Vie 19.10.2007
las12

POLITICA

Las invisibles

A poco más de una semana de la elección que, según indican las encuestas, sí o sí llevará a una candidata (no un candidato) a la presidencia, la campaña sigue tan apacible que ni siquiera destaca lo más notable: el hecho histórico de que es la primera vez en Argentina que dos políticas pelean por el cargo. Que ellas dos no digan nada, tal vez sea una estrategia, pero que las coberturas hayan hecho lo mismo, ¿no resulta curioso?

› Por Soledad Vallejos

Si hace algunos años alguien nos hubieran dicho que en 2007 la elección presidencial iba a tener a dos mujeres al tope de las encuestas, ¿quién lo hubiera creído? Y sin embargo henos aquí, a nueve días de votar en un comicio que –de creer a consultoras, operadores y partidarios varios– por primera vez en la historia argentina se disputa el margen decisivo entre dos políticas. Porque, vamos, candidatas a presidente ya ha habido, aunque generalmente más como estrategia ruidosa de partidos pequeños que no suelen decidir finales ni arañar cargos ejecutivos (aunque sí, en ocasiones, legislativos). Antes, sólo una vez el cargo había estado a pasitos nomás de una mujer, en una de las elecciones más reñidas y poco predecibles que podamos recordar: en 2003, por si no lo recuerdan, alrededor del 15% de los votos, en medio de una dispersión apabullante, habían señalado a una mujer que finalmente quedó tercera en el ranking (recordemos ese capítulo: primero Carlos Menem, segundo nuestro actual presidente, tercera ella). Y Elisa Carrió, esa misma mujer, casualmente (o no), es ahora mismo una de las dos en discordia.

El caso es que lo dicen los columnistas políticos y los especialistas en opinión pública: si algo no hay es clima, emoción, tensión de campaña, sea porque todo parece ya dicho en sondeos de preferencias, porque la oposición aparece fragmentada y con definiciones cuanto menos poco firmes, porque a nadie se le ocurra que el panorama va a sufrir un sacudón en los próximos cuatro años. Y sin embargo, aun sabiendo todo eso, algo así llama poderosamente la atención, porque no es sólo clima de campaña lo que falta a esta –valga la redundancia paradójica– campaña: tampoco hay un aire, un espacio, digamos, reclamado, apropiado, nombrado, mentado por el feminismo. O por lo menos no existe tal cosa como generada en grupos de mujeres, que sí puede encontrarse por aquí y por allí, disperso en la multitud un cierto apoyo de mujeres... siempre y cuando vengan encolumnadas tras cierta identificación partidaria. Digamos que, en lo que a 2007 respecta, el género pareciera venir –cuando viene, que es poco seguido– subsumido en el escudito (cualquiera que sea).

Y aun así hay todavía más cuestiones notables. Si algo llama la atención en esta competencia electoral que desde un primer momento tuvo a Carrió y Fernández de Kirchner como punteras –con una diferencia importante respecto de los demás candidatos–, es el esfuerzo relacionado con la perspectiva de género: vale decir, por borrarlo, o al menos por apaciguar lo más posible cuanto ello pueda comportar (en huellas y señales de la campaña, en las mismas candidatas) de aspereza incómoda, de ruptura brusca, de transformación más o menos importante de una cierta cultura social y política. Se entiende: Cristina Kirchner cifra parte importante de su argumento en mostrarse como continuidad de (aunque no réplica) una línea; Elisa Carrió admite buscar un cambio pero lo concentra en “lo moral”. Nada dice ninguna de las dos grandes (dicho esto en términos de intención de voto) candidatas de lo otro. Tampoco lo hacen otras voces de la política. ¿”Lo otro”? Que por primera vez en Argentina sean dos mujeres quienes disputen la presidencia.

DERECHO DE PISO

La corrección política ha hecho estragos. Como somos un país civilizado y vecino a otro gobernado por una mujer (Michele Bachelet, claro), como sabemos que en algún lugar de Europa existe otra que se llama Angela Merkel y en otro una que se le arrimó bastante llamada Sególène Royal, y quizá incluso como no es la primera vez que Carrió queda bien parada en las encuestas, en suma, como queda feo salir a decir barbaridades así nomás, el brote misógino se modera. Podría decirse, casi, que desde que la campaña es campaña ha quedado como neutralizado. Claro que eso no significa, de ninguna manera, que no esté al acecho. Las columnas de opinión de los analistas políticos (porque se trata mayoritariamente de “los”, lo sabemos), los grandes temas de que se escribe y se habla, las preguntas de movileros y cronistas, todos ellos han hecho una profesión de fe tal en lo moderno que es este país en cuanto a participación política institucional de mujeres se refiere que... ninguno ha dicho ni mu. Es decir, no han dicho nada de manera directa, que la indirecta nunca falta, más que nada por esas cosas de los fallidos.

Más allá de las diferencias políticas asociadas a programas, partidos y vínculos institucionales con el Estado, los perfiles que las coberturas trazaron de ambas candidatas fueron clara, notablemente distintos en cuanto a cuestiones de género. Vale decir: Carrió viene siendo definida lisa y llanamente como una política, con prescindencia de cuanto la identifique como mujer. Es más, las líneas llenas de detalles, pormenores, infidencias, críticas y hasta burla han quedado archivadas. De la historia de los relatos no tan viejos emerge, en cambio, una candidata. Como si en sus anteriores apariciones hubiera pagado el precio y ya nada debiera por ser mujer y política, nada se le reclama al respecto. Ya no importa si es gorda o menos gorda, si se maquilla poco o mucho, si asiste a misa de 10 aquí o allá. Las representaciones hacen de ella simplemente una persona dedicada a la política que, por esas cosas de la vida, además es mujer. Hasta su pasado tibiamente feminista ha pasado al olvido. Las coberturas de radio, televisión, radios y revistas, ahora, relevan sus actos con especialistas en áreas caras al buen gobierno (la salud, la educación, la gestión económica et al.), la sociedad civil, el empresariado y demás. Recogen sus palabras y las de sus aliados y aliadas (que, muy probablemente por propiedad transitiva, también se salvaron de la radiografía mal entendida). La siguen en su agenda de promoción. La mentan en tanto candidata y punto. Sobre ella, algunos títulos de este último mes dijeron: “defendió un ‘dólar competitivo’”, “prometió ‘reglas claras’ a los petroleros”, “fuerte gesto de Carrió a Macri por la policía”, “deja las denuncias y apela a la recta Pro” (“mostrar propuestas y equipos”), “logró captar a un funcionario del kirchnerismo”. Está, también, la variante testimonial para mostrarla ejecutiva y cita palabras de ella como “Es la primera vez que voy a dar la batalla sola”, otras en que se autodefine como “la única alternativa”. Como sea: lo único evidente en su caso, es decir, en cómo se la presenta, se la narra, se la sigue en las coberturas es su presencia en la arena política... inclusive como una par de los varones políticos.

Distinto es el caso de Cristina Kirchner. A la seguidilla de viejos y recordados artículos de fondo sobre su supuesta bipolaridad (¿el eufemismo de la clásica e inesgrimible histeria?), le siguió algo que todavía puede encontrarse sin ninguna dificultad. Como si el derecho de piso fuera enteramente cuestión de ella (tal vez por su debut en tanto candidata a un cargo ejecutivo, porque en cuanto a lo legislativo ya tiene un pasado), en Fernández de Kirchner recayeron todos los tics asociados a todos los estereotipos. Claro que con ciertos eufemismos: “los secretos y las incógnitas del glamoroso look Cristina Kirchner” y variantes (pocas) sobre el mismo tema dieron tela para cortar hasta el hartazgo (desde el otro lado, nada se dijo sobre el rediseño del look Carrió). Y nada garantiza que no lo siga haciendo.

Créase o no –¡milagro!–, hubo un más allá del aspecto. ¿El blanco favorito? La excesiva “dureza” de la candidata. Prácticamente pionero, con su cada vez más frecuente incontinencia (verbal), vino el proverbial Raúl Alfonsín, que de frases reproducibles algo sabe. Cuestión que dijo: es una dirigente “muy iracunda, que crispa a la sociedad y a la política”. Le siguieron crónicas que, para contar actos de campaña, no resistieron al recurso de lo esencialista: “la sensibilidad femenina desplazó a la explicitación de planes y propuestas de gobierno”. En el mismo sentido, tampoco fue poco habitual encontrarse con evaluaciones periodísticas sobre lo difícil que es, chicas, llegar espléndida al final de un agitado día de campaña: que si los tacos de Fernández de Kirchner se embarraron o no cuando se despistó el avión en Santa Fe (lo que, además, sirvió para el toque romántico de destacar el supuesto diálogo telefónico con el Presidente, que habría dicho: “¿te asustaste mucho, mi amor?”), que si cuesta mantener el peinado en su lugar tras un acto en un lugar con calles de tierra y personas pobres, que si el vestido de tal gala era adecuado o no, que si las joyas tienen un trabajo artesanal impecable o son repetidas... Los lugares comunes tienen eso: están siempre a mano y son fáciles de usar. Pues se usaron sin problemas.

Tan hermética, tan poco asociable a la “sensibilidad femenina” de propaganda de jabón en polvo, tan coqueta resulta ser la candidata del FPV que las coberturas de las últimas semanas no dudaron en anunciarlo con gusto: para el tramo final, Fernández de Kirchner ha contratado a un asesor que recomendó... humanizarla. Vale decir: hacerla sonreir más seguido, callar un poco eso de que se identifica “con la Evita del puño crispado”, visitar a las madres que luchan contra el tráfico de paco, lagrimear cuando es conveniente... A ver si afloja, pareciera ser la consigna, y vende una imagen más tierna. Porque así, rígida y hermética, “iracunda”, una mujer no puede ser. Este cambio, además, fue prolijamente registrado. El de Carrió, en cambio, llamó la atención pero desde una lectura política (o sea, no emocional); se dijo, por caso, que su trayectoria política podía seguirse a partir de “las mil caras de una líder acostumbrada a la ruptura”.

EL GENERO AQUI Y ALLA

El efecto arrastre de esta campaña liderada por mujeres fue una cierta divulgación, popularización de la cuestión “género”: todos los diarios, inclusive los que desde sus columnas, editoriales (¡y hasta cartas de lectores!) despotrican sin problemas contra esa manera antinatural e ideologizada de comprender el mundo han publicado, en lo que va de cuenta regresiva preelectoral, algún que otro texto (anche suplemento) que tematiza, desarrolla o –¡oh!– aplica la perspectiva de género. Quizás también haya ayudado al respecto los estudios que, a principios de octubre, dio a conocer el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano y el consultor Jorge Giacboe, que, más allá de los resultados, tuvieron el buen tino de plantear en público, más allá de ghettos bienpensantes, la persistencia de estereotipos misóginos y hasta la existencia de un voto machista en manos de mujeres. (Si la/el encuestada/o votarían o no a una mujer y por qué fueron las preguntas básicas).

EL GESTO MENOS PENSADO

En estos últimos días, cuando menos se lo esperaba, el guiño a los muchachos llegó... de parte de una de las dos candidatas, y dirigido, faltaba más, a la otra. En el medio, una vez más, cuándo no, la sombra todoterreno de Eva Perón. Había dicho Fernández de Kirchner en otro momento eso de que prefería recordar a la Evita combativa, había dicho Alfonsín lo que ya sabemos, y decía Carrió a fines de la semana pasada: “Eva Perón fue una reina de verdad y no una reina del botox”. El chiste debe haber rendido, porque a principios de esta semana dijo en su almuerzo televisivo con Mirtha Legrand (interlocutora más que oportuna para el caso): “nunca voy a usar botox”.

Allá, en la prehistoria, en 1997, cuando todavía el Presidente era Menem, CQC entrevistó a la senadora por entonces comunicativa con la prensa (local) Fernández de Kirchner. Dijo ella: “creo que las mujeres venimos a incorporar una mirada diferente a la política. La mujer siempre mantiene contacto con la realidad. A partir de ahí, tenés una mayor comunicacion con la sociedad.” No se animó, en cambio, a responder si imaginaba a una mujer en la presidencia.

También allá, en la pre historia, en 2000, cuando todavía el presidente era De la Rúa, Carrió prologaba el libro de Philippe Bataille y Françoise Gaspard Cómo las mujeres cambian la política y por qué los hombres se resisten (ed. De la Flor). Escribió: “La cultura política está profundamente sesgada por el sistema de género. Los valores y las prácticas de los asuntos públicos son propios del mundo y las prácticas masculinas (...) (el discurso de las mujeres políticas) no sólo implicará una nueva forma de hacer política: también construirá una comunicación que nos permita restablecer los lazos sociales.”

Claro, tal vez este sea el comienzo y lo que estamos viendo no sean más que acomodos a situaciones novedosas. Tal vez, que el argumento estético caiga en boca de una candidata sea sólo un desliz, lo mismo que la tendencia constante a disimular las cuestiones de género. En una de esas, alguna vez vemos el cambio.

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