Vie 19.10.2007
las12

ANTIFESTEJOS

Atacarás con humor

Muchas veces la maternidad ajena parece ser un puro sinónimo: permiso para que el mundo alrededor se sienta autorizado a opinar, aconsejar y hasta ordenar... por el bien del niño y la dudosa capacidad de la madre, que nunca será tan esmerada como las soñadas, claro. A esos y otros mandatos no tan simbólicos, las periodistas Ingrid Beck y Paula Rodríguez responden con Guía (inútil) para madres primerizas, un libro que dará risa, pero también algunas herramientas.

› Por Luciana Peker

Ya está. Ya nació. Y, como esto es lo más importante que te pasó en la vida, tenés que ser feliz. ¿Qué pasa? ¿Te duelen los puntos y no te podés sentar porque te salió una sandía de adentro hace 24 horas? ¿Te molesta el tajo que te hicieron en la panza y te duele cuando sonreís? ¿Estás sentada en un aro de goma que parece el asiento del inodoro? ¿Tenés las tetas como dos rocas impenetrables y te subió la fiebre a 39 y medio? ¿O tenés los pezones lastimados y cada vez que la pequeña novedad succiona te querés morir? ¿Te sentís horrible? ¿Se te cae el pelo y estás gorda como un cerdo? ¿Llevás un día entero sin dormir? ¿Te sentís un fenómeno de circo? No importa, querida, fuiste madre y tenés que ser feliz”, ironizan las periodistas Ingrid Beck y Paula Rodríguez en el libro Guía (inútil) para madres primerizas (Ed. Sudamericana), en un libro que se supone de humor, pero que no es un manual de chistes sobre la maternidad, sino que con humor cuestiona –y ataca– los nuevos, viejos, requetemodernos y recontra vigentes mandatos que hacen de la maternidad ya no un instinto, pero sí un doctorado que una mujer debe aprender y sacarse diez si no quiere ser sancionada socialmente (por la suegra o la maestra del jardín maternal).

Ingrid dirige la revista Barcelona, es guionista de Tarde negra y columnista de Radio Portátil, de Rock & Pop. Paula también escribió para Barcelona y ahora es editora de la revista Playboy. Ingrid es la mamá de Simón, de cinco años, y Paula, de León, de tres, y juntas, desde la entrañable trama de la amistad femenina, descubrieron que la mirada ácida era un escudo y una réplica para defenderse de los prejuicios que comenzaron a atacarlas cuando comenzaron a tener que festejar el Día de la Madre.

Para los prejuicios sociales entre la maternidad idealizada y el humor ácido de Barcelona no hay conexión...

Ingrid Beck: –Salvo que haya una madre que trabaje en Barcelona... lo que pasa es que yo no tengo una mirada ácida sobre mi hijo, tengo una mirada ácida sobre la maternidad.

Paula Rodríguez: –La maternidad es un campo de batalla ideológico, incluso con los que dicen no tener ideología. Todos creen saber lo que tenés que hacer con tu hijo y cómo tenés que ser. Hay una frase que se dice mucho que empieza con la palabra “ahora”. “Ahora no te tiene que gustar tanto el trabajo” o “ahora ya no te tiene que interesar divertirte”.

I. B.: –“Ahora te cambió la vida...” y eso no es cierto en todo. Yo creí que me iban a empezar a gustar los niños y me gustan el mío y algunos más, pero sigo sin paciencia para todos los niños.

P. R.: –Todo el mundo opina, pero a la vez no hay un sostén social real. Es difícil que en el trabajo se banquen que tengas hijos. Mi puerperio fue rabioso por la sensación de una incomprensión absoluta de parte de los demás. Hay un laburo extra que es pasarte respondiendo a los demás por qué hacés algo o no lo hacés. Es mejor tener respuestas, por lo menos, para sacarte de encima a la gente o a integrantes de instituciones como la medicina.

I. B.: –Es distinto que una amiga te diga “a mí me sirvió tal cosa” a “tenés que hacer tal cosa”.

¿Qué pasa con las madres y el trabajo?

P. R.: –Hay una idea de ranking, que primero está tu hijo y que el trabajo te lo tenés que sacar de encima para llegar a tu casa. Yo no comparto esa idea del trabajo.

I. B.: –Se tolera que tenés que trabajar porque tenés que llevar el pan a tu casa, pero no vaya a ser que te guste... Igual, hay discursos ambiguos, también te dicen “tenés que salir y dejar a tu hijo para estar con tu marido y salir sola a tomar un café porque te va a hacer bien”. ¿Y si no me da la gana?

Hay mandatos clásicos como que un hijo debe hacerte feliz, pero hay otros nuevos, como que tenés que jugar con él durante horas para que de grande sea un genio. ¿Cómo abarcan el tema de la parafernalia pro estimulación?

P. R.: –El problema es cuando no hay nada que hacer y lo tenés que mirar sin saber qué hacer con él. ¿Está mal si miro los títulos del diario? ¿Siempre tengo que alzarlo? Los discursos autoritarios no son sólo los de los abuelas. Ahora se supone que si tomas mate al lado de tu hijo no lo estás estimulando.

El humor sobre la maternidad parece rotulado como fácil y menor...

P. R.: –Yo recibí algunos mails de amigos que me felicitaban pero me decían “pobre tu hijo”, ya suponiendo que si una hace humor respecto de la maternidad es porque es una resentida sobre la maternidad. Se supone que el humor es resentido, quejoso, frustrado o agresivo hacia los hombres... que podría ser mucho peor. Es como suponer que ser feminista es atacar a los hombres.

I. B.: –Hay otro amigo, en cambio, que lo empezó a leer con el prejuicio de que no se puede decir nada nuevo sobre la maternidad y que se encontró con una visión ideológica de la maternidad.

El humor puede ser una herramienta para tanto consejo “dejalo que llore”, “abrigalo”, “hacelo escuchar a Beethoven”, “no salgas de tu casa más de cinco horas”...

I. B.: –Sí, es una manera de bajar línea pero de una manera digerible y divertida.

P. R.: –Nosotras no estamos haciendo humor sobre el discurso de los demás que te acusan de estar nerviosa: “Ay, estoy nerviosa, mi hijo me vomitó, soy un desastre”. No. Me estoy riendo de tu estupidez, no de la mía. “Sí, estoy nerviosa. Y, si no estuviera nerviosa, sería digna de ser hospitalizada.” El humor, más que una defensa, es un ataque.

Mala leche

Si decidiste darle de mamar a tu criatura hasta que cumpla los dos años:

Dirán que no logras separarte de tu hijo, que lo estás criando en la dependencia y que encima estás desplazando a tu marido. Enferma, perversa, simbiótica.

Si adoptaste y querés dar la teta:

Dirán que no querés aceptar que no sos madre biológica, que con todo eso colgando pareces un fumigador. ¿Por qué no lo ves en terapia? Estás negadora.

Si combinás teta y mamadera:

Dirán que vos pensaste que ser madre es un paseo. Y además ¿qué otra cosa tenés que hacer que sea más importante que cuidar al bebé? ¿Y pensaste en tu marido? El duerme porque tiene que ir a trabajar mañana y vos, en cambio, recién volvés al trabajo la semana que viene. Egoísta. Las querés todas.

Si querés dejar de dar la teta:

Si dejás de dar la teta por recomendación del pediatra, entonces dirán “tiene mala leche, no le alcanza”. Pobre. Si dejás de dar la teta porque se te canta, no tenés temple de madre. Al final, sos una floja.

Si no querés dar la teta:

Dirán que sos una yegua. Si te obligaron o te convencieron serás debilucha o incapaz, pero te van a tratar con piedad. Si es una decisión, entonces, es, claramente, que naciste defectuosa, sin el gen del instinto materno.

Top 10 (frases y comentarios inoportunos... y rapidas repuestas para neutralizarlos)

1

–¿Y estás segura de que tenés buena leche?
–No, algunas veces tengo mucha, pero mucha mala leche.

2

–Bueno, tener un hijo no es un pase
–Ah, ¿no? Yo pensé que sí. ¿Y si lo vendo? ¿Cuánto me darán en el mercado negro?

3

–¿Por qué (esto, aquello o lo que sea)?
–Porque lo dice el pediatra.

4

–Y la señora que lo cuida, ¿es de confianza?
–No, es una asesina serial y está en libertad bajo una fianza que le pagué yo.

5

–Lo que pasa es que (llora, no se duerme, come poco, etc.) porque (te tomó el tiempo, la cuna apunta al oeste, está muy abrigado, etc.)
–(Cara de vaca.) Sí, puede ser que tengas razón.

6

–Lo que pasa es que estás muy nerviosa
–¡¿Y de dónde mierda sacaste que estoy nerviosa?!

7

–Para ustedes todo es mucho más fácil, antes te pasabas el día lavando pañales
–¿Y los otros veinticinco años que pasaron desde que tu hijo dejó los pañales qué hacías durante todo el día?

8

El pediatra: –El bebé ya está grande como para que empiece a respetar los horarios
–Doctor, usted ya es bastante grandote y no aprendió a respetar los turnos.

9

Mamá: –Dejame a mí que tengo experiencia
–Mamá, gracias a tu experiencia, mi analista se va a Miami todos los años.

10

La otra abuela: –Nena, se va a acostumbrar a dormir con vos y después no lo sacás más de tu cama
–Y bué, qué va’cer, lo mismo me pasó con tu hijo y mirá, ahora somos una familia

De una madre (pseudo) feminista a una hija (verdaderamente) feminista

Voy a confesar todas (casi) las bajezas de mi maternidad feminista: mi hija tiene aritos, le regalé una mesita de princesa y le compré para el Día del Niño (que por supuesto creo que debería nombrarse también como día de la niña) un jueguito de peluquería. Vamos por pecados: Agujeros) A mí no me hicieron los agujeritos y yo deseé los aritos como loca y sigo amando esos colgantitos que forman parte del ADN de mi identidad y mis deseos; 2) Peluquería: me encanta que Uma me peine, me encanta que hagamos de los colores de la cara una fiesta compartida y me encanta enrularle sus bucles en ruleros y vaquitas de San Antonio; 3) Princesas: sólo creo que para ella puede ser un juego tener coronita y para mí es un sueño verla entre tules y polleras mientras construye arriba de su mesa torres con cubos de power (sí, power rangers).

Pero el mayor pecado –que confieso– es mirarla a ella, con algo más que amor: con admiración, defender la disputa por una naranja subiendo su mano como si fuera una puma, levantarse de una caída sin arañar la posibilidad de la fragilidad, derribar la puerta y exigir sus deseos con la decisión de un piquete, hacer justicia en las tormentas de arenas entre palitas y baldes, e, incluso, subirse al monopatín como si nada de nada de nada –ni siquiera no tener ni dos años– pudiera frenar su decisión de deslizarse en la vida hacia donde ya sabe que quiere ir, cuesta arriba o cuesta abajo.

Ser una periodista feminista es creer en las palabras, aun cuando el propio cuero a veces se muerde (o se reconoce) en los recovecos que denuncia. Ser una mamá feminista es bucear en las propias ganas y goces de criar y querer con el alma (en el que hay lugar para las ideas y para los atajos) con una hija que, por suerte, no es un espejo, sino ella. Que ni siquiera se nombra Uma, como yo la nombré, sino Uva, como se reinventa, violeta y dulce, tan fuerte y poderosa como mis palabras sueñan para las mujeres y como nuestras palabras se juntan cuando mi cuerpo la lleva a caballito y cantamos en un destartalado coro mientras yo la cargo, mientras ella me escala, mientras las caricias andan y no necesitamos mirarnos para saber que ser madre e hija nos da goces bucleados como un tobogán, como cuando nos detenemos a probarnos zapatos y ella se queda en patitas porque sabe que no hay ningún paso que le quede grande y mis ojos la miran, traviesa, firme, plantada, divertida, mientras mis palabras la soplan y ella me demuestra que es una auténtica –perdón y no es que tenga o quiera para ella otro trono más que el de mi corazón– princesita feminista.

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