EXPERIENCIAS
Aunque las comparsas suelan privilegiar juventud y esbeltez en los desfiles, de a poco algunas cosas están cambiando. La incorporación de un grupo de mujeres de 40, 50 y algunos años más, por ejemplo, hace punta en los corsos de Corrientes.
› Por Paula Carri
Andrea Sánchez cuenta que ella siempre le decía a su hijo Pancho: “Acá tienen que pensar en las bahianas”. “Viste ésas que vos ves en la tele y decís: ¡qué maravilla, mirá el espíritu de esta mujer! Bueno, ésas.” Después de años de pensar en eso, finalmente llegó el día de poner el cuerpo. “Ibamos preparadas para que nos digan: ‘Andá a cuidar a tus nietos’. Pero, en cambio, nosotras resultamos ser las que este año levantamos la tribuna. Porque a esta altura de nuestras vidas ya estamos desinhibidas, no nos importa el qué dirán. Y el grito comparsero nos sale del alma.” Andrea tiene cinco décadas, cuatro hijos, un marido y una vida vivida en Corrientes, bajo el ala del Carnaval y su comparsa. Desfiló y fue pasista desde niña y hasta que cumplió diecisiete. Entonces se casó y fue solamente espectadora de los carnavales. Hoy, otra vez integra una comparsa, y no una cualquiera: para este grupo de señoras de entre cuarenta y pico y cincuenta años, ser parte es también hacer valer toda la experiencia y la seguridad que han adquirido sobre el mundo carnavalero. La comparsa que las incorporó es Ará Berá, a la sombra de su nueva directora Anahí Melgarejo, con quien prepararon a estas nueve mujeres que cada noche de corso se calzan altos zapatos, trajes azules brillantes algo menos osados que los de hace 30 años, y dejan atrás prejuicios, dolores corporales por tanto baile, hijos, maridos y nietos para adentrarse en lo que supo apasionarlas desde que eran niñas.
El antecedente lo tiene la comparsa Copacabana, que antes de desaparecer había formado un grupo de señoras inspirado en las bahianas brasileñas. En Ará Berá era un asunto pendiente, aun cuando estuviera dirigida por Stella Maris Folguerá, a quien en Corrientes señalan como “la señora carnaval”.
“En nuestro grupo hay médicas, odontólogas, ginecólogas, amas de casa, y todas tenemos nuestra hinchada. No te olvides de que acá nos conocemos todos. Por eso este año fue arriesgarnos –opina Andrea–. Pero todo resultó muy cuidado. Además, en nuestro caso, la exhibición no pasa por la competencia. Pasa por la integración.” Sin saberlo quizás, Andrea habla del mismo espíritu que motivó la creación de las bahianas. Se inició a comienzos del siglo XX en Brasil cuando, durante el período carnavalesco, las mujeres maduras de Bahía comercializaron vestimentas afro y comidas para las familias más ricas del barrio Botafogo, en Río de Janeiro. En vez de seguir dispersas en cada esquina se agruparon y conformaron un grupo con identidad propia dentro del Carnaval.
A tono con esta idea, Belén Jantus, directora de la comparsa Sapucay –que fue además reina del carnaval de Copacabana y de Sapucay–, cuenta que “este carnaval tiene la particularidad de ser más participativo y artesanal que otros. Acá el que quiere viene y se inscribe en una comparsa. Este carnaval siempre se ha volcado a lo social, a lo cultural. Las 400 o 500 personas que se inscriben son amateurs. Vienen porque tienen alma de comparseros. Aunque nosotros no tenemos mujeres maduras en nuestra comparsa porque estamos catalogados como la comparsa de la juventud. Y se da el fenómeno de que todos los jóvenes que se inscriben son muy bellos físicamente”.
“La comparsa tiene muy pocos elementos disciplinarios. Y a su vez, el Carnaval destaca mucho las vanidades de la juventud. Por eso a los jóvenes hay que hacerles ver lo que depende de ellos”, señala Folguerá. Cuenta otra mujer que el apoyo de las pasistas más jóvenes es total: “Mis hijos siempre participan en las comparsas. Yo antes venía, acarreaba las cosas y después me quedaba esperando. Ahora entro y me divierto”. El marido no puede evitar agregar: “El año que viene no la dejo participar si no arman el grupo de ‘señores’”. Y es que a “las señoras”, como las llaman en el corso, les sale naturalmente lo que a sus maridos les cuesta a veces exteriorizar. Pero son capaces de motivarlos y arrastrarlos.
La integración es un factor determinante en el éxito del proyecto. Muchos recuerdan la familia que participa año a año. El matrimonio y sus tres hijos todas las noches viven la fiesta desde adentro. Noches atrás, la lluvia intentó impedir la participación del grupo: sin dudarlo, y con esfuerzo, la familia alquiló una Traffic para trasladar hasta el corso los espaldares y demás elementos de los cinco.
Buscar respuestas colectivas, en una cultura determinada por lo descartable, es el desafío mayor de este proyecto. “Nosotros nos entreveramos por el carnaval”, dice Folguerá. Diferentes clases sociales, géneros, ocupaciones y desocupaciones conviven en las noches previas al miércoles de ceniza. Y sin embargo, cuenta Andrea que muchas mujeres, al enterarse de la existencia del grupo, la llamaron diciéndole: “El año próximo me inscribo. ¿Tendré que bajar veinte kilos?”.
Los correntinos parecen vivir pensando en el Carnaval. “Es que el trabajo es de mucha exposición”, cuenta Folguerá, que estuvo durante 46 años involucrada en Ará Berá. “Hice todo lo que hay que hacer en las comparsas: organización de carros, equipo de vestuario, encargada de prensa, coordinadora de áreas (durante los últimos 10 años). Hay que estar trabajando todo el año. Hasta que comienza el diseño, la historia impone primero un trabajo de tablero y máquina de escribir. Luego viene la relación con los comparseros. Porque cada uno elige el traje con el que bailará. Entonces se les aconseja en el momento de la inscripción. Ahí estaba yo... El trabajo carnavalero es de mucho prestigio. Y en su mayoría el proceso está atravesado por las mujeres”, agrega. En el carnaval correntino cada comparsero se paga su traje, lo cual implica a veces sacrificios. Los organizadores a su vez, cuando no cuentan con grandes sponsors, disminuyen el cachet de los participantes.
Belén Jantus, de Sapucay, sostiene que, pese a las dificultades, “porque somos más ejecutivas y constantes, las mujeres somos más fuertes dentro del Carnaval. A nivel dirigencial y comparsero”. “Yo nunca dejé de dedicarme. Y el tiempo entregado a la comparsa fue a conciencia, no porque me sobrara”, dice Folguerá, quien durante años fue gerente de la obra social del Estado provincial, y es además escritora y escultora, aunque añada que “mi oficio de escultora termina en la Rotonda de la Virgen”, donde se cruza la ruta que marca el fin de la ciudad de Corrientes.
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