MUSICA
En tiempo de híbridos musicales, las canciones pop –con su típica estructura de estribillo pegadizo y simple– cuestionan la fórmula que tanto vende y, desde la introspección, el intento de generar climas o describir situaciones, tres mujeres lideran bandas que dejan huella: Loló Gasparini, de Isla de los Estados; Mariana Bianchini, de Panza, y Flor Zavadivker, de Olga, gritan y susurran, mientras renuevan el panorama con propuestas que suman música electrónica, rock e inclusive folk.
› Por Guadalupe Treibel
“Estructura”, repite Loló mientras habla. Es la palabra con la que plantea el sustento de ideas, el bagaje que carga, la forma en la que quiere encaminar su carrera y su historia. Si su vida fuese un film, la cadencia de esas letras en plena oración serían el leitmotiv que explica una búsqueda y el intento por mejorar. Y, por qué no, dejarse llevar por las circunstancias. “Uno carga una estructura sobre cómo hay que actuar y pensar las cosas. Yo busco armar una propia, que sea sólida”, explica la voz del dúo pop electrónico Isla de los Estados, que la tiene como coprotagonista junto a Flavio Etcheto (alias Flavius E). Y en ese reconocerse, siempre estuvo en contacto con la música. Un indicio nada menor para la chica que canta: “Figurándome un espacio en algún lugar” en “Agua de Azar”, primer tema del álbum debut de la banda, Latitud –recientemente editado por Indice Virgen–.
En el tramo final del Colegio Franco Argentino de Martínez, Loló se sumó a un coro y descubrió que podía cantar. Entonces empezó a rastrear música que la motivara. Carreras mediante –Psicología y Diseño de Imagen y Sonido–, no prosperó la intentona académica y comenzó a cantar en bares haciendo covers de rock, bossa nova y demás “para ir rompiendo el hielo”. “Eran pruebitas que me ponía para sacar la voz. Como no tuve formación clásica en música, aprendí de interpretar en vivo y de varias profesoras de canto por las que fui pasando”, cuenta Gasparini.
El cometido, alcanzado: aprendió. Y, así, los nueve temas (más tres versiones remixadas) que la tienen en la frontline de Isla de los Estados son un pasaje de sensaciones. Desde la voz y las letras, Loló no cuenta historias, dispara climas. “Si me muriera de sed, no cambiaría mi piel/ El puente es alto/ El equilibrio confunde a mis pies”, canta en el track “Espectros” y desata suaves gritos animales que rayan el orgasmo moderado. A la par, Etcheto acompaña con –¡ni más ni menos!– que sintetizador, programación, coros y (también) letras. “Con Flavio fue todo de a dos y fue todo búsqueda. Probar instrumentos, melodías, bases. La verdad, nos complementamos súper bien”, dice Loló, antes de agregar que le cuesta bastante entrar en confianza con las personas y con su dupla creativa todo fue sobre rieles.
Sobre el nombre de la banda, la denominación llegó del mapa, en pleno rastreo y brainstorming. “¡Dejamos las Islas Sandwich para un próximo proyecto paralelo!”, bromea la chica de pelo corto y aclara que les pareció una buena representación porque “el concepto de isla en sí tiene mucha fantasía y genera muchas imágenes”. Y básicamente se trata de eso ¿no? Y de generar lo que la ex casi psicóloga llama “post pop”, o sea, “las canciones que vienen después del pop megavendido”. Y agrega: “Ya hubo demasiada fórmula fácil, recontra-producida. Hay que hacer una relectura con un mensaje un poco más profundo, ahondar”. La muestra, a pocos clicks de distancia, en www.myspace.com/isladelosestados.
Isla de los Estados significó un renovado protagonismo para Loló. Se trató del pasaje del coro hacia adelante. Porque antes de la apuesta insular, la cantante prestó su caudal para coros de Gustavo Cerati, la banda marplatense Altocamet (donde sigue colaborando) y la vuelta de Los Twist. Más tarde, llegó (y aún continúa) la Zuker Experience (XP), donde “juega a ser estrella de rock” en la semiconvencional banda del DJ argentino Javier Zuker que, además de bandejas y programación, suma guitarra, batería, bajo y voz. “Todas estas cosas se fueron dando y reafirmaron mi elección”, dice –rotunda– la (también) ex modelo Loló Gasparini, que admite moderada timidez.
En su espacio personal (www.myspace.com/lologasparini), esta mujer de voz grave llena los casilleros con guiños. Si de creer o reventar se trata, los 95 años con los que juega en la web son una bomba con mecha prendida. Sobre todo cuando el DNI debe rondar en menos de una tercera parte. Más abajo, otra pregunta de formulario: “A quién quiero conocer”. La respuesta de Loló es sencilla (y no tanto): “A mí”.
Conocerla es saber que a los 19 años –en plena crisis de vocación– viajó a la India para meditar y, más tarde, visitó México en busca de vórtices energéticos que –justamente– potenciaran la meditación, lugares donde “todo se vuelve más claro”. Loló habla de metafísica y energía, de estar centrado y trabajar la ansiedad. “Me angustio por cosas que teóricamente tenían que pasar y no pasaron, cuando –en realidad– está todo bien”, agrega la chica que aspira al autoconocimiento y a aprender de sus estados emocionales. Y en ese realizar/se, se cruza la música, el arte: “Cuando creás todo el tiempo, ves cosas que no te gustan, pero al final salís un poco más segura. Pasaste por todo eso”.
“Si ser femenina es vestirse de rosa/ si ser femenina es sólo ser tu esposa/ si ser femenina es cantar canciones bobas/ no lo soy”, afirma, entre notas, Mariana Bianchini, voz de la banda-difícil-de-catalogar Panza. El tema, grabado en el 2005 para el disco Nada es rosa, se hace carne una vez más, en formato semiacústico, con el nuevo material del grupo, Pequeños fracasos, que –en clave irónica– recopila tracks de todos sus tiempos y suma un bonus track/cover. Siempre con la bandera contracultural bien plantada y la inmejorable representación de una mujer que, a primera, segunda y tercera vista, es líder natural de canciones que no escapan a decir-las-cosas-como-son.
Y Mariana Bianchini asume su rol con actitud rock y fórmula de “pop violento”, como autoproclama. “Esto es música. Cuando toco me siento un ser, una persona, más allá del género. Quizá como me dijeron ‘No’ de entrada, me puse más rebelde, opositora”, cuenta la artista que reivindica el lugar de la mujer en la música y explica que el mito machista en el rock es real y “todavía faltan muchos años para que cambie.”
“No hacemos pop políticamente correcto o un rock infantil y si lo que hacés es difícil de encasillar y encima sos mujer, ¡olvidate!”, explica la cantante. Entonces, su pregunta obligada: “¿Voy a dedicar mi tiempo a demostrar que puedo hacer esto, que puedo ganarme al público? ¡No! Voy a dedicarme a hacer algo que esté bueno. Ahora que ya tengo treintipico digo ‘¡Que se caguen!’”.
Es que, cuando la lucha se hace cuesta arriba, los ideales mutan: “Pensé que podía cambiar el mundo como mujer-que-hace-cosas y ahora no me alcanza. ¡Cada vez se está yendo todo más al carajo!” Pero, momento, que lo que de primera pareciera ser un discurso negativo, guarda un verde pálido, casi esperanza: “Tal vez haya perdido las ganas de demostrarle al otro que las cosas pueden cambiar. Pero cambio yo, lo hago para mí y si eso genera algo afuera, mejor”. De tanto en tanto, Mariana se junta con un grupo de artistas amigas a charlar. Hablan de la igualdad, de que lo cotidiano empiece a cambiar. Ella vota por un nuevo feminismo y se interesa en cómo pueden defenderse las mujeres de las personas que “reducen todo a que alguien tenga aparato reproductor femenino”.
Así, de la nena que cantaba temas de Valeria Lynch en el garage de su casa a la mujer pulsional que salta, se arrastra y traslada al vivo una intensidad particular –que ondula entre la adrenalina y la nostalgia–, pasó un tiempo ya. Pero el juego se mantiene; es parte de esa primera sensación de cantar. “Cada tema es una emoción diferente y, aunque me gustaría tener constancia, soy ciclotímica. ¡No lo puedo evitar!”, dice entre risas.
Es que cada sensación la atraviesa y ella se apropia, se hace cargo en palabra y canción. La más reciente tiene nombre: Iván, su primer hijo, de cuatro meses. “Ser mamá está buenísimo pero cada bebé es distinto, por eso me molestan las mujeres que dan cátedra y piensan que saben lo que el nene necesita. El es un ser aparte, independiente de mí, de todos.” Y, para una relación tan fuerte, nada mejor que un sustento aparte: la pareja, la música. “Podés quedarte todo el día con el bebé encima porque él te necesita las 24 horas del día. La vas a pasar bien, pero a la larga te volvés loca”, explica la mujer que, además de hacer canciones, estudió Diseño de indumentaria y –hasta hace poco tiempo– vendía sus modelos en ferias y locales.
A la frontwoman el embarazo le permitió flotar más, imaginar y sentir mejor. Y esa experiencia se convirtió en letra y música para un segundo disco solista. Porque, además de ser pata del cuarteto Panza, Bianchini ya tiene disco propio (“Post-Incubadora”, 2003) y la secuela comenzará a grabarse este verano. La temática es clara: la maternidad, “pero no desde un lugar naïf” sino desde la intensidad que demanda a nivel físico y hormonal. “Tiene que ver con la locura por la que pasa tu cuerpo, con el calor que te sube, la piel, la transpiración, con estar divina y, a los dos segundos, hecha mierda. De pronto tenés la panza gigante, pesás 20 kilos más y tenés un alien que te está pateando. Va a ser un disco muy femenino, muy carnal, de órganos, pegote, de peso pesado”, comenta Bianchini.
Antes de hacer obra, Mariana trabajaba en casamientos y fiestas haciendo covers de Dancing Queen y ABBA. Chicas plateadas post-carnaval carioca. También tuvo una banda “escatológica”, con la que grababan “sonidos de pedos, cuentos y otras boludeces”. Nunca llegaron a hacer shows. Sí con Hipnótiko, el grupo punk que armó junto a su hermano (Sebastián Bianchini, bajista de la megapopulosa y mainstream banda Arbol), donde hacían versiones deformadas de temas infantiles.
Desde el ‘98 está en Panza (www.myspace.com/panzaweb) junto a los músicos Sergio Alvarez, Franco Barroso y Pablo Contursi. El año próximo, cuando la banda cumpla 10 años, no sólo estará presentando disco nuevo con canciones “viejas”; también estará grabando disco propio y de banda. Muchos proyectos y buenos augurios para un grupo que –outsider o no– no entra cómodamente en ningún casillero: “Es lo que somos y no hay forma de cambiarlo. Por más que me proponga gustar, no me sale, y ser más lindos es imposible”.
Panza se presenta el sábado 29 de diciembre a las 21.30 en Buenos Ayres Club de Cultura, Perú 571. Entradas anticipadas en Lee Chi y Locuras Once a $12 y $15 en puerta.
“En la distancia todo fluye como si no supieras más que hacer / Es el vapor que se resbala desde la ducha hasta el bidet”, dispara Flor Zavadivker en las primeras líneas de Flora y Fauna, el nuevo disco de Olga, dúo electroacústico que integra junto a Roger Delahaye. Juego de dobles impresiones, el sarcasmo pop habla de situaciones y sensaciones naturales que –por momentos– nivelan con la nostalgia para inmediatamente romper el estereotipo naïf de introspección con detalles que descomprimen. Como una gota de vapor en el bidet.
Con una advertencia (“es medio cursi lo que voy a decir”), la vocalista explica: “Es la vida misma. Una persona puede ponerse bastante dark y, de golpe, sucede algo muy simple que cambia el estado y permite abrir la visión. Cualquiera puede apropiarse de estas historias. En mi caso, si me fueran ajenas, no podría cantarlas”. Siempre escapando al narcisismo, a la (im)postura “yo-ística”, Olga opera desde la letra, música, guitarras, teclados y programación de él (Roger) y la voz, teclados y flauta de ella (Flor).
Y, en el río de canción, la voz de Zavadivker se funde al dedillo y su dulce interpretación construye un estado de situación con pasajes instrumentales y cierta estructura pop (fácilmente comprobable en www.myspace.com/olgamusic). Mientras, el arte de tapa –con diseño de Alejandro Ros– refuerza el concepto de curiosidad agridulce: imágenes que simulan parajes florales y, de cerca, ¡zas! cucarachas y hormigas/flores, millones de mosquitos como átomos de árbol.
¡Pero no todo es Olga para Flor! Móvil, ha pasado por varios estadios de la cadena musical. Trabajó haciendo prensa y otras tareítas en Indice Records (sello que lanzó el disco del dúo). También fue productora del programa televisivo (casi de culto) Tribulaciones que, en plan jazzístico y rockero, conducía Mario De Cristófaro. Y, para cerrar el árbol genealógico de su tiempo y espacio musical, fundamental mencionar su alter-ego artístico, como maestra de música en el jardín de infantes de un colegio de Parque Patricios. “Improvisamos con sonidos, sin hacer algo melódico convencional, porque mi idea es generar un clima desde un cuento o una imagen”, cuenta la chica que estudió flauta en el conservatorio. “Me llama la atención el mundo sonoro porque es un transcurrir. En su carácter abstracto, está pasando aquí y ahora”, define Flor, morocha de risa amplia y abierta, que aspira a la voz pura y transparente.
Y, en lo no tan estrictamente musical, otra faceta para conceptualizar ideas: el teatro independiente (desde la ropa, no la actuación) también la tiene como protagonista. Recientemente estuvo a cargo del diseño de vestuario de Berenice, obra sobre la tragedia de una mujer cautiva, reina de Palestina, que ama a su raptor y otras peripecias tristonas que tienen esos novelones clásicos.
El batallón de intereses tiene fundamento teórico: “En la era de la especialización, me peleo con la idea de tener-que-hacer-solo-una-cosa”, explica la artista y, aunque admite el cliché del-que-mucho-abarca, en su caso pareciera que atarse es limitar. De otra manera, no hubiese estudiado Historia del Arte o leído libros con historias de pintores ni coquetearía con la posibilidad de escribir artículos sobre o producir un programa de radio.
Nacida en Brasil casi por casualidad (“La familia acompañó a mi papá que había ido a trabajar allá”), sus años cariocas la llenaron de música. También su tiempo en el sur de Francia en plan de “aventura hippie” seis años atrás, cuando tocaba bossa en bares junto a Roger (su dupla olguística) para ganarse la vida. Como parte del dúo, suma varios trabajos: un primer disco casero con mucha melodía y poca post-producción, llamado Mantenimiento y participaciones en dos compilados: el nacional Canción electrónica 2, del 2004, donde primero dieron a conocer el tema “Flora y Fauna” (que luego se desvirtuaría en disco total de diez tracks) y el extranjero I love Machine, editado en Francia, donde el concepto que unió las canciones de los artistas de todo el mundo que participaron fue el canto de un pajarito. Protagonismo de ave nomás. El tema, “Passarinho”, fue retocado (con más letra, compuesta por Flor) e incluido en el nuevo disco. Allí, ella mezcla portugués y español para hablar de un viaje y el arribo: “Llegará para la navidad / o carnaval / o el juicio final / su cantar nos va a encantar”. Nuevamente, la inocencia aparte. La acidez, en dosis correctas.
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