Vie 02.06.2006
las12

ENTREVISTA

Historia Argentina

Maristella Svampa, quien acaba de recibir el Diploma al Mérito en Sociología de la Fundación Konex, es una de las voces que con más agilidad ha sabido retratar la coyuntura política, analiza lo que ella llama “la vuelta a la normalidad” después de la crisis de 2001/2002 y el modo en que las clases medias se reacomodaron reactivando también prejuicios clásicos –como el temor a la “barbarie”– que impiden ver más allá de la propia necesidad de progreso. La acción directa, la democracia asamblearia y la Plaza del 25 como productos netamente nacionales.

› Por Gimena Fuertes

En su acotado departamento del barrio porteño de Almagro acumula libros en su desordenada biblioteca. Muebles de madera, telas que descansan sobre su pequeño sillón y ventanas con sol enmarcan su computadora portátil nueva que está aprendiendo a manejar. Maristella Svampa, doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París e investigadora docente de la Universidad Nacional General Sarmiento, acaba de sacar su última producción La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo, en donde plantea que “el neoliberalismo goza de buena salud”, y que a partir de 2003 se produce una “vuelta a la normalidad” que implicó “pensar que los excluidos tienen que resignarse al lugar que tienen, es decir, incluirse como excluidos”.

Los libros de Svampa recorren los últimos 20 años a través de un análisis político, histórico y sociológico. En 1994 publicó La plaza vacía. Las transformaciones del peronismo; en 2001 salió Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados; y en 2003 sacó a la calle Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras. En su último libro, esta socióloga que reivindica la acción directa como “el arma de lucha de aquellos actores que no tienen poder frente a aquellos que sí lo tienen, en un contexto de grandes asimetrías”, denuncia la campaña de “estigmatización” hacia los movimientos piqueteros que “reactivó prejuicios racistas y clasistas” en las clases medias frente a los sectores populares vistos como las “nuevas clases peligrosas”.

¿Por qué en su hipótesis final del libro afirma que el neoliberalismo goza de buena salud?

–Nunca hay continuidades simples. Hay que pensar en el mediano o largo plazo y no sólo en coyunturas. En los últimos 30 años, tomando al ’76 como el inicio, asistimos al final del empate hegemónico entre una sociedad altamente movilizada y recorrida por la violencia política. Hasta el ’76 ésta era una sociedad estructurada en torno de clases medias muy extendidas y clases trabajadoras muy fuertemente sindicalizadas e insertas en el mercado laboral formal, era un contexto de gran estabilidad. Los militares apuntaron a desarticular a las clases medias y a las clases populares como actor político, social y económico. En los ’90 se consolida ese proceso con el empobrecimiento de las clases medias y el alto grado de exclusión de las clases populares. Pasamos del empate social a la gran asimetría, y se operó una reconfiguración social negativa, las clases medias y populares tienen un peso menor en términos políticos, sociales y económicos. Después de la salida desordenada de la convertibilidad, se perjudicó una vez más a los sectores populares y hubo una cristalización de esas desigualdades económicas, políticas, sociales y culturales. Lo que sí cambió es quedurante los ’90 hubo un consenso neoliberal naturalizado, a partir de 2002 hay un cuestionamiento general a ese modelo y se instala una retórica, no sólo aquí sino en toda América latina, que genera la posibilidad de pensar en otros horizontes. Esta retórica antineoliberal no quiere decir que tenga un correlato en los hechos. Para mucha gente este modelo sigue siendo un horizonte insuperable, pese a todos los discursos floridos críticos al neoliberalismo. Las desigualdades siguen fuertemente instaladas. Hasta el 2003 hubo un sentimiento que atravesó a muchos argentinos de solidaridad y angustia y muchos comprendieron que las grandes desigualdades y los procesos de exclusión que se habían generado estaban directamente ligados al modelo neoliberal. Por eso los piqueteros fueron vistos positivamente. Pero a partir de 2003 hay una vuelta de tuerca negativa que implica dejar de pensar la exclusión o empezar a pensar que los excluidos tienen que resignarse al lugar que tienen, es decir, incluirse como excluidos.

En La sociedad excluyente... asegura que el 2003 es “la vuelta a la normalidad”, ¿cómo se da ese proceso?

–Ese deseo de normalidad que se instala en la sociedad es equivalente a ese afán de estabilidad que recorrió los años ’90, el deseo de estabilidad después de la hiperinflación. Creo que las grandes crisis producen enormes traumas en la población, lo que genera situaciones muy ambivalentes, pero en definitiva las sociedades se deciden por un camino. En los años ’90 se decidió por la estabilidad por sobre otras demandas. En el 2002 había demandas de solidaridad, y de orden y normalidad, y creo que triunfaron las de orden y normalidad. Hay mucha gente que no quiere pensar más en los excluidos, la vuelta a la normalidad en las clases medias significa restaurar las pautas de consumo, expectativas de progreso, dejar de pensar en lo que está afuera y reafirmar la cultura individualista que se consolidó en los ’90. A partir del gobierno de Kirchner hubo una redefinición del espacio político y eso impactó fuertemente dentro del campo piquetero. Por su parte, el Gobierno contestó de dos maneras: por un lado, con un avance fuerte de la judicialización, no me olvido más la frase del ministro del Interior, Aníbal Fernández, cuando dijo “los vamos a esperar con el Código Penal en la mano” y, en segundo lugar, con el proceso de estigmatización mediática, política y social sistemático. A esto se le suman los hechos de la Legislatura porteña, en agosto de 2004, y en agosto de 2005, cuando el Gobierno cierra la plaza a los piqueteros, algo increíble. Los piqueteros, más allá de que hay una gran heterogeneidad al interior del movimiento, no dieron con las claves para dar un mensaje diferente. Pero creo que lo que hicieron los medios y el Gobierno fue sacar lo peor de la gente, fue activar o reactivar prejuicios racistas y clasistas que subyacen en vastos sectores sociales. Digo “reactivar” porque son representaciones sociales antiguas, el estigma de la barbarie leído ahora en clave de “clases peligrosas”. Se reactivan prejuicios en torno de la imagen de la invasión de las clases peligrosas a la ciudad de Buenos Aires. Esto me parece absolutamente imperdonable porque instaló un umbral de intolerancia en los conflictos sociales que se desarrollan en el espacio público, lo que es muy peligroso. La huelga del hospital Garrahan, el subte, los trabajadores de Aerolíneas Argentinas, donde las interpretaciones que se instalaron fueron las del repudio y la estigmatización rápida y fácil, buscando chivos expiatorios, como militantes de partidos de izquierda a quienes hacían aparecer como manipuladores absolutos. En un país donde las asimetrías sociales son tan grandes, se ha hecho muy poco esfuerzo por comprender la centralidad de la acción directa.

Si bien una herramienta que ya es histórica como el corte de ruta fue estigmatizada, a su vez fue retomada por sectores como los ambientalistas.

–Esto hay que comprenderlo dentro de una perspectiva de mediano plazo, de 1989 hacia adelante. Este cambio de modelo societal y la instalación de un modelo neoliberal a partir del ’89 repercutió muy fuertemente en las formas de acción colectiva tradicional. Hay dos ejemplos: en el ’90 Menem lanza el indulto y el 70 por ciento de la sociedad está en desacuerdo, hay grandes movilizaciones, enormes, que salen a repudiarlo; sin embargo, esas movilizaciones masivas no lograron torcer la voluntad presidencial. Eso muestra claramente el fracaso de una forma de lucha tradicional que hasta ese momento había tenido eficacia. El segundo ejemplo son las privatizaciones: no es que no tuvieron resistencia, en Entel y los ferrocarriles hubo luchas apelando a las formas colectivas de acción convencionales. Las formas nuevas de acción colectiva son diferentes y están muy centradas en la acción directa, es decir, el poder sin mediaciones, y en el desarrollo de formas de democracia asamblearia. Las dos formas son centrales y se explican por el divorcio que se instala entre sistema político absolutamente autocentrado y las nuevas formas de autoorganización de lo social. Las Mujeres Agrarias en Lucha para detener los remates realizan acciones directas, van y cantan el Himno Nacional o H.I.J.O.S. ante la impunidad resuelven hacer escraches, una forma directa, de alto impacto, porque la espectacularidad es una nota común de este tipo de acciones. Esta dimensión central de la acción directa va acompañada por un desarrollo de las formas asamblearias, tradición que se inicia con las primeras puebladas en Cutral-Có (en los ’90), encuentra continuidad en las organizaciones piqueteras con carácter más territorial, tiene una expresión de alto contenido político en las asambleas de Capital Federal y alrededores, encuentra en Esquel contra la minería tóxica y en Gualeguaychú en los últimos tiempos una forma multisectorial de expresión. ¿Por qué la Argentina, además de escoger formas de acción directa para expresar sus reclamos, desarrolla marcadamente la democracia directa y participativa? Por qué pone en cuestionamiento el carácter representativo y delegativo del sistema político que no ha dado respuesta en todos estos años a estas demandas de democratización. Lo que están diciendo los nuevos movimientos sociales es que hay un nuevo paradigma en la política que da contenido a la democracia.

En La sociedad excluyenteafirma que hay un proceso de fragmentación y diferenciación hacia adentro de las mismas clases medias, ¿cómo caracterizaría ese proceso?

–En las clases medias durante los ’90 se produce esa fractura intraclase. No sólo hubo una dinámica de movilidad social descendente. Me interesó analizar a aquellos que se habían separado del colectivo de las clases medias y se mimetizaron con las clases altas a través de nuevos estilos de vida. En el proceso de redistribución del poder social se instala una dinámica de ganadores y de perdedores. Entre los ganadores están aquellas profesiones y actividades que se acoplan más exitosamente al modelo y que adhieren a él, que encuentra su expresión con la segregación espacial, la huida a los countries y los barrios privados. Se generaron nuevos modelos de sociabilización que implican el abandono de lo público y una asunción de lo privado como elemento ordenador. La historia de las clases medias aparece muy ligada a lo público y a los servicios del Estado, pero ahora se opera una división fundamental: las clases medias optan por la escuela, la salud y la seguridad privada, hay mecanismos de privatización ante la deserción del Estado y el abandono de sus funciones fundamentales. A la clase media le cuesta mucho asumir este estado de pobreza. Es una experiencia muy traumática que no se da de un día para el otro, empieza a principios de los ’80 con la pérdida del poder adquisitivo, luego se deterioran los servicios públicos, después aparece la precarización laboral y, por último, el desempleo. Ese proceso de fragmentación y empobrecimiento de las clases medias muestra los límites de una cultura individualista. La gran salida a la calle y al espacio público y una verbalización casi feroz de ese estado de pobreza son las asambleas populares. Recuerdo los discursos identitarios de las asambleas que expresaban la necesidad de las clases medias de redefinir su lugar en la sociedad. Fue un movimiento político en sentido fuerte, porque se proponía pensar la nueva institucionalidad.

¿Cómo se dio este proceso de empobrecimiento en los sectores populares y qué rol jugó el Partido Justicialista en el territorio?

–En los sectores populares la descolectivización es más generalizada a partir de los ’90. Hay varios factores que operan para que se produzcan los cambios dentro del mundo popular. Por un lado, se da el proceso de desindustrialización, cambios en la organización del trabajo, en las formas de contratación con la flexibilización y una expulsión a través del desempleo de grandes masas de trabajadores. A mediados de los ’80 se empieza a percibir los límites de integración del modelo desarrollista nacional popular. Vemos que grandes masas de inmigrantes no encuentran un lugar de inserción en la sociedad y que progresivamente se van instalando en la periferia de las grandes ciudades y van desarrollando formas de acción más centradas en el barrio, orientando sus demandas al Estado para poder hacerse de los servicios, obtener el agua, los títulos de propiedad. Esta desarticulación entre urbanización y empleo es fundamental para entender el procesos de territorialización de las clases populares. Los ’90 son teatro de la persistencia del peronismo pero también de su gran mutación. La conversión del peronismo al neoliberalismo a principios de los ’90 va a generalizar las intervenciones territoriales a través de la multiplicación de políticas sociales focalizadas, descentralización administrativa y la instalación de una nueva estructura de gestión que coordina las relaciones entre el poder desde arriba con ese mundo empobrecido de abajo. Esta conversión del peronismo al neoliberalismo hizo que perdiera una de sus dimensiones más contracultural y política que aludía a un lenguaje emancipatorio para los sectores y se convierte en puro lenguaje de dominación a partir de políticas clientelares bajo la forma afectiva, rememorando lo que el peronismo significó en el viejo modelo y el estilo evitista. El clientelismo tiene elementos no sólo instrumentales sino de neto corte simbólico. Ciertos sectores populares siguen siendo peronistas pero esa dimensión emancipatoria y contracultural se ha perdido. Son las organizaciones piqueteras las que recuperan en el mundo popular la dimensión emancipatoria, de ahí que ellas sean también portadoras de ese elemento plebeyo que crispa tanto a las clases medias y altas. Hubo un debilitamiento en el mundo de los trabajadores urbanos y el surgimiento de un mundo popular más articulado en torno de organizaciones territoriales, no sólo las piqueteras, sino comedores y sociedades de fomento ligadas a la Iglesia, a la municipalidad, algunas con cierto grado de autonomía. La fábrica no desaparece, sólo pierde centralidad, el mundo obrero sigue existiendo. Lo que cobra centralidad es ese mundo organizacional de los pobres urbanos, que asoma a través de las organizaciones piqueteras y muestra ese carácter de nuevo proletariado plebeyo, multiforme, heterógeneo, más ligado al trabajo informal y al desempleo. Es un nuevo mundo que asoma que desarrolla nuevas formas de solidaridad y formas de acción directa. Es un mundo que asusta, es el mundo de las clases peligrosas, a partir del 2003. Es la idea de la frontera. Cuando hablo con algún representante de esas clases medias ilustradas progresistas –concepto que habría que revisar– o me invitan a colegios para hablar de las organizaciones piqueteras, algo que me encanta hacer, me encuentro con adolescentes que expresan muy abiertamente sus prejuicios, y también sus sorpresas cuando les cuento cosas acerca del mundo piquetero, el barrio, la campaña de estigmatización, y se quedan impresionados, porque ven un piquetero y ven estereotipos. Se construyeron dos estereotipos: el del piquetero violento con cara tapada y palos y el estereotipo plebeyo, aquel que aparece asociado a la incultura y ante el cual las clases medias pueden asentar fácilmente su superioridad de clase.

Primero escribió La plaza vacía, después Los que ganaron, luego Entre el barrio y la ruta, y ahora este libro. ¿Es una síntesis de su producción?

–En La sociedad excluyente me propuse hacer una síntesis general de lo ocurrido en los ’90. Trabajé sobre el peronismo, soy peronóloga, en La plaza vacía. Allí trabajé sobre el mundo sindical, la experiencia de los metalúrgicos. Veía esa fragmentación, ese desdibujamiento del mundo obrero en el marco de la flexibilidad y la precarización. Una de las imágenes más fuertes en el ’97 son esos viajes al conurbano donde veía los esqueletos de las fábricas y llegaba al sindicato de los metalúrgicos en Quilmes y desfilaban los chicos de 18 o 20 accidentados en las fábricas, o los desocupados buscando consejo. Después trabajé a las clases medias y altas a través de la segregación espacial en Los que ganaron, un libro que me sirvió para pensar las transformaciones en el rol de las clases medias. Después trabajé sobre los movimientos sociales y las organizaciones piqueteras en Entre el barrio y la ruta. Los sociólogos tienen la tendencia de estudiar fenómenos de descomposición social, pero yo abordé la recomposición, quise mostrar la lucha, las movilizaciones, la resignificación de las relaciones sociales. La sociedad excluyente instala sus lecturas en un equilibrio difícil entre el análisis de la destrucción de las relaciones estructurales, por un lado, y el análisis de las luchas y las movilizaciones sociales. Cuando uno mira la cartografía social de la Argentina es demoledora, por momentos inapelable, nos deja sin palabras. Pero hay que insistir que, pese a ello, hay lucha, hay resistencia. Me parecía necesario poner el acento en que lo social se construye entre restricciones estructurales y luchas sociales, culturales y políticas.

Pero eso es una elección suya. ¿Cuál es el rol del intelectual, para quién produce?

–Esta hipótesis de lo social construido entre la estructura y las luchas es teórico-metodológica, pero sin duda está relacionada con mis posiciones políticas. Hay que recuperar el rol del intelectural crítico. En los últimos 20 años hemos asistido a una suerte de profesionalización excesiva, a partir de la cual tomó centralidad la figura de “el experto”, que es el profesor universitario que aporta, pero en un mundo muy autocentrado en sus propias necesidades y urgencias, en una jerga incomprensible, cuyo único interés es escribir papers en Estados Unidos y tener reconocimiento internacional. Creo que la dimensión profesional es importante, pero ese habitus académico tiene que ser potenciado con un compromiso con la realidad. Hay lecturas muy extremas entre el intelectual militante y el experto profesional. Mi posición es que el intelectual pertenece a ambos mundos, afirma su identidad profesional, yo lo hago, trabajo en la universidad, y creo que la mejor manera es utilizar ese habitus académico en función de preocupaciones y compromisos políticos con la sociedad. Y mi compromiso está muy claramente definido, yo acompaño a los movimientos sociales en forma crítica, no ingenua.

Despues de la Plaza vacia, la Plaza del Si

“La disociación entre peronismo y protesta social ha sido muy clara en los últimos quince años –dice Svampa–. Esta disociación planteó entonces un conflicto por la apropiación de este espacio simbólico central. Más si tenemos en cuenta que, entre 2001 y la actualidad, la Plaza ha sido el lugar privilegiado de la protesta social y de las manifestaciones de las organizaciones de desocupados. Todos los líderes peronistas sueñan con una Plaza llena. Carlos Menem tuvo una pseudoplaza, ya colonizada por el neoliberalismo. Y aunque nadie lo recuerde, hasta el propio Eduardo Duhalde quiso organizar, en febrero de 2002, una “plaza del sí”. Por ello no extraña que Kirchner, desde el inicio de su gobierno, haya buscado disputar y reapropiarse de la Plaza, considerada como el lugar fundacional del peronismo. Hubo varios intentos fallidos, pero es recién ahora que, reagrupando fuerzas muy heterogéneas, Kirchner pudo llenar la Plaza, y desde ahí intentar recrear algo de esa mística perdida del peronismo, a través del encuentro entre masas y líder.

¿Cómo califica el estilo presidencial?

–En términos de estilo político de liderazgo, Kirchner es profundamente peronista y ello en el sentido más tradicional. Lo es porque continúa con la tradición personalista y decisionista de sus antecesores, reforzada por el régimen hiperpresidencialista de la Argentina. Así, por ejemplo, Kirchner propone un determinado vínculo con las “masas organizadas” (antes eran sólo los sindicatos, a los que se agregan ahora los piqueteros oficialistas). Dentro del espacio piquetero siempre hubo corrientes importantes que se identificaban con la matriz nacional-popular y, por ello mismo, reivindicaban ciertas formas del peronismo histórico. Algunas eran más negociadoras (como la Federación de Tierra y Vivienda) y otras más combativas (como Barrios de Pie). En 2003, estas corrientes realizaron un diagnóstico positivo con respecto a Kirchner, viendo en él la posibilidad de volver a las fuentes históricas del peronismo. Por su parte, Kirchner desde el poder se encargó de crear otros movimientos piqueteros, por ejemplo, el MTD Evita. Este giro coincidió con la formación de una suerte de polo latinoamericano, atravesado por una fuerte retórica antineoliberal, que reactivó nuevamente la tradición nacional popular. Para los movimientos argentinos, la referencia continental es Hugo Chávez, cuyo discurso y acción política trae tantas reminiscencias a los partidarios del “peronismo histórico”. Más aún, si uno va a los locales de las organizaciones piqueteras que acabo de nombrar, se encontrará con que al lado de los retratos de Perón y Evita no está el de Kirchner, sino el de Chávez.”

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