que ha hecho el PT en Brasil. Después de todo Lula va a ser por cuarta vez candidato a presidente. Es interesante ver si es posible una construcción de carácter estratégico y sin la ansiedad que caracteriza a los sectores medios argentinos, donde todo es para ayer o para mañana. Digo sectores medios, universitarios, entre los que me incluyo. Tenemos esa visión de que la historia empieza cuando nosotros llegamos y se termina exactamente cuando nos vamos y no es así. Pero ese aprendizaje ya lo hice en los años ‘70, así que no tengo ese drama actualmente.
–¿Le gustaría ver un triunfo de Lula en Brasil?
–Sería un cimbronazo fuerte para América latina, sobre todo porque ha venido ganando, de (Vicente) Fox, en México, para acá, una reafirmación del neoconservadurismo. Y hay un dato muy fuerte en torno de Lula que pasó inadvertido: la alianza que hizo con el partido liberal, para mí fue muy fuerte.–¿Por qué?
–Primero porque se ve una fuerte decisión de Lula de acceder al poder. Y también muestra un rasgo de lucidez de la burguesía brasileña digno de ser imitado por los idiotas de acá. Esta burguesía prebendaria que no tuvo ni siquiera rol de burguesía en nuestra historia.
–Pero que jugó fuerte y en alianza con el gobierno de Carlos Menem.
–Sí, pero sin riesgo, porque nunca identificaron sus intereses con los del país. Creyeron que a ellos les podía ir bien mientras al país le iba horrible, algo que no pasó ni en Brasil ni en Chile.
–¿Dónde se ve ubicada de frente a las próximas elecciones, sean cuando fueren?
–Si hay reglas claras y transparentes, dentro del peronismo. Y eso quiere decir elecciones abiertas, simultáneas y obligatorias no sólo para los partidos si no para todos los ciudadanos. Estoy convencida de la necesidad de garantizar la participación ciudadana en la decisión de las candidaturas. Y eso tiene una lógica. Hay obligación de votar por presidente, diputados y senadores, y se obliga a votar entre candidaturas que muchas veces son simplemente producto de las burocracias partidarias y tampoco tienen que ver con la sociedad. Esto va a permitir una mayor oxigenación y funcionalidad al sistema. Porque además la República Argentina no podría soportar como la francesa un cuarenta por ciento de abstencionismo. Sería un caos.
–De todos modos, las internas parecen sobre todo una necesidad del PJ.
–No, la necesidad es que el ciudadano se comprometa: si un ciudadano es partidario del centroderecha puede votar, por ejemplo en el PJ por Reutemann o Menem, pero si no gana ninguno, votará a López Murphy en otro partido, pero siguiendo sus convicciones. Y todos los partidos tendrían que someterse a esto, aun los que tienen candidatura única.
–Habiendo cosechado tantas diferencias con su partido, ¿nunca pensó en dejar el PJ?
–¿Por qué irme del PJ? Yo siempre pienso en la parábola del Chacho que fundó un partido en el cual él era el que hacía y deshacía, todos pensaban parecido a él, tiraban para el mismo lado. Esto fue bueno y hasta le permitió ganar una elección, pero en el país no vivían sólo los que pensaban como él y en las instituciones no estaban solamente los que pensaban como él. Finalmente terminó topándose con el menemismo y lo tumbaron en el Senado. No parece fundar un partido en el que todos piensan más o menos igual y renunciar a mi identidad. Estar en un lugar donde todos pensamos igual y yo soy la que dirijo puede ser fácil pero eso no es el país ni la política, eso es el ideal.
–¿Y la política no tiene que ver con los ideales?
–Sí, la política tiene que ver con las convicciones. Pero tenés que vivir en un mundo de realidades y poder transformar esa realidad, si no pasa a ser un acto de terapia personal. La política en la que yo cada vez soy más coherente, cada vez hablo más lindo pero cada vez transformo menos y represento menos a los que quiero representar, termina en un acto de terapia, para mí la política es posibilidad de transformación.
–Puede intuirse en su respuesta alguna referencia a otra mujer política, ¿usted coincide con los que hablan de la feminización de la política?
–Creo que las mujeres ganamos terreno por nuestra particular mirada. Yo me siento identificada con muchos compañeros en las cosas que pensamos y queremos para el país, pero en la forma de actuar nosotras somos más frontales, menos trenceras, más inflexibles. Qué sé yo por qué. Tal vez sea deformación o clichés que nos imponen a las mujeres. Algo debe haber. Pero ojo, no soy feminista.
–¿Por qué hace esa salvedad?
–Porque no pienso que la solución de los problemas del país tengan que ver con una cuestión de género. Qué sé yo, me molesta eso de atrás yadelante, eso que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, eso lo odio. Me gusta estar al lado, será por lo de Mario Benedetti, eso de en la calle codo a codo...
–Tampoco ése es un postulado del feminismo.
–Bueno, pero formo parte de la generación de los setenta que tenía otros planteos. Puede ser que esté estructurada, pero nunca me sentí feminista.
–¿Y nunca padeció el machismo?
–Sí, acá, en el Senado. Sobre todo el Senado de 1995 que no tiene nada que ver con el que tenemos ahora, con un tercio perfecto de mujeres.
–¿Fue un alivio entonces la Ley de Cupos?
–Y sí, eso flexibilizó mucho una institución como ésta, muy cerrada, muy machista, muy anacrónica, en definitiva. En general los hombres se bancan menos las diferencias cuando las plantea una mujer. Sobre todo cuando tenemos mejores razones que ellos, las mejores razones de una mujer molestan mucho más que las de un hombre. Pero eso no me convierte en feminista, al contrario. No les concedo ser feminista porque después te estigmatizan por eso.

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