SOCIEDAD
Ya es una marca de identidad nacional que el vínculo con los hijos se convierta en un hecho político cuando las instituciones avanzan sobre los derechos humanos. Y las madres de los chicos detenidos después de los incidentes en la estación de tren de Haedo, en noviembre pasado, les ponen voz a los reclamos de los suyos, dicen lo que ellos no pueden.
› Por Gimena Fuertes
Irma y Mirta no se conocían. Pero desde hace cuatro meses comparten peregrinaciones en pasillos judiciales, esperas en oficinas de organismos de derechos humanos, reuniones con familiares y suspiros de desesperación. Es que sus hijos viajaban esa mañana en el tren que estalló de gente y bronca en Haedo y desde entonces permanecen en cárceles junto a otros cinco detenidos. Estas mujeres supieron salir rápido del angustiante asombro que les produjo la noticia de que sus hijos estaban en comisarías cercanas al estallido que estaban viendo por televisión, y ante las rejas cerradas se empezaron a organizar.
Ahora no están solas. Organizaciones políticas y sociales de la zona oeste junto a los familiares de los detenidos se reúnen y preparan distintas actividades para “sacar a los chicos”. Juntan alimentos para llevarles, organizan visitas para que no se sientan solos, reparten volantes en las estaciones, hacen pintadas por los barrios y levantan firmas para lograr “la libertad y el desprocesamiento de los pibes de Haedo”.
Mirta habla de Cristian con un sobrio orgullo. “Tiene 19 años. Estudia en el profesorado de educación física, y por estar preso perdió los finales. Ese día iba para Capital a buscar trabajo en las colonias de verano de la ciudad de Buenos Aires con el currículum abajo del brazo. También estaba esperando una entrevista en una fábrica de inflables. Antes había trabajado de bandejero, volantero, de lo que consiguiera”, cuenta.
Hace 25 años que Irma es la madre de Julián. “El estaba trabajando en la zona de Floresta, encimaba prendas de jeans para cortar en un taller textil. Trabajaba desde las nueve hasta las 18 y a veces se quedaba hasta tarde haciendo horas extras. Había empezado el CBC de Ciencias de la Comunicación y lo había interrumpido por problemas económicos. Ese día iba a trabajar”, relata Mirta.
Armar el rompecabezas
A ninguna de las dos le es fácil recordar ese día. Es que el 1° de noviembre todo empezó mal. A las seis de la mañana los pasajeros se agolpaban en los andenes del ex ferrocarril Sarmiento, y en cuanto llegaba un tren, al abrirse las puertas, todos empujaba para entrar. Y todo siguió mal. Los trenes se detenían alrededor de 20 minutos en las estaciones, andaban un tramo y volvían a parar otro tanto. Del lado de adentro, la presión se hacía inaguantable hasta que después de 40 minutos de encierro estalló la estación de Haedo.
Para muchos de los usuarios, esa mañana será recordada como un día más de locura arriba del tren, a la que se le agregan gases lacrimógenos y corridas. Para siete de aquellos usuarios, su vida cambió de raíz. Hoy están detenidos en prisiones acusados de delitos terribles. A ellos se suman los 75 procesados.
A las 9, Cristian le mandó un mensaje de texto por celular a su mamá. Le decía que había problemas en el tren y que no iba a poder llegar a las citas que tenía. “Cuando prendí la tele y vi el lío traté de comunicarme con él varias veces, y todo el tiempo me contestaban ‘policía’ y cortaban. Lo encontramos en la comisaría de Haedo a las cuatro de la tarde”, cuenta. “El llegó en la tercera formación que paró entre Morón y Haedo. Estuvieron con las puertas cerradas como una hora. Se bajaron como pudieron, por las ventanillas, y no le quedó otra que ir al epicentro en Haedo porque Morón les quedaba muy lejos”, relata. “Cristian ayudó a una señora que se le estaba incendiando el negocio a retirar una garrafa, y ahora lo acusan de haberse robado esa garrafa, pero en realidad la estaba ayudando. Es más, esa señora declara en la causa que hubo un par de jóvenes que la ayudaron a retirar la garrafa porque se estaba incendiando el negocio”, enfatiza Mirta.
Además, en la revuelta, a Cristian lo detienen porque “tenía unas cajas de cigarrillos, y lo acusaron de haber robado un quiosco, pero Cristian les dijo a los policías que las cajas están vacías y que en realidad las juntaba para cambiarlas por entradas de teatro por una promoción. Cuando se dieron cuenta de que estaban vacías le decían que igual él había quemado los trenes”, se enoja Mirta.
A los cinco días de haberlo detenido le dan la libertad a Cristian por falta de mérito. “Cuando vino estaba muy asustado porque nunca había vivido esa situación. No entendía nada”, dice Mirta meneando la cabeza.
El relato se entrecorta, pero Mirta sigue porque sabe que cada detalle es importante. Cuando Cristian llega a su casa, sigue haciendo su vida. “Fueron unos días en los que siguió estudiando, rindió finales.” Pero después de diez días un auto particular estacionó en la puerta, golpearon las manos y Cristian salió a atender. Le dijeron que venían del juzgado, y que tenía que ir a verificar su domicilio. Cristian les ofreció pasar pero ellos se negaron. “Venite hasta el auto”, le dijeron. Cuando llegó al auto le pusieron las esposas. “La llaman a mi vecina para que salga de testigo, le leen sus derechos. Justo venía mi marido de comprar, les dice que paren, que Cristian estaba descalzo, en remera. ‘Bueno, rapidito, dele unas zapatillas, que estamos apurados, nos vamos’. Lo llevan a Haedo, pensamos que era para declarar, y cuando llegamos nosotros ya estaba detenido por incendio, agresión a policías y bomberos, y a los cinco días lo trasladan a Ezeiza. Pedimos por cercanía domiciliaria para que lo trasladen a Marcos Paz. Yo lo veo dos veces por semana. Ahora está un poco más tranquilo, pero todavía le tiemblan las manos, los médicos y psicólogos le dijeron que son los nervios. Le cuesta mucho hacer las artesanías, trata de leer”, dice Mirta y vuelve a menear la cabeza.
Julián está en Ezeiza. El sí iba en el tren que se incendió. Como todos los días, se había levantado a las 6 de la mañana. “Salía corriendo 20 cuadras para ahorrar unos pesos del colectivo. Tomaba el tren a las 7.30, pero ese día no le quisieron vender el boleto. El tren iba parando, no tenía una continuidad, hasta que llegó a Haedo despidiendo humo blanco”, cuenta Irma.
“Julián recuerda el olor a cable quemado, el vagón lleno, las puertas que no se abrían, la gente que empezó a desesperarse, gente que salía por la ventana, personas que rompían los asientos”, enumera.
“Cuando pudieron salir, la policía los estaba esperando. Es verdad que ellos tiraron piedras, se manifestaron. No decimos que ellos no tiraron piedras, pero fue por la indignación, por los malos tratos de todos los días, por viajar como ganado”, argumenta. Julián le contó a Irma que “al salir del tren las mujeres más grandes tenían miedo y se escudaron atrás de los jóvenes, y los jóvenes se apoyaban en las mujeres grandes para que no fueran atacados, pero los atacaron igual”.
Después Julián ayudó a un chico a subir a un carro de cartoneros. “Ese chico se sentía descompuesto, la gente le decía que no lo ayudara y que siguiera, que la policía estaba cada vez más cerca, detenían a cualquiera que agarraban y lo metían adentro de la camioneta. Las mujeres le decían que se quedara con ellas porque lo iban a llevar. Pero él lleva al chico hasta el carro tirado a caballo y lo agarran a él y al dueño, que también está detenido en Marcos Paz.” El cartonero estaba con el hermanito de seis años, al que también lo llevaron detenido, que estuvo en la misma comisaría, durante todo el día.
Julián tuvo varias descompensaciones en la comisaría, donde esperó 20 días a que el juez determine su excarcelación, como lo había hecho con los demás. Pero no lo hicieron. Entonces Irma no volvió a ver a Julián.
“El, dentro de todo, dice que está bien, pero muy triste por estar detenido por haber tirado piedras.”
La lucha de las madres
En total hay siete detenidos y 75 procesados. En su mayoría están acusados de lesiones agravadas por haber sido cometidas contra efectivos de las fuerzas de seguridad, atentado a la autoridad, incendio agravado por el peligro común para los bienes y peligro de muerte para alguna persona, daño agravado por ser ejecutado en perjuicio de bienes de uso público, entre otros delitos. La situación judicial está entre paréntesis. Los abogados presentaron el trámite de apelaciones ante la Cámara Federal de San Martín. El juez que les niega la excarcelación es Germán Castelli y argumenta que como la escala penal es muy grave –va de tres a 30 años– los acusados pueden intentar fugarse.
Mirta, la madre de Cristian, recuerda la conversación que tuvo con el magistrado. “El juez Castelli nos dijo que nos garantizaba la seguridad física de nuestros hijos, pero yo le pregunté quién me lo preserva psicológicamente, y él me contestó que éstas son las cárceles que tenemos y que no hay otro lugar donde ponerlos.”
Mirta se queja porque “de haber tenido reuniones previas para organizar lo de Haedo. Pero nosotros no nos conocíamos, sacamos todas las direcciones de la causa y tuvimos que ir casa por casa para saber cuántos eran los detenidos”.
“Empezamos a reunirnos con las familias, a tomar contacto con los medios, con las organizaciones que se solidarizaron. Empezamos a hacer las reuniones, empezaron a participar los padres de otros detenidos, a conseguir alimentos. De los procesados sólo participan cuatro personas porque están muy asustados, piensan que si se empiezan a organizar con los padres de los detenidos los van a ir a buscar, o vayan a perjudicar su causa, pero llaman por teléfono.”
Mirta e Irma recorren el camino que históricamente en Argentina forjaron muchas otras madres. Y no piensan dejar de caminar.
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