Vie 24.02.2006
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Detrás del hiyab

internacionales La fuerte red de ayuda social que Hamas montó y sobre la que se basó el éxito arrasador en las elecciones palestinas del último 25 de enero está conformada, sobre todo, por mujeres. Con o sin velo, se las puede ver en hospitales, universidades y escuelas, en el mismo Parlamento o detrás de los hijos varones que entregan a la guerra. Otra cara del islamismo, menos estereotipada que la que construye Occidente.

› Por Por J. M. M., de El País, especial para Página/12

Decenas de mujeres se apresuran a las puertas del centro educativo Emad Aqel, en el campo de refugiados de Yabalia, en el norte de la Franja de Gaza. Acuden a felicitar a Yamila al Shanti, diputada electa de Hamas, seis días después del arrollador triunfo islamista en las elecciones palestinas. Todas ataviadas con hiyab (velo) y abaya (sayo), y muchas con el rostro completamente cubierto. El negro del atuendo y el verde de las banderas, gorras y distintivos del Movimiento de Resistencia Islámica lo inundan todo. Dos niños de cinco o seis años, vestidos con uniforme militar, permanecen firmes. Sujetan la bandera de Hamas. La sala está a rebosar. Aparece Yamila. La algarabía muta en silencio cuando, micrófono en mano, la legisladora se dirige a sus simpatizantes. “No tenemos que preocuparnos por lo que dicen de nosotros. Debemos mantener la calma y seguir nuestro camino. El Parlamento no va a ser tan duro como la resistencia”, clama la diputada, siempre sonriente. Nunca, repiten una y otra vez sus dirigentes y correligionarios, reconocerán el Estado de Israel. Y jamás renunciarán a las armas.

Es penosa la vida en la paupérrima y polvorienta Franja de Gaza. Las señales de destrucción son omnipresentes. Carreteras bombardeadas, edificios cosidos a balazos, bloques enteros en ruinas... Las acémilas todavía transportan mercancías en calles sin asfaltar, llenas de charcos y desperdicios. La evacuación, el verano pasado, de los 8000 colonos judíos y los soldados israelíes facilita la libertad de movimientos en este rincón del Mediterráneo, hasta entonces sometido a la arbitrariedad de los controles militares del ejército israelí. Pero el desarrollo económico del casi millón y medio de sus habitantes depende en gran medida de las decisiones del gobierno hebreo.

La semana pasada, la carestía de algunos productos básicos se hizo notar. Los acuerdos para que hortalizas, verduras y frutas cultivadas en Gaza puedan ser exportadas quedan a merced de las “razones de seguridad” que esgrime el Ejecutivo israelí de Ehud Olmert. La sensación de agobio no es nueva. Desde que estalló la segunda Intifada, en septiembre de 2000, los palestinos apenas han podido abandonar estos 370 kilómetros cuadrados. Es un mundo cerrado, propicio para el enclaustramiento, el refugio en la religión, y que alimenta la resistencia a la ocupación.

¿Desde cuándo milita en Hamas? “Desde el primer día”, contesta Yamila, de 48 años, licenciada en Filología inglesa por la universidad cairota de Ein Shams y soltera, que comparte vivienda con un hermano. El 14 de diciembre de 1987, cinco días después del estallido de la primera Intifada, la de las pedradas frente a los tanques, se fundó oficialmente esta organización. “Yo ya militaba en los Hermanos Musulmanes. Siempre hevivido en un ambiente religioso, en casa y en las mezquitas. Toda mi familia es de Hamas.” Impartió clases en Kuwait desde 1981 hasta 1990. Pero el respaldo de Yasser Arafat al régimen de Saddam Hussein desató la estampida de los palestinos del emirato invadido por el dictador iraquí. Regresó a Gaza.

El conservadurismo religioso, rampante en la sociedad palestina, no es un fenómeno novedoso. Hace 30 años, las mujeres portadoras del hiyab eran anécdota. El vuelco ha sido radical durante los 10 años que Al Fatah, el partido fundado por Arafat, ha regido la Autoridad Nacional Palestina (ANP). En las inmediaciones de la Universidad Islámica de Gaza –reducto de orden y pulcritud– es misión imposible toparse hoy con una estudiante que no vista hiyab. En el interior del recinto, los extranjeros no pueden deambular sin la compañía de una portavoz del centro. Las foráneas están obligadas a cubrirse de pies a cabeza.

Nermin Ibrahim es, a sus 21 años, presidenta del Comité Femenino de Estudiantes, excelente estudiante de derecho religioso y practicante de karate. El comité es un vivero de dirigentes políticos. A su vera, Ansam Adnan, de 19, encargada de las relaciones con los medios de comunicación y también sobresaliente en tecnología de la información, residió hasta los 16 años en Arabia Saudita. Son ejemplo de miles de jóvenes que difícilmente separan la mirada del enemigo sionista. Nacieron con la primera Intifada y apenas han podido salir en su vida de Gaza. No, desde luego, en el último lustro. Nermin sólo ha pisado Egipto y Jordania; Ansam, únicamente Egipto. “Sólo he visitado Jerusalén una vez en mi vida, hace seis años. Y me fastidia emplear la palabra visita para referirme a Jerusalén. Ahora me gustaría ir a La Meca”, dice Nermin. Su compañera asegura que le apetece conocer EE.UU., Australia y Nueva Zelanda. Pero después de acudir como “voluntaria a Somalia para ayudar a los niños que mueren de hambre”.

Sólo a través de Internet gozan de una ventana al exterior. Pero tampoco es que la aprovechen demasiado para observar otros mundos. “Leo de todo. Sobre política, ciencias, páginas de belleza, temas sociales. Todo lo que interesa a una mujer. El primer consejo que el arcángel Gabriel dio a Mahoma es: ‘Lee’. Y yo sigo los pasos del profeta”, subraya la dirigente estudiantil. Su lealtad a Hamas no admite vacilación. “Lo que han conseguido en 20 años no lo lograron los anteriores dirigentes. Y sin renunciar a nada, como hicieron sus predecesores por intereses personales. Hamas refleja una visión de la religión abierta, no la que se impone desde el exterior.” Yamila subraya: “Tenemos que tener cuidado extremo con lo que decimos para no crear falsas expectativas. Decimos lo que vamos a hacer. Claro que prefiero que las mujeres vistan como yo. Pero no impondremos nada a nadie, y menos aún castigar a la gente por ello”.

Fieles a las tradiciones religiosas y culturales, afloran los nervios cuando se les pregunta por sus novios. Incomoda abordar el asunto con un desconocido. Las relaciones sexuales previas al matrimonio son tabú, aunque no sólo entre los creyentes árabes. “Sí, es un familiar. Aunque todavía no estamos comprometidos oficialmente.” ¿Y cuántos hijos desea tener? “Los que vengan”, comenta Nermin. “Yo quiero cinco. Es lo normal”, agrega Ansam.

La diputada Yamila –una de las seis mujeres de los 74 legisladores que formarán el bloque islamista en el Parlamento– y las estudiantes Nermin y Ansam se esfuerzan por desterrar la imagen de radicalismo que se atribuye a Hamas. Y desmienten que el movimiento islamista tenga por bandera la reclusión de la mujer al margen de las actividades sociales. En hospitales, organismos oficiales, universidades y escuelas es notoria su presencia. Ellas insisten en que trabajan como los hombres y en que van a continuar su batalla en el Parlamento.

Mariam Farahat, activista de la eficaz red social de Hamas (una de las claves del éxito de la organización en las urnas), es el ejemplo más dramático de unas convicciones que desembocan en tragedia, si no deseada, sí inevitable. Tiene 10 hermanos y 10 hijos (seis varones y cuatro féminas). De sus vástagos, tres han muerto desde 2002. Nidal tenía 32 años y fue alcanzado por un misil lanzado por un avión israelí sin tripulación. “Fue uno de los inventores de los cohetes Kassam”, comenta su madre en su casa del barrio de Shejiaia. Rauad no era aún mayor de edad cuando corrió la misma suerte. “Uno de los mejores luchadores. Cuando llegaban los israelíes era de los primeros en enfrentarse a ellos”, dice Mariam, de 56 años y viuda. Y de Mohamed, con 19 años cumplidos, se despidió antes de que partiera hacia la colonia judía de Atzmona. Sabía su destino. “Mató a cinco soldados e hirió a 23. Quedé muy triste por la pérdida de un hijo, pero estoy muy orgullosa”, dice. Y recalca: “Yo he enviado a mis hijos a matar soldados, no civiles. Fue una operación militar, no un ataque suicida”. Sus otros tres varones también se implicaban en las refriegas. Husam tiene 33 años y le faltan dos dedos en una mano. Los perdió mientras manipulaba explosivos. Momin, a sus 22 años, renquea. Recibió un balazo en una de las habituales incursiones israelíes. Y Uesam, de 32 años, acaba de abandonar una prisión israelí tras 11 años de condena.

Mariam, también elegida diputada –la condición de madre de famosos milicianos es un plus–, lamenta ser incomprendida y alza la voz ante la pregunta sobre su disposición a mandar a sus hijos al martirio. “No sólo para los occidentales es complicado admitirlo. Para mí también lo es. Pero ¿qué hicieron los estadounidenses enviando a sus hijos a Vietnam y a Irak? Nosotros, al menos, defendemos nuestra tierra.” Y sale a relucir su inquebrantable fe en Alá. “Estaba preparada para todo lo que sucedió. Cuando eliges este camino sabes que al final vas a pasar por algo parecido. Seguro que en el paraíso mis hijos viven mejor que nosotros. No puedo abandonar mis obligaciones, tenemos que continuar.”

Las paradojas son numerosas en medio del avance de los movimientos fundamentalistas. En el mercado de Sug el Zauia, en el centro de Gaza, son los hombres quienes acuden a la compra. El desempleo es apabullante, y no tienen nada mejor que hacer que vagar en busca de algún artilugio a buen precio. Cuesta mucho encontrar mujeres. Sin embargo, la actividad política es también cosa de ellas. Antes de las elecciones, Hamas las lanzó a la campaña barrio a barrio, casa a casa. Grabaron videos y repartieron propaganda hasta el último minuto. En los colegios electorales en Nablús y en Ramalá, la mayoría de las mesas eran presididas por mujeres. Es una novedad sorprendente, a juicio de varios sociólogos, ese papel asumido por las mujeres de la organización islamista en una sociedad que tiende a apartarlas de la vida pública. Muchas se rebelan contra el estereotipo.

“Desarrollamos las mismas actividades que los hombres. Ya sé que en Arabia Saudita les prohíben conducir. Pero eso son tradiciones tribales que nada tienen que ver con la religión y que están deslegitimando el Islam. Aquí somos enfermeras, médicas, dirigimos hospitales, conducimos. Tenemos los mismos derechos. No es lo que creen en Occidente. Hemos llegado al Parlamento y vamos a luchar para que las mujeres estén más presentes. La representación no se corresponde con el peso de la mujer en la sociedad”, relata Yamila, que nunca pierde la compostura. La ley, en cuya redacción no participaron los islamistas, sólo reserva 11 escaños en la Cámara para las féminas.

Directora de proyectos del hospital Jedma al Amma, Manal Siam, de 27 años, no pudo votar. Lo lamenta, pero debió asistir a una reunión de trabajo ineludible. No esconde su bravura ni su indignación. “Yo no soy muy religiosa. Trabajo en una organización de la red islamista y nadie me pide que me quite el traje de chaqueta. Están mucho mejor organizados. Las mujeres de Hamas no somos tan extremistas como nos pintan en Occidente. Preguntan cosas que me molestan, y cuando respondemos no lo publican. No es honesto.” Y al abordar el triunfo de su partido en los comicios salta como se suelen exaltar infinidad de palestinos: “Llevamos años sufriendo la corrupción y la opresión. Norteamericanos y europeos han dicho constantemente que se necesitaba un cambio. Ya está aquí. ¿Por qué no dejan un margen de cuatro años para ver cómo funciona? ¿Por qué nos amenazan antes de formar el gobierno? ¿Qué quieren, una democracia a vuestra medida?”.

Las partidarias de Hamas, aseguran, sólo tienen un campo vedado: el militar. Las brigadas Ezedín al Kassam han ganado prestigio por su resistencia a la ocupación. Pocos dudan en Gaza de que sus ataques a los asentamientos y a las patrullas militares consiguieron la expulsión del invasor. Desde hace un año han frenado en seco los ataques suicidas en tierra israelí, incluso el lanzamiento de misiles artesanales. Preparaban así su asalto al campo político. Incluso el ministro de Defensa israelí, Saúl Mofaz, ha reconocido tras las elecciones que se están comportando “con moderación”. Mantienen la tregua, aunque rechazan a rajatabla su desarme. Al contrario. Desde que los soldados israelíes abandonaron la vigilancia sobre el terreno de la frontera de Gaza con Egipto se han pertrechado con cajas de munición, explosivos, fusiles, ametralladoras y algunas mejoras tecnológicas para los cohetes Kassam. Los comandos son asunto de hombres.

La diputada Yamila se aferra de nuevo al profeta. “No seré yo quien derogue lo ordenado por Mahoma. Omara luchó junto a él y muchas mujeres resistieron más que los hombres. Pero hoy no son necesarios más combatientes.” Reserva para ellas un papel que considera muy relevante. “Cuando hay ataques de Israel ayudamos como enfermeras, suministrando comida, vigilando calles. Y sobre todo, las mujeres cumplen el papel de educar a sus hijos para la resistencia.” De hecho, Hamas prohíbe que las madres se impliquen en los ataques o que cometan actos terroristas en Israel. Aunque alguna ha desobedecido y el grupo islamista ha reivindicado el atentado. Rim Saleh al Riyashi fue la séptima suicida palestina y la primera de Hamas. El 14 de enero de 2004 cumplió el sueño que anhelaba desde niña: “Convertirme en metralla humana contra los sionistas”. Mató a tres soldados y a un civil israelíes en el cruce fronterizo de Erez. Dejó huérfanos a dos niños. Rim sonreía en el video que difundió Al Jazeera después del atentado, que dejó casi sordos a los presentes en Erez.

En casa de Mohamed Hammad, un chico de 17 años, discuten acaloradamente varios hermanos y amigos cincuentones. Los más han votado a Hamas, los menos apoyaron a Al Fatah. Sus familias provienen de Hamama, un pueblo árabe del que nada queda entre Ashkelón y Ashdod, al sur de Israel. En la pared de la sala cuelga el mapa de su aldea. Discrepan entre té y café a raudales. Los simpatizantes del partido de Arafat temen más la posición maximalista de los fundamentalistas, que no renuncian a la reconquista de toda Palestina, que la implantación estricta de la sharia. No creen, en absoluto, que Hamas vaya a imponerla a sangre y fuego. Pero todos se irritan cuando piensan en Hamama. “¿Por qué un ruso puede llegar a Israel, obtener la ciudadanía inmediatamente y residir donde quiera, y yo no puedo volver a mi pueblo?” Mantienen vivo el recuerdo e inculcan a sus hijos su condición de refugiados. Mohamed, voz muy grave y ronca para sus 17 primaveras, trabaja en el comité de información de Hamas en el barrio del jeque Raduan, y le gusta navegar en Internet para escuchar canciones islámicas y sintonías guerreras. Nunca ha hablado con un judío. “Nos dedicamos a explicar nuestro programa a los jóvenes de mi edad.” No tiene años para empuñar armas, aunque lo está deseando. Como está dispuesto a empresas terribles. Su padre, Nafez, desaprueba lo que escucha. “No lo quiero, pero si fuera necesario estoy dispuesto a suicidarme. Es un método muy efectivo. Siento que haya niños por medio, pero cuando Israel nos bombardea también mueren niños palestinos. Carecemos de su fuerza militar, no tenemos otra opción”, dice Mohamed.

Om Ahmed es una enérgica mujer de 31 años que muestra igual convencimiento. “Queremos decir a todo el mundo que no nos importa que Europa y Estados Unidos nos retiren la ayuda financiera. Estamos hartos de corrupción. Deseamos un cambio que merezca la pena. El Islam es más importante que Palestina”, recita al extranjero una vez concluido el acto de felicitación a Yamila. Aunque su tierra tampoco desmerece en sus prioridades. “Mis cinco hijos son para Palestina.”

Están exultantes. “Dije que me vendrías a felicitar después de las elecciones. A mí no me sorprendió la victoria, aunque sí su magnitud”, reconoce la diputada, que no podrá acudir a la sede del Parlamento en Ramalá (Cisjordania) por el veto israelí a la libre circulación de los miembros de Hamas. “Llevo cuatro días recibiendo a gente. No puedo dormir de felicidad. He dicho adiós al sueño”, ríe de nuevo. Es seguro que su último deseo, la reconquista de toda Palestina, no lo verá cumplido. Pero es igualmente cierto que la sentencia del primer gobernante israelí, David Ben Gurión, tampoco va a consumarse. “Debemos hacer todo para asegurarnos de que los palestinos nunca vuelvan. Los viejos morirán y los jóvenes olvidarán”, dijo el primer ministro nacido en Polonia. Yamila, Nermin, Ansam, Mariam y Manal son sólo cinco de las cientos de miles de personas que se empeñan a diario en combatir ese olvido.

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