RESISTENCIAS
Precarias a la Deriva es un grupo feminista europeo nacido hace cuatro años, cuando una huelga sirvió para evidenciar cómo el mundo global alienta vínculos, condiciones, trabajos y, en definitiva, modos de vivir basados en la fragilidad. Desde entonces, vienen elaborando alternativas como la “ecología afectiva”, y acaban de visitar Buenos Aires para intercambiar experiencias con movimientos sociales.
› Por Soledad Vallejos
Dos años atrás, el juego se abría con una pregunta: ¿en qué consistiría una huelga de cuidados? Para Precarias a la Deriva se trataba, fundamentalmente, de una manera práctica de poner el acento sobre la presencia palpable y naturalizada de lo que, en realidad –y de manera imponente–, viene a cuento de unos modos de organización, valoración e interacción que resumen lo social en series de relevos con gesto mecánico. Lo que las fundadoras de Precarias..., feministas todas, europeas algunas y americanas otras, estaban planteando hace cuatro años era cambiar la perspectiva, actualizar un poco la mirada y ahí sí, otra vez, plantear la noción de conflicto –y, con ella, las herramientas necesarias para abordarlo– como si en realidad fuera la primera vez. Era junio de 2002 y en España los sindicatos habían convocado a una huelga general, una herramienta de lucha cuya eficacia simbólica y material las integrantes de Precarias... se atrevieron a cuestionar con una práctica de lo más concreta. El marco era sencillo: en un mundo que resume lo global en la generalización del consumo y la precarización (fundamentalmente laboral), la inclusión social ya no es entendida en términos de pertenencia a un colectivo. Lo extendido, entonces, no es un mundo en común que (se) comparte, sino la semejanza de rasgos entre células pequeñas unidas en razón de estímulos (o bienes) más bien individuales. Allí, en ese marco, en ese contexto que tiene poco de construcción teórica y mucho, muchísimo, de vida cotidiana, las integrantes de Precarias... debutaron como organización con sentido político de la acción poniendo de relieve al mundo que esa misma huelga invisibilizaba. Una empleada “sin papeles”, una trabajadora de las que en Argentina se conocen como flexibilizadas, una chica que ha conseguido una changuita o recién puede empezar a armar algo sólido aunque sea con un puesto de venta ambulante no es alguien que pueda sentirse representada, interpelada por una huelga tradicional. Y aún peor: esa situación está cada vez más extendida y, sin embargo, pareciera resultar cada vez más invisible como fenómeno. Resultaba (y resulta) curioso, porque la presencia de esas mujeres no es invisible: ellas son mayoría en áreas laborales tan feminizadas como el trabajo doméstico, el telemarketing, la traducción y la enseñanza de idiomas, la hotelería y la enfermería social. Allí, sin embargo, está la prueba de la ausencia de redefiniciones al respecto. Así, decíamos, comenzó todo.
En los cuatro años que van de 2002 a 2006, Precarias... se especializó en partir de la comunicación para abordar y mostrar lo que la precarización y la precariedad como estado habitual, normalizado y naturalizado, acarrea en la vida de todos los días. Y ahora, para demostrar lo sostenida en el tiempo que puede ser una instancia de reflexión con intenciones de transformación, dos de ellas, Marta Malo y Marisa Pérez Colina, acaban de visitar Argentina para participar del Encuentro Precariedad, Movimientos Sociales y Comunicación Política, que el Centro Cultural de España en Buenos Aires organizó a manera de “laboratorio de experiencias”.
Marta Malo: –Nosotras veníamos trabajando la precariedad desde la comunicación, y utilizando la comunicación como herramienta organizativa, de conocimiento, de reconocimiento. Pero sin embargo nos resultaba problemático venir a Argentina, desde Europa, para hablar de precariedad, porque sentíamos que había un diferencial de precariedad fuerte. Por ejemplo, cosas que ahora allí están apareciendo con fuerza, como el desmantelamiento del Estado de Bienestar, la privatización de los servicios sociales, de la seguridad social, en la educación, suceden desde hace tiempo, pero con una diferencia. Aquí nunca hubo un Estado de Bienestar como en Europa. Allí algunas cosas que son muy presentes en la vida cotidiana cambian con el proceso de precarización, mientras que aquí son cosas que vienen pasando desde hace mucho tiempo.
–¿Esa situación les generó incomodidad?
Marisa Pérez Colina: –No, lo que pasa es que pensar la precariedad desde Europa es hablar de incertidumbre a la hora de acceder a ciertos recursos que te permitieran vivir; era hablar de recursos que allí se están o estuvieron generando, pero que aquí tal vez no han llegado como recursos que tengan la misma calidad que allí.
M. M.: –Es como que nos parecía que hay un elemento que se expresa de manera más salvaje: la sensación de inminencia de la catástrofe que ha generado esta precarización. Es una cadena de gente que está trabajando en condiciones de mucho stress, con malos materiales, muy estresada: eso arma una cadena peligrosa. Nos encontramos con unos chicos sobrevivientes de Cromañón, y la verdad es que casos como ése se relacionan con la precariedad de las condiciones. En Madrid ha habido hace poco un incendio forestal, y varias catástrofes relacionadas con la precariedad. Son cosas que sólo ahora empiezan a estar presentes en el cotidiano.
–¿Encontrarse con estas diferencias de las experiencias les llevó a un replanteo?
M. P. C.: –Nos llevó a pensar qué de nuestra práctica y de nuestro análisis sobre el caso europeo puede servir acá o no. Porque cuando hablamos de precarización de la existencia se trata de algo que abarca no sólo todos los ámbitos de la esfera del vivir, sino especialmente que es un elemento que atraviesa todos los estratos de la jerarquía social. En Europa, por ejemplo, aunque hay grandes diferencias entre una mujer sin papeles y una persona de clase media que no esté haciendo trabajos precarios, a ambas les afecta el deterioro de la salud, del transporte público...
M. M.: –Pero inclusive las diferencias entre esos casos pueden llevar a hacer alianzas muy potentes. Por ejemplo, pasa con esto del proceso de deslocalización de los call centers: Atento es una empresa de atención telefónica que funciona en España y que, de a poco, está deslocalizando sobre todo a Marruecos. Es exactamente la misma situación que la de los chavales que están trabajando aquí, en Argentina, en call centers que atienden servicios de Estados Unidos. El contacto que podemos hacer nos parece muy estimulante: nos llevamos la experiencia y los vamos a poner en contacto con la gente que está aquí. Lo mismo pasa con los Jóvenes Científicos Precarizados: en España pasa con menos intensidad, pero en Italia, en Francia, desde el año pasado hay organizaciones de jóvenes científicos que no plantean tanto la precarización como una cuestión puramente salarial, sino que subrayan cómo la precarización de sus condiciones laborales genera que la industria química y la farmacéutica sean peores. Y es que la privatización de la investigación coarta la autonomía, deja zonas enteras sin recursos.
–¿En los encuentros que sostuvieron acá se encontraron con algo que las sorprendiera?
M. M.: –No es una realidad realmente extraña para nosotras, porque no es que solemos estar sin puntos de conexión: algunas de nosotras hemos crecido escuchando hablar de Argentina, no sólo desde la prensa sino también en lo cotidiano, y además en Precarias... hay dos mujeres argentinas. Lo notable es cómo las formas de dominio y control se parecen mucho. Salvando las distancias entre los desocupados argentinos y las luchas de las periferias de París, en las que no ha habido una situación política organizada sino que ha sido más como una expresión de malestar salvaje, creo que lo común es la ajenidad: cómo toda una población está al otro lado, no forma parte de la ciudadanía. Y luego también hay otros elementos, como la presencia de la cuestión de la inseguridad funcionando como discurso de control. Digamos: el propio proceso de precarización genera una especie de miedo que encuentra un caldo de cultivo básico para discursos sobre la seguridad, pero no como una seguridad común, que busca que estemos todos un poco mejor, sino una seguridad entendida como “yo me protejo a mí y disparo al que me da miedo”. Uno de los mecanismos de la precarización es la construcción de formas de estratificación socialmúltiples: hay sectores de excluidos que hacen que siempre tengas alguien por debajo, y también sectores por arriba tuyo. De esa manera, el de abajo te da miedo, el de arriba te estimula para que te sueltes, “quiero progresar, me voy a quedar afuera”, “no quiero quedar afuera y por eso trabajo mucho”. Eso en Argentina se ve de manera muy clara.
–¿Cuál es el corte de género en esto?
M. M.: –Las mujeres en un momento dado parecen haber dicho “si el cuidado no se reparte, nosotras no cuidamos más”. Entonces empezaron a tener menos hijos, a poner en primer término el trabajo. Y entonces en Europa ese trabajo de cuidado ya no lo hacen las mujeres con nacionalidad europea, pero sí las que vienen, las inmigrantes. Pero igual, como eso se está haciendo a través del mercado, nunca se puede cubrir todo el cuidado sólo pagando. Eso está generando tensiones brutales en las mujeres, los abuelos se ponen malos, se genera una situación inmanejable.
–¿Cuál es en este panorama la situación particular de España que está en tren de implementar las leyes de igualdad y de dependencia?
M. M.: –Digamos que el problema del cuidado, sobre todo en los mayores, se está convirtiendo en un problema grave, pero ya no sólo para las mujeres que viven esta culpa de no poder cuidar a sus mayores y mandarlos al geriátrico la que puede. Es como que la situación está empezando a ser un escándalo: hay un montón de viejos que están solos, que mueren en sus casas solos. A la vez, eso también genera un efecto hacia atrás: la gente que piensa “cuando me jubile me va a pasar eso”. Entonces, el gobierno ha hecho dos leyes: la ley de igualdad para la conciliación de la vida familiar y laboral, y la ley de dependencia, a la que presentan como “cuarta pata del Estado de Bienestar”, y que vendría a dar dinero a las mujeres que cuidan para que puedan cuidar, les da un salario y además aumenta unas pensiones que ya existen pero son mínimas. Pero entendidos así, por ejemplo, el trabajo y el cuidado no son conciliables. Lo serían si dieras prioridad al cuidado y dices “lo importante es que todos estemos bien”. Ahora, si se te pone el abuelo enfermo, verás que la lógica de acumulación es totalmente contraria a que la familia lo pueda cuidar.
M. P. C.: –Y eso acarrea muchas cosas. La crisis del cuidado también tiene que ver con esta transformación de las mujeres, que cambia el imaginario, que hace que las mujeres piensen la autonomía de modos que también hay que revisar. Se trata de interdependencia, en realidad. Hay que revalorizar el cuidado, no pensar que es algo sacrificado, negativo per se. El cuidado es un valor y hay que recuperarlo, pero no como cuidado forzado por parte de las mujeres únicamente. La política de conciliación sirve solamente como parte, porque demuestra que la prioridad social sigue siendo la acumulación de beneficio, que tiene que ver con la regulación urbanística: las ciudades no permiten que tú puedas cuidar al vecino, que haya lugares, centros de salud donde puedan ir las personas mayores, o discapacitadas, o los que sean.
M. M.: –Se sigue considerando a quien no es supuestamente autónomo con un recurso que supone una carga y, claro, con ese imaginario social quién va a querer cuidar. Lo interesante es producir una ecología afectiva, un ir y venir. Si el cuidado se pudiera compartir socialmente, sería otra cosa.
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