PERSONAJES
En un alarde de transformismo,
la rubia (natural) Carla Peterson está haciendo simultáneamente
a la villana de Son amores en la tele, y a la compleja y zarpada Rosalinda de
Para todos los gustos, de Shakespeare, en el teatro.
› Por Moira Soto
Carla Peterson –la villana más famosa y repudiada del año en la tele, la encantadora Rosalinda shakespeariana desde hace pocas semanas en el teatro– antes de saber exactamente en qué consistía el oficio, ya quería ser actriz cuando iba al Santa Unión, de Esmeralda y Córdoba. Un colegio de monjas escocesas con talleres de teatro, clases de baile, prácticas en las que se anotaba siempre la niña Carla que, no contenta, a la salida iba a estudiar danzas por su cuenta. “En esa época me gustaba mucho la comedia musical, me veía todos los clásicos del género. Hice en el colegio Cantando bajo la lluvia, ríe la rubia que llegó al bar de Junín y Las Heras un tanto camuflada tras el gorro y la echarpe, no sea que las fans de Mariano Martínez se tomen represalias por las maldades de su Brigitte en Son amores. Al poco tiempo, Peterson razonó que si iba a hacer comedias musicales en forma profesional, debía de estudiar teatro en serio. Y recién salida del secundario, alguien le sugirió que le convenía estudiar con “el maestro”: corría el año 1992 cuando se produjo el decisivo encuentro con el director y actor Miguel Guerberof. “Miguel tiene esto de mezclar a la gente, no te hace cursar primer año, después segundo... Una especie de dulce montón: entrá, prestá atención, disfrutá. Tiene alumnos que hace diez, quince, veinte años que están con él. Yo era muy nueva cuando llegué a esas clases, estaban haciendo textos de Shakespeare y Beckett. Imaginate, así de cruda fue mi primera aproximación. Me quedé tres años, probé otros profesores, volví con Miguel”.
Del bardo
inglesa la montaña rusa
En busca de laburo rentado, Carla Peterson pasó con resultados favorables
un casting para TV: “Estar en Montaña rusa fue una experiencia extraña,
iniciática en un mundo desconocido, el ingreso a cierta popularidad.
Yo había entrado la última, estaba medio al costado. Por suerte,
no tuve tanta continuidad en la tele que puede ser tan absorbente: pude tomarme
mis tiempos, viajar, ver otras cosas. Las diferencias entre el teatro que a
mí me gusta hacer y la tele no sólo están en los materiales
con que se trabaja, en los lenguajes y en las posibilidades de rendimiento del
actor: también la actitud del público es distinta. De todos modos,
la primera vez que me subí a un escenario no fue para hacer a Beckett
sino la adaptación de Montaña rusa, en el Broadway repleto. La
primera obra de teatro digna de ser llamada así fue Cuento de invierno,
de Shakespeare, bajo la dirección de Guerberof. Un reemplazo inesperado,
“una primera experiencia tan fuerte que recién ahora puedo mirar
para atrás y entender un poco la importancia de todo lo que fue pasando.
Por suerte, Miguel tiene esta idea de que hay que pasarla bien, disfrutar con
tu trabajo, celebrar si las cosas van bien. Para mí es un antes y un
después de Cuento... Anduvo muy bien acá, lo llevamos a Alemania
y fue maravilloso. Ese recuerdo me acompaña mucho: tengo en mi casa una
foto del saludo final, la felicidad total. Nunca imaginé que llegaríamos
tan lejos: actuando en castellano –sin subtítulos–, la gente
se reía, aplaudía, demostraba su entusiasmo. Una sensación
de festejo permanente, con intérpretes de todo el mundo haciendo cosas
de Shakespeare. Había sido un gran esfuerzo montar aquí Cuento
de invierno: un año y medio de ensayos, juntar plata para la producción.
Buena parte de ese elenco original estuvo después en Todo está
bien si termina bien, y ahora figura en Para todos los gustos. Me pone muy contenta,
tengo ganas de seguir por mucho tiempo, hasta que se cierre el ciclo.”
Después de un año sin TV, C.P. ingresó a Verano del ‘98
interpretando al personaje de una bailarina de circo varada en Cabo Esperanza:
“La televisión es como un empleo temporario, trato de llevarla lo
mejor posible.”
La mala
necesaria
–Las villanas de las novelas superan en cantidad y calidad a los villanos.
Actrices de prestigio no desdeñaron ese arquetipo imprescindible para
que haya conflicto, peligro, oposición bien/mal ¿Aceptaste a Brigitte
apenas apareció en tu horizonte televisivo?
–Me dijeron que mi papel era el de la mala que tenía que perseguir
a cualquier precio a Mariano Martínez. Pregunté si no iba a ser
muy obvio lo de la rubia sin escrúpulos, pero después comprendí
que podía tener matices, rasgos humanos. En Verano... ya lo había
intentado, pero quedó una buena que hacía de mala. De modo que
en Son amores me mandé directamente por el camino torcido. Me dije: ‘Bueno
¿quieren una mala? Seré la mala’.
—“Son amores” avanza en un registro de comedia de a ratos lunática,
de manera que tu mala no podía ser tan monolítica...
–No, claro, siempre pensé que se podían abrir otros juegos.
Brigitte no es la concentración del mal, tiene un lado un poco inconsciente.
Necesita compensar carencias, es una malcriada acostumbrada a cumplir sus caprichos.
Me causa gracia, siempre maquinando, llegando a situaciones insólitas
como la del embarazo inventado para casarse con Martín. A veces me sucede,
cuando me entregan el capítulo 102 y como el 103 todavía no está,
que no sé bien qué estoy tramando, cómo va a culminar ese
episodio. Entonces, interpreto la escena que me toca tratando de ser fiel al
perfil del personaje.
–Hacer a la villana tiene sus riesgos porque el público se suele
tomar a pecho el personaje, no siempre se distingue entre realidad y ficción.
Entu caso, además, le hacés perrerías al galán más
lindo y más deseado del momento.
–Ay, sí, yo soy la que lo besa a Mariano, que sí, es la actual
bomba argentina. Soy de viajar en subte, en colectivo y me miran mucho. Pero
donde me dicen cosas es por la calle: se dirigen a mí llamándome
Brigitte, me comentan lo mala que soy, pero con cierta simpatía, te diría.
Incluso me felicitan por la actuación. Siempre tuve claro que Brigitte
tenía sus razones, pero preferí guardarme algunas cosas, que el
personaje se vaya revelando a través del tiempo. Puede seguir el año
que viene y me parece preferible no mostrarlo todo. Lo conversé con los
autores y me escucharon, Brigitte tiene que ir dejando aparecer cierta complejidad,
siempre en este tono ligero de comedia.
–¿Tenés algún modelo de malvada para Brigitte, una
villana más joven de lo habitual?
–Mirá, hago todo lo que a mí me molesta, lo que odio en la
gente –la desconsideración, la mentira, la invasión–
lo pongo ahí. A mí me encantan las villanas de Disney, Cruella,
la bellísima Madrastra. Me dicen que parezco más chica, pero tengo
28. Igual nunca se dijo la edad de Brigitte, y se supone que soy unos años
mayor que Martín, bastante experimentada... Siempre digo que somos tal
para cual ¿te imaginás si me quedara con él y me lo llevase
a Europa, los líos con las mujeres de los demás jugadores?
Generos generados
–Shakespeare se adelantó unos siglos a los estudios de género
y hasta se dio el lujo de rizar el rizo: con esto de que las mujeres no podían
actuar, ponía a un personaje femenino –interpretado por un actor–
que se hacía pasar por varón acentuando los rasgos culturales
atribuidos al género masculino...
–Sí, sucede en la pieza que estamos haciendo, Para todos los gustos,
y más todavía en Noche de reyes... Además, lo hacía
con mucha aceptación popular ¿Qué no sabía Shakespeare?
Sabía de telenovelas, de cine, de psicología, de historia... Muy
al principio, me preguntaba cómo actuar a una mujer que se hace pasar
por varón sin caer en la caricatura. Obviamente, a los dos ensayos se
me aclaró que sólo de trataba de un intento de hacerme el varón,
siendo evidente mi condición de mujer. El problema era entonces tratar
de parecerlo a través de ciertos gestos, tonos, de la ropa. Pero no construyendo
minuciosamente un personaje masculino con todos los chiches. No iba por ahí.
Para mí es todo un gran proceso haber llegado a hacer a Rosalinda después
de haber interpretado a la Elena de Todo está bien si termina bien, tan
etérea y a la vez hiperexcitada. Acá sentía que tenía
que estar firme en el suelo, bien plantada, y empezar a trabajar desde ahí
al hombre.
–¿Por qué a las actrices les resulta imposible hacer a un
varón convincente —salvo el caso de Vanessa Redgrave como el transexual
René Richard– mientras que a los actores no sólo les encanta
trasvestirse sino que les salen personajes femeninos muy verosímiles?
–Será que la identidad femenina no puede taparse con bigotes postizos...
En realidad, hay muchas preguntas que no me hice todavía acerca de Rosalinda,
un personaje inagotable. No dejo de pensar en ella, es lo que me mantiene vivo
el entusiasmo, porque la libertad para hacerte todos los planteamientos que
quieras aparece después del estreno. Aunque no conozco a fondo todas
las obras de Shakespeare, en las que sí he leído siempre termino
dándome cuenta del poder que les da a las mujeres. El juego de Rosalinda
es increíble, va a improvisando un plan sobre la marcha, de acuerdo a
lo que va sucediendo en este bosque de Arden donde todo es posible.
–Tanto que Rosalinda de varón enamora sin querer a Febe, a su vez
amada por el pastor.
–Sí, y también me parece que en Rosalinda, el disfrazarse
de varón tiene que ver con el juego que trae con su prima Celia. Todos
los días meplanteo interrogantes, posibilidades, sin salirme, claro,
de cierta línea que tengo marcada, un camino que todos los del elenco
recorremos. Me imagino que Shakespeare se divertía moviéndole
el piso a sus contemporáneos, como cuando Rosalinda le dice a Febe: “Si
me casara con una mujer no querría otra esposa que no sea usted”.
Loco, genialmente loco...
—Sí, se nota que Febe al final le gustó más a Rosalinda
–enamorada de Orlando– que su prima Celia, que ya le gustaba un montón...
No me digas que ahí no hubo algo, aunque no concretaran.
–Por algo, al final Rosalinda decide: terminemos con la confusión,
pongamos las cosas en orden. Si al principio dejabas a Rosalinda y a Celia dos
minutos más en el castillo, antes de expulsarlas, no sabemos...
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