MUSICA
Discretamente, dando cada paso sin bajar las exigencias y sin adaptarse al mercado, Laura Albarracín se ha ido labrando un nombre que hoy es reconocido por la crítica y un público cada vez más amplio. La cantante se presenta mañana en el Empire y está preparando la edición de tres nuevos y muy diversos discos.
› Por Moira Soto
La chica de City Bell que fue revelación en Cosquín 1988 se tomó su tiempo para el primer gran recital propio, que ofrecerá mañana en el teatro Empire. Hizo camino al andar por el carril que más le apetecía, teniendo siempre clara cuál era la línea de demarcación para no traicionarse, con un gusto intachable y al mismo tiempo flexible para elegir su repertorio fuera de circuitos más comerciales. Sin alharaca, con total independencia, Laura Albarracín se ha forjado una trayectoria de rara coherencia y discreto perfil, sólo valiéndose de su dulcísima voz y su fraseo perfecto, respaldada siempre por excelentes músicos, poetas, compositores, por algunos críticos que supieron apreciar la calidad de su canto, de sus elecciones. Y desde luego, por el público que la fue descubriendo gracias a su participación en grandes recitales –como el de Mercedes Sosa en el Gran Rex–, en festivales y encuentros, amén de sus tres recomendables discos editados: Laura Albarracín (1995), Diario del alma (2000), Canto versos (2003).
Desde el primer CD, donde entre zambas, cuecas, chacareras y chamarritas filtra un aggiornado tango de Alicia Crest (letra y música), Insomnio, Albarracín viene demostrando que lo suyo no se limita al folklore que, de todos modos, hace como las diosas. En Canto versos hace con íntimo desgarro, sin tics y sin énfasis, dos tangazos como “Garúa” y “Fuimos”. En el espectáculo de mañana sábado, América, huella de luz, L. A. realizará un homenaje a la inmensa Chabuca Granda a través de sus creaciones menos conocidas y también de grandes éxitos como “La flor de la canela”, con la participación de la cantante peruana Julie Freundt, el conjunto de música y danzas Estampas Peruanas y el guitarrista César Angeleri. En la segunda parte, dedicada a la música popular argentina, Albarracín entonará temas nuevos y parte de su repertorio ya conocido, acompañada por su marido, Juan Concilio (bajo), Nacho Abad (piano y arreglos), Mariano Lucesoli (guitarra) y Beto Merino (percusión).
“Mi mamá es de la provincia de Buenos Aires, mi viejo era del Chaco, cuando se casaron, se instalaron en City Bell en una casita que construyó él”, cuenta la intérprete. “Ellos no cantaban ni se dedicaban especialmente a la música, pero siempre estaba la radio prendida. En aquel entonces no tenía ni siquiera un tocadiscos, pero a través de la radio conocí una enorme cantidad de temas, tengo memoria de muchas canciones viejas. De manera que la música estaba presente y nunca dejé de absorberla.”
–No fue nada sencillo, porque cantar en público choca con mi manera de ser. Pero, por otro lado, las canciones me rescatan de mi retraimiento, porque el canto es la forma con que mejor me conecto con la gente. Y yo deseo establecer un vínculo con el otro por medio de las letras, de mi interpretación. Es buenísimo cuando eso ocurre, porque sentís que a esa gente que te escucha se le abren otros mundos, se sensibiliza frente a otras músicas, a otros lenguajes poéticos.
–Mirá, me está pasando ahora, más de grande, que estoy más amiga de mí en el sentido de permitirme cosas, de jugarme más, si intuyo que esa jugada es sincera y estoy convencida. Me siento menos pendiente de ser aprobada. En realidad, creo que mi posición ha sido siempre bastante clara, más allá de mis inseguridades. Haber encontrado ese lugar desde donde cantar me da una alegría y una fuerza muy grandes, que me sostienen en mis momentos de cuestionamiento, que los tengo, claro.
–Ahí prácticamente empecé a cantar en público, antes lo hacía de entrecasa. Canté “Definición de la Patria”, “La chacarera de Ischilín”, las “Coplas sin luna”... Esas elecciones ya marcaban un camino: empecé así, y así continúo, nunca me aparté de esta línea, aunque supiera que no era el repertorio más comercial. Esto me da una gran tranquilidad de espíritu y un cierto orgullo, además de la sensación de haber superado ciertas barreras. Porque yo crecí durante el Proceso, hice el secundario en una escuela que mis viejos seguramente eligieron de buena fe pero donde éramos educadas para tener miedo, me quedó esa marca. No era de monjas pero el rector era un capellán del Ejército. Después hice el profesorado de Educación Física en La Plata. Ya estábamos en democracia y yo tenía el reflejo, cuando entraba un profesor al aula, de quedarme muda y ponerme de pie... Por eso te decía que mi canto fue un canal de expresión que me ayudó a destrabar muchas cosas. Aunque todavía me falta, me dio la posibilidad de zafar. Pero es tremendo lo que mi generación aprendió de esas formas perversas de disciplinar.
–Bueno, justamente, a pesar de esa mala educación, se armó un grupito vocal. Apareció un compañero que tenía un hermano más grande, profesor de la escuela, que nos acercó músicas, nos hizo cantar. Eramos seis chicas, en un acto entonamos la “Zamba del riego”. Pero lo importante fue que nos acercó cosas como los Huanca Hua, el Grupo Vocal Argentino. Porque en mi casa, el poquito folklore que escuchaba era más tradicional, Chalchaleros, Tucu Tucu, Ramona Galarza. Estábamos en quinto año, ese grupito, menos dos a quienes no las dejaron los padres, salió de la escuela, hicimos una gira auspiciada por Radio Provincia, espectacular. No teníamos conciencia de la suerte que teníamos. Luego el cuarteto Alma de Nogal se fue diluyendo y empecé a cantar sola. Iba al almacén San José, por donde pasaban algunos artistas. Había muchas casonas en La Plata, centros de estudiantes de diversos lugares, donde se bailaba, se hacían guitarreadas y, si se daba, se colaba un tema... Era lindísima esa naturalidad con que se agarraba la guitarra y se cantaba. Por suerte, esto perdura en el interior, donde la música está más al alcance de la mano, un mundo alternativo nada fashion que sigue vivo.
–Antes me peleaba un poco más con todo eso, y ahora no es que esté de acuerdo, pero me funciona mejor el manos a la obra. Ni dejarme aplastar por esos aparatos ni fantasear con que todo va a cambiar. En este momento, sé que quiero disfrutar con lo que tengo, que no es poco: el repertorio, los músicos, algunos críticos que me tratan muy bien, el público que se conmueve, alguna ex compañera que viene a verme y después vuelve con la hija adolescente que escuchó el disco Canta versos... Esto que me está pasando ahora es un milagro para alguien como yo, con mis características, y me gratifica mucho. Canto por necesidad vital, puedo hacerlo, grabar discos, ¿qué más puedo pedir?
–Es verdad, no hago un repertorio que se pueda considerar raro o elitista. Por ahí, el último disco, Canto versos, es el más estilizado. Pero a mí me gusta hacer desde “El bailarín de los montes”, de Peteco Carabajal a “Confesión del viento”, de Roberto Yacomuzzi. Me apasiona el folklore clásico con los correspondientes tiempos y el rasguido de las guitarras, y también hacer el tango “Fuimos” con un hilito de voz. Si estoy en un recital donde percibo que el público es más de “El bailarín”... ¿por qué no cantárselo? Pero también sé que ese mismo público, si se lo ofrezco, puede disfrutar de otras cosas. Creo que hay que darle a la gente la oportunidad de conocer tanta belleza. Sé que las canciones llegan a lugares imprevisibles, viajan por su cuenta, a veces te llegan respuestas sorprendentes.
–Fui dos veces, en la segunda me aceptaron y salí Revelación. Para mí, que vivía en City Bell, iba a la Facultad de La Plata, fue algo prodigioso. Representó un gran empujón, el impulso para venirme a Buenos Aires, armar un repertorio, reunirme con músicos. Claro que tardé ocho años en grabar el primer disco. Entretanto, trabajé como profesora de Educación Física para personas mayores en un polideportivo, cosa que sigo haciendo, por razones prácticas y también afectivas. Empecé a aprender lo que era tener un repertorio propio, porque los temas los conocía a través de la radio, los discos, no tenía contacto con autores. No fue una búsqueda fácil debido a mi timidez pero, finalmente, a través de los años, fui conociendo a gente maravillosa: poder juntarme por ejemplo en casa de Carmen Guzmán, de Juan Falú, charlar con Gerardo Núñez sobre detalles de la letra de “Chacarera del ’55”... Conocí a Ramón Navarro, el autor de “La chayita de los pobres”, fue bárbaro que me acercara temas, el año pasado me convocó para un disco de él. Sí, me llevan mucho tiempo a mí las cosas pero cuando las alcanzo, es la gloria. Entre los proyectos, además de tres discos en el horizonte, me gustaría trabajar con un equipo que haga relevamiento y registro de temas de tal o cual lugar, joyitas que están ahí y que si no, se van a perder. Poner mi voz al servicio de esta idea, salvar esa chaya, aquella vidala.
–Al cantar por mi cuenta, siempre dispuse de mucha libertad. Y adoro el tango, despierta en mí una intensidad diferente. Después de la muerte de mi papá, una vecina me contó que ella una vez había entrado a mi casa y vio una escena donde mi viejo nos tenía a mí y a mis hermanos alrededor de la mesa compartiendo un tango, también tengo el recuerdo de haber mirado de chica los programas de tango la tele. Pero no te puedo decir por qué me atraen tanto ciertos tangos, aunque me causó cierta inestabilidad meterme con el género. La primera persona que me pidió que cantara un tango fue Alicia Crest, en un concurso de temas nuevos. Ella se presentó en tres géneros con seudónimo, y ganó en todos. Fue algo muy grosso para mí, porque en ese momento no me hubiera atrevido a mezclar por propia iniciativa. Ese tango, “Insomnio”, lo puse en mi primer disco. Me quedé con las ganas y empecé a hacer tangos en los espectáculos de Cardozo Ocampo, “Como pájaros en el aire”.
–Debe ser porque no me mentalizo para hacer tango, no podría, no tengo la teoría ni el oficio. Canto la poesía, el sentimiento de esas letras, las emociones que me provoca esa historia. Elegí esos tangos espontáneamente, sin mucha conciencia de que eran dos tangos muy grandes, como himnos.
–Sí, estoy preparando Chaco, que incluye la galopa de ese nombre, un homenaje a la provincia de mi padre donde yo pasaba los veranos, con ritmos folklóricos argentinos y alguna escapada hacia una chayita boliviana, “Chabuqueando”, obviamente integrado por temas de la genial Chabuca y me voy a atrever con Homero Manzi, sus obras en ritmos de tango, milonga, candombe y música campera, con arreglos de un músico exquisito: Tato Finocchi. £
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