NOTA DE TAPA
Hay cambios que son visibles: los hombres usan cremas, se tiñen el pelo, se ponen implantes y también, dicen, cambian pañales, lavan platos, llevan a los chicos a la escuela, nombran a sus emociones. ¿Quiere decir esto que estamos frente a una masculinidad nueva o se trata de simple maquillaje para machos tradicionales aunque aggiornados? ¿Cuánto los condicionan a ellos los estereotipos de género sobre los que se funda el poder hegemónico de lo masculino? El debate sólo puede abrirse.
› Por Luciana Peker
Yo me levanto y lo beso”, cuenta Pablo Scharagrodsky y lo que cuenta es que no se queda ahí. “Yo lo despierto a mi hijo, Lucas, de tres años, besándolo desde los tobillos hasta la cara y me encanta”, asume con una sonrisa ancha, desalineada de los discursos y victoriosa de una gran batalla ganada por los varones: poder mimar, encariñar, besar, disfrutar a sus hijos. “Me mira con una carita...”, confiesa Pablo y la calificación de confesión no es azarosa. Las confesiones se dan en la intimidad y los varones de antes –los que usaban gomina, nudo en la garganta y tenían la última palabra para no poder soltar ninguna– no hablaban sobre su intimidad. No, a menos que fuera para llorar con despecho en los tangos o acodarse en la barra de un bar. No es raro, no tan raro, lo que cuenta Pablo. Hay algunos permisos y placeres que los varones se dan: cuidarse más, besar más a sus hijos y cocinar (más cerca del plato gourmet que de hacer la comida diariamente)... La gran duda es si se trata de esbozos de un cambio mayor o son atajos para no cambiar nunca.
Todavía no se sabe si existe un gatopardismo de género, que va a una reunión del jardín de infantes –para regocijo de la suegra, que le enrostra a la esposa que su marido nunca hubiera escuchado un informe sobre salita azul– pero que, en realidad, no está dispuesto a compartir las responsabilidades domésticas, sino, solamente, a ponerse el traje de superhéroe ayudador cuando las papas queman (y después reclamar si las papas se quemaron). Pablo es uno de esos varones que no sólo descubrieron el dulce boomerang –no por eso menos trabajoso– de criar a los hijos e hijas, sino que, además, pretende romper el molde de lo que se supone es un varón. “Ojalá que no tenga una masculinidad hegemónica, que pueda desarrollar una emotividad e intimidad y salirse de la lógica tradicional que genera mucho padecimiento en el varón”, le desea a su hijo. Pablo Scharagrodsky tiene 38 años, es profesor de educación física, licenciado en educación, profesor e investigador de la Universidad de Quilmes y autor del libro Tras las huellas de la Educación Física Escolar argentina. Cuerpo, género y pedagogía. Pero lo más interesante es desentrañar la historia que lo lleva a abrir cancha en los estudios de género. “Yo practiqué fútbol durante mucho tiempo y sentía que no sólo estaba el placer y la práctica corporal, sino las agresiones y la violencia. Me di cuenta que la masculinidad hegemónica –que yo también encarnaba– no me llevaba por un camino que me hiciera bien”.
–Sí, totalmente, y de deconstrucción. Salvo con Estudiantes de La Plata... que es el mejor equipo del mundo, tiene huevo, pone aguante y se la banca –describe Pablo y se ríe de las mismas palabras que (según sus estudios) en los graffitis de los colegios siguen remarcando una sola masculinidad hipervirilizada y sin matices (ver recuadro).
“La intimidad es política”, es uno de los pilares del feminismo en donde el espejo de las injusticias empieza por el propio cuerpo, la propia casa, la propia oficina. Es interesante que muchos de los varones –no son tantos, tampoco– que en la Argentina tienen una mirada de género sobre la masculinidad también han arribado a ese punto de partida revisando sus historias personales. Sergio Sinay empezó a pensar en su masculinidad a partir de su paternidad (ver recuadro) y Carlos Alhadeff, médico y psicoterapeuta con orientación sistémica, a partir del plantón de su primera esposa.
La segunda curiosa y –probablemente– clave coincidencia es que Pablo, Sergio y Carlos coinciden en la palabra crítica y autocrítica. Sinay, después de años de ser la cara visible de la supuesta nueva masculinidad en la Argentina, se declara desilusionado y describe a la masculinidad como tóxica. Alhadeff escribió Confesiones de un machista arrepentido, pero aunque sus frases tengan punch, elabora discursos que no se quedan en la banal –y estimulada por el imaginario de los medios– guerra de los sexos. “En mi caso la soledad y el dolor me obligaron a replantearme mi conducta como novio, marido y como el supuesto compañero que debí haber sido y no fui. En realidad, muy pocos varones se deciden, por propia voluntad, a meditar sobre la injusticia del poder hegemónico del que gozan y yo no fui uno de ellos. En algún momento, me jacté de disfrutar del mismo poder que hoy ejercen, de manera perversa, la mayoría de los hombres”, dispara en la introducción de su libro. “Hace catorce años fui expulsado de la institución matrimonial luego del sincero e inapelable ‘Ya no te amo’ de mi ex mujer. El sacudón me permitió recapacitar sobre aquellos actos de los que hoy me avergüenzo –y de los que, creo, debemos avergonzarnos todos los varones– y comenzar a reflexionar sobre mi condición de hombre”.
La idea del hombre nuevo es de Ernesto “Che” Guevara, aunque, en realidad, no se refería a una nueva masculinidad sino a un hombre más solidario, digno e íntegro a partir de la revolución y el socialismo. Si la figura del Che resiste –incluso a los remates del merchandising– seguramente, en parte, es por esa esperanza. Pero esa esperanza incluye cambios en los que quieren ser nuevos como el Che. “El papi era machista”, afirma su hija Aleyda. Un dato lo demuestra: en la carta de despedida a sus hijos dijo que legaba la continuidad de la revolución a sus hijos varones. Pero no a ella y sus dos hermanas. Mario Pecheny, profesor de Ciencia Política e investigador del Conicet en el Instituto Gino Germani de la UBA, relaciona: “La consigna del hombre nuevo (que hoy diríamos, hombres y mujeres nuevos) lamentablemente perdió ese carácter solidario con el género humano, pero fue cambiando de significado de acuerdo con los tiempos. Hoy quiere decir un hombre varón que es menos autoritario con su par, más conectado con experiencias y valores privados o supuestamente femeninos (sus sentimientos, sus relaciones afectivas)”.
Uno de los cambios más notorios es, justamente, el que más se nota: el cambio estético. Los varones que se cuidan, se miran, usan cremas y consumen productos estéticos. Para algunos, es simplemente una lavada de cara y para otros un paso hacia mayores transformaciones. “Las cremas y perfumes para varones no podrían venderse sin una identidad masculina positiva que hace del autocuidado un valor deseable. Son realmente detalles anecdóticos –sin gran importancia– pero que pueden existir porque sí hubo cambios más profundos que los hicieron posibles y si no imaginémonos a nuestros abuelos comprando una crema exfoliante...”, desafía Pecheny. En cambio, para Alhadeff es puro polvo. “Hemos aprendido a maquillarnos, en sentido real y simbólico, pero sólo cambiamos por afuera”.
Es cierto que antes los varones eran proveedores para –se presumía– que las mujeres gastaran. Hoy el mercado llama cada vez más a los varones a consumir nuevos productos pensados para que ellos gasten más. El lanzamiento del jabón masculino –que lo único que tiene de masculino es el color negro– demuestra cómo la revalorización del macho –con gustos de consumo supuestamente particulares– es funcional a la segmentación del mercado. En este sentido, también el auge de revistas para varones ya no pornográficas, sino que les dicen a ellos –como antes y ahora siguen haciendo muchas revistas femeninas– cómo hacer para levantar mujeres, tener más sexo o aprovecharse más de las chicas –con un mensaje misógino que hiela las ganas de esperanza– demuestra que –seguramente como reacción a la mayor igualdad– hay una nueva ola de hombres que quieren sentir que ser hombres es algo muy diferente a ser mujer y que ser hombres es algo que puede decirse en plural, como si realmente ahora ellos creyeran que todos los hombres son iguales...
Pero, incluso, aunque se acepte la diversidad sexual, a todos atrapa el Dios consumo. El boom de los varones como compradores –de ropa, zapatos, cosméticos, etc.– está empujado, en gran parte, por un nuevo sector gay que salió del closet (y ahora quiere tenerlo bien llenito para lucirse). Se supone, solamente, que el 20 por ciento del turismo porteño es gay. Pero esto tampoco es sinónimo de una real apertura a la igualdad. Cesar Cigliutti, de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), analiza: “Hay una convivencia de la masculinidad más andrógina con la más ligada a la virilidad. Pero sí hay una mayor insistencia en la juventud, en el cuidado físico (mucho músculo) y poca alusión a las mujeres, a la raza y la clase social, por ejemplo. Esto se refleja quizá más en las revistas donde el mercado impone un modelo muy repetido de lo gay que habría que enriquecerlo con un poco más de diversidad”.
Las deudas de apertura no discriminan. “Se ha roto con el varón proveedor, protector y procreador (la triple P) pero hay coletazos. En una investigación sobre graffitis en los colegios encontré que los adolescentes repiten los discursos tradicionales. Por ejemplo, Los de Boca son todos putos, Pincha va al frente, Pepe se la come, exaltando cierta masculinidad y denigrando otra que no se corresponde con la aceptada. El pene aparece dibujado eyaculando y parado. La jerarquización del falo define una masculinidad”, señala Scharagrodsky y propone: “Hay que deconstruir”. ¿Pero cómo? ¿Y a qué precio? ¿Avanzar en los estudios de género masculinos puede quitar espacio al movimiento de mujeres? “No es una competencia entre varones y mujeres –descarta–. Hay que visibilizar el problema de los varones para ver cómo se construyen las masculinidades y así avanzar hacia la igualdad”.
Pecheny no mira sólo las deudas y atrasos pendientes: “La dominación masculina está tan arraigada y naturalizada que ciertos cambios me hacen tener una mirada optimista –que no quiere decir no crítica–. Pero sí notar que cambiaron los varones, cambiaron las mujeres, cambiaron las relaciones entre varones y mujeres. En perspectiva histórica, estas relaciones cambiaron radicalmente”. ¿Pero cuánto falta para que la historia no termine acá y el futuro sea presente? “Creo que para que ocurran nuevos cambios será necesario que las mujeres comprendan que nadie cede el poder porque se lo pidan, lo digo con vergüenza de género –se hace cargo Alhadeff–. Veo muy lejos los cambios, sobre todo si las mujeres siguen pensando que una pareja estable es imprescindible para poder ser felices. Nos buscan casi con desesperación y nosotros, que lo único que hacemos bien es manejar el poder y trabajar, nos valemos de esa demanda para tornarnos más poderosos”.
Una duda de esta cronista después de tanta crítica constructiva y autocrítica: ¿no será una estrategia? Se lo preguntó a Alhadeff. El responde, quien quiera copiar, que copie...
–Es lo que haría cualquier machista no arrepentido, pero yo estoy arrepentido. En el caso de que hubiera creado todo esto para seducir a la mujer que amo y con la cual vivo, invito a todos los varones a hacer lo propio. Seguramente les tocará tener al lado una mujer maravillosa como la que tengo yo. Queda abierto el desafío. Pero no lo tomarán, porque no les gusta a los machistas comprometerse en cuestiones de amor. Le tienen miedo.
“Cuando me convertí en padre, a fines de los setenta, se me presentaron los primeros interrogantes acerca del modelo masculino en el que me había formado, aun cuando mi padre fue un hombre sensible y cariñoso. Fui buscando respuestas a esas preguntas a través de lecturas, terapia y mi propio proyecto de vida”, describe Sergio Sinay, escritor, autor de La masculinidad tóxica y, como él se define, especialista en vínculos humanos.
–A mediados de los ochenta tomé contacto con los trabajos de Robert Bly, en Estados Unidos, y Frank Cardelle, en Canadá, y con las exploraciones iniciales de Juan Carlos Kreimer en la Argentina y creé entonces mis primeros grupos de varones para compartir con ellos mis búsquedas. Creía, en efecto, que existía la posibilidad de una nueva vivencia y construcción de la masculinidad. Veía muchos varones inquietos, disconformes con el modelo que se nos proponía. Creí, también, que se podía pensar en movimientos de varones, como el movimiento de mujeres iniciado en los sesenta. Con el tiempo fui entendiendo que la transformación de los varones sería diferente. Las mujeres fueron de lo interior y oculto hacia lo abierto, externo y público. Ese proceso es colectivo. El camino de los varones es inverso: de lo público y externo hacia la intimidad, la espiritualidad y lo doméstico. Son experiencias individuales que pueden ser simultáneas pero no colectivas. Esas experiencias se dan, pero todavía son pocas, no hacen masa crítica, no transforman la masculinidad oficial, la que rige la política, los negocios, el deporte, la vida social, la relación con el medio ambiente, las estructuras patriarcales tóxicas y depredadoras que son aún, más allá de cierto discurso maquillado y manipulador de la publicidad y el marketing, las que predominan y siguen siendo hegemónicas. Sí, siento desilusión.
–Capturar varones para el mercado de la cosmética, de la moda o de la cirugía estética muestra que las transformaciones masculinas siguen sin rozar lo verdaderamente significativo: el mundo emocional. Tampoco cambiar un pañal es cambiar un paradigma. Muchos hombres cambian pañales pero no son más solidarios en sus relaciones. Son otras cosas las que hay que cambiar. Son cambios para los cuales los varones están, en su gran mayoría, todavía muy perezosos, muy temerosos, muy egoístas, atados a un poder ilusorio, un poder que mata y no sólo mata vínculos, mata esperanzas, mata mujeres (a través de la violencia doméstica), mata dignidades (a través de la violencia, la prostitución o la corrupción); también mata a los propios varones, que viven entre siete y nueve años menos que las mujeres y mueren en accidentes (manejando a lo macho), mueren en peleas, mueren en guerras, mueren de enfermedades perfectamente evitables que no se atreven a enfrentar. La masculinidad de hoy es tóxica y mata.
–Veo cada vez más hombres enfermos (física y emocionalmente) a causa de este modelo, veo hijos e hijas con hambre de padre (hacerse “amigo” del hijo es una forma de desertar de la función que a un hombre le corresponde y ser “colaborador” de la madre no transforma nada). Veo el machismo aflorar en la televisión, en los comportamientos sociales, en el lenguaje (incluso, cada vez más, en el lenguaje de las mujeres). Lo veo en la política de cada día, incluso en la conducta política de las mujeres que aspiran al poder. Veo los cambios bastante más lejanos de lo que es necesario hoy y aquí.
“Uno de los objetivos de incorporar las prácticas corporales a la escuela fue forjar masculinidades”, subraya Pablo Scharagrodsky. “A finales del siglo XIX se daba gimnasia militar para los varones en las clases de educación física con la obsesión de mostrar una hipervirilidad”, relata.
–En ese momento surge la primera ola del feminismo, de mujeres anarquistas y socialistas. Las prácticas corporales fueron una reacción ante el avance de ciertas mujeres y los discursos políticamente más igualitarios. El formato escolar exuda sexualidad. Ante eso, la gimnasia militar, el scoutismo y los deportes resultaron buenas alternativas para reencauzar este supuesto descontrol. La escuela disciplina para la normalidad.
–El criterio físico para las mujeres, en el siglo XIX, era la moderación, el recato, la elegancia. Las mujeres que no se comportaban así eran estigmatizadas. Aparece el concepto de machona, varonera, histérica. Por eso, la gimnasia ata a la loca, la calma. En los varones se trabaja la parte superior y en las mujeres la pelvis y el abdomen. Eso tiene metáforas con respecto a la feminidad y la virilidad. El concepto no es que ellas sientan placer, sino que la gimnasia femenina trabaje con un único objetivo: la maternidad. En cambio, en el varón no es la paternidad, ahí existe una gran asimetría: es una idea de ciudadano-soldado. De hecho, hay deportes para las mujeres como el newcom (una versión menor del vóley) y el cestoball, prácticas que limitaban el desplazamiento de las mujeres. Por mucho tiempo, las estudiantes no pudieron separar las piernas porque existía un imaginario con el clítoris en relación a una sexualidad indecorosa, pero, en realidad, porque había temor a que las mujeres puedan conocer su propio cuerpo.
–Si hay un discurso que se intenta plasmar es porque hay otras alternativas posibles, aunque sea en los márgenes. Al varón discordante se lo tilda de afeminado porque, supuestamente, pone en juego a la nación y la familia.
–Algunas de estas tradiciones aún persisten. A partir de los años sesenta hay una reconfiguración. Pero la educación física mantiene un núcleo duro: por ejemplo, separa por sexos y si uno va a una plaza el domingo va a encontrar a los varones haciendo deportes y difícilmente vea una escena similar en un grupo de mujeres. No es aislado. Una convención clásica en las clases de educación física es que las mujeres “son de madera”. Eso hace que muchas mujeres no se sientan cómodas. Pero muchos varones tampoco. Todavía las agresiones más comunes entre alumnos son: “no tenés aguante”, “puto”, “tragasables”, “te la comés”.
–Existen algunos puntos de partida: empezar a pensar en un nuevo lenguaje que rompa con el tradicional y generar espacios de discusión. Hay que parar la pelota y ver si en la clase el 80 por ciento del espacio lo usan los varones y el 20 por ciento las mujeres para que eso se pueda equilibrar y también cuestionar si hay una tendencia homofóbica en la clase. ¿Por qué si ganamos “les rompimos el culo”?
–Lo importante es que las prácticas se den en base a la igualdad y el respeto a las diferencias. La idea de incorporar a las mujeres, si la práctica sigue siendo hegemónica y masculina tampoco sirve. Es común que los profesores de educación física propongan que jueguen todos pero sin intervenir. Las chicas la tocan una vez y después los chicos juegan. Eso no sirve. Sirve la equidad.
1 de cada 2 varones se cuida la piel habitualmente
6 de cada 10 varones consideran que las cremas y los cosméticos antes eran productos de mujeres pero, ahora, también son de hombres
9 de cada 10 varones dicen que sentirse bien con su aspecto personal mejora su autoestima, su vida social y la relación con su pareja
8 de cada 10 varones sienten que el aspecto personal los ayuda en el trabajo y la relación con sus hijos
7 de cada 10 varones consideran el cuidado personal una actividad placentera y cotidiana
4 de cada 10 varones quieren empezar a usar cremas afirmantes para el abdomen
4 de cada 10 varones quieren incorporar a su botiquín gel antibolsas en los ojos
3 de cada 10 varones quieren probar cremas antiarrugas
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