ESTRATEGIAS
En la Argentina, con una campaña protagonizada por señores célebres. En España, con la Primera Manifestación de Hombres contra la Violencia Machista, algo similar a lo que –poco después– también se realizó en Uruguay. Las nuevas
herramientas para abordar la violencia de género como cuestión de orden público ahora también tienen la voz de los varones.
› Por Veronica Engler
¿Le creyó cuando dijo que se había golpeado sola o que se había quemado mientras cocinaba?”, pregunta el jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman. “¿Por qué algunos suponen que cuando una mujer dice que no, quiere decir sí?”, interroga Andy Kusnetzoff, y Antonio Birabent cuestiona a sus congéneres: “Imaginate que vas por la calle y alguien te grita algo que no te gusta, o que te agrede, o que te hace sentir mal aunque esté disfrazado supuestamente de un piropo”. Estos tres hombres son algunos de los que aparecen en los spots televisivos con los que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires da a conocer su campaña “Todos por todas. Compromiso de varones por la igualdad de género”.
Esta suma de gestos parece estar en la línea de lo que viene sucediendo en otras latitudes, en donde los varones empiezan a hacerse cargo de un tema que les compete tanto como a las mujeres: la violencia de género, que recorre todos los estratos sociales y abarca un abanico amplísimo de situaciones, desde los clásicos (y en apariencia inofensivos) chistes machistas hasta el extremo de los golpes y la violación sexual.
“La campaña pone un alerta sobre cuestiones que se conocen, pero ante las cuales es necesario ir generando conciencia sobre que no es una cuestión sólo de las mujeres”, señala Virginia Franganillo, directora general de la Mujer del gobierno porteño. “La discriminación está arraigada en las relaciones de poder, y son los varones los que generalmente detentan el poder; y si no cambian los varones, no se van a modificar estas relaciones.”
En Changing Men. Best Practice in Sexual Violence Education (“Hombres que cambian. La mejor práctica en educación sobre violencia sexual”), el sociólogo australiano Michael Flood –que se dedica a investigar cuestiones relacionadas con el género y más específicamente sobre masculinidades, pero desde una perspectiva feminista– sostiene que “los esfuerzos para terminar con la violencia en contra de las mujeres deben dirigirse a los hombres (...) porque son mayormente quienes perpetran esta violencia”. Para Flood, aunque sólo una minoría de hombres es la que comete ataques sexuales, todos sus congéneres pueden tener una influencia en el contexto cultural que les permite a otros hombres ser autores de esos actos violentos, ya que la manera en que se construye la masculinidad es crucial a la hora de posibilitar la agresión. Por ejemplo, la violencia hacia las mujeres es más proclive a aparecer en contextos donde los roles de género son rígidos y la masculinidad es definida en términos de dominación y rudeza.
“Queremos cuestionar la dominación masculina y el machismo, queremos que entre todos analicemos lo que significa ser hombre aquí y ahora. Sobre todo, deseamos abandonar los modelos tradicionales de masculinidad”, explica Chema Espada, integrante del Foro de Hombres por la Igualdad, de Roquetas de Mar, España. “Las mujeres como colectivo sufren la desigualdad y la discriminación en nuestra sociedad, mientras que los hombres, en términos generales, se benefician de formas diversas de poder y privilegios institucionales –continúa el activista–. El actual modelo dominante de masculinidad o virilidad es opresivo para las mujeres, pero además es dañino para los hombres.” El grupo de Roquetas de Mar es una iniciativa reciente que nació tras las Jornadas sobre Políticas de Igualdad de Género para Hombres, que se celebraron en Sevilla en octubre de 2006 y culminaron en la Primera Manifestación de Hombres contra la Violencia Machista. Entre los que participaron en la convocatoria estaban el secretario de Movimientos Sociales del Partido Socialista Español, Pedro Zerolo; el delegado de Empleo del Ayuntamiento de Sevilla, Antonio Rodrigo Torrijos, y el delegado en Sevilla del gobierno andaluz, Demetrio Pérez.
El impulso español no tardó en llegar al sur. A fines de noviembre, en Uruguay cientos de hombres marcharon por Montevideo bajo la consigna “Varones contra la cobardía de la violencia doméstica”. En la movilización, convocada por el gobierno de esa ciudad, estuvo el intendente Ricardo Ehrlich, acompañado de ministros, senadores, diputados y ediles de diferentes partidos políticos, además de artistas y empresarios. “En el Uruguay muere una mujer cada nueve días a manos de un hombre. Eso es terrible si se tiene en cuenta que la población uruguaya no llega a los 4 millones. Es más, proporcionalmente, y volviendo al ejemplo de España, en el Uruguay la violencia doméstica asesina diez veces más que en España”, denuncia uno de los impulsores de la movilización, el escritor Mario Delgado Alparaín, que en la actualidad se desempeña como director de Artes y Ciencias de la Intendencia de Montevideo.
Según cuenta Alparaín, el puntapié inicial para realizar la marcha provino de una entrevista que le hizo Televisión Española a José Saramago el año pasado. En esa ocasión, el premio Nobel de Literatura contó que una utopía con la que soñaba era ver a los varones marchando contra la violencia hacia las mujeres. Saramago respondió la iniciativa uruguaya con una carta de salutación dirigida al intendente Ricardo Ehrlich, que se leyó el día de la marcha. “Esta modalidad de generar acciones de impacto, como lo ha sido la marcha en Montevideo, es muy necesaria, pero no es suficiente para generar cambios culturales en los varones y en las mujeres”, asume el médico Carlos Güida, integrante del equipo asesor del 2º Plan de Igualdad de Oportunidades y Derechos para la ciudad de Montevideo, que depende de la Secretaría de la Mujer. “Es necesario, más allá de manifestarse en las calles y en los medios de comunicación, trabajar en todos los planos de la promoción de equidad entre mujeres y varones, desde el sistema educativo hasta la formación de los agentes judiciales. La educación sexista de los niños debe abordarse, para su erradicación, desde los hogares, las comunidades, las escuelas.”
Al igual que los activistas españoles, Güida considera indispensable desarmar la masculinidad hegemónica del momento para empezar a revertir el machismo imperante. “El modelo dominante occidental se encuentra representado por un hombre de edad media, heterosexual, de piel blanca, ejecutivo, con un cuerpo cultivado y la tarjeta de crédito disponible –describe–. Es un modelo muy marcado por el neoliberalismo, centrado en el éxito personal, la competitividad extrema y la seducción permanente.”
Sin duda, una de las fuentes de inspiración para las movidas que están encarando los hombres en contra de la violencia de género se encuentra en la Campaña del Lazo Blanco (WRC, por sus siglas en inglés), lanzada en Canadá en 1991, dos años después de que un hombre asesina a catorce mujeres estudiantes de Ingeniería en Montreal.
“El Lazo Blanco simboliza un compromiso de los hombres de nunca cometer, perdonar ni tolerar la violencia contra mujeres”, puntualiza Humberto Carolo, representante de la WRC, una iniciativa que se mantiene básicamente a través de donaciones (entre las celebrities que contribuyen a la campaña están los Pearl Jam). “Trabajamos con organizaciones de mujeres para desarrollar material y campañas para terminar con la violencia hacia las mujeres, y donamos parte de nuestros ingresos a refugios y organizaciones de mujeres”, indica Carolo.
La toma de posición pública está dando cuenta de cambios que sólo en perspectiva pueden apreciarse en toda su magnitud. Hace unos años, por ejemplo, hubiera sido imposible tal exposición de parte de los varones criollos. Cuando despuntaba el milenio, Mario Payarola, psicólogo especializado en el trabajo con hombres violentos, intentó llevar a cabo la campaña del Lazo Blanco en Buenos Aires, pero no tuvo éxito. “El primer grupo de hombres que convoqué para que me ayudaran, todos ellos profesionales amigos míos, con distintas excusas se negaron a participar –recuerda Payarola–. Mi experiencia fue bastante desalentadora, pues la mayoría de los hombres convocados sienten vergüenza y temen ser objeto de burlas por parte de otros hombres. Todo ello hace suponer que tenemos que recorrer un largo camino para cambiar este orden de cosas.”
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