MEMORIA
Victoria Donda es la nieta número 78 que recupera su identidad, expropiada apenas después de nacer en la Escuela de Mecánica de la Armada. Pero además es la primera nieta que ocupa un cargo político –es concejal en Avellaneda–, desde el que trabaja para recuperar la memoria colectiva. Este 24 de marzo es un nudo más que ajusta su compromiso con los derechos humanos y, a la vez, motivo de una gran revolución interna.
› Por Roxana Sandá
Victoria Donda Pérez agita los dedos con la impaciencia de aquellas que tienen mucho pendiente por saldarse a sí mismas, aunque la propia historia a borbotones atore de a ratos, porque no es sencillo volver a hilar el paño con retazos juntados por otras manos. Pero ella, dice, es de las que les gusta “barrer rápido lo que está bajo la alfombra”, si es que de esa manera pudieran resumirse los días por venir. Este 24 de marzo, en principio, la encontrará en la apertura del centro clandestino de detención La Perla, en Córdoba, como militante política y como nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo, “mientras que el 27, con organismos de derechos humanos colocaremos una placa recordatoria en la comisaría 3ª de Castelar, que también funcionó como centro clandestino bajo control de la Fuerza Aérea. Allí fueron detenidos mis padres”. Acaso esta recorrida súbita a sus 29 años, “que tanto me debía”, le permita escribir un nuevo prólogo el 28, “cuando entre por primera vez a la Esma, porque en el cautiverio de esas paredes fui parida y porque ese día se cumple un nuevo aniversario de la desaparición de mi mamá”, María Hilda Pérez de Donda, “una militante peronista rebelde, contestona, que lo peleaba a mi abuelo, boxeador, albañil, machista y bolche, porque el viejo era comunista, y no era fácil hacerle frente. Pero ella fue valiente hasta el final”.
A ese coraje “que me la pinta entera, aunque no la haya conocido”, imaginado a lo largo de estos años con las anécdotas de su familia materna y de conocidos de la pareja que María, “Cori, como le decían”, formaba con su padre, José María Laureano Donda, “Pato, como lo llamaba mi mamá”, comenzó a atesorarlo en los relatos profundos de Lidia Viera, la mujer que la vio nacer y que el miércoles próximo la acompañará a la Escuela de Mecánica de la Armada. “Lidia estuvo detenida junto con mi madre. Fue quien la asistió durante el parto.” Y ella, precisamente, se empeñó en perforar los lóbulos de esa beba para pasarle un par de hilos azules, con la esperanza de que algún día le devolvieran su identidad. “Siento un afecto muy especial por esta mujer que se jugó entera. Continuó llevando la causa después que mi abuela y mis tíos maternos se fueron a vivir a Canadá, y me contuvo siempre.”
–¿Con qué sentimientos te encuentra este 24 de marzo?
–Con la responsabilidad de profundizar la lucha de mis padres. Pero en lo personal, con una tremenda revolución interna. Es que cuesta acomodar las cosas.
“Las cosas” intentan apretarse como metáfora humilde del cimbronazo que significó su vida desde mediados de 2003, cuando en un bar de Parque Centenario las chicas de la comisión Hermanos de H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia Contra el Olvido y el Silencio) terminaron por convencerla hasta las lágrimas que había crecido entre los lazos de una familia apropiadora, que la desaparición de sus padres se selló en la ESMA y que el vértigo de esa realidad estaba salpicado por el hermano de su padre, el represor Adolfo Donda Tigel, jefe de operaciones y de inteligencia de la ESMA, que encabezó el Grupo de Tareas GT. 3.3.2., hoy detenido en el Liceo Naval de La Plata, acusado de cometer 62 crímenes de lesa humanidad, entre los que se incluyen haber entregado a su hermano y a su cuñada, y secuestrar a Victoria para darla a una familia apropiadora. “Jamás llegué a hablar con él, pese a que en septiembre del año pasado fui al Liceo para conocerlo. En realidad, quería escuchar de su boca que nunca iba a revelarme dónde están los cuerpos de mis padres. Cuando llegué al lugar mandó a decir que no iba a recibirme porque no le constaba que fuera sobrina suya, aunque en el examen genético esté probado que tengo un 99,9999 de compatibilidad con su sangre. A él le jode profundamente que le recuerde nuestro parentesco, y por eso lo hago siempre que puedo: Adolfo Donda es mi tío paterno, le guste o no.”
Es ese gesto de pararse con la bronca desatada y “el orgullo enorme” sobre “ciertas trastadas del destino” el que ahora la mantiene sumida en otras contiendas, como la discusión sobre la obligatoriedad del análisis de ADN, “que debe ser compulsivo para todos esos casos en los que se sospeche la posibilidad de que una persona sea hija o hijo de desaparecidos. El Estado no puede colocar en los individuos la responsabilidad de decidir sobre si termina con un delito o no”.
Quedan pendientes los caminos del vínculo que irá trazando con Daniela (o Eva, como la bautizaron sus padres), la hermana mayor retenida por los Donda, aunque prefiera distraer el tema con una llamada a silencio de sus manos. Como si en algún punto de ese movimiento lograra atrapar el equilibrio que practica a duras penas sobre algunos territorios y que entiende logrado en parte desde que aceptara filmar el documental Familia de sangre, que dirige el cineasta Adrián Jaime. “Una excusa para decidirme a conocer de una vez por todas mi historia”, y por la que viajó meses atrás a Canadá, donde hoy residen sus tíos maternos y su abuela, Leontina Puebla de Pérez, una de las fundadoras de la asociación que preside Estela de Carlotto.
“Me fui descubriendo en muchas actitudes de mi abuela y de mis tíos Mary, Inés y Tito. Una mañana, las cuatro mujeres que nunca antes habíamos estado juntas nos ubicamos frente al espejo del baño, todas arreglándonos al mismo tiempo, con esos gestos de coquetería tan imperceptibles y únicos que nos sorprendieron hasta en las risas. En el otro extremo, me encontré boxeando con mi tío Tito: él y mi abuelo habían sido boxeadores, y resulta que yo practiqué boxeo y que mi madre también boxeaba con ellos. Es muy fuerte poder explicar cada una de estas cosas; todavía estoy tratando de ordenarlas en mi cuerpo y mi cabeza.”
En el mientras tanto persiste recuperar la memoria colectiva desde el espacio como concejal de Avellaneda por el Frente para la Victoria (FPV) y desde su historia militante, “que creo –ríe– empezó en el secundario gracias a un cura muy piola con quien me mandaban a confesar todos los días por rebelde, y terminó regalándome un libro del Che Guevara. Pasé de visitar asilos y orfanatos con las monjas del colegio a tomar una sucursal del Banco Mayo junto a compañeros de militancia en 2002. Pero fijate con qué piedras vengo a tropezar: en la Facultad de Derecho de la UBA no puedo cursar la última materia porque en el Registro de Alumnos no reconocen mi nuevo DNI”.
–En este país la búsqueda del ADN no es sólo genética...
–Son cuestiones de esta sociedad que no termina de resolver el pasado. Y la memoria es para todo el país, no queda encerrada en un laboratorio. Por eso creo que este año deberíamos tener una mirada con mayor nivel de responsabilidad. En algún momento habrá que terminar con esas burocracias absurdas, así como llegará el día en que los militares abran los archivos, se terminen de excavar todas las fosas comunes y se encuentren los documentos donde está escrito el paradero de los 413 nietos que faltan.
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