ENCERRADA EN LA CAJA BOBA
› Por Soledad Vallejos
En esta temporada extraña que estrena contenidos y (no tantos) formatos casi llegando la primavera, quieren los programadores de aire que Policías en acción quede ya en el olvido como docudrama experimental de impacto... desde que se descubrió que hay otro mundo posible para la televisión: el de las cárceles. Más o menos armaditos a partir del supuesto recurso de un-preso-se-cuenta-a-sí-mismo, y a su mundo, o bien a partir de un diálogo hipotéticamente basado en la empatía y una afinidad sobre la que todo hincapié pareciera poco (como si los de adentro pudieran olvidar alguna vez del lado de quién está el poder del medio, del discurso, de la edición, de la acotación) de un tiempo a esta parte la televisión descubrió, por ejemplo, que una persona que cumple condena es, también, un ser humano. Y como eso no es estrictamente novedoso, Cárceles, un mundo adentro (los lunes a las 23 por Telefé) probó con un esquema que ya conoce: mandar a Diego Alonso, que alguna vez fue actor y de repente empezó a meterse en el periodismo verdad moderno, tan estético, tan cool, jugando el papel de morocho argentino (con esa pinta de vecino de barrio, esa dicción extrañamente desprolija, esa ropa tan decontracté)... que la producción solía mandar a lugares donde alguien más blanquito y prolijo podría levantar sospechas.
Estaba, entonces, el anteriormente conocido como actor Diego Alonso en la ronda habitual de entrevistas y participaciones varias en distintos programas para presentar su propio estreno. Escenografía de living, luz plana, y un anfitrión que mira a Diego Alonso y pregunta: ¿hay diferencia entre visitar una cárcel de varones y una de mujeres? Alonso contestó decididamente que sí. Aclaró: “Cuando visitás una cárcel de hombres está todo bien, te sentís cómodo. Cuando visitás una cárcel de mujeres es una sensación rara, debería estar buenísimo porque son todas esas mujeres y vos, pero es como estar en una isla de amazonas... sabés que si te dejan ahí un día, ellas te dejan seco”. Toda la intención bienpensante tan aplicada a los presos, a la hora de hablar sobre las presas se convirtió en un remedo de Correccional de mujeres, como si este chico Alonso se hubiera visto acosado por cientos de Eddas Bustamante en lo más álgido de su noche, como si hubiera estado a un tris de haber sido sometido, acosado, humillado, violentado, por alguna de esas mujeres que cumplen condenas en los penales. Como si alguien, bah, lo hubiera codiciado por el motivo que fuera allí dentro (¿deseo sexual?, ¿violencia de género?, ¿simple diversión?, ¿temor del conductor ante el encuentro con la Otra?), cosa que francamente desconocemos pero nos permitimos relativizar (sin ánimo de ofender). En todo caso, Diego, querido, date cuenta de una cosita: qué cerca está tu afirmación tan simpática de esa lógica homofóbica según la cual todo varón que se inmiscuye en un ámbito gay es presa segura de la voracidad sexual ajena. Qué difícil digerir como chiste algo que no es más que agresión misógina (y narcisista). Qué bárbaro, digo, que nadie (absolutamente nadie) en ese programa te haya dicho ni mu.
En todo caso, si alguna evidencia surge ahora, lo más probable es que termine de probar que no siempre la luz ilumina, no necesariamente una mayor visibilidad ayuda, conmueve, aclara el panorama. Verlas a ellas, a las presas, hablar con ellas, a esta gente no le sirvió para nada más que para usarlas de pantalla donde proyectar vaya una a saber qué previsibles fantasías, a cual más misógina. La cámara solita y sola, peor aún si viene de la mano de buenas intenciones, puede poco.
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