MUSICA
Se hace llamar Mala Rodríguez, Mala, como la bautizó una tía de pequeña porque no sabía callar cuando se lo pedían. De eso que la familia veía como un vicio, ella hizo un oficio y se convirtió en la voz femenina más importante del hip hop en español.
› Por Guadalupe Triebel
La presentación es sugestiva: “No soy Superman, soy la María y hago grande el día”. María es Mala Rodríguez (La Mala) y, con esta leyenda, abre su nuevo disco, Malamarismo. Evidentemente corre con una autoestima saludable que bien le sirvió para que su nombre –y sobrenombre– se fijen en el ambiente del hip hop en castellano. Claro, para un escenario machista y, en ocasiones, purista, no es algo menor. Sobre todo cuando La Mala habla de cosas de mujeres y no resigna recursos: sus canciones incluyen elementos del pop, del flamenco y de otros géneros. “Sin reputación no hay respeto”, canta/rapea la española en la canción Por la noche. Y los códigos del mundillo rapero le dan la razón.
La Mala es morocha, tiene 29 y usa flequillo hasta los ojos. De ahí, nariz y boca, todo en orden –como se acostumbra–. En la garganta nace la voz, el motor de esos versos directos que le hacen frente a cualquier tópico relevante. Aunque, sí, es cierto, el mensaje-todoterreno puede afectar una o dos susceptibilidades. Pero no interesa; sería difícil no hacerlo al hablar del sistema, los inmigrantes, los golpeadores de mujeres, la drogadicción. Siempre habrá quien vea el videoclip de La niña, canción de su disco anterior, Alevosía (2003), y aplauda la decisión de algunos canales del Viejo Continente de prohibirlo. Se sabe: a la gente le choca ver que una nena de siete, ocho años, venda droga en la ficción. En la vida real, en cambio, puede mirar para otro lado.
Ey, que La Mala se la toma en serio, pero desde el humor irónico, fatalmente ácido. Y, ojo, a no confundir, que las rimas no buscan el gag, buscan la crítica social bien dicha, desde adentro. Y, en ese proceso introspectivo, ella reconoce la búsqueda propia, desde las canciones. Así, el modo de operar no es el sermón, sino –más bien– todo lo contrario. “No seas malo, sé travieso”, invita al micrófono la andaluza que también llama a querer. Es que le va mejor desde que dejó de odiar. La bronca se la quitó su niño Kairel, que –con un año y medio– ya anduvo de gira desde la panza.
Ella dice que es abierta, que escucha de todo y que la siguen tribus muy diferentes. Parece que –hace no mucho– descubrió a Jimi Hendrix y su recital de Woodstock le tumbó la cabeza. “Si llego a ver eso antes, no soy rapera”, cuenta como una lección más de las contingencias de la vida. ¿Y por qué ese apodo, entonces? Para ella el nombre es un “grito de guerra” en plena batalla por el respeto de su clica (algo así como pandilla, en chicano). Antes, Mala era para firmar los graffiti de las paredes. Ahora, es una firma del rap español. Pero la designación viene de antes, de cuando la tía la “bautizó” porque no se callaba nada. “No soy esclava de lo políticamente correcto”, explica ella, ni antes ni ahora.
Como polillas rítmicas, las canciones de Mala Rodríguez agitan y chocan. Se las escuchó en películas como Lucía y el sexo, después en sus discos y, a veces, con otros artistas: con Calle 13, por ejemplo, hablan de faltarse el respeto; lo hacen escatológica y sexualmente –y funciona muy bien–. Por ahora, su trilogía de discos –que arrancó en el 2000 con Lujo ibérico– no llegó a ser Santísima Trinidad en Argentina, donde sólo está editado su nuevo trabajo, Malamarismo.
La chica que nació en Cádiz, pero creció en Sevilla y ahora pasa de visita por Argentina (se presenta en 8 de septiembre en el Roxy Club) dice que no practica el arrepentimiento. Desde la adolescencia eligió la música (esta música) y le va bien. De todas formas, no quiere convertirse en un personaje. Mientras frasea en sus canciones, lo aclara: “Yo soy mejor que La Mala”. Las dos son igual de queribles.
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