La sombra y la maternidad
Laura Gutman trabaja desde hace diez años acompañando a las mujeres en el puerperio. Tras estudiar y parir en París con Michel Odent, una eminencia del parto natural, se volcó a compartir y a analizar el período posterior al parto, en el que, dice, en la mujer se produce un quiebre que sólo lentamente va cicatrizando.
Por Sandra Chaher
La maternidad es para las mujeres una oportunidad única de explorarse emocionalmente, por la dimensión del agujero que abre la llegada de un bebé.” Laura Gutman está tan convencida de lo que dice que dedicó los últimos diez años de su vida a acompañar a las mujeres en el puerperio. Desde la institución Crianza convocó a encuentros grupales, fue a la casa de parturientas e intentó sumergirse con ellas en el proceso que empieza después del parto. En este período, que según ella dura unos dos años (el tiempo de fusión madre-hijo), el aspecto inconsciente de nuestra personalidad, el yin para los orientales, se filtra en la vida consciente y hasta entonces conocida y gobernable. Las fronteras se quiebran, surge la neblina y, dice ella, en lo que menos piensa una mamá es en lo que le pasa, demasiado atareada con la atención impostergable de un nuevo ser. Después de 20 años de experiencia como psicopedagoga clínica creando su propio método, acaba de publicar La maternidad y el encuentro con la propia sombra, un libro que parió solita y con orgullo, desde la escritura hasta la edición.
“Yo creo que la maternidad es un quiebre. Físico, porque el cuerpo se parte en dos para poder sacar un bebé, y además espiritual. Por eso, si la vivimos con todo el significado espiritual y energético que tiene, es el momento oportuno donde la sombra, en términos de Jung, se cuela y aparece como un volcán y parte la montaña.”
–Los aspectos sombríos forman parte de tu historia, ¿o tienen que ver específicamente con la maternidad?
–Son tu historia. Ahora, del otro lado tenemos un bebé real al que en el plano material hay que alimentar, criar, calmar, hacerlo dormir. Todo lo que las madres se preocupan de aprender es esta parte visible de la maternidad, que es lo que en definitiva todas sabemos hacer porque ensayamos con las muñecas. Sin embargo, las madres se vuelven locas, y no es porque no saben cambiar a un bebé. La locura tiene que ver con el encuentro no reconocido con la propia sombra que aparece muchas veces en el cuerpo del bebé. El bebé nace y creemos que es un ser separado de nosotras, pero aunque sean dos cuerpos después del corte del cordón, todavía madre y bebé están fusionados. Yo creo que esta fusión emocional es total hasta los dos años, dos y medio, cuando el niño dice “yo”. Y, aunque la mamá no se dé cuenta, es el mismo momento en que ella empieza a percibirse como un ser separado, cuando tiene ganas de hacer algo con su vida.
–¿Quiere decir que la mamá hasta los dos años no tendría deseos de separarse del bebé?
–Pocos, pocos. Si lo hace es por necesidad o por una cuestión ideológica de que eso es ser una madre moderna. Es como si viviéramos con dos energías superpuestas, una visible, el yang, una invisible, el yin. Nosotros normalmente estamos acostumbrados a vivir en la parte visible, lo masculino, la actividad, lo racional, el mundo del afuera. Y resulta que está también el yin que son los aspectos sutiles, fusionales, emocionales. Cuando nace el bebé, la línea divisoria es como que se quiebra y el yin se cuela en aspectos conocidos y desconocidos, no todos son terroríficos. Entonces, cada vez que volvemos al mundo yang, que salimos a trabajar, nos calmamos, porque es algo conocido. Cuando me preguntás si una mamá hasta los dos años no tiene deseos de salir al mundo, creo que tiene que estar muy conectada, con autonomía y libertad, para llegar al propio deseo, no es tan fácil. Por eso la mayoría se ubican en el yang y muchos libros se escriben desde ahí: haga esto, lo otro, cómo darle bien la teta.
–¿Qué sentimientos puede tener una mujer en el puerperio?
–Hay cosas comunes. Primero tendría que hacer una división entre la mamá que está dispuesta a conectarse con la sombra y la que no lo está, ahí ya tenés un 1 por ciento en el primer caso y 99 por ciento en el segundo. En la que no está dispuesta, empezás a ver las dificultades que después recaen en el bebé. Esa sombra que yo no quiero ver en algún lugar se tiene que plasmar, porque de mí salió. Como el bebé es un ser sutil que llega con todas sus capacidades intuitivas, telepáticas, está totalmente entregado a lo que tenga que pasar y se hace cargo de todo porque siente todo. Y lo más fácil es que aparezcan enfermedades. ¿Vos creés que hay motivos para que un bebé que llega saludable a la vida tenga la cantidad de enfermedades que los bebés occidentales hoy tienen? Desde el más banal resfrío hasta broncoespasmos.
–¿Qué pasa con el contexto, con el padre?
–El padre no tiene que ver todavía. Mi experiencia es que si la madre puede mirarse a sí misma libera al niño de su sombra. Ahora, para que una mujer pueda encontrarse con su propia sombra es como tirarse de un acantilado a un río tormentoso, si lo hacés con un arnés y una cuerda es una cosa y si te tiran es otra. Para que una madre pueda hacer este proceso necesita el arnés, y en nuestra sociedad de familias nucleares suponemos que eso lo cubre el padre. Yo no digo que tenga que ser así, digo que creemos que debe ser así. Yo creo que en este sentido las redes de mujeres son más piolas.
–En los últimos años se está privilegiando la presencia de los hombres en la crianza. ¿Qué valor le da?
–Está buenísimo que los papás cambien los pañales, en la medida en que sean sostenedores de la mamá. Si el papá es un dulce pero no la sostiene económica ni emocionalmente, igual es una familia disfuncional. Otra cosa es cuando el papá comparte la crianza, pero su rol fundamental es que la mamá esté tranquila. Como el pájaro cuando nacen los pichones, entra y sale trayendo comida, los protege de cualquier agresión, y la hembra se queda en el nido cuidándolos.
–En el libro usted habla de la infantilización de la mujer.
–En este momento está sobreexaltada la etapa del embarazo, que está bueno porque estar embarazada es bárbaro. Pero parece todo rosa, y nadie les habla de lo único importante que va a ser el parto y el encuentro con la sombra. Ni hablar del maltrato en el parto, que es por donde pasa la mayor infantilización. Las mujeres están totalmente apasionadas con su panza y no escuchan razones. Les decís: “Preguntale al obstetra qué va a hacer con esto, con lo otro”. Y nada.
–¿Y después de parir?
–Muchas veces siguen infantilizadas porque así llegaron al parto. Imaginemos una gerente de una multinacional, acostumbrada a manejar un montón de cosas: queda embarazada, va al mejor médico, paga una fortuna, en el parto la maltratan, tuvo una cesárea posiblemente, queda destruida, no entiende lo que le pasa... Exagero en el ejemplo, porque cuanto mejor le va en la vida “pública” a una mujer, más le cuesta entender que se convierta en alguien tan “desastroso” a sus propios ojos en el puerperio. Entonces se sienten tan humilladas y maltratadas que están con el bebé y creen cualquier cosa que les digan. Y siguen infantilizadas por el pediatra. No hay muchos lugares para preguntar, y en estos últimos años el pediatra se convirtió en alguien muy simpático, seductor, buen tipo. Ocupa un lugar social que las mujeres no hemos construido para llenar los agujeros del maternaje. Otra vez... que alguien me sostenga. En cualquier aldea de Occidente hasta el siglo pasado cuando una mujer paría estaba rodeada por un grupo de mujeres experimentadas, la madre, la abuela, la comadrona, la que más sabía. Y ellas la acompañaban un tiempo hasta que el bebé crecía, transmitiendo lo que sabían.
–¿Cómo sería fusionarse con el bebé?
–Estar entregado es estar y jugar, pero eso lo hacen todas las mamás, el tema es estar entregado a las propias emociones. Nos pasan un montón de cosas que no son todas muy bonitas.
–¿Qué dificultades concretas percibe en el vínculo madre-hijo?
–Primero, están atravesadas por premisas culturales, mentales, por las que ellas piensan que ser una buena madre es ser de determinada manera. El maternaje es animalidad y cuanto más intelectuales somos menos conectadas estamos. Les cuesta liberarse de su propio instinto.
Laura Gutman dejó la Argentina en el año ‘76, después que secuestraron a su novio (hoy todavía desaparecido). Recaló en París, donde se recibió de psicopedagoga clínica y se casó por primera vez. Allí tuvo a Michael, en un parto del que no guarda buenos recuerdos, y después se contactó con Michel Odent, una eminencia en parto natural, con el que tuvo a su segunda hija. A partir del nacimiento de Michael sintió el deseo clarísimo de trabajar con madres. Cuando llegó a Buenos Aires en 1987, lo primero que hizo fue ofrecer sus servicios como doula (una palabra hindú que significa “mujer experimentada”) durante el puerperio, convencida ya de que no eran sólo un par de meses de depresión o angustia, sino un viaje más largo e interior. Y hace diez años, vuelta a casar, armó la Crianza, que empezó a funcionar con grupos de madres con hijos de 0 a 6 años que se reunían con ella para hablar de los críos, los esposo, y de sus propios deseos. Hoy ya no coordina los grupos, sino que se dedica a la formación de coordinadoras y doulas y a la atención terapéutica personalizada. Todo lo hace en su casa antigua, espaciosa y agradable de Vicente López donde vive con sus tres hijos (tiene una nena de seis de su actual matrimonio), más los hijos de su marido.
–¿Pudo criar a sus hijos en la forma que propone?
–Con la última sobre todo... Con la segunda también. A ver... mi hijo mayor, que tiene 20 años nació en París, yo era una joven estudiante exiliada, de 23 años, pobre, pero me dediqué muchísimo a él. No sé si dos años porque también trabajaba. Digamos, no es condición no trabajar, porque uno puede hacerlo y estar conectado fusionalmente, y puede no trabajar y no estar conectado. Sobre todo con la segunda tuve la posibilidad de la entrega, ya era una madre experimentada que sabía qué quería y qué no. Y con la última, a pesar de que ya estaba muy instalada profesionalmente y retomé los grupos de trabajo a los dos meses del parto, tenía la ventaja de que atendía en mi casa, tenía otra situación económica, servicio doméstico, ella tenía cinco hermanos desesperados por mimarla, cuatro abuelos, y si era necesario amamantarla durante los grupos yo lo hacía. Por eso digo que en todas las actividades de Crianza los hijos son bienvenidos. Las madres pueden capacitarse, ir a jornadas, si así lo desean, con los niños. Creo que las mujeres no tenemos que tener que optar entre criar un hijo y perderme el tren de todo lo que pasa por afuera.