LUGARES
Toca ese timbre
EspacioRenata es una
retrospectiva permanente de las obras de Renata Schussheim. También una
casa abierta donde la artista recibe a sus amigos. Nada formal ni solemne: allí
se puede ver obras mientras se come un puchero o se espera el atardecer frente
a una salamandra, en la terraza.
Por María Moreno
Casa abierta”, dice Renata Schussheim, quizás por primera vez segura del género de lo que ha inventado. Pero para no contradecirla es preciso atravesar una puerta sin placa, un pasillo estrecho y tocar el timbre de lo que parece un departamento en altos que bien podría ocultar un garito. Entonces sí, lo que aparece podría llamarse “Casa abierta” de Renata. No sólo porque se puede comer de su comida, de su café y del paisaje de su terraza, invitándose a sí mismo mediante una reserva telefónica, sino porque es abierta a las bambalinas de la vida artística de Renata Schussheim, a una retrospectiva que puede disfrutarse en privado mientras se come pedestremente –¿no había que desacralizar el arte?– un puchero hecho por el ex baterista Mario Moret que se da marcha entre las ollas cantando el himno del gastronómico.
–Es tan argentino que nada de rrrrrr, grooooooooo (esta es una simulación del currículum francés) –dice Schussheim–, estudió en la Escuela de Gastronomía Argentina.
ESPACIORENATA queda en Malabia al 1800 y es una mezcla de autobiografía artística y de aguantadero de obras pasadas. Alberga las piezas que la artista ha venido realizando hace varias décadas e incluye dibujos, diseños de vestuario, objetos, piezas de ambientación y hasta piedras. Si hay gente que suele inquietarse en un restaurante por la presencia del mozo a sus espaldas, atento a que la copa no quede vacía, ¿qué decir de las criaturas que Renata ha traído a este ESPACIORENATA de su muestra Nave: unas top models alineadas como en ejército, anhelantes ojos saltones en sus cabezas de perras? O de la gorda con orejas, fácilmente transformable en centro de mesa (es liviana, puro telgopor recubierto de resina, aunque parezca tener el peso de Divine). O de la silueta con cabeza de pájaro que se sostiene sobre el living en un trapecio circular. Algunas son difíciles de evaluar en el mercado del arte, ya sea porque formaron parte de ambientaciones ahora desactivadas como por su género.
–¿Son esculturas o muñecos escultóricos? Un crítico norteamericano me dijo que hacía algo parecido a lo de Jeff Hunt, el marido de la Cicciolina que hace monstruos en resina de muy buena factura. Al principio pensé en alquilar un lugar y poner todo ahí. Porque, imaginate: vivir con 26 esculturas tamaño natural es como vivir con 26 personas, algunas paradas y otras acostadas. Y pensar en salir de gira con ellas es como llevar Los diez mandamientos y Ben Hur juntos. Lo que más éxito tuvo fue una sirena a la que se veía sólo de atrás con su cola extendida, parada ante una baranda, mirando un mar de telón pintado. La sirena estaba en tierra y alrededor había arena. Tenía el pelo rubio y yo había puesto un ventilador para que se lo moviera. La sirena no tenía rostro. Eso provocó un fenómeno extraño: gente que se sentaba al lado y se ponía a hacer yoga o a meditar. Creo que tocó alguna zona oscura que ni yo sé qué es. A esa sirena la vieron en el Centro Cultural Recoleta unas 160 mil personas. Mezcla de medusa y de Mujer de Lot, la sirena descansa calva en un cuarto cerrado de ESPACIORENATA.
De piso a techo está el Elisabeth, el retrato de una bailarina que, mientras estuvo expuesto, tenía un dispositivo que al acercarse el público emitía música de Luis Alberto Spinetta. Nave incluía otros cuadros musicalizados como los retratos de los peluqueros Hebe y Alejandro Granados, y de Norita y Pedro, dos bailarines de Ana María Stekelman.
En ESPACIORENATA cada cosa tiene su precio colgado. Hay caras de piedra (literalmente) por 10 pesos y cajas con figuras de pájaros por 30. El resto es elástico. En la terraza, junto a una criolla salamandra hecha con un caño y sillas tijera, dos vestidos de fiesta boxean mancos contra el horizonte.
Los efebos renatianos siguen en sus marcos. Federico Moura y Luis Alberto Spinetta son reconocibles, pero hay uno que es nuevo y desconocido.
–Dibujo gente linda para aliviar mi corazón.
–¿Y quién posó para el dibujo?
–Nadie, es totalmente imaginario.
–Ah, yo creí que era el viejo truco de “desnúdese que lo dibujo”.
–No, me da vergüenza. Ya lo he usado demasiado.
El 9 de agosto se estrena en el Teatro Argentino de La Plata Sueño de una noche de verano, con dirección de Oscar Araiz. El vestuario es el mismo que Renata diseñó para una versión hecha en Ginebra. Ella dice que con Jean François Casanovas quiere reflotar Boquitas pintadas, de Manuel Puig. “Boquitas Pintadas. El regreso”, se relame.
El vestuario para la compañía de Sara Baras que Renata hará de una versión flamenca de la Mariana Pineda de Lorca, omitiendo los miriñaques de 1830, se estrena durante septiembre en Sevilla.
Porque, como vestuarista, Renata Schussheim es capaz de pasar del Candombe nacional con Enrique Pinti en el Maipo de Buenos Aires a Edipo XXl con Alfredo Alcón en el Grec de Barcelona. De vestir a Lorena Paola en una producción de la revista 7 Días de los años ‘70 a vestir a Julio Bocca en Kuharay.
ESPACIORENATA es su aeropuerto privado.
–Soy muy gata Flora porque de golpe, cuando se hace un brake, me quedo muy angustiada y en el aire, como un gato en medio del salto. Es que nunca tengo tanto tiempo como para bajar, calmarme, retomar el dibujo y reencontrar el placer. Porque para empezar, equivocarte y equivocarte hasta encontrar un camino tenés que tener tiempo. Pero es tanto lo que quiero hacer en ese pequeño período, desde ordenar el placard y tirar los zapatos que no uso hasta clasificar mis dibujos, que termino no haciendo nada y alquilando una película.
Ahora Renata dice que va a usar su ESPACIORENATA para correr algunas mesas, sacar sus plumines, sus blocks y dibujar. Pero por ahora se asombra de estar pintando siempre el mismo paisaje, como si estuviera haciendo un ejercicio zen.
–Lo pinté unas treinta veces con una pequeña diferencia de ángulo. En una quinta que alquilamos con Oscar Araiz en San Miguel había una pequeña fronda con una entrada muy oscura. Y muy poco cielo. Saqué una foto. A ese paisaje lo pinté, lo pinté y siento que no terminé de pintarlo todavía. Qué placer. Porque dibujar es como escribir, esa tortura del papel en blanco, cualquier error y se arruina, es como trabajar sin red. La pintura es más sensual, menos fría, menos intelectual. Te equivocás, tapás, te dejás llevar, vas modificando. Y descanso de mi propia cabeza y de la figura humana. Porque yo soy demasiado narrativa. Siempre tengo que pensar quién es, qué cuento, qué es. Por ejemplo: ¿qué hay ahí al fondo del paisaje que está tan oscuro? No sé si alguna vez, si sigo pintando, voy a saber qué hay atrás. Qué importa.