CINE
Qué 8
François Ozon tuvo
una idea lujosa y se dio el lujo de concretarla: en 8 mujeres
logró reunir a Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emmanuelle Béart,
Fanny Ardant, Virginie Ledoyen, Danielle Darrieux, Ludivine Sagnier y Firmine
Richard. Con todas ellas juntas, Ozon no las desaprovechó y filmó
un thriller memorable.
› Por Moira Soto
El tipo –talentoso, joven,
bonito y aniñado– venía de hacer Gotas caen sobre rocas calientes
(vista aquí el año pasado), sobre un guión de Fassbinder
y quería dirigir algo completamente diferente: ya había logrado
desubicar a los que encontraron “transgresora” su Sitcom (1997), espantándolos
con Les amants criminels (1998), relectura morbosa para adultos ídem del
célebre cuento de Hansel y Gretel. François Ozon, 34, rápidamente
apodado enfant terrible, mote que detesta, filmó en el 2000 Bajo la arena
(también conocida localmente) con la divina Charlotte Rampling negándose
a aceptar la muerte de su marido, y después decidió divertirse con
la película menos naturalista, más artificial y glamorosa que se
pudiera imaginar.
Y quien dice glamour piensa en las estrellas norteamericanas de los años
‘50, cuando ese vocablo tenía peso específico y nadie esperaba
ver en la pantalla, en glorioso technicolor, a ninguna actriz arreglada como una
mujer común y corriente sino a una estrella centelleante. De otra dimensión
diferente de la cotidiana, con una personalidad a la que debían adaptarse
los personajes, y no al revés como piensan algunas discípulas de
Stanislavsky o de Hedy Crilla. Ese ser de otro mundo paralelo, entonces, de punta
en blanco –como Lana Turner en El cartero llama dos veces; como Kim Novak
en la primera parte de Vértigo– no tenía por qué remitir
a la realidad, tener gestos, emociones, historias parecidas a las de las espectadoras.
Su misión sobre la pantalla, misión que a menudo intentaba extenderse
a sus apariciones públicas, era hacer soñar. Dicho esto sin entrar
a analizar la calidad de esos sueños.
Bueno, Ozon –que por su edad debe de haber visto en video a Elizabeth Taylor
levantarse de dormir con el maquillaje perfecto en Una Venus en visón–
decidió armar una producción que recuperase aquel brillo irreal,
pero no por eso menos verdadero. Una película de mujeres, con puras estrellas,
muy sofisticada. El primer impulso fue rehacer The Women (1939), de George Cukor,
con Joan Crawford, Rosalinda Russel, Joan Fontaine, Paulette Goddard y otras bellas.
Pero descubrió que Julia Roberts y Meg Ryan se le habían adelantado
y tenían los derechos. Como estaba enamorado de una idea –estrellas,
seducción, universo femenino, armas de mujer, etc.–, siguió
investigando y se topó con una liviana pieza teatral de Robert Thomas que
le aportó justo la estructura que andaba buscando. Veloz para los mandados
–los propios, claro– como siempre, se dio cuenta de que la adaptación
merecía arrimar la anécdota a Agatha Christie, con sus personajes
atrapados (y presuntos culpables) a la manera de Eran diez indiecitos, con bastante
humor negro y, desde luego, ningún Hercules Poirot a la vista, que para
algo iba a ser un film archifemenino. Con una feminidad de altri tempi, por cierto,
pero reapropiada y puesta en vigencia con mirada actual. Y qué duda podía
caber, siguiendo el curso de las intenciones del director, con las estrellas más
luminosas del firmamento francés, que representarían a cuatro generaciones.
Sublime obsesión
¿Quién si no Catherine Deneuve podía encabezar esta suerte
de Gotha de las actrices galas? Pues François Ozon obtuvo el sí
de la intérprete de Belle de jour para el rol de la gran burguesa Gaby.
¿Hacía falta una personalísima y arriesgada para la amargada
Agustine? Isabelle Huppert, que venía de dejar sin aliento en La profesora
de piano, aceptó convertirse en la solterona mala onda. ¿Una bella
a rabiar, además notable en su oficio, para calzarse la cofia de Louise,
la falsa mucamita? Emmanuelle Béart firmó entusiasmada. ¿Una
dama sofisticada e incisiva, de pasado non sancto y presente dudoso? Fanny Ardant
soltó una de sus características carcajadas para demostrar que el
proyecto le encantaba. ¿Se necesitaba a una grande del pasado en plena
forma para encarnar a la abuela manipuladora? Allí estaba la magnífica
Danielle Darrieux, 85 pirulos bien vividos y mejor actuados, dispuesta a todo.
¿Cuál de las jóvenes figuras del cine francés, con
rango estelar, era adecuada para el papel de Suzon, hija de Gaby, nieta de Mamy,
inocente pero no tanto? Sin dudarlo, al director le pareció que la preciosa
Virginie Ledoyen –la adolescente de La ceremonia, de Chabrol– era la
elección perfecta, y Ledoyen no lo contradijo. A esta media docena de luminarias
había que sumar dos intérpretes de sendos papeles igualmente destacados:
la fornida y experimentada ama de llaves y la fresca teenager lectora de policiales.
La morenísima Firmine Richard se convirtió en Madame Chanel, y la
picante Ludivine Sagnier se vistió de verde claro y se puso las chatitas
de Catherine.
“Quería hacer un thriller clásico en ambiente cerrado, con
ocho sospechosas, brillos femeninos, algo de lucha de clases, secretos de familia
que se van destapando y demostrando cuánto pueden engañar las apariencias”,
dice el artífice de 8 mujeres, estreno de esta semana. François
Ozon realizó su obsesión a todo lujo, con afán perfeccionista,
para lo cual se rodeó no sólo de las actrices soñadas: convocó
a una excelente diseñadora de vestuario que ya había trabajado con
él (Pascaline Chavanne), a una iluminadora de primera (Jeanne Lapoirie),
a su escenógrafo favorito (Arnaud de Moléron) y a un coreógrafo
también de su confianza (Sébastien Charles) para los números
musicales. Puesto que en esta comedia negra rebosante de giros inesperados y vueltas
de tuerca, el director no se privó de intercalar numeros musicales porque
sí, porque le venían bien para revelar la interioridad de sus personajes
y acentuar el homenaje que 8 mujeres les rinde, entre otros creadores del cine
norteamericano, a Douglas Sirk y a Vincente Minnelli.
Designios de mujer
Los nombres de las estrellas aparecen sobre una cortina de cuentas de cristal,
facetadas como diamantes. ¿Qué menos se podía pedir para
estas celebridades? La directora de fotografía, factor artístico
decisivo, confiesa que no era posible –tal como lo deseaba Ozon– reproducir
el technicolor que deslumbró en los ‘50 porque el sistema requería
muchas pruebas, separar los colores primarios en tres películas diferentes.
Pero se propuso lograr algo que evocara los tonos saturados de aquellos tiempos.
“A Deneuve y a Ardant las iluminé desde atrás o casi de frente
para que luciera la star quality buscada. En cambio, con las jóvenes apelé
a recursos más contemporáneos para esculpir sus caras”, informa
Jeanne Lapoirie: “Por otra parte, las canciones tienen una luz distinta de
otras zonas del film. Se nos ocurrió al ver bailar a Ardant, seguirla con
una candileja en forma bien teatral, oscureciendo el resto de la escena. Jamás
pensamos que los exteriores debían verse en forma realista: hay un óleo
pintado como fondo, nieve artificial. Es cierto que experimenté ciertaaprehensión
por tener que iluminar tantas caras famosas, aunque ya conocía a Deneuve
y sabía que con ella no habría problemas. Pero hubo confianza y,
paradójicamente, tener a tantas celebridades juntas simplificó las
cosas. Guardo un recuerdo especial para la increíble fotogenia de Danielle
Darrieux”.
La vestuarista Pascaline Chavanne, otro importante soporte de esta producción,
comenta que en primera instancia “vimos algunos clásicos franceses
de los ‘50, pero los encontramos algo sosos en materia de moda. Claro, la
idea que nos rondaba era la de los films en colores de Sirk, Minnelli, Hitchcock...
Hollywood había idealizado la alta costura desde los ‘30. Y una mirada
atenta a películas como The Women nos demostró que los trajes de
los personajes femeninos no correspondían a la realidad social de esas
décadas. Demasiado construidos, lujosos, originales...”.
Chavanne sabía que Ozon no quería una mera reconstrucción
histórica sino más bien un verosímil, tomando las libertades
necesarias: “Por supuesto, el personaje de Fanny Ardant jamás podría
haber caminado por la nieve con esos tacos aguja... Pero es que las elecciones
de la ropa y el calzado tenían que ajustarse, antes que nada, al perfil
de los personajes y a sus interrelaciones. Por así decirlo: los trajes
percibidos como armas femeninas para imponerse o rivalizar. Viendo algunos films
en colores de los ‘50, comprendí que el exceso otorgaba un valor dramático
a la ropa, que contribuía a completar el personaje. Así, en 8 mujeres
podemos decir: el personaje azul, el verde, el rosa... Teníamos a 8 estrellas
que debían ser identificadas, diferenciadas, valorizadas. Nada mejor que
dejarnos llevar por el new look de fines de los ‘40 de Dior, que llevó
a las mujeres de la posguerra a recuperar la coquetería. Las nuestras fueron,
de todos modos, múltiples: Deneuve tiene algo de los melodramas de Lana
Turner; Firmine Richard, del ama de llaves de Imitación de la vida; Ledoyen,
de la Audrey Hepburn de Sabrina; Ardant, de Ava Gardner y Rita Hayworth; Huppert,
de la pelirroja Agnes Moorehead, para no hablar de las botitas de Béart,
un evidente homenaje a Jeanne Moreau y a Luis Buñuel de El diario de una
camarera”.