HISTORIAS DE VIDA
Nya Quesada es esa abuela con la que cualquiera sueña: de pecho amplio para refugiarse en épocas de tormenta, con habilidad para el tejido y una risa amplia y luminosa como las flores que cultiva. Pero además, esta Abuela de Plaza de Mayo es una actriz que ama su trabajo y siente al San Martín como a su propia casa.
› Por Laura Rosso
El aparador del comedor de su departamento reúne, de algún modo, los momentos más importantes de su vida: los más felices y los otros. Hay adornos, premios y fotos. Los adornos, traídos de viajes y giras con las compañías de teatro, están ubicados, desde hace un tiempo, en los estantes más altos para evitar ser investigados por las manitas inquietas de su bisnieto Tadeo. Los premios recibidos a lo largo de su carrera acercan recuerdos de amigas y amigos actores y largas temporadas de trabajo. Las fotos son muchas. Algunas anudan la garganta y hacen brotar lágrimas de sus ojos chiquitos; otras regalan sonrisas, expresiones de felicidad y palabras de placer. Entre tantas fotos, las de su hija Adriana, desaparecida durante la última dictadura, y las de su nieto Nicolás, contraponen las dos puntas de una historia muy dolorosa y difícil pero con un final un poco más feliz que tantas otras.
Nya Quesada, actriz, madre y abuela de Plaza de Mayo, pudo recuperar a su nieto –secuestrado junto a sus padres– en el año 1978. Veinte días después de que no se supiera nada de él, Nicolás, con sólo dos años y medio de vida, pudo pronunciar las palabras que lo llevaron nuevamente junto a sus abuelos. “Esa es mi tía”, dijo mientras miraba en la televisión una de las novelas de la noche que se sintonizaba en la casa de la secretaria del juez. Así, aquella mujer que lo llevaba con ella por las noches para no dejarlo solo en un Instituto de Minoridad, supo que Nicolás era sobrino nieto de Menchu Quesada y nieto de Nya, su hermana.
El encuentro y la charla con Nya sucede en su departamento, durante la mañana del día del trabajador. Un rato más tarde, Nya partirá rumbo a la casa de Nicolás para almorzar y pasar allí la tarde junto con Agueda, la mujer de su nieto, y con Tadeo, el hijo de ambos. Nya dejó preparada sobre la mesa (prolijamente envuelta, como suelen hacer las abuelas) la fuente con empanadas y la botella de vino tinto que llevará para el almuerzo. También los regalitos para Tadeo, dignos de toda abuela que se precie de tal: medias y camisetas. Nya es coqueta y se pregunta si para las fotos no hubiese sido mejor desabrochar el primer botón de su saco tejido. Lleva puesto un colgante que llama la atención. “¿Sabés quién lo hizo? Mi hija Adriana. Todas las personas me dicen: ‘¡Qué cosa tan linda!’ Porque es original.”
El balcón rebasa de macetas con flores y enredaderas; su preferida es la Santa Rita que le regaló su nieto y que busca el sol de las mañanas. Ella lo nombra a cada momento y se acuerda de cómo lo criaron con su hermana Menchu. Juntas las dos, toda la vida. La escuela, las reuniones de padres, los actos de fin de curso, su vocación por la música y la pintura. “Yo sigo acompañándolo en todo sentido y siento que haber traído a Tadeo es seguir la vida”, dice.
Nya llegó a Buenos Aires desde Bahía Blanca muy jovencita, acompañada por sus cuatro hermanos.
–¿Cómo fue el desembarco en la Capital?
–Con mucha naturalidad; no fue esa cosa de locura porque, como estaba toda la familia junta, no sentí esa cosa tan distinta. En el teatro conocí a mi marido, trabajábamos juntos en la misma obra y el romance comenzó en Montevideo porque estábamos de gira. No volvimos a trabajar juntos nunca más porque él sufría de asma y tuvo que dejar. La actuación fue el amor de su vida y no fue totalmente feliz por eso. Era lo que él amaba. Estaba encantado de que yo siguiera y me ayudaba a cuidar a Nicolás. Pero el asma no le permitió vivir. Cuando falleció, yo me vine a vivir aquí, a este departamento, con Menchu.
La familia Quesada es como un gran clan. “Nos protegemos y nos queremos mucho”, cuenta Nya. “¿Sabés que en la calle nos reconocían por la voz? A las tres, a Juanita, mi hermana mayor que fue primera figura de radio, a Menchu, que hacía La hora del téen vivo, y a mí. Eramos muy parecidas.”
–¿Qué le produce felicidad?
–Trabajar. Eso me hace bien y me da felicidad. Me encanta actuar, lo siento adentro; nuestro trabajo es como un juego porque uno siente cada personaje como si fuera uno mismo. Es hermoso. Yo siempre acepto, me encanta trabajar, interpretar los distintos personajes. Y no termino tan cansada. Fijate que anoche, después de las dos funciones de Filomena Marturano, me acosté a las dos de la mañana y hoy me levanté temprano sin problema. Muchas veces vamos a cenar todos juntos y a mí me encanta, tengo el ánimo ése de estar todos juntos.
Nya tiene ánimo, ese ánimo que devuelve vitalidad, entereza y energía. Tiene ganas de seguir luchando, de participar de las marchas por los derechos humanos, de cuidar a los suyos. “Yo voy al frente, hago todo lo posible por dar amor a mis familiares y a mis amigos, soy solidaria, infinitamente solidaria; bah, yo lo siento así, no soy para nada egoísta.”
Nya recuerda muchos de sus trabajos, especialmente las obras de autores como Chéjov, Brecht y Shakespeare. “Para mí el Teatro San Martín es como mi segundo hogar. Me acuerdo que una vez Agustín Alezzo me contrató para suplantar a Lydia Lamaison o a Márgara Alonso en Ricardo III. Tenía que estudiarme los dos papeles por si acaso. A mí me enamoraba el de la reina, que era el personaje de Márgara, que entraba como una loca en escena. Resulta que un día Márgara se enfermó y a las 6 de la tarde me llaman a mí. Yo no había ensayado nunca con el elenco y le había pedido a Alezzo que me dejara pasarla algún día. ‘No, quedate tranquila’, me dijo. Vos sabés que la sala Martín Coronado, cuando actúa Alfredo Alcón, está de bote a bote. Ni tiempo de pensarlo tuve. No se cómo estaría yo que dije que sí. Yo amaba ese papel. Llegué a las 8, y a las 9 de la noche se levantó el telón. Fui valiente porque ¡Dios mío! si te equivocás en algo... Lo hice cuatro días, por suerte. Por suerte por Márgara, porque yo la adoro y fue una gripe con fiebre nada más lo que tuvo.”
Nya no quiere saber nada con el invierno: “A mí me gusta el verano a pesar de esos calores espantosos. Este año no tuve tiempo de tomarme vacaciones porque pasamos del Teatro Regio al Teatro de la Ribera con El pan de la locura y luego, cuando bajó de cartel, a la semana siguiente estrenamos Filomena Marturano”.
–¿Qué hace cuando está en su casa?
–En los momentos en que estoy sin hacer nada, tejo mirando la televisión porque me parece estúpido mirar televisión sin hacer nada, entonces tejo. También cuido a Tadeo, que hasta se queda a dormir. Hago ejercicio físico, voy al kinesiólogo para mejorar la postura. Converso con Hilda, que me acompaña y vive conmigo de lunes a viernes, y tomo una copita de vino todos los días, mediodía y noche. ¡Qué sinvergüenza soy! ¿Es mucho, no?
–¿Qué deseos tiene?
–Tener fortaleza y salud. Con ese ánimo para vivir, Nya sigue con las Abuelas, trabaja en el teatro, recuerda siempre a su hija Adriana y disfruta de la alegría que cada día le regala su bisnieto Tadeo.
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