CONSUMO
Existen pocos trabajos que se hayan dedicado a investigar el modo en que las mujeres consumen drogas legales e ilegales, cuánto influye la dependencia afectiva y económica en este consumo y cómo condiciona la relación con los hijos, que casi siempre están a cargo de la madre. Uno de esos pocos es el que desarrolló la socióloga Clara Camarotti, del Instituto Gino Germani.
› Por Sandra Chaher
¿Por qué te fuiste a Brasil?
–Porque me divorcié y estaba tan delgada, consumía tanta cocaína, que le pedí por favor a mi ex marido “loco, en Buenos Aires me voy a morir, y soy la madre de tu única hija, sacame de acá”, y me da un pasaje a Brasil.
–¿El consumía también?
–Sí, sí, a full.
–Ah, claro que me dijiste que él te enseñó.
–Me enseñó a tomar y me enseñó a vender.
Quien responde es una mujer de 42 años, usuaria de drogas por vía endovenosa. Las preguntas las hizo Ana Clara Camarotti, una socióloga que integra el equipo de investigación de Ana Lía Kornblit en el Instituto Gino Germani, y que está innovando en algo que hacía mucha falta en Argentina: el análisis del consumo de drogas con perspectiva de género.
No hay mucha gente en el ámbito académico ni en el Estado o las ONG que investigue el consumo de drogas legales e ilegales. Pero con perspectiva de género, prácticamente no había nada antes de estos primeros intentos de Ana Clara. Sólo algunas incursiones aisladas en Rosario que no llegaron a sistematizar un estudio que dé un panorama de las diferencias de consumo entre mujeres y varones teniendo en cuenta las condiciones socioculturales que los atraviesan. Camarotti hizo hasta la fecha dos trabajos en los que aplica esta perspectiva: Implicancias de los modelos de supresión del uso y de reducción de daños en relación con la salud de los usuarios de drogas, sobre usuarios de drogas por vía endovenosa en Ciudad de Buenos Aires y Conurbano, y Representaciones sociales de los jóvenes de la Ciudad de Buenos Aires acerca del consumo recreativo de drogas.
El primero es parte de su tesis de doctorado como becaria del Conicet y se trata de casi 250 entrevistas realizadas entre el 2001 y el 2005 (algunos testimonios aún se están recolectando y los que aparecen en esta nota son parte de ese trabajo) a usuarios de drogas por vía inyectable internados en comunidades terapéuticas o adscriptos a algún programa de reducción de daños. Y el segundo está hecho junto a Ana Lía Kornblit, fue realizado entre el 2003 y el 2004 y acaba de ser publicado.
“Si bien el de usuarios endovenosos todavía no terminé de analizarlo desde una perspectiva de género, hay algunas cosas que ya van apareciendo. Una es la clara influencia de la pareja: el estereotipo es una mujer cuidada por un varón que le dice cuándo, cuánto, cómo y en qué momento de la relación pueden consumir. Quizá al principio les decían que siguieran inhalando la droga mientras ellos se picaban, pero llega un momento en que ellas insisten o ellos habilitan. Estamos hablando siempre de cocaína, que es lo que se inyecta la mayoría de los usuarios endovenosos hoy en Argentina. Aunque es cierto que muchos están dejando porque la cocaína viene muy mala y aun con altas dosis no logran los efectos esperados.”
“Fue mi marido el que me inyectó la primera vez. A mí se me aceleraba mucho el corazón, me ponía muy nerviosa, entonces él sabía cuánto inyectarme, por eso que después que falleció no quise inyectarme más. Porque él siempre me cuidaba a mí, sabía cuándo me hacía mal o cuándo no. Después que falleció no tenía confianza con otra gente, por ahí me inyectaban de más y nadie me iba a ayudar, me aceleraba mucho el corazón, se me inflaba todo acá (marca el cuello), él me notaba, me conocía, entonces no me quería dar más, porque me ponía muy nerviosa, entraba a hacer de todo. Por ahí quería hacer todo junto, por ahí no quería hacer nada” (Elsa, 46 años).
“Otra cosa que aparece es que la mujer no se involucra mucho en el circuito de compra, el que lo hace es el varón –continúa Camarotti–. Sin embargo, sí aparece un patrón relativamente habitual que es el de prostituirse para conseguir droga para los dos.”
“Yo practiqué siempre sexo oral nada más, solamente sexo oral por diez pesos, que es lo que valía la bolsita, que era todo lo que yo necesitaba, de una bolsita sacaba dos ganchos, uno para mi novio y uno para mí. En cuanto bajaba del mambo salía otra vez a la esquina, a hacer el mismo yeite, a levantar otro auto, a practicar sexo oral que me llevaba cinco minutos o menos, si el tipo estaba bien dispuesto menos, y eran diez manguitos y caminaba dos cuadras y compraba, hacía dos cuadras para atrás, entraba a la casa de mi novio que vivía solo, que vive solo, y nos picábamos” (Alicia, 42 años).
“No hay discriminación entre los usuarios por ser mujer. La discriminación pasa por los que se pican. Por eso los pinchetos les ocultan la verdad incluso a sus parejas. Y si el tipo se pica, se resiste a habilitárselo a la mujer para que no la discriminen. Cuando la mujer no se inyecta o tiene un rango de consumo más bajo que el varón, se les adjudica el estigma de protectoras. Pero si sucede a la inversa, es terrible, los tipos las superestigmatizan. Sin embargo, ellas no lo notan, lo niegan, pero después aparece en el discurso vinculado a otros temas. Y donde sí hay una clara censura hacia la mujer usuaria de drogas es en relación con los hijos. Corren con el estigma de abandonarlos, cosa que no se les adjudica a los varones. Ellas se sienten culpables y muchas hacen cosas como habilitar a los hijos y decirles ‘si me ves mal, cerrá la puerta de calle para que no vaya a comprar’. El hijo les tiene que poner límites. Esto cuando viven todos juntos, porque hay muchos casos en que los chicos viven con los abuelos, sobre todo entre los consumidores más jóvenes, porque los abuelos directamente se los quitan.”
“Yo llegué a darme vuelta más de cinco veces, me he tomado tres o cuatro gramos, incluso una vez me inyecté tanto, me mandé tanta merca, que me di vuelta y mi abuela me sentó en el inodoro y digo ‘¿qué pasa, qué pasó?’, y me veo el brazo chorreando, todo chorreado ¿viste? Como que había pasado un rato, y la jeringa en el piso y la nena llorando eso fue terrible y ahí me echaron de mi casa” (Lisa, 33 años).
Finalmente, otra de las observaciones de Camarotti es también aplicable a las mujeres que consumen drogas recreativas, particularmente éxtasis: “A las mujeres nos socializaron para que nuestras conductas sean menos riesgosas que las de los varones. Esto explica por qué en la investigación sobre usuarios de drogas endovenosas las mujeres representan un 20% del total, mientras que son el 40% entre las consumidoras de drogas recreativas. La cocaína, y más el uso por vía inyectable, está totalmente fuera de la ley; el éxtasis, en cambio, si bien está prohibido, tuvo muy buena prensa: se dijo que era menos adictivo y menos riesgoso. Esto en parte es cierto: hay pocos casos de adicción conocidos, pero sí produce alteraciones, genera un ‘descontrol controlado’”.
La valoración positiva del éxtasis determina una de las características de género del consumo: que las mujeres sean más entre los consumidores de drogas recreativas, que entre las consumidoras de drogas por vía endovenosa, es adjudicable, según Camarotti, a una característica de las fiestas rave, que es la aceptación de la diversidad, pero fundamentalmente al “aura de legalidad” que rodea a las drogas recreativas. Aunque sean ilegales, “es una práctica visible, nadie se asombra de ver en los boliches a la gente con la botella de agua, un indicador de que se tomaron el bicho. Y las mujeres en general preferimos mantenernos en la legalidad. Es la misma razón por la cual somos consumidoras más asiduas de psicofármacos que los varones”.
Otro de los resultados de Representaciones sociales de los jóvenes de la Ciudad de Buenos Aires acerca del consumo recreativo de drogas fue que las mujeres eran más jóvenes que los varones entre los entrevistados. Había un 9% de mujeres menores de 18 años contra un 2% de varones de la misma edad. La interpretación también se vincula al género: “Las mujeres en general se retiran antes del consumo para asumir los roles sociales tradicionales. Si se casan y tienen hijos abandonan porque estaría mal visto que permanecieran, en cambio los varones no. En la franja que iba de los 32 años para arriba ya no encontramos mujeres en los boliches, mientras que los varones eran aún el 9% de la muestra”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux