Vie 04.05.2007
las12

POLITICA

Aquello que sí nos gusta

Ana Esther Ceceña, economista mexicana y fundadora de la revista de ciencias sociales Chiapas, dibuja una cartografía superpuesta a la que impone la expansión neoliberal: en ésta aparecen los movimientos sociales, las poblaciones campesinas y los pueblos originarios que disputan territorio con el capitalismo, a la vez que generan sentido a través de su relación con la naturaleza.

› Por Verónica Engler

Los mapas que dibuja la economista mexicana Ana Esther Ceceña –coordinadora del Grupo de Trabajo Hegemonías y Emancipaciones del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso)– se superponen a las cartografías oficiales que ubican de un lado de la frontera al gran país del Norte y del otro a su tierra natal, aquella en donde surgió el zapatismo que la inspiraría para crear la revista de ciencias sociales Chiapas, en la que intelectuales de todo el continente se permitieron ser interpelados por el movimiento de liberación nacional que salió a la luz el 1o de enero de 1994.

Las topografías que Ceceña traza desde el Observatorio Latinoamericano de Geopolítica (OLG) se erigen sobre esos productos de la naturaleza que ella considera recursos estratégicos y que, de acuerdo a cómo y quiénes los usen, pueden funcionar como elementos de dominación o de liberación para los pueblos de la región. El grupo de investigación que dirige en la Argentina, en el marco del OLG, se propone reunir y sistematizar la información correspondiente a las formas y dinámicas del proceso mediante el cual Estados Unidos construye su hegemonía en el continente y las maneras en que esa hegemonía es resistida. De paso por Buenos Aires, puntualiza: “Lo que nos interesa es cómo el capitalismo disputa el territorio, las diferentes maneras de entenderlo y organizarlo, incluso entendido como un espacio de construcción de socialidad y de resistencia”.

¿Cómo caracterizaría la concepción del territorio que intentan imponer las potencias capitalistas, como Estados Unidos, y la que los pueblos subordinados contraponen?

–Una forma es entender el territorio como recurso, como mercancía, como elemento de generación de valor que tiene que ser sometido a pautas de productividad y entrar en el circuito de lo productivo. Y la otra es una manera que reivindica mucho más la cotidianidad, porque los pueblos están viviendo ese territorio que ha sido un espacio de resistencia a la conquista, por lo menos en la mayor parte de América latina. Los pueblos precapitalistas, en términos generales, tienen una idea de naturaleza muy distinta a la de la cultura occidental. Esta idea es que en la naturaleza también hay sujetos y que la relación con la naturaleza no es una relación sujeto-objeto, sino una relación intersubjetiva de mutuo respeto.

¿Esta concepción de la naturaleza no corresponde en particular a la cosmovisión de los pueblos originarios? ¿Qué sucede con la población urbana?

–Me refiero a poblaciones rurales, no sólo a pueblos originarios. En poblaciones urbanas la problemática es muy distinta, porque el territorio se disputa de otra manera, en la localización muy específica de barrios marginales, de empujar a la gente pobre hacia las periferias, o a la inversa, tomar la periferia para la gente más rica, para tenerla más segura. El hecho de tener unas políticas en barrios pobres y otras en barrios ricos, de establecer fronteras, de no permitir mucho la relación entre unos y otros, son todas estrategias de control de la población. Incluso el trazado de las calles muchas veces forma parte de esta concepción de cómo tener una ciudad ordenada, que es muy distinta a la de cómo tener una ciudad agradable o donde podamos encontrarnos con los otros y socializar. Esta idea de organizarnos en términos de la seguridad lleva justo a lo contrario, a aislarnos de los demás porque nos pueden hacer daño.

¿Cuáles son los recursos estratégicos sobre los que construye sus mapas?

–Entre los más importantes están el petróleo y el gas, que indudablemente es lo que mueve el mundo hoy, y, como son escasos, su monopolización permite efectivamente el control. Entonces aquel que los tenga es quien pone las condiciones del funcionamiento global. El otro elemento que tiene características similares es el agua, excepto que el agua no sólo hace funcionar la industria y los automotores, hace funcionar la vida, entonces es todavía más importante. Y el agua está relacionada con el recurso genético que hay en selvas y bosques; no lo llamaría biodiversidad porque es ya una manera de nominarlo en un sentido de apropiación, de objetivación de la naturaleza, pero esta biota es esencial porque allí está la apuesta a la permanencia de la vida en el planeta, y también está la posibilidad de interpretar códigos genéticos para, por ejemplo, saber cómo la naturaleza ha ido resolviendo los problemas con que se enfrenta, por lo que hay muchas posibilidades que se abren con el control de este recurso y su conocimiento. El otro recurso es el de los minerales, porque hay algunos (como el cobalto y el tungsteno) que son absolutamente necesarios, condición para todo lo demás, para la conquista del espacio, para la perforación de pozos petroleros, para la producción de armas.

¿Cuál es el paradigma productivo que Estados Unidos impuso en las últimas décadas a partir del manejo hegemónico de estos recursos?

–El del desmembramiento, que empezó con las maquiladoras, desplazando plantas productoras hacia el norte de México y hacia el sudeste asiático, donde hay bajos salarios. Esto se pudo hacer gracias a la revolución microelectrónica, primero se deslocalizó la parte de la producción que era menos calificada, más intensiva en mano de obra, y poco a poco se fue desmembrando todo el proceso. Entonces, si en algún momento necesitan usar coltan, por ejemplo, van al Zaire. Este patrón sólo lo puede imponer Estados Unidos, que lleva la delantera en este proceso, porque además es el que tiene una capacidad militar suficiente como para garantizar que su expansión sea amplia y segura.

¿Fue necesaria una política militar para que este paradigma productivo se impusiera?

–Al principio bastaba con elementos económicos, el tipo de relación que tenía con América latina en general era de dependencia, en algunos casos debido a la deuda externa. La militarización empieza a ser necesaria cuando este tipo de organización que corresponde al neoliberalismo, que abrió mercados, es contestada por los pueblos en el momento en que empieza a tener repercusiones económicas menos absorbentes y queda muy en evidencia un proceso de exclusión en el que gran parte de la población mundial sentía que estaba quedando fuera. El movimiento que, yo diría, es el primero que rompe claramente en este sentido es el zapatista, que dice: “Nos estamos levantando contra el neoliberalismo”. Antes había muchos movimientos, pero quizá no tenían tan identificado el punto de confrontación.

¿Cuáles serían las prácticas que resisten al discurso hegemónico del neoliberalismo?

–Hay muchísimas, pero una es ésta de volver a pensar lo comunitario. Está el ejemplo de una comunidad más vinculada con las preocupaciones urbanas, una comunidad de sentido, no territorializada, como pueden ser las campañas que se hicieron en América latina, primero contra el ALCA y ahora con la Campaña por la Desmilitarización de las Américas. Acabamos de hacer una gran conferencia de prensa en contra de las bases militares extranjeras en Manta (Ecuador), pidiendo que no se renueve el acuerdo para que los norteamericanos estén ahí. Hay otras bases en Aruba, Curaçao y El Salvador, que sustituyeron a las de Panamá y permiten (a los EE.UU.) tener controlada esa área.

Estos sentidos comunitarios crecieron mucho también como un rechazo a formas de organización anteriores que eran muy verticales. Se ha aprendido un poco de los pueblos originarios y se han establecido redes horizontales, que es algo muy importante.

¿Estos movimientos de resistencia tienen algún tipo de poder frente a situaciones como las que plantean los tratados de libre comercio?

—Sí. Por ejemplo en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), una transnacional, la Bechtel, los que dijeron que iban a reconstruir Irak, hace un convenio con el gobierno boliviano para privatizar el agua (a fines de la década del ’90). Entonces se enfrenta con poblaciones campesinas que tenían una tradición de manejo y gestión del agua relativamente comunitaria, tenían sus pozos y decidían cómo se distribuía. Lo primero que hace esta empresa es aumentar la tarifa trescientos por ciento, y toda la gente se levantó y tiraron abajo el convenio en la época de Sánchez de Lozada, un gobierno que no era para nada cercano a los movimientos populares. Fue muy dura la batalla, hubo muertos, pero la población estaba en insurrección total y logró echar atrás el convenio.

¿Qué lugar están ocupando las mujeres en estos movimientos de resistencia?

—En todas estas luchas las que están al frente son las mujeres, mayoritariamente. No se puede pensar una lucha de autogestión, de autodeterminación, de emancipación, si no están las mujeres y si no se resuelve el problema de género. En el caso del movimiento zapatista, cuando se levantan hacen una proclama y ponen una serie de leyes muy interesantes, entre las que está la Ley de Mujeres, construida por las mujeres. Comunidad por comunidad fueron diciendo qué era lo que ellas querían, por qué se estaban levantando: “por que el marido no se emborrache, por que podamos heredar la tierra (porque en algunos lugares solamente se heredaba a través de la línea varonil), por que podamos tener hijos en buenas condiciones”, y éste fue un debate muy interesante con las feministas de las ciudades, que peleamos por la liberación del aborto. Ellas, al contrario, peleaban por la liberación de la maternidad, porque decían “queremos tener hijos, pero se nos mueren porque no tenemos ni hospitales ni condiciones”, y así fueron planteando sus cuestiones. Hoy las mujeres son comandantas y participan en las Juntas de Gobierno, entonces no es sólo una cuestión de cantidad, sino que tienen lugares importantes, están participando en las decisiones, es algo que me parece se repite en casi todos los movimientos. Pero todavía hay algo que no se resuelve tan fácilmente, y es que el movimiento de mujeres parece algo exclusivo y diferente de las mujeres en los movimientos, allí todavía hay muchas cosas que trabajar, pero creo que en términos generales se ha avanzado, porque el movimiento de mujeres también ha ido sensibilizándose. En ese sentido, nos tenemos que organizar por nuestra cuenta, porque sobre la mujer pesa una condición de mayor dominación, pero también queremos pelear junto con los compañeros. Justamente la posibilidad de convertirnos en compañeras de los hombres es parte de esta lucha, es una de las conquistas más importantes, ponernos a la par y ponernos contra aquello que no nos gusta y por aquello que sí nos gusta, porque tiene que ser una lucha no solamente contra el neoliberalismo, sino construyendo lo que es nuestro, construyendo esa relación de compañerismo, construyendo otra manera de educar a nuestros hijos, otra socialidad.

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