Vie 05.10.2007
las12

ARTE

Mundos particulares, cuerpos en común

Mama es el nombre de una muestra y el resultado de un proyecto poco habitual: el que unió a artistas, mujeres que padecieron la enfermedad y estudiantes de historia del arte para poner imágenes allí donde a veces cuestan las palabras. De cómo una acción colectiva busca nuevas maneras para hablar de prevención.

› Por Soledad Vallejos

Sin acento tipográfico, mama designa el fragmento de una geografía corporal, la materia humana que el imaginario quizá interprete como exclusivamente femenina, aunque la anatomía masculina comparta la misma denominación. Mama es el pecho, el atributo de una sexualidad y la potencialidad de una maternidad. Es, también, aquello que las estadísticas, las experiencias cercanas (o propias) y el discurso médico emparientan con una de las modalidades más específicas de la enfermedad moderna por excelencia; cuando una frase incluye “cáncer de mama”, los rostros cambian, las fantasías más oscuras se desatan, a veces inundan los silencios. Pero mama, en esa letra manuscrita y en minúscula elegida para nombrar esta reunión, pareciera orientarse, también, hacia el mundo de lo íntimo y los lazos, hacia lo corporal devenido vínculo con el mundo de los afectos privados y las nimiedades –deliciosas, perturbadoras, corrientes– de una vida cotidiana. Y es que mama, en esta ocasión, es una exposición, el feliz resultado de una unión poco habitual: artistas, mujeres que han padecido cáncer de mama y alumnas y alumnos de una carrera vinculada con la gestión de arte, quienes previamente se habían dado a conformar Proyecto Mama, el primer paso para alumbrar una muestra que hace estallar iconografías habituales para trasladarlas de terreno y enriquecer la apuesta.

Andrea (díptico), de Carlos Oñatibia. Fotografía en toma directa con intervención digital, 2007.

En los últimos años se operó un desplazamiento: de la sentencia fatal a la posibilidad, del dolor entendido como único futuro a las prácticas y rutinas de prevención. Poco a poco, gracias a la acción de campañas emprendidas mayormente desde la sociedad civil, el cáncer de mama va dejando de pesar como una expresión impronunciable para ser comprendido y abordado como un fantasma que pierde contornos de terror a manos de una acción previa posible. Mucho tuvo que ver en ello el abordaje prepotente que, empezando por desobediencias memorables como las de Deena Metzger (quien en 1980 se dejó retratar, feliz, al sol, con la cicatriz de su mastectomía, por Hella Hammid), Matuschka (tapa de The New York Times Magazine en 1993, “con un vestido blanco cortado en el pecho para revelar la cicatriz de una mastectomía”, como recuerda Marilyn Yalom en Historia del pecho, ed. Tusquets) y la argentina Gabriela Liffschitz (en Recursos humanos, de 2000, y Efectos colaterales, de 2003), quienes en su operación de arrebatar la exclusividad de todo poder discursivo al mundo médico pusieron en foco la necesidad de significar la enfermedad desde un lugar otro. Las mujeres y sus voces, pero también las mujeres y sus cuerpos, las vidas que habitan en y a través de esos cuerpos empezaron a ser, entonces, perspectivas desde las cuales hablar sobre algo que sucede fundamentalmente a las mujeres –de acuerdo con las estadísticas globales, el 1 por ciento de los enfermos son hombres, generalmente de entre 60 y 70 años–. Era ésa, sin embargo, una perspectiva planteada desde el lado mismo de las víctimas de la enfermedad.

S/T, de Yamandú Rodrígez. Fotografía en toma directa analógica, 2007.

Aquí, ahora, once artistas (mujeres y varones) que no necesariamente han vivido o viven el cáncer de mama dentro de sus cuerpos retoman la apuesta y transforman el planteo, al apropiárselo desde el lado de lo posible: la enfermedad existe, es posible padecerla, es posible enfrentarla y prevenirla. Es posible, también, contemplar y recorrer el cuerpo expuesto en su fragilidad ritual y perderse en su superficie –intervenida o simplemente remedada con artilugios que refuerzan la operación estetizante tanto como el objeto de que se habla–. De eso se tratan las obras que Yamandú Rodríguez, Nicolás Ardí, Tatiana Parcero, Fabiana Barreda, Dolores May, María Allemand, Lucila Heinberg, Carlos Oñatibia, Esteban Rivero, Darío Zana y Federico Minuchin ofrecieron tras la convocatoria que recibieron del Grupo Mama (Josefina Barcia, Miriam Carbia, Magali de Torres, María Victoria Leonhardt, Victoria Maldonado, Martín Méndez, María Cecilia Tecchi, Clara Tolnay, Marion Richardson de Haenen, Mercedes Julián, todos ellos alumnos del último año de la carrera de Gestión e Historia del Arte de la Universidad del Salvador): “concientizar acerca de la detección temprana”. Cada uno de los artistas recibió, además, una carpeta con información, producida por Movimiento Ayuda Cáncer de Mama (Macma), una asociación civil integrada por mujeres que han padecido la enfermedad y que, desde hace diez años, se dedica a informar, organizar campañas y colaborar en la prevención (a esta ONG, de hecho, estarán destinados los fondos que puedan recaudarse por venta de obras de la exposición).

S/T, de María Allemand. Fotografía digital, 2007.

Yamandú Rodríguez dice que, en cuanto fue invitada, “lo primero que me vino a la mente fue una muestra que vi en Barcelona hace 5 años de una fotógrafa que puso avisos en un diario alemán buscando mujeres que hubiesen padecido la enfermedad, y las fotografió. Creo que el recuerdo de esa muestra hizo que yo decidiera participar en este proyecto, esas fotos de mujeres vigorosas y radiantes posando con sus cicatrices, sin sus pechos, o con sólo uno. Me marcó esa muestra, eran fotos en blanco y negro, a tamaño natural”. Desde hace cuatro años, Yamandú recorre Argentina y Chile retratando mujeres en toda situación que se le viene a la cabeza o se le presenta a la cámara (ahora mismo, de hecho, expone una individual, Ciudad Feliz, en el C. C. Ricardo Rojas). Hay, en su archivo, imágenes de unas 300 modelos ocasionales (“tengo miles de fotos, saco entre 300 y 500 por sesión”) que se prestaron al juego de la intimidad compartida, “el momento en que están solas con su mundo, su universo, su cuarto, en donde les pasa casi todo... ¿por qué no tendría mi obra, entonces, una relación directa con este problema?”. Precisamente de ese archivo fotográfico provino la que finalmente presentó en Mama: “una chica que posó para mí hace un tiempo en su casa. Se la ve sentada desnuda en su cama, la rodea una habitación con paredes marcadas y escritas, mientras en su manos tiene la ropa interior. Me pareció muy bien para esta muestra: yo sentía que la sensación de intimidad tenía que ser intensa”.

Venus, de Nicolás Hardy. Fotografía color, 2005.

Nicolás Hardy cuenta que fue invitado luego de que algunas de las organizadoras vieran “una entrevista en televisión en la cual hablaba de mi trabajo en relación con la mujer” (lleva dos libros de fotografías editados, Ex y Playwife, actualmente trabaja en el tercero), y no dudó en participar porque “el tema cáncer, y de mama en particular, es cercano a mi corazón, por haberlo sufrido una persona a quien adoro”. Por ello, dice, “no sé si tenía toda la información técnica, pero sí tenía la emocional: he visto de cerca lo que acarrea y cómo afecta la vida de una mujer”. Suyo es Venus, un retrato particular, en el que el juego de sombras y luces traza cruces sobre un cuerpo recortado: “siempre sentí que la fotografía representaba la belleza femenina, aun cuando le faltan manos, piernas y cabeza”. Carlos Oñatibia, en cambio, abordó la invitación desde una cercanía pero otra: la de ser considerado “capaz de colaborar con la institución a través de mi arte, y también porque en otro ámbito participo también desde la plástica con niños” (es voluntario en un taller de plástica para chicos en tratamiento oncológico en el Hospital Garrahan, como parte de la fundación Children Healing Art Poiect, http://chap.name/chap01.html). A medida que fue entrando en contacto con la información sobre la enfermedad, dice, “fue apareciendo la imagen de una mujer que mostraba tímidamente sus pechos, pero no ambos, los tuviera o no. “Me gustó la idea de retratar la timidez más allá de la enfermedad y la ausencia supuesta de un pecho desde un lugar estético atemporal, blanco y negro coloreado, como los retratos antiguos, también para dar idea de que es una problemática que no tiene tiempo ni pasado, ni presente ni futuro, está aquí instalada y existen grandes posibilidades de prevenirlo o tratarlo a tiempo. Por eso la confrontación de ambas imágenes, una con el semblante serio y mirada grave y el otro sonriendo, para distender la tensión y transmitir esperanza”.

Mamaster, de Federico Minuchin. Imagen digital, 2007.

Como si hubiera mediado un común acuerdo (que en verdad no existió más allá de la convocatoria y la información de que cada uno de ellos dispuso), las y los artistas se volcaron a un registro que privilegia lo privado, la fortaleza de defender y exhibir la fragilidad del cuerpo, la actitud que recuerda menos el temor a la muerte y el dolor que las posibilidades de una vida, el poder de enfrentar el mundo con el cuerpo. Están, allí, pechos recortados de los cuerpos, pero evidenciando con ese mismo gesto la individualidad en Topografía, la obra de Dolores May (una remera sobre la que están impresos pechos de distintas mujeres); el cuerpo exhibido o actuante pero incompleto, como en la Venus de Nicolás Hardy y la fotografía sin título de Yamandú Rodríguez. Hay, además, una recurrencia a la fragmentación como estrategia de composición en el anonimato que hace de una todas, tanto como puede servir de dispositivo de refuerzo de lo personal: la mujer de mirada serena en La energía hacia ustedes de Lucila Heinberg (un retrato en plano corto, puro rostro y hombros; la intemporal y ambivalente de Andrea de Carlos Oñatibia).

Arquitectura del deseo: Flora-libélula, de Fabiana Barreda. Fotoperformance, toma directa, 2006.

Así planteadas, estas y las demás obras reconcilian el cuerpo con la identidad y la individualidad de esas mujeres que abordan, sean reales o ficticias, retratadas con pretensión más o menos realista o deliberadamente intervenidas. Dicen, estas obras, que ellas son también gracias a esos cuerpos que ofrecen ahora a la contemplación. Y quizás allí resida, finalmente, el lugar de toque de la exposición, como concepto y como hecho tangible: en propiciar el reencuentro de los cuerpos (frágiles, materiales, pasibles de enfermedad) con las sensaciones, y claro, también con las posibilidades de su cuidado, que en definitiva tienen todo que ver con las maneras de vivir la vida.

Mama, en el Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela 370. Martes a sábados de 14 a 20. Hasta el 12 de octubre.Macma (Movimiento Ayuda Cáncer de Mama): www.macma.org.ar

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