LIBROS
Desde una primera persona tan comprometida con las argucias de su tiempo y de su país como los mismos autores a los que lee, Beatriz Sarlo interroga los textos que ella elige hasta que respondan o sugieran nuevas preguntas. Escritos sobre literatura argentina es un recorrido personal y arbitrariamente fragmentario desde la fundación de la literatura nacional hasta las producciones de los últimos cinco años.
› Por Liliana Viola
Leer por sobre el hombro de otra persona que se especializa en leer es un modo no poco inquietante. La lectura de la lectura incita a salir y volver a entrar, comprobar que es cierto aquello de que los libros dicen algo. Algo más. Algunos trabajos de la crítica literaria –pocas veces, es verdad– son capaces de suscitar lecturas ávidas e intrigadas, tanto como lo consiguen algunos ejemplares de ficción. No necesariamente, se verá aquí, la crítica literaria debe eludir la trama, el estilo, el sentido del humor, el rechazo rabioso o la digresión, mientras impone el camino de sus hipótesis y deja en suspenso aquel dicho de que sobre gustos no hay nada escrito.
El último libro de Beatriz Sarlo, Escritos sobre literatura argentina –cuyo título recuerda las decisiones editoriales que agruparon textos políticos de Marx y Engels y también la selección de artículos donde Baudelaire habla de sí mismo y de su ciudad a través de las lecturas de sus contemporáneos– permite exactamente eso, leer la literatura argentina desde los fragmentos que eligió y leyó otra persona, una primera persona, no caben dudas, también argentina, es decir, tan comprometida con las construcciones de la identidad/ realidad de su país como los escritores y escritoras –¡muy pocas!, ninguna narradora en el índice en el que sí figuran Victoria Ocampo y Juana Bignozzi– que se dispone a interpelar.
La primera persona en cuestión inquieta a sus lectores cuando se presenta abiertamente como protagonista principal de su lectura. Y luego más, cuando en calidad de tal despliega una batería de preguntas heterogéneas a las novelas que va leyendo. Las esperables y también las que difícilmente aparecen en el horizonte de lo que creímos que un texto es capaz de responder. Porque este libro parece ser en gran medida una colección de preguntas, preguntas que llaman a otras, constatación de que podría haber más. Desde las que interpelan a la fundación de una escritura nacional (argentina, porteña y con tentación autobiográfica) hasta las que abren el panorama de las novelas editadas en estos últimos cinco años. ¿Qué decían Echeverría, Martínez Estrada cuando nombraban la palabra desierto? ¿Por qué Saer escribía ficciones que no podían encontrar ni producir su público como por el contrario Piglia lo consigue en Respiración artificial? ¿Cómo logra Saer lo que logra, cómo hace para ser al mismo tiempo cómico y serio, amable, pesimista divertido y difícil? ¿Por qué razones es tan extensa la novela El pasado de Alan Pauls? ¿Por qué Andrés Rivera inquieta y qué expectativas decepciona con la brevedad de su novela Apuestas? ¿En qué punto la escritura de Manuel Puig se distancia de las películas que evoca minuciosamente?
Muy pronto se advierte que los Escritos sobre... se extienden en todo el sentido del que es capaz dicha preposición. Escrito arriba de la letra, por encima, más allá, acerca de y también con signos de exclamación en los márgenes de cada libro (como por ejemplo cuando Nadie, nada, nunca de Saer le hace exclamar “uno de los grandes escritores contemporáneos” o los Pichiciegos de Fogwil, “la representación más inteligente y más arriesgada de la guerra”).
El libro reúne artículos que aparecieron durante estos últimos 20 años en diversos suplementos culturales, ponencias y prólogos, organizados ahora en cuatro capítulos que hacen pensar que si bien han sido escritos sueltos y en años diferentes responden a una lógica implacable, textos e hipótesis se van articulando en una escenografía que se repite: la bendita modernidad, el siglo XX con su imposibilidad de escribir literatura realista, el fulgor y la caída de los sueños afrancesados, los paisajes atípicos que tuvo el desierto, la tensión actual entre “lo fashion” y el gusto, lo bueno y lo malo.
Quienes se fijen en el prólogo notarán que muy pocas líneas (apenas una página) fueron suficientes para la operación drástica de decir en público lo que vale y lo que no vale en relación con la propia producción. Sarlo se asume como la encargada de presentar su propio libro: “Acá están reunidos todos mis escritos sobre literatura argentina”. E inmediatamente agrega: “No están todos los publicados sino todos los que considero que pueden ser leídos hoy”. Afuera quedó entonces lo producido desde que se recibió de licenciada en Letras en la Universidad de Buenos Aires (1966) hasta los últimos años de la dictadura militar. En el interior de su libro llevará esto hasta las últimas consecuencias cuando diga, por ejemplo, “hace muchos años, en 1990 escribí dos observaciones publicadas en Página/12. Una la considero todavía buena, la otra, equivocada”, y luego, desarrollé las dos.
Le han preguntado en todas las entrevistas sobre el motivo de su decisión, y la respuesta es tan personal como contextual: “El gran quiebre de mi vida fue la dictadura militar. Ahí mi vida colapsa. Hasta 1976 no estaba en los planes ni enseñar, ni escribir sobre libros”. Luego admite que lo que hacía lo hacía mal, copiando a Roland Barthes y al estructuralismo francés, y sitúa este segundo comienzo al filo de sus 40 años. Si la figura de la crítica necesitaba poner más cuerpo aún, a continuación agrega: “El índice de este libro revela mis debilidades (en todos los sentidos de la palabra) y mis distracciones. Hubiera querido escribir sobre autores que están ausentes y no supe hacerlo. No me arrepiento de la lealtad con otros escritores”.
Pero esto no significa que la biblioteca de Beatriz Sarlo se reduzca al índice que se inicia con Sarmiento, ubica al grupo Contorno en la búsqueda del ser nacional, sigue con Payró y Manuel Gálvez, incluye entre “los clásicos” a Martínez Estrada, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Julio Cortázar, Manuel Puig, Juan L. Ortiz, y finalmente reseña lo producido en las últimas décadas (aquí aparecen Matilde Sánchez y Romina Paula, entre las escritoras). Si la edición incluyera un índice onomástico se comprobaría que la biblioteca tiene una enorme cantidad de títulos que va entrelazando, comparando y descartando.
En el origen de la literatura hay más literatura donde no sólo dialogan los textos sino que se organizan en categorías culturales. Así, El pasado de Pauls es también un folletín sentimental, Prohibido escupir sangre de Saccomanno es una literatura masculina de machismo renovado y nostálgico, Fuego a discreción de Antonio Dal Masseto, una novela de viaje.
Varias cuestiones hacen que este libro pueda leerse sin necesidad de hacerlo dentro de los claustros de la academia. Una de ellas se concentra en esta frase: “Si ya no se puede hablar de buena o mala literatura, dejemos de hablar de literatura. Usemos otras palabras para designar aquello que se nombró antes de ese modo. Y lo mismo con la pornografía: si la pornografía es fashion, llamémosla pasatiempo”. Se lee de corrido la ironía con la que salen aquí defenestrados algunos textos, posturas intelectuales, autores y clichés.
Otra cuestión, el tono detectivesco con el que va buscando pistas y conceptos clave, la alegría contagiosa cuando detecta alguna como los personajes que Saer lleva de una novela a otra o el párrafo de novela sentimental en el que el Facundo de Sarmiento se enamora perdido de Severa Villafañe.
De Escritos sobre literatura argentina se podría decir algo similar a lo que su autora ha dicho ya sobre el estilo de Walter Benjamin: su mirada es fragmentaria, no porque renuncie a la totalidad, sino porque la busca en los detalles que ella quiere.
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