TEATRO
De visita en Buenos Aires, la dramaturga y puestista española Eva Hibernia, también actriz y cantante, estrenó en Barcelona la pieza Trece Rosas, éxito de crítica y de público que narra la historia de un grupo de jóvenes republicanas fusiladas en los primeros tiempos del franquismo. Además, Hibernia participa activamente del Proyecto VACAS, abierto al intercambio entre creadoras escénicas del mundo.
› Por Moira Soto
Ella se ríe con ganas y habla con pasión de sus trabajos en la compañía Delirio, de su actuación en el Proyecto VACAS, del teatro que se multiplica prodigiosamente en Buenos Aires, ciudad a la que vino un par de meses, “por una intuición, con deseos de impregnarme de su pulso, de sus texturas; desde pequeña tenía ganas de hacer este viaje”. Lo dice Eva Hibernia, 34, nacida en La Rioja, provincia de Logroño, licenciada en Artes Escénicas, especialidad Dramaturgia y Dirección en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, entre otros estudios que incluyen cursos de doctorado en Humanidades dictados por Eugenio Trías en Barcelona y talleres con distintos autores, entre los cuales, Sergi Bebel, José Sanchos de Sinisterra y nuestro Javier Daulte, para no hablar de las lecciones de canto y música que recibió en su terruño. Actualmente, las inagotables energías de Eva están puestas en Delirio, la compañía teatral que dirige con Júlia (con acento catalán) Bel (“matriz de creación y difusión de las artes, de diálogo y fusión de diferentes lenguajes artísticos, a favor del mestizaje”), en el Proyecto VACA que nuclea a creadoras escénicas y en el futuro estreno de su obra Una mujer en transparencia. Entretanto, no deja de disfrutar del suceso de la última pieza que presentó con Bel a fines del año pasado, Trece Rosas, un homenaje a un grupo de mujeres muy jóvenes encarceladas y asesinadas en la primera etapa del franquismo.
Cuando llegaste a Barcelona en 1997, ya tenías trabajos realizados, obras editadas en Madrid, ¿esos antecedentes te allanaron el camino?
–Bueno, la verdad es que en Barcelona tuve que empezar de cero otra vez, porque todo lo que traía de Madrid no me servía para nada. Porque en España se da un poco esto de los reinos aislados, está todo muy cerrado sobre sí mismo, también en lo artístico. Hay muchas fronteras políticas que intentamos salvar. Por ejemplo, nosotras, con el Proyecto VACA hicimos en 2005 un ciclo de autoras en triángulo Madrid-Barcelona-Valencia. Porque parece mentira, pero aunque entre Barcelona y Valencia hay pocos kilómetros, casi no nos conocemos... Es muy difícil que los espectáculos salgan de gira, de una provincia a otra, porque los canales de distribución están muy encriptados. Como te decía, entonces, en Barcelona recomencé todo: tocar puertas, presentarme, llevar mis textos, pero no me daban bola (risas). Es complicada la realidad teatral en España. Tenía 24, tuve que empezar a hacerme un grupo, mi gente, toda una tarea. Pero hoy puedo decir que mi esfuerzo dio frutos, ya que estoy en el Teatro Nacional de Cataluña.
¿Cómo te las arreglaste para vivir en el camino, hasta que empezaste a estrenar tus propias producciones?
–Trabajaba en una editorial que editaba fascículos, al mismo tiempo escribía a mi gusto y me juntaba con gente de un lado bastante off. En el 2000 fundamos con Júlia Bel la compañía teatral Delirio, y desde ese año presentamos distintas obras, muchas relacionadas con la poesía, porque las dos somos poetas y nos interesa mucho la correlación entre la poesía y la escena.
¿Trece rosas es el trabajo más importante hasta ahora?
–Creo que sí, la dramaturgia es de Júlia y se basa en un hecho real de la Guerra Civil: el fusilamiento de trece muchachas, la mitad menores de edad, dos meses después de dar por terminada la guerra. Fueron los primeros fusilamientos de mujeres. Este hecho histórico nos llevó una serie de trabajos de investigación, de documentación, además la recreación de cada personaje que hicieron las actrices. Hay un intento bastante fuerte en España de recuperar la memoria sobre este pasado republicano, las políticas de avanzada, el golpe y la brutal represión. La cosa está muy candente, se han producido descubrimientos de fosas comunes. Por otra parte, aún hay sobrevivientes que por su mucha edad se están muriendo, entonces se trata de no perder esos testimonios, de obtener la mayor información de primera mano. Hay quienes pretenden que no se hable del tema, claro, políticamente no les conviene, y por supuesto están los que opinan que hay que salvar la memoria. Es una cuestión que resulta muy conflictiva. No hace falta que te diga cuál es mi posición...
Hay muchas historias de republicanas que se comportaron con coraje e iniciativa, que ocuparon puestos hasta ese momento asignados a los hombres ¿Por qué eligieron precisamente las Trece Rosas?
–Era una historia muy impresionante que siempre me conmovió mucho: 13 muchachas, algunas adolescentes, que por su edad obviamente no habían tenido una participación de primer plano en el frente, eran más bien de la retaguardia. Sus “crímenes” pasaban por ser enfermeras, conducir el tranvía, conseguir ropa para los milicianos... La situación de esa juventud y esa inocencia puestas ante tamaña injusticia y crueldad, y la forma de reaccionar de ellas, nos parecía que tenían esa grandeza que a veces no se valora lo suficiente por causa de la edad, o porque están en segunda o tercera fila. Un poco es como el tema de Antígona ¿no?: la inocencia enfrentándose a la tiranía y manteniéndose entera. Hay una obra de la gran filósofa María Zambrano que se llama La tumba de Antígona, que dirigí en 2003. Entonces, era como encontrar una continuidad de ese mito con la historia real. También tengo hechos un texto y montaje sobre Juana de Arco, otro personaje con el que se pueden trazar parentescos: la joven doncella puesta frente al poder, que sólo tiene su inocencia para defenderse y que es reventada pero sin que sus detractores consigan quebrar esa inocencia. Es una temática que me atrae mucho.
En una de las últimas cartas de prisión, una de esas chicas valientes, Julia Conesa, pide que no se borre su nombre de la historia.
–Y no se la ha borrado, ni su nombre ni el de sus compañeras de martirio. Lo de ellas es como un sacrificio que no se pierde, como una estrella cuyo fulgor permanece, quizá porque se unieron tanta juventud y tanta entereza en ellas, y tanta iniquidad por parte del poder tiránico. Ese nombre de Las Trece Rosas se lo puso una de las detenidas, compañera de infortunios en la Cárcel de Ventas de Madrid. Ellas escuchaban los disparos de los fusilamientos, porque entre la cárcel y el cementerio de La Almudena hay un gran descampado. Los disparos retumbaban y ellas sabían a qué hora se producían las ejecuciones. Esta compañera les escribió un poema, ahí es donde las nombró así, y les quedó este apelativo que se extiende a las mujeres que fueron compañeras de ellas y que han estado yendo todos los años a rendirles homenaje. También me parece destacable que se visibilice a las supervivientes, que hablen. En Barcelona hubo un movimiento, Las Donnas del 36, que se unieron con el propósito de difundir todo lo que les había pasado durante el gobierno de la República y la Guerra Civil, desde su punto de vista de mujer. Lo que eran las cárceles, la dura vida de posguerra, ellas han ido por los institutos de enseñanza contándoles a los chavales, durante muchos años. Ahora se ha diluido el grupo porque son muy mayores y muchas han muerto. Pero aún hay algunas que a título personal siguen dando conferencias. Lo interesante es que se juntaron mujeres de diversos sectores y formación, analfabetas y universitarias, amas de casa y profesionales. Una iniciativa preciosa de rescate de experiencia viva.
Es decir que vos y Júlia contaban con una documentación muy rica a la hora de crear la dramaturgia y la puesta en escena.
–Sí, claro, para empezar teníamos personajes que eran personas reales, detalles vívidos, fotos con sus rostros. Muchachas que dejaron huellas, cartas, textos. Disponíamos de la última carta que escribieron, la carta-capilla, y no pueden encontrar un verbo mejor que el que ellas pusieron en ese momento tan tremendo. Fue muy impactante para nosotras ver a sus compañeras supervivientes en documentales, mujeres que pasaron por cárcel, tortura y vejación, pero que se habían salvado del paredón. Muy emocionante verlas ancianas y con esa postura vital, superactivas, ocupadas en el presente. Una de ellas decía con una energía increíble: “Tengo muchas ganas de vivir, de hacer muchas cosas por la juventud”. Acaso lo más impresionante era la ausencia de rencor en su mirada. Sí, había un material extraordinario para rescatar, para revivir, para rendir homenaje.
¿Qué forma eligieron para llevar esta historia a escena?
–Trece Rosas es una pieza escrita en verso libre. Utilizamos mucha música original en directo del violinista Narcis Laguarda, un músico muy abierto y creativo que trabajó muy bien con las actrices, empezó a componer en los propios ensayos. Elegimos ese instrumento por el marido de una de las muchachas, que era violinista y murió en la misma trágica noche que su mujer, lo fusilaron. También recurrimos al armonio, porque ella tocaba ese instrumento en prisión. Además de las composiciones originales, hay en la obra una revisión de canciones populares, porque las presas enfrentaban el horror desde el humor. Rescatamos algunas de las cosas que ellas cantaban como esta: “Prisión de Ventas,/ hotel maravilloso/ donde no hay agua,/ ni cama ni colchón./ Prisión de Ventas,/ en el infierno se está mucho mejor/ (.../ y en cada plato de comida/ un rosario hay que rezar...”. O también el Romance de la doncella guerrera, en fin, hicimos una síntesis de muchas de las canciones que ellas entonaban.
¿Cómo se estructura la obra?
–Las Trece Rosas es una pieza que necesitó todo un trabajo de cuerpo con las actrices, porque había que representar distintas etapas: la primera es un momento general que alude al Madrid sitiado; la segunda refleja toda la permanencia en la cárcel hasta que las llevan a capilla y ya al paredón. Y el tercer momento es el de las confesiones, porque las chantajearon, les dijeron que si querían dejar una última carta a su familia debían confesarse con un cura. Pasar ese trámite, una última humillación. De esa experiencia hicimos un espacio de libertad, como un último, su última expresión personal. La obra parte de un flashback: en un principio eran quince las condenadas, y una se salvó momentáneamente porque figuraba como Antonio y era Antonia, buscaron en la cárcel de hombres, pero al mes la fusilaron igual. Y otra también se salvó, no se conocen las razones. La que zafó se llama Julia Vellisca, ella es la que va al paredón y recuerda toda la historia. Como sabíamos muy poco de esta Julia, la tuvimos que ficcionar. Y su hijo, cuya madre había muerto hace cuatro años, vino con el documento de ella y nos dijo que la representación se asemejaba mucho al original. Su intérprete es la actriz uruguaya Carla Carrissimi: en los elencos de Delirio suele haber intérpretes de diversas nacionalidades. Nos gusta esa mezcla.
¿Se propusieron evadir el riesgo de caer en la demagogia, lo lacrimógeno?
–Sabíamos que teníamos entre manos un material peligroso, muy frágil... Creo que la decisión de tratarlo desde lo lírico, sin excluir el humor, fue acertada. Además sentimos que estábamos haciendo alguna forma de justicia, porque durante la República la poesía estaba en el aire, se respiraba, la gente común se sabía de memoria poemas de autores conocidos, casi todo mundo estaba familiarizado con el Romancero de Lorca, se cantaba a Miguel Hernández, a Machado en las trincheras. Nuestro verso es sencillo, pero el hecho de trabajar con un lenguaje no convencional crea otro estado de recepción, de reflexión. También nos importaba resaltar el poder de lo colectivo, de la solidaridad en una cárcel para 400 personas donde había 4000 presas hacinadas. Todo se compartía, se montaron escuelas dentro de la cárcel porque sabían que las que salieran tendrían que defenderse en la vida, trabajar. Esos valores las arroparon y les dieron un sentido a ese calvario y a esas muertes. Ellas llegaron a vivir ese momento maravilloso en que parecía que una República hermanada era posible, donde las mujeres eran absolutamente modernas, de avanzada, más que nosotras, te diría, por las cosas que llegaron a hacer.
¿Qué esperás llevarte de Buenos Aires?
–Por cierto que me encantaría no llevarme sino traer: Trece Rosas a Buenos Aires, a ciudades del interior, ojalá pudiera darse esa posibilidad. Pero en verdad vine buscando correspondencias entre esta ciudad y Barcelona. No sé adónde me llevará este viaje, me abro con la esperanza de que la magia y los cronopios me salgan al encuentro.
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