HALLAZGOS
La semana que viene, por primera vez en la Argentina, abre una muestra del pintor judío polaco Mauricio Minkowski (1889-1930), un artista que destacó el rol de la mujer en la vida religiosa y social. La mayor colección de su obra está en Buenos Aires, se salvó milagrosamente cuando ocurrió el atentado contra la AMIA y su exhibición coincide con la edición de un libro sobre este creador hasta ahora casi secreto.
› Por Moira Soto
Lo primero que atrae del cuadro son esas miradas que atraviesan el espacio irradiando asombro, angustia, incredulidad, desolación... Un grupo de jóvenes estudiantes reacciona así frente al ataque de locura de un rabino. La obra, firmada por un tal Maurycy Minkowski, toma por asalto a la cronista que ha ido al Jewish Museum de Nueva York con ánimo de ver la muestra de la admirable escultora Eva Hesse (nota de Las12 del 9/6/06). El cuadro titulado He Cast a Look and Was Hurt ejerce una poderosa fascinación, es difícil quitar los propios ojos de esos ojos tan acongojados. Más adelante, en el recorrido de este magnífico museo que se dedica a explorar la intersección de 4 mil años de arte y cultura judíos, aparece otro Minkowski –éste protagonizado por mujeres que huyen de un pogrom– que se puede reconocer de lejos aunque una no haya oído hablar en la vida de este singular artista.
Una detenida incursión vía Internet ofrece revelaciones inesperadas, sobre todo a través de un exhaustivo trabajo de Zachary M. Baker, de la Universidad de Stanford: el pintor judío polaco Maurycy Minkowski, nacido en Varsovia en 1881, pintor primero de paisajes y retratos, luego comprometido con una temática profundamente judía, autor de cuadros que están en diversos museos del mundo y en manos de coleccionistas, vino a Buenos Aires a exponer una gran cantidad de cuadros en 1930, no consiguió vender ninguno aunque mereció comentarios elogiosos, y al cabo de tres meses murió en un accidente de tránsito. La colección más importante de Minkowski está en Buenos Aires, decía Baker, pertenece al IWO (Instituto Judío de Investigaciones) y se salvó casi por completo cuando explotó la bomba contra la AMIA, el 18 de julio de 1994.
El hecho de que Maurycy Minkowski, además de pintar numerosas escenas del padecimiento de los judíos en Rusia y Polonia a comienzos del siglo XX, hubiese consagrado gran parte de su obra a exaltar el rol de la mujer en el judaísmo, en las más diversas manifestaciones, parecía tema más que suficiente para “redescubrirlo” en este suplemento. De regreso en Buenos Aires, las primeras consultas a algunos críticos de arte locales parecieron demostrar que, efectivamente, Minkowski era un ilustre desconocido fuera de los límites de la colectividad judía local que frecuentaba el museo del IWO, bautizado precisamente con el nombre de este artista, que funcionó en el tercer piso de la AMIA hasta el terrible atentado. Pero la respuesta a una llamada azarosa, por las dudas nomás, al descollante fotógrafo Pedro Roth multiplicó la justificación de esta nota: el 6 de julio próximo, a doce años de la bomba, se abre la muestra Mauricio Minkowski en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), auspiciada por la Fundación IWO, y a la vez se anuncia la edición de un libro sobre el artista judío polaco, cuya obra fue fotografiada por Roth, con textos de Silvia Bronstein de Wilkis y Zachary M. Baker.
“Dentro de poco presentará Minkowski su obra sencilla y bella al público argentino. Es indudable que éste, sin prejuicio alguno, sabrá apreciar con el corazón una obra que sólo el corazón ha dictado”, escribía desde Bélgica en el diario La Nación, en junio de 1926, Julio E. Payró. “Ninguna violencia, ninguna escena de matanza, de incendio, de brutal invasión, sino el recuerdo y la amenaza del pogrom pesan en la atmósfera de la obra de Minkowski (...) Así, en su ternura inmensa, el gesto del artista traspasa el horizonte de Polonia y abarca a toda la humanidad que sufre”, decía este crítico de arte en otro tramo de su artículo. Sin embargo, ese anuncio tardaría cuatro años en cumplirse en cuanto a la llegada de Minkowski, y bastante más en lo que hace a la apreciación por parte del público argentino.
En estos días, los cuadros de Minkowski que se van a exponer desde la semana que viene están recibiendo los últimos retoques que los ubican en los marcos hechos por el propio pintor, en la sede actual del IWO. Después de haber recibido el impacto en el Museo Judío de Nueva York es realmente un privilegio y una emoción poder ver estas pinturas en compañía de Silvia Hansman, directora del archivo histórico, y de Silvia Bronstein, curadora de la muestra, quien comenta: “Es que él era carpintero de oficio, un artista completo, armaba sus telas, montaba sus bastidores, hacía los marcos en relieve con motivos que aludían al tema de la obra”.
Entre los cuadros colgados o apoyados contra la pared, se alternan muchos de mujeres con vestimenta antigua en los de ceremonias religiosas y con trajes de los años 20 en los que reflejan la vida cotidiana. Según Silvia Hansman, “Minkowski puso una mirada nueva sobre temas tradicionales, y también trató temas nuevos como el de las chicas adolescentes yendo a la escuela, muy avanzado para su época. Porque él estuvo atento a los cambios que se producían respecto de la mujer, en los modelos de familia. Tenemos cuadros como el de las mujeres vendiendo en el mercado sus aves, que da cuenta de la mujer trabajadora, que mantiene a su familia, un ideal distinto al de otras culturas. En la judía, a la vez, el modelo de hombre es el que estudia. La feria era el evento comercial y social del pueblo, la representación de los pequeños comercios judíos del momento. Aquí se ve el barril que a mí siempre me intriga: en este caso, puede contener pepinos o pescado... Por eso digo que Minkowski tiene una mirada especial a las mujeres en sus roles tradicionales, y también en otros roles no tan comunes”. Lamentablemente, el hermoso cuadro de las tres adolescentes vistas de perfil, por la calle, camino de la escuela con sus libros, con las polleras cortonas de los años ‘20, no entrará en la próxima muestra por razones de espacio.
Silvia Bronstein confirma la predilección de Minkowski por las figuras femeninas y aclara que el cuadro del rabino que enloquece que está en Nueva York es uno de los pocos protagonizado únicamente por varones: “En general, ellos aparecen en sus oficios –en la exposición estarán El carpintero, acompañado de su esposa en segundo plano, El maestro y su alumno–, o detrás de una ventana, a los costados, estudiando. También se puede ver algunos hombres en las escenas de refugiados y hambrientos, cuestiones que desgraciadamente aluden a la actualidad, en la Argentina y en el mundo. Lejos de la idealización, Minkowski pinta la cruda realidad, la difícil vida cotidiana, la pobreza, la mujer del carpintero casi en harapos, descalza, con un niño en brazos al que apenas puede sostener”. La expulsión, Sin hogar, Los errantes, figuran entre los cuadros que remiten a esta temática. Pero no se podrá mostrar La comida de los pobres, un cuadro que está en el depósito del Museo de Bellas Artes, al parecer en mal estado, que ni siquiera pudo ser visto por la gente del IWO, cosa que deplora Hansman: “Es una obra de mucha actualidad, emparentada con la pintura de crítica social argentina de la época, cuando Minkowski, que había empezado como retratista y paisajista se radicalizó, digamos, muy impresionado por las persecuciones, los judíos que perdían sus casas se veían obligados a dejar sus pueblos, a marchar a las grandes ciudades. En Rusia y Polonia ocurrió esta especie de éxodo. La gente veía venir las masas empobrecidas que llegaban buscando techo, comida. Tal como se aprecia en el cuadro Después del pogrom, encabezado por una mujer, que estará colgado, Minkowski representa estas dramáticas escenas con gran sentimiento”. Bronstein acota que el pogrom de Bialistok es el acontecimiento que produce el quiebre en Minkowski, lo compromete con el dolor absoluto del desposeído, del expulsado.
En su artículo para el libro sobre el pintor que murió en la Argentina, Silvia Bronstein sintetiza su biografía: a los cinco años, luego de un accidente, Mauricio Minkowski quedó sordo, lo que no le impidió desarrollar su talento para el dibujo y la pintura. Entre 1900 y 1904, estudió en la Academia de Bellas Artes de Cracovia, se relacionó con artistas polacos, recibió medallas de oro y plata. En 1906 ganó el premio de la Asociación de Arte de Varsovia por su obra A los pies de la cama de la hermana enferma, luego adquirida por un banquero de Varsovia y hoy considerada como una de sus obras más logradas. En 1907, Minkowski se lanza a recorrer solo los shtles de Ucrania, país donde es sospechado de espionaje por lo que debe recurrir a un abogado que le tramita un permiso de residencia en San Petersburgo, donde siguió pintando. Empieza a exponer en París, también en el Hermitage, luego en Koenigsberg. Estudia historia judía y se interna en la rica biblioteca del rabino de Varsovia. Es enviado como corresponsal del diario Schviat a las ciudades judías destruidas por los pogroms y esas imágenes lo marcan para siempre. Fue muy reconocido después de la Primera Guerra y realizó numerosas exposiciones en ciudades de Europa elogiadas por la crítica. En 1930 decide venir a Buenos Aires con su mujer Raquel y su hermano Félix, trayendo –las noticias discrepan– entre 100 y 200 cuadros para exponer, con la idea de viajar más tarde a Estados Unidos.
“Minkowski quería pintar a los judíos argentinos, especialmente a los gauchos”, anota Silvia Bronstein. La galería Müller, de la calle Florida, preparó una gran muestra. El diario Mundo Israelita habló de “sus telas vigorosas, pletóricas de belleza” y alentó a concurrir a la muestra y a la adquisición de las obras “de este ilustre embajador del espíritu judío”. Pero es verdad, como consigna Zachary Baker en su artículo, que ningún judío con dinero le compró ningún cuadro en esa exposición. “Recién después de su muerte, que fue muy sentida por la colectividad, se empieza a agitar un poco en el ambiente judío el interés por su obra. Se hace la colecta para donar La comida de los pobres al Bellas Artes, que lo manda al sótano...”
Con la muestra que abre en Recoleta en algún punto se empieza a hacerle justicia a este artista humanista signado por la tragedia y, en nuestro país, por la falta de exposición al público en general. “Lo importante es que lo estamos poniendo a consideración de todo el mundo ahora”, dice Abraham Lihtembaum, director del IWO. “Es la primera vez que se ofrecen en la Argentina más de tres obras juntas, fuera de nuestro Instituto. Y vamos por más, por una itinerante por el mundo.”
La rescatadora
No parece casual que haya sido una mujer la persona que más tuvo que ver con el salvataje de la obra de este pintor que tanto amó a su esposa y estimó a las mujeres. Ester Szwarc, coordinadora académica y docente del IWO, se arriesgó para preservar la obra de Minkowski y de otros artistas judíos, después del atentado. Ella lo cuenta así: “La mayoría de los cuadros estaban, en el momento de la explosión, guardados en un gran armario, justo donde se habían detenido los efectos de la bomba. El armario permaneció, pero prácticamente inabordable. Había unos poquitos cuadros expuestos de Minkowski, algunos se perdieron y otro quedaron colgados sobre el vacío, porque detrás estaba el hueco”.
Rescatar los primeros cuadros fue sumamente difícil, porque había que tratar de sostenerse de las vigas desde arriba: “Eran pesadas y resultó peligroso. Uno de los chicos que ayudaban y yo llegamos a colgarnos de una baranda que había quedado arriba, a algunos cuadros los tuvimos que separar del marco. Además, había que bajarlos por el mismo boquete que debió ser agrandado. Teníamos que sostener los cuadros con las manos, tratar de hacer equilibrio a través de las cornisas y de los escombros”.
Los cuadros que estaba dentro del armario recién pudieron ser rescatados a partir del 18 de agosto, cuando la gente, que se había reunido al cumplirse un mes del atentado, fue hacia Tribunales acompañada de la policía que custodiaba: “En ese momento, tres chicos y yo decidimos que salíamos al vacío para ver si podíamos mover ese armario y sacar su contenido, cosa que la policía no habría permitido por precaución. Esto estaba en el tercer piso, al final del museo que había desaparecido. En el pedacito que había quedado, nosotros intentamos mover las vigas con mucho cuidado. La primera etapa fue dejar los cuadros adentro, porque hasta el 18 de agosto yo me subía a una viga algo insegura y desde allí tiraba nylon para proteger los cuadros, porque el armario había quedado sin techo, les caía la lluvia. Todas las noches trataba de taparlos, para que se mojaran un poco menos... Primero dejamos todo en este gran salón que era el auditorio. La mayoría de los cuadros de Minkowski, un pintor que siempre me gustó muchísimo, no necesitó restauración, están limpios y con el deterioro detenido. Eso sí, a uno lo tuve que sacar horizontal, porque si lo hacía en forma vertical se caía la pintura que quedaba, se descascaraba. Lo restauró Néstor Barrio, con la técnica del punteado: seis meses con un equipo de seis personas”.
Fotografiar pintura con fidelidad
Pedro Roth conoció la obra de Minkowski en la década del 70, “cuando me acerqué al IWO, en la vieja AMIA, para hacer una fotos para un libro que editó Manrique Zago sobre la inmigración judía. Vi sus cuadros y quedé fascinado. Me pregunté por qué no los daban a conocer públicamente, pero así estaban las cosas en ese momento. Le propuse a Billy Whitelow, en esas fechas director, hacer una muestra en Bellas Artes. Le llevé algunas fotos, él estaba muy interesado pero no hubo manera de conseguir la autorización. Pasó el tiempo, hice fotos para el coleccionista José Moscovitz, empecé a ver más obra de Minkowski que había sido adquirida por muchos judíos de la generación anterior a la mía, a bajo precio porque era considerado más por el lado de la temática que tocaba que del valor artístico. Pero lentamente empezaron a llegar noticias de afuera, en Israel se empezó a rematar en Sotheby’s la obra de Minkowski y los precios fueron subiendo. Algunos judíos emigrados de Rusia llevaron cuadros fuera del país, y se los dejó salir justamente por el sujeto que trataban. Poco a poco se empieza a instalar la calidad de la obra de este artista, que ya había sido reconocida en algunas de las exposiciones que hizo en vida en Europa. Va saliendo del ámbito, de la égida de lo que es el judaísmo para convertirse en un artista universal, como Chagall”.
Pedro Roth dice que Minkowski estaba tan enamorado de su esposa que por eso muchas de las protagonistas de sus cuadros son distintas versiones de ella, “sin duda una mujer muy bella, al parecer melancólica, acaso depresiva. Cuando él murió, ella perdió la razón y hubo que internarla. Creo que Minkowski hace algo nuevo en el arte judío, e incluso diría en la pintura en general de tema social: las mujeres son protagonistas, sujetos de sus cuadros, cuando lo habitual era usarlas como objetos o como símbolos, tal el caso del cuadro argentino El despertar de la criada. Pero como personajes principales en lo social, en lo religioso. Minkowski pinta a las mujeres como personas dentro de una cultura patriarcal”.
Dice Roth que fotografiar un cuadro puede parecer simple, pero que el problema mayor consiste en preservar la exactitud de los colores: “La luz debe ser pareja, de una sola clase, y llegar a un compromiso entre los brillos y el color, sobre todo cuando se trata de óleos. Hay que aprender a mirar los colores. En el caso de Minkowski, él crea el primer plano, el segundo, el tercero y el cuarto en algunos de sus cuadros, y los va caracterizando a cada uno con su propia luz, porque él sabía usar este elemento y crear climas que envolvían a los personajes. Para mí es un gran acontecimiento que salgan a la luz pública los cuadros de este gran artista, me hace feliz que se pueda ver una obra que estuvo tan guardada tanto tiempo. Siento como un triunfo que se puedan mostrar aspectos de la historia, la religión, la cultura judía que tan bellamente representó Minkowski. Porque a través de sus imágenes él dio testimonio, recreó un mundo, una época, episodios históricos y momentos religiosos que conforman un verdadero patrimonio. No es de sorprender que en el momento de la primera muestra en Buenos Aires, en 1930, haya habido cierto rechazo por los cuadros de contenido social, de huida de refugiados y sobre todo de refugiadas, de mucho sufrimiento, de mucha orfandad. Hay que tener en cuenta que en el año ‘32 Berni manda al Salón Nacional Desocupados, que se convertiría en el cuadro más caro de la historia del arte argentino, y se lo rechazan. Y al año siguiente, con un ramo de flores, gana el Gran Premio Nacional”.
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