Vie 09.08.2002
las12

LIBROS

Retrato de un matrimonio extravagante

Silvia Renée Arias
entrevistó muchas veces a Adolfo Bioy Casares, pero esta vez fue el ama
de llaves de Adolfito y Silvina Ocampo, Jovita Iglesias, quien le dio la información
necesaria para escribir Los Bioy, en el que relata
los pormenores domésticos de esa pareja. En estas páginas se reproduce
también un antiguo y chispeante reportaje que Felisa Pinto le hizo en l982,
sobre estos mismos temas, a Silvina.

Por Felisa Pinto

Al conocerlo a usted, siento la misma emoción que sentí al conocer a Enzo Ferrari, en el ‘86, cuando cubrí Fórmula l para la revista Corsa.” Esta fue la primera frase, a modo de presentación, que la periodista Silvia Renée Arias le dijo a Adolfo Bioy Casares en l998, cuando entrevistó por primera vez al escritor. Aquel reportaje fue el inicio de cuatro meses de charlas sistemáticas de una hora de duración, ambientadas en La Biela, que tiempo después integrarían el primer libro de la autora, publicado bajo el título de Bioy en privado (Guía de Estudio Ediciones, Buenos Aires, l998) y que hoy todavía se puede encontrar en algunas librerías. Ahora, en ocasión de publicar Los Bioy, junto a Jovita Iglesias, Silvia reconoce que el desconcierto y la fascinación producidos por su doble condición de interesada en la literatura y en los automóviles fueron decisivos para sentar las bases de una sólida amistad tanto con ABC como con la relatora y coautora del reciente libro. Hasta ese momento ella desconocía la pasión de ABC por los autos, pasión compartida con su amigo Charlie Menditeguy y paralela a la idéntica afición por el tenis que el autor de La invención de Morel jugaba todas las mañanas en el Buenos Aires Lawn Tennis Club.
Fue en l998, en consecuencia, cuando Silvia se hizo muy amiga y confidente de Jovita Iglesias, ama de llaves de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares durante cincuenta años, prácticamente desde el momento en que pisó la Argentina procedente de Galicia, España, en l949. “Casi medio siglo después, cuando ambos ya no estaban, Jovita me confió que quería escribir sus memorias, y ambas emprendimos la tarea que hoy acaba de publicar Tusquets en Buenos Aires.” Puede decirse que en Los Bioy coexisten dos libros: uno donde se leen los recuerdos nítidos y afectuosos de Jovita, y en el que Silvia, como editora, respeta la voz y la mirada atenta y alerta del ama de llaves, y otro que reúne las notas al pie de Silvia Arias, y que hace las veces de cable a tierra de la vida extravagante de Silvina y Adolfito (para los íntimos). Pero en conjunto se trata del relato de una espía buena y fidelísima (Jovita) que Arias refiere a las memorias de Céleste Albaret, ama de llaves de Proust, recogidas por Georges Belmont y publicadas en Francia bajo el título de Monsieur Proust por la editorial Robert Laffont en l973.
En el caso de Los Bioy, abundan las excentricidades de la pareja, dignos representantes de la alta bohemia intelectual, aristocrática, culta y elegante de algunos happy few del Buenos Aires entre los años treinta y el fin del siglo XX; un estilo de vida que hoy se ha convertido en una verdadera rareza. Quizás el rasgo más excéntrico para el lector actual sea la despreocupación (o desorden) de este matrimonio de escritores por los bienes terrenales; una distracción permanente que se traducía, por ejemplo, en el extravío de miles de billetes, escondidos en bolsas que luego eran olvidadas en los rincones oscuros de un ropero y que recién eran encontrados cuando ya habían salido de circulación. “A las cosas hayque saber perderlas”, decía ABC, como le había enseñado su madre, Marta Casares. Por otro lado, la vida doméstica, fielmente retratada en el libro, contempla, en algunas anécdotas, la conversión de las labores domésticas practicada por Silvina, quien las transformaba en un hecho poético-literario al reformular las tareas: tanto cocinar, como lavar, planchar, coser o cantar. (Ver recuadro: “Silvina de entrecasa”.)
Pero el testimonio de Jovita también señala proverbiales distracciones de la dueña de casa que muchas veces son cómicas. Como cuando le ordenó, por ejemplo, que pusiera veinticinco kilos de naftalina en el placard adonde guardaba las pieles y los zapatos, antes de un viaje corto a Europa, con consecuencias casi letales para la salud de la debutante ama de llaves. O cocinar arroz gratinado con puré de arvejas, sin quitarse el tapado de piel y los guantes.
Jovita cuenta, con un lenguaje auténtico y simple, el devenir de una vida glamorosa e imaginativa que a la vez ilustra los usos y costumbres de una clase rica y despreocupada con fortunas sólidas, a la que pertenecían “la más inteligente de las Ocampo” y su marido, el guapísimo estanciero, escritor y deportista, amén de fotógrafo. Todo esto se refleja en las casas que ocuparon, sobre todo en la de Santa Fe y Ecuador, un edificio proyectado por Hernán Lavalle Cobo, que en el primer piso albergaba la pileta de natación privada de Silvina y su taller de artista y poeta. Y luego, la de Posadas al l600, obra de Alejandro Bustillo, según encargo de don Manuel Ocampo, padre de Silvina, quien había mandado a construir un piso para cada una de sus hijas. Este departamento encerraría, muchos años después, momentos menos felices y serenos, y fue allí donde ABC vivió asistido y acompañado por Jovita hasta su muerte, en l999.
Sin embargo, para Jovita (según le confiara Silvina, ya que ella aún no vivía con ellos) los años más felices del matrimonio fueron los que pasaron en Pardo, en la estancia Rincón Viejo, donde vivieron juntos durante seis años, antes de casarse, en l940. Una época en que, tal vez, no existían aún los enredos amorosos de ambos, las muertes desdichadas ni la enfermedad de los últimos años en Posadas.
Para Silvia Renée Arias, el libro “no juzga ni deduce nada. Jovita (Jova para los íntimos del círculo de los Bioy) es una testigo privilegiada que no toma partido por nadie, y cuenta con la objetividad y la emoción de una fiel servidora”.

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