ECONOMíA
Un informe global sobre la situación de las mujeres a cargo del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo Social de Naciones Unidas deja claro que no es el tiempo lo que reparará las inequidades. Argentina no escapa a la regla: hay más trabajo para ellas, pero precarizado, con menos salario y más carga horaria, a la que se suma el trabajo doméstico.
› Por Cledis Candelaresi
Las designación de Angela Merkel como primer ministro en Alemania, de Michelle Bachelet como presidenta de Chile o los propios ejemplos domésticos de Felisa Miceli y Nilda Garré, las primeras titulares de los ministerios de Economía y Defensa, respectivamente, muestran un inusual encumbramiento de las mujeres en las instituciones políticas. Pero este dato, a priori tan auspicioso como la creciente feminización de la fuerza de trabajo, podría inducir al error de que existe un genuino avance en la resolución de las cuestiones de género. En otros términos: sigue siendo un mito creer que la mayor participación en la política y la economía cerraría aquella brecha sexual que deja a las mujeres en una situación de desventaja relativa.
Apenas pocos días atrás se presentó en Buenos Aires el flamante informe del Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (Unrisd), que intenta desmenuzar la suerte de esas asimetrías en el mundo durante la última década, desde la Cuarta Conferencia Mundial de Beijing. Sus contundentes conclusiones pulverizan el optimismo a que puede inducir una mirada rápida a la cuestión de género: sin políticas específicas, no desaparecerán las diferencias en desmedro de las mujeres.
“A pesar de la mayor presencia numérica de las mujeres en el mundo laboral y en el terreno de la política, la reducción de esas diferencias de género esconde marcadas asimetrías y segmentación, que limitan su acceso al ingreso, a la autoridad y al poder”, sentencia el trabajo de Naciones Unidas, que dedica un capítulo a la novedosa perspectiva de buscar alguna ligazón entre las políticas macroeconómicas y esta cuestión. Un cometido teórico que no parece sencillo.
Suena casi a verdad de Perogrullo que las políticas que propician el crecimiento y la igualdad favorecen, aunque sea de modo indirecto, paliar el problema de la inequidad entre los géneros, simplemente por el hecho de que multiplican las oportunidades de trabajo y generación de riqueza. Algo en lo que puso énfasis el economista y ex titular del Indec Luis Beccaria, durante la presentación del trabajo “Igualdad de Género, la lucha por la justicia en un mundo desigual”.
Pero, tal como surge nítido del texto de la ONU, aquello no es en sí mismo una solución. Para colmo de males, las estrategias económicas de las últimas dos décadas, básicamente inspiradas en el denominado Consenso de Washington, que proclamó la liberalización de los mercados y el retiro del Estado de la economía, profundizaron el problema de la pobreza en lugar de combatirla. Un golpe certero para las mujeres, en particular para las de sectores sociales más rezagados, que a los avatares del mercado laboral suman la sobrecarga de paliar con más y pesadas tareas los problemas derivados de la infraestructura pública, deteriorada por la falta de recursos. Falta de agua potable, de luz o de caminos pavimentados.
El nuevo cuadro laboral femenino es paradójico, ya que “las mujeres aumentaron su participación en el mercado asalariado, pero esto coincidió con el deterioro en los términos y las condiciones de empleo”. Representan la mayor parte de la fuerza informal, perciben salarios menores y ocupan los puestos precarizados. En distintos lugares del planeta, la economía orientada a la liberalización y con esfuerzo exportador acentuó el esfuerzo de tomar mano de obra barata, tal como subrayan los investigadores de Naciones Unidas. No es sólo el talento y las fisuras en las barreras machistas sino esa desventaja relativa lo que contribuyó a la creciente feminización de la fuerza laboral.
Estos planteos globales se ajustan fielmente a la realidad argentina, revelada por las estadísticas oficiales. Según la encuesta de Indicadores Laborales, de cada diez empleos en blanco, sólo tres son ocupados por mujeres. El mismo trabajo desnuda que sólo en un 4,6 por ciento de los casos los empleadores solicitan que la vacante sea cubierta por una postulante de sexo femenino. La previsible consecuencia de esta discriminación está plasmada en la Encuesta Permanente de Hogares, según la cual el desempleo duplica al masculino. Dato tan ilustrativo como la diferencia salarial: en Capital Federal, los puestos ocupados por mujeres tienen una remuneración que es un 32 por ciento menor que los ocupados por hombres.
“Se registraron importantes mejoras en el status económico y social de las mujeres, entre ellos, su creciente presencia en la esfera pública, en la educación y en la promulgación de leyes que expresan mejor sus derechos. Sin embargo, dichos avances deben relativizarse a la luz de las permanentes inequidades, sostenidas por un ambiente económico y político que ha sido, en la década, menos que favorable”, opina María del Carmen Feijoo, oficial de enlace con aquella institución en la Argentina.
Hay otros aspectos ambivalentes de la situación femenina local, réplica de la del resto del mundo. Valeria Esquivel, investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento, señala que las mujeres tienen salarios horarios un 1,8 por ciento superiores a los empleados de ese mismo tipo de trabajo en puestos de baja calificación. Pero la ventaja relativa se esfuma rápidamente si la mira se pone en los empleos registrados y con una carga horaria satisfactoria, en los que la diferencia trepa al 41 por ciento a favor de ellos.
Elizabeth Jelin, investigadora del Conicet, señala otro costado urticante. Las mujeres pobres soportan una carga horaria de 14,15 minutos, si a las casi nueve horas que trabajan fuera del hogar se añaden las tareas domésticas, no remuneradas. Ese peso se aligera apenas un par de horas en “las no pobres”, a las que ni siquiera ese encuadre estadístico les permite zafar de las penurias de la polifunción.
Sin embargo, hay resquicio para la esperanza. El análisis de la Unrisd destaca entre los logros de la década haber instalado en la agenda política el debate sobre las inequidades de género, aún no menguadas ni por las políticas redistributivas ni por el acceso a altos cargos de un reducido núcleo de excepciones. “No es probable que se logre la equidad por género sin el empoderamiento de las mujeres. Pero la sola presencia de estas últimas en las legislaturas no necesariamente se traduce en políticas económicas que les sean favorables”, sentencian las investigadoras de la ONU.
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