TEATRO
En alguna fecha después del ’83, pero antes del fin del siglo 20, Bea Odóriz hace transcurrir –con una extraña unidad de lugar, acción y tiempo– las instancias tragicómicas de su pieza teatral Caída crónica. “Que reste-t-il de nos amours?/ Que reste-t-il de ces beaux jours?/ Une photo, vieille photo/ de ma jeunesse”, se preguntaba y se respondía Charles Trenet en su nostálgica y perfecta canción. Carlota, la protagonista de este reciente estreno teatral, en cambio, se resiste hasta donde puede, con esforzado romanticismo, a despegar de su pasión de militante política. Enferma, en el atardecer de su vida, ella se niega a cantar una canción de otoño, y prefiere entonar con el último aliento: “Mira mi compañera,/ mira mi guerrillera,/ tu comandante dice/ que tú dispares en la primera batalla/ que tú presentes/ cuando bajes la ladera”.
Hija de una militante, actriz, dramaturga, directora, con experiencia como régisseuse, Bea Odóriz, a los trentipico, se atreve a posar una mirada demitificadora, aunque clemente, sobre el intento desesperado de prolongar en el tiempo ciertas fórmulas y sentencias otrora pronunciadas como grandes verdades (“si no te apoya el pueblo, es dictadura; si te apoya, es revolución”), ciertos gestos ahora inconducentes. Carlota, separada de su marido (quien evidentemente traicionó la causa y se aburguesó), una hija de 13, un hijo de 16, también se aferra a manuales de autoayuda del pasado, como Tus zonas erróneas. A la chica, Alicia, la tilda de imperialista (“como tu padre”), la presiona para que reconozca que ya menstrúa, pero Alicia se niega a aceptar verbalmente su pasaje a la pubertad, quizá tratando de esquivar el pesado mandato materno.
Empiezan a caer personajes que se van incorporando al relato, signado por el pensamiento, la voluntad de Carlota de realizar un plenario a toda costa. Así, tanto Walter, el baboso amante que en algún momento acosa a Alicia, como el cartero que trae el consabido cactus del ex, el plomero que viene a arreglar el inodoro tapado por los algodones de la adolescente, la mujer del plomero que viene a traerle una vianda a su marido y aprovecha para vender cosméticos, y por cierto algunos “compañeros” expresamente convocados, se van sumando a la reunión donde Carlota baja línea. El hijo y la hija recitan a dúo a Pessoa, el plomero y su esposa van tomando la casa, se come, se bebe tinto, se baila, se duerme, Carlota se pone cada vez más enferma, pero no cede en su discurso comprometido con la revolución, ese sueño eterno.
“Ella es la musa idealista que lleva la bandera hasta el final”, dice Bea Odóriz. “En una militante de la primera hora, no como esa especie tibia que apareció en los ’80, queriendo arrogarse méritos con un verso aprendido que nunca había llevado a la práctica. Aunque no dejo de advertir el anacronismo de ciertos conceptos, reconozco que hay algo admirable en la integridad de Carlota. Me atrae mucho esa contradicción como situación dramática, no para definirla ni encasillarla.” Odóriz asegura que entendió mejor la fanatización del lenguaje politizado que empleaba su madre cuando ella misma se vio atravesada por el lenguaje teatral: “Empecé a hacer analogías, ese fue el punto de partida de esta pieza que comencé a escribir en talleres de dramaturgia y terminé sola. Aparecieron esas frases hechas, muy armadas, recurrentes. La forma de presentar a las personas según su rango militante, la idealización de la clase obrera. Y por otro lado, la contracara en lo cotidiano desbordado, desarticulado, que se va de las manos”.
“La incorporación de esa serie de personajes la pensé desde la mezcla de escuelas de actuación, desde la diversidad de gente que convoqué: hay clowns, una cómica tan inspirada como Carla Baglivo, tres folkloristas, los ‘compañeros’, que se presentan zapateando, es su lenguaje. El humor me encanta, pero mezclado con otros registros”, comenta la directora de esta pieza, cuya atmósfera se va enrareciendo no sólo por la acumulación de personajes en un espacio reducido, por la iluminación que va tomando tonalidades oníricas, sino también por la irrupción de muy distintos ritmos musicales que Odóriz usa con gran desprejuicio: “Era arriesgado mezclar géneros, ópera con folklore. Carlota es un personaje operístico, se merecía esas arias de emociones extremas. En mi infancia, yo escuchaba a Violeta Parra, a Zitarrosa, también a Soledad Bravo en ese disco Canto a la poesía de mis compañeros, uno de cuyos temas hace Carlota con mucho sentimiento. En el medio metí un rock ruso que nadie conoce, y al final una canción folklórica también de ese origen”.
Aunque el escenario es chico, la dramaturga con habilidades de régisseuse desplaza a sus once intérpretes manteniendo un delicado equilibrio, y permitiéndose además acciones paralelas. El obvio que a B.O. no la amilanan los desafíos, desde la escritura de una obra incómoda políticamente, desde la puesta y dirección de actores en un grupo que incluye a dos adolescentes verdaderos y sinceros –de 16 y 17 años– y que encabeza con nobleza de porte y de recursos Rosana Vezzoni.
Caída crónica, los viernes a las 23 en Teatro del Pueblo, avenida Roque Sáenz Peña 943, a $ 20 y $ 10, 4326-3606
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux