Vie 28.04.2006
las12

PERFILES

Lucha libre

Es fácil ver en la calle el aumento progresivo de mensajeros en moto. Y también de mujeres que prefieren descontar kilómetros de asfalto antes que encerrarse en una oficina.

› Por Gimena Fuertes

El Indio Solari asegura que “el infierno está encantador...” desde los viejos parlantes del sindicato de mensajeros. La Negra no opina lo mismo. En uno de los viernes más lluviosos del otoño y ella y su moto atravesaron el centro porteño varias veces durante el día. A las siete de la tarde entra al local empapada y dice: “Allá afuera es un infierno. Estoy a full. Aunque me puse el equipo impermeable estoy mojada hasta el corpiño”.

Desde hace alrededor de diez años la calle se fue poblando de chicas motoqueras. La crisis económica y la falta de trabajo multiplicó el número de cadetas y mensajeras, según afirman en el Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (Simeca). “Estoy arriba de la moto lamentablemente desde hace seis años ya. No me queda otra. Lucho. Si no, tengo que ir a trabajar por 500 mangos. Prefiero andar arriba de la moto tranquila, poder alquilar, mantener a mis tres pibes. No me gusta, creo que a nadie le gusta arriesgar su vida”, dice con resignación.

Silvia tiene 34 años y es de Temperley, al sur del conurbano bonaerense. Todos los días a las nueve de la mañana está en el centro de la ciudad de Buenos Aires. “Laburo ocho horas, nueve, diez, once, depende. El tránsito es estresante”, insiste. Madre de tres varones de ocho, once y 16 años, esta mujer morocha, alta, de piel oscura y voz potente maneja estos vehículos de dos ruedas desde los siete años. Su papá era corredor de carreras de moto y ella “lo lleva en la sangre”. Es por eso que ante la necesidad económica su pasión pasó a convertirse en obligación. “El secundario me lo meto en el culo, los estudios terciarios en locución y periodismo me los meto en el culo, tengo que salir con la moto a trabajar”, sintetiza.

“Es un bajón porque muchos creen que las mujeres adoptamos postura de hombre, pero no entienden que laboralmente somos iguales. Ver a una mujer arriba de la moto es raro, pero soy remujer y tengo mi vida. Me tocó esto, no hay vuelta, soy una trabajadora más”, asegura.

“Mi hijo de 16 años me dice que quiere salir a mensajear en bici, pero yo no lo dejo, le digo ‘flaco vos vas a estudiar, mamá se rompe el culo laburando y vos estudiás, ¿para qué estoy yo?, ¿dibujada?’. Valora mucho mi trabajo. Ahora llego y el pibe me prepara la ducha porque sabe que tuve frío todo el día, me hace un té, y eso vale diez millones de veces más que todo. En el colegio le dicen, ‘tu mamá es motoquera’, sí ¿y qué?, soy motoquera. Se engloba todo, por estar en la calle te dicen que sos chorra o falopera, y no, soy una mina normal, tengo tres perros, un gato y mis hijos, no vendo falopa ni nada, no estoy en la transa ni nada”, sentencia.

“En febrero del año pasado me quebré la clavícula porque me llevó puesta un camión, a los 15 días me saqué el yeso y ya estaba manejando. Mis compañeros me veían venir en la moto y no lo podían creer. Pero si pasaban 15 días y no laburaba, me quedaba sin plata. Tenía que salir a trabajar. Obra social no tengo, laburo en negro para un solo cliente. En julio tuve otro accidente. Me costó cuatro días de coma. Todavía estoy con secuelas, pero me volví a subir. La piloteo, pero quiero ser abuela.”

La Negra mira el local de Simeca adornado con banderas rojas y negras, activa su memoria y exhala historias callejeras: “El otro día crucé un semáforo en rojo y me llama un policía: ‘Pará papá’ –me grita. Freno, me saco el casco y le digo: ‘No, papá no. Mamá, y de tres’. Por suerte los códigos de la calle son sagrados para los motoqueros. Ves uno tirado y lo tenés que remolcar. Y cuando tuve el accidente venían motoqueros a cocinar a mi casa, a limpiar y a cuidarme a mis hijos, cosas que son impagables”.

“Con las chicas nos sentimos identificadas, porque sí, loco, nosotras podemos, luchamos por lo mismo, convivimos con lo mismo. No me siento ni más mujer ni menos mujer, a mis compañeros varones también los admiro”, explica Silvia.

“Laburar con la moto es duro porque todas querríamos estar en una recepción, pintaditas. Pero no... –piensa–, no sé, 20 horas en la oficina... me tiro por la ventana, no lo soportaría”, se contradice divertida. La división es tajante: los compañeros son respetuosos y los clientes no. “No porque sea mujer los motoqueros me van a querer curtir, ni me van a tirar los galgos, hay mucho respeto, la norma es así. Pero el cliente te ve que sos mina y se piensa que puede pasar más allá y no. Le he hecho callar la boca a un par. También te sorprenden, te dicen ‘uy, estás mojada, todo el día laburando, qué valiente’, pero yo no me siento valiente.”

Los hijos de Silvia bautizaron la moto de su madre como La Negra. Y a esa moto homónima se sube al anochecer y arranca para el sur.

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