RESISTENCIAS
Dos libros aparecidos recientemente dan cuenta de las vivencias de las presas políticas antes y durante la última dictadura militar, desde ópticas bien distintas. La construcción de la memoria sigue aportando piezas, en este caso escritas por mujeres, de singular valor, y revela las “marcas” dejadas por la represión, se enuncien todas o no.
› Por Noemi Ciollaro
LA LOPRE.
Memorias de una presa política
(Colección Militancias, Grupo Editorial Norma)
“En mi caso particular, siempre me encontré con la política cuando más preocupada estaba por darle un sentido a mi vida, o cuanto más sola estaba. Pero hacía ya años que no tenía participación concreta en ninguna organización y mi encarcelamiento era casi accidental. Lo que no era nada accidental es que tuviera siempre el mismo tipo de amistades y de relaciones amorosas.”
Así definió Graciela Lo Prete las circunstancias iniciales de su cautiverio junto a numerosas presas políticas en la cárcel de Villa Devoto, desde 1975 hasta 1977. En un estilo directo, autorreferencial y a veces irónico, la autora inició el manuscrito en la cárcel y lo continuó durante su exilio en París, hasta agosto de 1983, cuando decidió quitarse la vida. Su texto abarca desde el arribo al hospital del penal, hasta enero o febrero de 1976, poco antes del golpe militar. Un tiempo del que casi no había registro escrito.
Lo Prete fue estudiante de sociología y militante de Vanguardia Comunista (hoy Partido de la Liberación), fracción del Socialismo Argentino de Vanguardia, fundada en 1965 por Elías Semán y Roberto Cristina, intelectuales izquierdistas de orientación maoísta, desaparecidos en la última dictadura.
En diciembre de 2000, las compañeras de “La Lopre” que integraron el “rincón esquizofrénico” –punto de reunión de un grupo de detenidas dentro del pabellón donde se tejían lanas y lazos indestructibles– tuvieron acceso a su texto e interpretaron que las situaciones azarosas que lo llevaron a sus manos simbolizaban la voluntad de la autora de que se publicara. Herederas y protagonistas de los relatos, rindieron así homenaje a la mujer que recurrió a la escritura en el intento de aferrarse a la vida y encontrar su lugar en el mundo.
Siempre signada por la tensión que provoca el haber sido y ya no ser parte de una organización política, y paradójicamente por la posibilidad de observar la realidad desde un lugar menos apegado a los dogmas de la época, el texto de Lo Prete es un reflejo singular de las prácticas, costumbres, desdichas y alegrías de mujeres cuyas vidas se debatían entre el imperativo de la militancia y los sentimientos encontrados que provocaban las renuncias y los mandatos que esa actividad implicaba.
La convivencia forzada, la lejanía de los hijos y lugares de origen; los conflictos con sus parejas, en muchos casos también detenidos, y la incertidumbre sobre el futuro, sumados a las diferencias ocasionadas por los distintos enrolamientos políticos y la represión creciente, configuran en el relato el marco que dio origen a un gran gineceo, donde, más allá de la política, afloró el encuentro de cada una consigo y con las demás y el hecho de ser mujeres antes que militantes, realidad bastante negada “afuera”, y que no todas aceptaron “adentro”.
“Pero ahora estaba presa por presuntas actividades contra la seguridad del Estado, catalogada como presa política y conviviendo de la mañana a la noche con presas políticas. (...) Nuestra suerte personal dependía de un complicado engranaje de acciones políticas. (...) Debía comprender esa situación en que me encontraba de pronto, debía vivirla a conciencia.” Así Lo Prete se sumó con fervor a las actividades del pabellón, desde su lugar de “independiente”, junto a otras compañeras de posición semejante.
Lo Prete reproduce y cuestiona las costumbres, prejuicios y prácticas de la época. Los diversos roles que adopta la condición humana en situaciones extremas y cuando hay en juego cuotas de poder (real o imaginario). Las diferencias entre las militantes de base y los cuadros, entre las pertenecientes a las organizaciones armadas y las que rechazaban esa vía. La relación entre las que provenían de los sectores “pequeño-burgueses”, incluida la autora, y las que habían sido arrancadas del barrio, las provincias y los montes. Unas y otras pagaban peaje simbólico por su origen y su extracción social, en esa discusión acerca de quién realmente encarnaba la “voz del proletariado”. Aguafuertes de la militancia encarcelada, el texto de “la Lopre”.
“Yo creía que mi soledad, mi ajenidad, eran abstractas, eternas, y no lo eran. En la cárcel me sentí claramente vulnerable, necesitada de los otros, arrojada en medio de un grupo humano y obligada a permanecer allí, mi angustia perdía su calidad metafísica y se revelaba el deseo, y en esa medida pude dar a los otros lo mejor de mí misma con una alegría que antes nunca había sentido. Esa mujer fui en el HPC (hospital carcelario) y en muchos momentos de mi vida en el 29 (nº de pabellón); aun así, tajeada tan seguido por la daga del sectarismo.”
Cuentan sus compañeras que había quienes veían en Lo Prete signos de soberbia y omnipotencia, pero el texto revela a una mujer cuyo desamparo espiritual era de tal dimensión, que descubrió en el encierro un espacio donde dar lo mejor de sí y recibir el afecto que no había tenido en su infancia y que tampoco encontró en los hombres. Ni en Roberto Cristina, su ex marido, ni en César, el guerrillero con quien vivía y cayó presa, con el que mantuvo correspondencia de pabellón a pabellón en el intento de crear un futuro y un sostén mutuo.
El texto de La Lopre queda en suspenso, finaliza en una coma. Esa coma pertenece a una carta de César de las tantas que transcribe en Memorias... El le cuenta que la soñó haciendo el amor, vestida con “un traje espacial que es como un buzo de ciré plateado y suave, para protegerte del frío o por,” Esa es la coma última. Lo demás es el resto de la página en blanco y, seguramente, el advenimiento de lo que ella llamaba irónica y pudorosamente el “virus”, o el “crisón”. Ese virus que le extinguió el deseo de vivir y que había logrado conjurar en los días de Villa Devoto.
NOSOTRAS, PRESAS POLITICAS
(Nuestra América ediciones)
Bajo este título, 112 ex prisioneras políticas en distintas cárceles y centros clandestinos, que luego convergieron en el penal de Villa Devoto, recuerdan, testimonian, documentan y escriben sobre su cautiverio y las circunstancias que les permitieron sobrevivir y mantener los lazos afectivos que dieron nacimiento a esta obra colectiva que abarca el período 1974-83.
En casi 500 páginas, más un CD que contiene cartas, las militantes nacidas casi todas entre 1945 y 1955 enmarcan las diferentes etapas represivas y políticas bajo las cuales se concretó su cautiverio y, en muchos casos, los de sus compañeros y familiares hoy desaparecidos o asesinados. Pertenecientes a diferentes partidos políticos y organizaciones de la Argentina y de países limítrofes, más de 1200 mujeres obreras, campesinas, estudiantes, profesionales, amas de casa, artistas, docentes, con niveles diversos de compromiso militante e incluso sin él, convivieron en la cárcel de Villa Devoto, en la Capital Federal, penal elegido como “vidriera” por los militares, tras el golpe de Estado de 1976.
Esta cárcel, señalan, “fue utilizada por la dictadura para mostrar una imagen de legalidad frente a las presiones que ejercían, en ese entonces, los organismos internacionales de derechos humanos”, mientras que hacia el interior las autoridades del Servicio Penitenciario Federal sentenciaban: “De aquí saldrán muertas o locas”.
En Nosotras, presas políticas, las testimoniantes relatan la forma en que fueron detenidas; muchas de ellas pasaron largos períodos en campos clandestinos y luego fueron trasladadas desde diferentes puntos del país y del exterior en vuelos cuyo destino desconocían, al penal de Devoto. No siempre “blanqueadas”, sobre todo en la etapa anterior a la visita de la CIDH, oportunidad en que el organismo de la OEA las entrevistó y exigió la totalidad de los nombres de quienes estaban encarcelados en el país. Lo que, como se sabe, no cumplieron los represores.
Toda clase de torturas y vejámenes son reflejados en los testimonios de las mujeres, al tiempo que describen en cartas, poemas, documentos y dibujos de la época la forma en que se organizaron para sobrevivir a las presiones y el imperio del terror que padecían aún arribadas a Devoto.
La relación con los hijos en las visitas tras largo tiempo de no verlos, las desapariciones de los compañeros, maridos, parejas, mientras estaban detenidas, los padecimientos a los que eran sometidos los familiares cuando concurrían al penal, son temas cotidianos.
Paralelamente dan cuenta de las diversas estrategias creadas por el conjunto para atenuar las dificultades en la convivencia y en las diferencias políticas, al tiempo que agudizaban al máximo las capacidades de cada una para tratar de “vivir con alegría”, y disponer de los escasísimos recursos materiales y psicológicos con los que contaban.
Nosotras es un libro de mujeres con claro perfil militante, que una vez recuperada la libertad tuvieron que retomar el contacto con sus hijos, con lo que quedaba de sus familias, con un mundo que había cambiado inmensamente y con muchas realidades que les eran ajenas y adversas.
“Nos dejaron profundas marcas (...) el temor al frío, la impaciencia frente a la espera, los ruidos que nos recuerdan los candados y las rejas o el carro de la comida ‘tumbera’, o el sonido del agua que bajaba por los caños de desagüe de las letrinas; los gritos, los golpes, los movimientos bruscos; la humedad de los calabozos con sus paredes mojadas y chorreantes, innumerables situaciones que nos resignifican la cárcel y los momentos que más nos afectaron”, afirman.
“Sabemos que el intento de destrucción ejercido sobre nosotras ha quedado registrado en nuestras mentes, en nuestros cuerpos, en nuestros corazones; somos conscientes de ello, lo llevamos a flor de piel en nuestra vida y así contamos esta historia”, subrayan.
El trabajo colectivo está dedicado a Mariana Crespo, “entrañable compañera” que tuvo la idea de escribir el libro en 1999, pero no llegó a ver su concreción, “y a las queridas compañeras que no vieron realizarse este sueño”.
Es un registro exhaustivo de lo ocurrido entre rejas durante la dictadura, al tiempo que se interpreta lo que pasaba afuera, en el país, en la sociedad. Concluye destacando que, a pesar de las diferencias, “coincidimos cuando decidimos resistir para sobrevivir, y definimos el ‘ellos’ y el ‘nosotras’”.
La actitud militante del autor colectivo queda plasmada claramente. No hay dudas ni planteos a la vista. Son militantes mujeres.
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