RESISTENCIAS
Al pensar en los ‘70, ¿es posible poner en contacto el movimiento feminista y la actuación de mujeres en organizaciones armadas? A partir de esa pregunta, un grupo de historiadoras especializadas en género compiló una Historia, género y política en los ‘70, un libro virtual desde el cual (re)encontrarse con un pasado no tan silencioso.
› Por Soledad Vallejos
Lucha, militancia, violencia, guerrilla, sexualidad, vida cotidiana, años setenta. En el último tiempo (especialmente en los últimos dos años, pero con más intensidad en los últimos meses), esas palabras (re)comenzaron a poblar discursos, representaciones, investigaciones y charlas, a veces, con la naturalidad del anatomista que disecciona un objeto inerte para nombrar sus partes. Otras veces se da cierta competencia, y el anatomista debe pelear con un colega en el campo de los discursos científicos para establecer límites, definiciones, bautismos. En cualquier caso, hay en medio de tanto debate un silencio notorio: la brecha que se abre cuando es preciso enlazar esas palabras del comienzo con los cuerpos, las representaciones y las palabras de mujeres de actuación política. Mejor dicho, la que visibiliza que es posible pisar ese territorio (tan aludido, y a punto de cristalizar, aun cuando haya debates pendientes) atendiendo a una mirada, una marca, una especificidad que –de momento– le es negada. De comenzar a revertir esa no-mirada (de entonces, y de ahora hacia entonces) se encarga Historia, género y política en los ‘70, un libro virtual que recoge los trabajos presentados el año pasado durante las Jornadas organizadas desde el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) por un grupo de historiadoras especializadas en ver la época desde el género. Es en esas páginas (a las que puede accederse ingresando al sitio de Feminaria: www.feminaria.com.ar/colecciones/temascontemporaneos) que la articulación arroja nuevas posibilidades (otras combinaciones: el feminismo entendido como lucha política –aunque no necesariamente partidaria–, la actuación femenina en las estructuras partidarias y en las organizaciones) y abona otros ejes, como los que fueron compilados por Andrea Andújar, Débora D’Antonio, Nora Domínguez, Karin Grammático, Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita, María Inés Rodríguez y Alejandra Vassallo para armar el libro virtual: Lucha y militancia, Relatos e imágenes de la violencia, Sexualidad y vida cotidiana, Testimonios (de la/s militancia/s).
Fernanda Gil Lozano: –En general, meterse con estos temas cuesta más, sobre todo en un aspecto tan sensible como los años ‘70. Cuesta mucho meterse en el feminismo entendiéndolo como un aspecto político más. Siempre aparece como un adorno, una nota de color, pero no se le da la categoría de lucha política. Por eso nos parecía importante reunir el material.
Este año en particular se publicaron textos que tendían a visibilizar la actuación política de mujeres en los ‘70 y los años previos, como el libro sobre Lili Mazaferro y la biografía de Norma Arrostito, pero en los dos casos el rescate es desde una perspectiva épica masculina.
F.G.L.: –Yo creo que, en realidad, el de Arrostito marca algunas cosas pero no profundiza: muestra cómo todos la tratan de puta, por ejemplo. Pero son cosas que pasan siempre, falta elaborar desde otro lugar, pero por lo menos ahora sí hay presencia de mujeres. Lo que pasa también es quees ridículo hacer una historia desde una perspectiva de género sin una historia de las mujeres previa, es necesario reconstruir eso. El problema está en hasta qué punto, o de qué manera, esa clase de narrativas históricas despierta las preguntas que vas a contestar: en las organizaciones, ¿cuántas mujeres hubo que se divorciaron y estuvieron en cargos de mando o en cuadros intermedios?, o ¿hasta qué punto el divorcio se tradujo en una sanción hacia ellas por parte de la organización?, ¿y qué pasaba con los hombres?
Andrea Andújar: –Esos son temas interesantes, pero es preciso rastrillar un poco más.
Especialmente debe costar hacerlo a nivel de los testimonios.
F.G.L.: –Pero porque ellas mismas invisibilizan. Vos tenés que hacer muchas preguntas para que las mujeres que te dan testimonio te empiecen a hablar. Es difícil, como dice Andrea, rastrear a las madres, el linaje de lucha de esas mujeres, porque ellas enseguida se asocian con el padre sindicalista, con el padre que militó acá, allá... Cuesta encontrar de dónde vienen: cuál fue el modelo de mujer que miraron. Y eso todavía podemos verlo hoy día en las mujeres políticas, que demuestran cuánto cuesta ir hacia otro tipo de administración del poder.
A partir de las investigaciones que compilaron, ¿cuáles serían sus conclusiones provisorias sobre el feminismo argentino y latinoamericano de los ‘70 y sobre la participación de las mujeres en las organizaciones partidarias?
F.G.L.: –Tal vez mi opinión sea distinta de las de Andrea y Alejandra, pero para mí las feministas eran tan pocas como las y los integrantes de cualquier grupo radicalizado de los ‘70. Lo que pasa es que la importancia y el foco se pusieron sobre los otros grupos, y no en ellas. Eran poco políticas, pero tan poco políticas como los demás grupos también, aunque tal vez los otros después evolucionaron en otro sentido. Pero sí hay algo que es un signo de la época: la no posibilidad de negociación o consensuación de nada. Cosas como que se rompieran amistades de 20 años simplemente porque en una asamblea uno decía una cosa y otro otra, pero es una característica de la época, hay que verlo en ese contexto. Quiero decir, hay que entender lo político en ese sentido también; para mí la política es conversación, comunicación, y creo que en ese concierto ellas no fueron menos que el resto. Sí, quizá, fueron criticadas por todos, porque el suyo era un lugar de convergencia de la crítica: les pegaron por derecha, por izquierda, por el costado, les pegaron de todos lados, pero no creo que haya sido algo menor.
A.A.: –Yo sostengo que no tenían, ni cualitativa ni cuantitativamente, la misma virulencia que otras organizaciones, pero creo que es importante señalar una trayectoria que se hizo desde entonces: lo que antes se exigía como reivindicación hoy se plantea como un derecho. El cambio de palabra no es anodino ni casual. En los ‘70 se bregaba por transformar un Estado, por lograr otra cosa; en los ‘80 se brega por un reconocimiento que antes no se tenía, y es que el Estado es necesario, que este Estado es posible, que a este Estado se lo puede mejorar. Eso nos enlaza con una discusión de ciudadanía que, en muchas ocasiones, nos termina dando finalmente una concepción del poder y una concepción de quién lo produce, quién lo reproduce... Hace 30 años era altamente cuestionado, pero hoy no cuestionás la existencia del Estado: el problema es que ya no existe el Estado de bienestar, o ver qué debe hacer el Estado para favorecer las condiciones de las mujeres. Y ese cambio de palabra y de reclamo se amplifica: hay que preguntarse cómo funciona todo esto políticamente, a sabiendas de que organismos como el BID, el Banco Mundial, etc., tienen programas de género. Así como hay múltiples feminismos, hay que preguntarse qué pasa con este feminismo que se construye posdictadura, que finalmente –de una u otra manera– son reciclables, aceptables para el poder, y con una lógica que les es propia, no necesariamente con la lógica de quienes lo construyeron.
Alejandra Vassallo: –Desde mi punto de vista, creo que es importante destacar que el de las feministas es el primer grupo construido políticamente que se pone a trabajar políticamente con los homosexuales, es el único que recoge el guante de una posición diversa e igualitaria. Es más, los primeros compañeros varones que salen a volantear por el aborto gratuito y legal en los hospitales públicos son los compañeros del Frente de Liberación Homosexual. Hoy eso nos asombra, pero es que lo que se había logrado entre el ‘70 y el ‘75 hoy nos queda lejos. En 1975, que la ONU declaró Año Internacional de la Mujer, diversas organizaciones feministas argentinas (Unión Feminista Argentina, Organización Feminista Argentina, Movimiento Feminista Popular, Asociación para la Mujer Argentina), se habían congregado en el Frente de Lucha por la Mujer y habían consensuado un programa de 11 puntos... y hoy muchos de esos puntos todavía no se han logrado.
¿Cuáles eran esos 11 puntos?
A.V.: –Algunos reclamos que todavía hoy se sostienen y otros que nos parecen asombrosos: salario para el trabajo doméstico; iguales oportunidades de acceso a la educación, la formación técnica y el empleo; reforma y cumplimiento de la legislación sobre guarderías infantiles; anulación de la legislación que prohibía la difusión y el uso de anticonceptivos; aborto legal y gratuito realizado en hospitales públicos; creación de una agencia gubernamental para controlar el cumplimiento de la legislación contra la trata de blancas; inclusión de los artículos sobre protección de la maternidad en el sistema de seguridad social; potestad y tenencia compartidas; no discriminación de madres solteras y protección a sus hijos; derogación de la ley que obligaba a la mujer a seguir al marido al domicilio que él fijara; divorcio absoluto a petición de las partes. Ese programa incluía pedidos tanto del feminismo de la diferencia como del feminismo de la igualdad, y es el primer momento en que convergen todos los grupos que, en otros casos, se enfrentan, no se enfrentan, trabajan solas, trabajan en conjunto para cosas muy puntuales, se pelean por odios personales... en fin, un montón de cosas que también les están pasando a todos los otros grupos políticos. Viendo eso, que pasó hace 30 años, la pregunta es cómo se sostiene una construcción.
F.G.L.: –De todas maneras, hay que atender al contexto internacional de entonces. En el ‘75, cuando Isabelita convoca a una reunión porque la ONU declaró el Año Internacional de la Mujer, a las integrantes del FLM no las dejaron entrar. Isabel siempre tenía una política muy conservadora, y por la cuestión de los anticonceptivos también había saltado López Rega. Todos los temas de salud reproductiva están ligados a temas de política de Estado, ése fue y es uno de los problemas. Acá siempre se dice que gobernar es poblar, esto se dijo en el siglo XIX, pero sigue siendo efectivo en el XX: se dice que la Patagonia está vacía, y parece que nos iría mucho mejor si se llena de gente, no entiendo cuál es la fantasía pero sí hay un imaginario que responde a eso. Entonces, lógicamente, cualquier cosa que tenga que ver con planificación familiar, salud reproductiva, el nombre que quieras ponerle, al estar ligado a una política poblacional de Estado les quita el derecho a las responsables de esas políticas que, en todo caso, son las mujeres. Todo eso te anula como interlocutora. Entonces, con Isabel el tema fluye en torno de la planificación familiar, y eso repercute en el congreso que organiza el gobierno.
A.V.: –Porque es a raíz de ese congreso que se arma toda la movida que desemboca en el programa de 11 puntos.
F.G.L.: –Por otro lado, muchas investigaciones llaman a los ‘70 la “década perdida”, porque se supone que de los planteos de ese momento iba a salir un avance, una plataforma, pero hay algo previamente muy importante: nadie encuentra lo que no busca. Y por entonces el género todavía no estaba instalado como categoría, se va a instalar recién en los 80. En Latinoamérica, a partir de los ‘80 hubo que remontar muchas cosas,empezando por la recuperación de los espacios democráticos. Y ahí es donde aparece el género, la historia de las mujeres...
A veces pareciera que todo ese movimiento quedó trunco, que desde el feminismo se gestaba algo que no llegó a ser.
A.V.: –Pero sí hay un corolario de eso. Muchas de las militantes de las organizaciones armadas y no terminan, en los ‘80, con el regreso de la democracia y muchas de ellas volviendo del exilio, terminan militando dentro del feminismo, o dentro de lo que es el género. Muchas de ellas hacen un camino ligado al feminismo, y en muchos casos preguntas: ¿y en los ‘70 qué pasaba? Y te dicen: “Nosotras no sabíamos”, como si no tuvieran idea de que existía ese movimiento feminista. La llegada a ese campo la cifran en el regreso a la democracia. Entonces, se puede pensar que esa cosa quedó trunca, pero que después volvió.
A.A.: –Es complicado a veces pensar cómo eso coagula en una construcción política, pero queda una experiencia, un aprendizaje. De lo que se trata, en vistas de lo que pasó y de la actualidad, es de cómo llegar a constituirse en una organización capaz de discutir en los espacios públicos el tema del poder, que es de lo que estamos hablando finalmente.
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