DEBATES
Fingir el orgasmo para quitarse de encima lo que se ha transformado en trámite es cosa del pasado. Ahora los muchachos las quieren “gauchitas”, chicas que hacen el favor rapidito y al pie. ¿Dónde habrá quedado aquella imagen loca de la tía disfrutona de Resistiré? Un duelo lleno de nostalgia entre quienes buscan para sí y quienes creen que el deseo es siempre de otros.
› Por Luciana Peker
“Soy gauchita. Cuando no tengo ganas de tener relaciones sexuales, en vez de decir que me duele la cabeza, hago algo rapidito, casi sin darme cuenta”, contó Nazarena Vélez, la que cuenta todo. Pero que no contó algo al azar. Ella –la chica del momento por desnudarse, la que se desnuda por sus hijos, la que supuestamente rompe el hielo al bajar por el caño o fotografiarse en camarines– patentó la palabra “gauchita”, que parece acodarse con la gauchada o el favor, que parecen palabras amables. Pero el favor sexual –no por nada se “hace” el favor– no es solidario sino sumiso. El sexo de gauchita es anestesia, es compromiso, es un trámite para acabar rapidito. No es un descubrimiento que una chica como Nazarena, que fue golpeada por un novio, que no comía para ser delgada, que muestra las lolas (hechas por un cirujano) en un teatro, tenga rasgos de sumisión. El formato renovado es que esa sumisión sea calificada de virtud sexual.
“¿Sos gauchita?” es la nueva muletilla de las revistas de sexo para hombres, empezando por Hombre, emblema de la neomisoginia en donde no importa que el sexo guste, sino si la mujer es gauchita. “¿Quién dijo que no existe la mujer perfecta?”, es el comentario de muletilla de Internet sobre Nazarena y su definición de muñeca gaucha.“Mis amigos me cargan: sos la reina del pete”, le dijo Tina a la revista Veintitrés, donde se atrevió a hablar del erotismo en los sesenta, ahí, en ese filo donde la maternidad ya no se cuela entre las sábanas, donde no hay utopía o esclavitud de panza chata y nalgas firmes, donde los cuerpos torneados se tornean, se cabalgan, se esperan, se amasan, se destraban, se perdonan, se reencuentran, se desbordan. ¿Los cuerpos pueden ser libres en la rigidez exigida a los cuerpos sin pliegues, sin bucles, sin líneas, sin rollos, sin llanuras? “Yo he tenido relaciones con hombres jóvenes. No tanto como él (por Claudio Quinteros), pero sí de 40. No son relaciones fáciles. Pero la atracción no pasa por la edad. El sexo es misterioso, son cosas muy profundas, que están alojadas muy atrás, uno no sabe exactamente qué es. Te pasa o no te pasa. A veces el otro se engancha por lo intelectual, o simplemente porque es juguetón, quiere jugar un rato. Las relaciones con alguien de más edad pueden ser muy ricas”, punteó, propuso, se animó, dio animo, animó, Tina Serrano, en una nota de Clarín, en medio de la euforia Resistiré, cuando aún sin saberlo –y aun cuando parezca olvidado– ese cuerpo con más cama que camillas se animó a abrir el juego.
Nazarena Vélez se convirtió en la chica del momento, que es sinónimo de estar en los programas de la tarde y en los programas de la noche que se ríen de los programas de la tarde, cuando se separó, hace ya dos años, de Daniel Agostini y empezó a abrir la boca. Pero no sólo para el top ten de pelearse y reconciliarse con otras chicas y con su (ex) chico en tevé, sino también para tomar un helado. Bah, cuando Beto Casella tenía un programa de la tarde en donde las chicas, incluso Nazarena –que hizo pública su anorexia– podían consumir calorías heladas con el visto bueno de la tele porque no se trataba de verlas comer, sino de verlas chupar el helado. Que no hace falta ni traducir en la palabra fellatio.
Tina Serrano ya tenía 60 años, ya era una actriz prestigiosa cuando integró el elenco de Resistiré, en el 2003. Su personaje (Leonarda) sobresalió por mala, conspiradora, insinuante, perversita, intrigante. Pero la escena, corta, desafiante, única, sin ilación para atrás ni para adelante, que la marcó en su relación con el público fue cuando protagonizó una escena de sexo oral con su sobrino, Andrés (el actor Claudio Quinteros). Dicen las crónicas de espectáculos que esa escena se le ocurrió a ella, a Tina, que quiso darle color y humanidad a su personaje. A la que esa escena le valió un sobrenombre: la tía petera. Un apodo que se volvió coro, hinchada y resistencia.
“Hay veces que no tengo ganas de tener sexo, eso es un bajón para vos y para tu pareja. Entonces ahí aparece la gauchita y, así, no tengo quejas. Los hombres te lo agradecen y cumplís”. Esa es la definición de gauchita. Ella y Pamela fueron la rubia y la morocha, como la binorma, de las mujeres hot. Esta semana, en la revista Siete Días Pamela contó: “Me pasó algo cuando empecé a ser famosa: sentía que los hombres con los que estaba iban a querer verme como una bomba sexual... Yo los recibía en pijama y les decía ‘laburá vos’”. Sin embargo, la libertad del sexo no tiene, siempre, que ver con la liberalidad de los roces, también con la entrega. “Ahora que tengo pareja estable me permito jugar más”, rescata Pamela que, por las dudas, para no quedar afuera, para no ser excluida, para ser tan sexy como con su remera mojada, aclara: “Soy gauchita”.
El puntapié de la palabra gauchita se parece a geisha, pero más a agachadita. Es cierto que la oralidad del sexo es un beso que no siempre –no es de eso de lo que se trata– es métricamente equitativo. El sexo no es un terreno modulado por los corralitos, incluso, de corrección, porque el sexo es –si es que se puede todavía jugar en el sexo– un recreo. El juego es que pueda ser juego. No deber ser. Ni –menos– deberes. Ni un 69 de igualdad permanente. El cuerpo de un hombre quieto, casi manso pero rabiosamente encosquillado, no agacha a la mujer que se agacha para besar, que decide besar en vertical, jugar a un subibaja en donde la bajada es augurio y el roce de las rodillas con el piso, un envión.
Nazarena tiene o dicen que tiene un cuerpo perfecto. Es flaca, tiene lolas, tiene cola, no le sobra ni falta. Parece que ahora los cuerpos son como un balance contable. Pero ese parecer es más influyente que nunca. Parece que ésos son los cuerpos que gustan, que es sinónimo de que excitan. No es que eso no sea así. Es que el sexo es más que turgencias, voluptuosidades, delgadeces. Nazarena dice que el sexo no la enloquece, que, cuando pueda, va a comer papas fritas. Eso para ella sería un placer. Un verdadero placer. ¿El sexo? Sin quejas, gracias. Pero ella –como todas las chicas hot– sabe que tiene que contestar el calendario tipo de la revista Hombre. “¿Sos gauchita?”, “¿Tragás o escupís?”, “¿Vas por colectora?” No son preguntas sobre sexo oral o anal. Son preguntas a mujeres que no besan: tragan. No gozan: cumplen. No desean: entregan. O, al menos, no se les pregunta para saber si gozan, sino si son rendidoras.
Tina ya había terminado Resistiré y ya había terminado coreada en el Gran Rex –en la final teatral de la novela– como “petera”. Pero su personaje no se escondió de ese sex appeal revuelto en travesura de una mujer a la que los medios no la paraban para pedirle vueltita en esa alfombra roja –más cercana a las placas rojas que a la alfombra de Hollywood, pero alfombra al fin– cuando subió a recibir –en el 2004– su premio. Su vestido negro se le subió, entre las cadencias del forro y la emoción como se les suben los vestidos a las mujeres que rozan las piernas, que caminan, que tienen caderas, que se ponen vestidos para gustar y se acomodan los vestidos y se excitan, se olvidan, se ponen a pensar en otra cosa y se les pasa eso de acomodar. Y así subió Tina, desacomodadamente sensual, así como se empieza o se termina. Sin mapas.
La boca de Nazarena se abre para que no haya quejas. Abre la boca para no abrir el cuerpo. Lo abre para no hacer orgasmos fingidos, para no mentir que le duele la cabeza y tampoco cruzar el desafío de decir “hoy no quiero” o de pedir “así no”, “me gusta distinto”. Es raro, porque Nazarena fue la mujer convocada por la señal Utilísima para hacer un programa de consejos eróticos para mujeres de su casa. El fenómeno fue descripto por Las/12 como Putilísima. Nazarena, tan gauchita, recomendaba usar un conjuntito de lencería rojo. Ahora, Utilísima acaba de lanzar un libro de corpiñitos para hacerlo usted misma. Los pezones tienen una plumita. Nazarena habla sobre cómo motivar a los hombres para hacerlo y cuenta que cuando ellos quieren y ella no, es gauchita.
La diferencia entre petera y gauchita es la reivindicación de audacia, de cuerpo reapropiado, de salida del margen y levantada de forros (y en este punto es interesante contar que Camaleón acaba de sacar una nueva línea de profilácticos con sabores frutados para jugar, probar y protegerse) de Tina. Por supuesto, no es la reivindicación de los folletos que venden petes baratos de mujeres ultrajadas por la prostitución. Ni es creerle a Bill Clinton –que, aunque no lo sepa, tiene bastante que ver con el reinado de las gauchitas que podrían embanderarse con Mónica Lewinsky– que el sexo oral que hubo en el Salón no fue sexo. Una idea que más allá de funcionar como excusa pública y privada, también generó una oleada de creyentes en la virginidad de la boca para afuera.
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