HOMENAJE
Mujeres solas o bien acompañadas entre ellas, mujeres que ponen cualquier excusa para ir a una playa distinta a la del resto de la familia, mujeres que le dan al mar lo que les pesa, que hacen malabares con la jubilación para quedarse toda la temporada en su ciudad favorita; mujeres maduras con estilo propio que se adueñan de la costa y hasta son capaces de dar lecciones de filosofía. Modelos, en fin, dignas de imitación.
› Por Maria Mansilla
Desde Mar del Plata
No cualquier mujer se atreve a pasar enero en Mar del Plata. Las que sí se animan suman el 53 por ciento del casi medio millón de paseanderos que arriba en estas semanas a “La Feliz”, según la municipalidad de esta ciudad. Si bien el ente no se encargó de escanear a este grupo, Las 12 sí lo hizo. Aquí las conclusiones: la mayoría de las turistas tiene entre 25 y 40 años y, si no está a punto de parir, empuja un carrito de bebé y varios hijos repartidos entre sus manos y las de su compañero, con la mirada fija en el horizonte. Del resto, se destacan las que tienen más de 50 y, seguramente, son madres (¡o suegras!) de las recién citadas. Después, están las otras: las que pisan estas arenas desde hace añares y disfrutan como si fuera la última vez. O la primera. Son las mujeres maduras, las que charlan y se ríen, las que se divierten. Soberanas, combinan los looks más impertinentes. Se distinguen del resto. Brillan en el centro de la ciudad donde no es raro escuchar Soda Stéreo y ver autos viejos (el 25 por ciento de los viajeros llega en modelos previos al ’95). Adoran estas playas, las mismas que tienen la peor prensa del país (¿quizás porque, aquí mismo, al diseñador de los anteojos Infinit y a Tamara Di Tella les daría un infarto de miocardio al comprobar tanta autonomía en indumentaria y curvas corporales?).
Estas damas son las que lo vieron todo: cuando Mar del Plata dejaba de ser exclusiva de “la sociedad” para abrir el juego al turismo social. Cuando bajo el slogan “Usted se paga el viaje, la provincia el hospedaje” se construían los 82 hoteles gremiales que aún siguen intactos. Cuando las bellísimas mansiones, como la de Victoria Ocampo, se tiraban abajo para levantar edificios. Cuando todos los trabajadores pudieron comenzar a gozar, por derecho, de ese plan llamado “vacaciones”. Eso le ven ellas a este malecón, bajo sus capelinas Sara Kay o gorros marineros. Con sus labios pintados furiosos, el brushing recién hecho, el equipo de mate y la camperita –por si refresca– siempre listos. Se las ve paseando, sentadas en las confiterías y, por supuesto, en la playa. Hablándose, contándose, riéndose. Como dicen los científicos: oxigenando su cerebro.
Recorrimos el gran balneario argentino, de Punta Iglesias hasta el Torreón del Monje, para retratarlas. Interesante: algunas dudaron en dar su apellido, ninguna tartamudeó al decir su edad. Porque las encontramos y nos metimos en su conversación. No como respetuosas vendedoras ambulantes sino como punguistas que buscan –desesperadas– quedarse con lo mejor de su filosofía.
Cristina Pastore (55) no se está quemando los pies con la arena. Salta porque está contenta. Viste calzas blancas, blusa roja strapless, lentes de sol con marco verde y cartera bandolera turquesa. Vive en Mataderos, y hace 26 años que veranea aquí. La escolta Marta (56), su cuñada.
¿Vinieron solas?
–No, dejamos a los hombres sentados y rezongando. Hoy pensamos que hacía frío, por eso nos pusimos bermudas. Nos pusimos a ver vidrieras, después nos dio hambre y nos tomamos un helado y dos cervezas. Ahora que salió el sol, nos vinimos para el agua. Somos más positivas que los hombres. Dicen que los jóvenes cambiaron de actitud pero los viejos también. Nosotras estamos en el punto justo porque nos divertimos, aprovechamos las cosas buenas. Casi que lo estamos disfrutando mejor que con ellos, ¡jajaja! Mar del Plata está cada vez mejor.
¿Algún lugar para recomendar?
–Chichilo. Trato de ir al lugar más o menos de onda. Vamos a bailar, también. Bailamos cumbia, de todo menos tango. Para bailar tango tenés que tener una buena compañía, y si el hombre no sabe bailar... Nosotras nos defenderíamos, pero si nuestra pareja no sabe, no podés. Mi marido tiene mi edad pero está como si tuviera 80. Yo, realmente, no me siento así. No hago nada de malo: me saco las zapatillas y vengo al agua. Me describo como una mujer que está entrando en la madurez pero con la mentalidad, todavía, de cuando tenía 15. ¿Ves? Tengo 4 tatuajes. No quedarán bien ahora pero cuando me los hice me gustaban. Yo me siento bien.
Lilia Cezzettoni (83) tiene el pelo color almendra, corte carré, un cordón negro atado como vincha y un collar de perlas cortito. Está en plena Bristol, más precisamente: en la Popular I.
Esta no es cualquier playa: alguna vez estuvo amurallada y era frecuentada por las mucamas de las señoras que se alojaban en el Bristol Hotel.
–Claro, claro. Hace 35 años que vengo a esta playa. Antes era chiquita, era un corralito, y cuando la lona de uno se apoyaba en la lona de otro se peleaban porque les sacabas un pedacito. Somos mal educados, mirá: siempre el agua sucia, pero yo siento amor por Mar del Plata. Soy abogada y cuando empecé a estudiar pensaba hacer penal, después hice civil. Quería hacer penal porque veía que sufría mucho la gente. Pensaba que tenía que mejorarse en las cárceles la forma de educar a la gente. Recién fui caminando con mi amiga hasta el Torreón y le decía: “¿Viste que nadie molesta a nadie?”. No es que sea selecto, porque ésta es la más popular de todas las playas, y tiene que ser así: para todos tiene que ser.
¿Tenés que ahorrar mucho tiempo para tomarte vacaciones?
–No, porque acá gasto lo mismo que en Buenos Aires. Vivo con $ 733 de jubilación y con algo que me dejó un hermano. Vengo en enero y me voy en abril. Vengo sola, en micro, pero no estoy siempre sola. Soy divorciada pero tengo un compañero: un médico de San Juan.
¿Va a venir a visitarte?
–Sí que viene.
Cristina (72) y María (77) charlan acaloradamente, hasta que las interrumpimos.
Hola. ¿Hace mucho tiempo que son amigas?
Cristina: –¡Nos acabamos de conocer! Yo soy de Tandil y una de mis hijas vive acá, la otra en Miami. Está muy lindo Mar del Plata, hay mucha gente pero te das cuenta que disfrutan y aprovechan.
María: –Yo soy de Tucumán. Vine con mi familia, somos seis. Hoy están en otra playa.
María, ¿preferiste venir sola a la playa?
–Sí, no quería ir tan lejos porque estoy recién operada de la vista.
Vamos... también aprovecharás para estar tranquila.
–¡Ah, no! Yo les digo: “Vayan, vayan”. Acá se disfruta mucho, la verdad. Pasé fin de año en el puerto, comí una paella. Hace que vengo como 30 años. Mi familia vino en auto y yo me vine en micro. Sola, fue un viaje hermoso, ¡jajaja!
María, tus lentes están buenísimos: grandotes, de carey con vidrios violetas.
–Hace más de 30 años que los tengo, me los ha traído una sobrina de Italia. Yo digo: “El que guarda tiene”. Como ahora están de moda los saqué a relucir.
¿Ya vieron a algún famoso?
Cristina: –No todavía. Otros años vine a ver al teatro a ésta... ¿cómo se llama?
María: –Moria Casán, seguramente era.
Cristina: –Sí, también. Pero era esta otra que era mala también, la casada con Soldán. ¡La Süller! Y se ha desaparecido, se le fue la fama. Como a la otra chica que se cayó: la Pradón. Fue a bailar por un sueño y no pudo. Claro, ella realmente como dicen que se cayó, aunque todos dicen que no se cayó. Pero si se cayó, demasiado bien quedó la pobre.
Hay que creerles a las mujeres que dicen que las maltratan.
Cristina: –Sí, sí, es cierto. Yo siempre dije: “Me va a pegar una vez, pero dos no”. Porque es la verdad. Si no, una es una esclava, y no puede ser.
Parecen las trillizas de Belleville, pero no: son tres hermanas de Recoleta. Las tres calzan 36, las tres adoran esta playa, Punta Iglesias, y el casino.
Raquel (69): –Venimos a Mar del Plata desde que teníamos 15 años. Hace tiempo y a lo lejos. Porque teníamos chalé en Miramar. Cambiamos porque acá hay más entretenimiento. Nos gusta ir a espectáculos, bingo y casino.
¿Hay suerte en el juego?
Raquel: –Más o menos. Mi padre era un alto ejecutivo del Banco Nación, mamá era profesora pero no ejerció. Mi padre estaba en la ruleta desde las 2 de la tarde hasta las 3 de la mañana, y ganaba siempre. Nos contagió el vicio también, yo entré a los 17 años con la cédula de mi hermana mayor. Pero sabemos controlarnos. Y bueno... a esta playa venimos desde hace una punta de años. Esta playa ya pasó la tercera edad, yo digo que pasó la barrera del sonido. En aquella sombrilla hay una señora que cumplió los 93.
A pocas cuadras de acá está la estatua de Alfonsina Storni...
Raquel: –Sí, conocemos su vida. El hijo de ella era médico de unos primos míos, así que conocemos la vida de Alfonsina Storni. Gran médico el hijo.
Sara (76): –Qué valentía, ¿no? Meterse en este mar.
¿Son de hacer viajes con grupos de jubilados?
Raquel: –Jamás. Vivimos bien. Nos quedamos toda la temporada. Desde que vendimos nuestro chalé no quisimos comprar más nada porque no tenemos herederos.
¿Son las tres solteras?
Sara: –¿No nos ves la cara?
¿Cara de no tener ni marido ni patrón?
Sara: –¡Cara de solteras! De que nadie nos manda. A una mujer a cierta edad le gusta tener su sueldo, divertirse. El hogar es lindo, me hubiera gustado tener uno pero no se dio. Es el destino de cada mujer.
¿Van al teatro?
Raquel: –No. Filomena Marturano la vimos con Tita Merello, para qué voy a ir a verla. Después, Cherutti siempre hace el mismo chiste.
¿Cómo hacen para estar tan guapas en la playa, con este viento?
Raquel: –Porque somos muy coquetas. Mi madre se levantaba a las 6 de la mañana, se pintaba y se peinaba para que cuando mi padre se levantara la encontrara hermosa. Ahora se nos fue la peluquera, después de 30 años vendió y se fue a Italia. Entonces, estamos probando dónde hay una peluquera buena. Ayer fui a una que no me gusta, me dejó muy peluca, a mí me gusta que parezca natural. Pero prolijas nos vas a ver siempre. A las 8 y media de la mañana ya estamos con tacos. En chinelas y en zapatillas: ¡nunca!
“En verano tenemos este grupo de locas, y salimos y demás. Hay solteras, viudas, separadas, de todo”, cuentan. Ellas son: Adela (63, maestra jubilada), Lita (57, su último trabajo fue en una fábrica de medias de mujer), Aurora (64, ama de casa), Marta (55, paratécnica veterinaria). Un rasgo en común: todas usan bikini.
Adela: –A mí mis padres me encargaron acá; te podés imaginar que la playa me encanta. Vengo desde que nací, tengo departamento. Soy de Belgrano.
Marta: –Yo era de Capital. Siempre soñé con venir a vivir aquí, a Mar del Plata, y hace 24 años lo logré. Me gusta todo, todo, todo. Me gusta en invierno, me gusta en verano. El mar me da serenidad. Todo lo que me pasa lo tiro en la playa. Acá en la playa tenemos incluso nuestro guardavidas, todo.
¿Bañero propio?
Adela: –Se llama Gustavo pero le decimos Chapulín. Le pedimos el agua para el mate, nos da un besito todos los días, nos dice: “No pongas la sombrilla así porque va a subir el agua...”.
¿Obedecen la indicación de la bandera roja, de mar peligroso?
Aurora: –No.
Cuando salen, ¿adónde les gusta ir?
Marta: –Vamos a Terra, un lugar de picaditas, cena y show. A La Rueda, tenés comida libre. A Punto y Banca a tomar café. Y nos reunimos en casa de amigas.
Aurora: –Para nuestra edad, que es una edad media, es difícil encontrar lugares donde no sintamos que estamos invadiendo el lugar de los jóvenes.
Lita: –Yo soy española. Tengo 8 años de española y 49 de argentina. Siempre digo: “de Mar del Plata al cielo”. Pero si el cielo no es más lindo que Mar del Plata, me compro un pasaje y pido volver.
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