PERFILES
La experimentación llevó a Viviana Tellas por caminos inesperados: ahora su búsqueda constante se orienta adeterminar cuál es el umbral mínimo de ficción, un límitesobre el que trabaja haciendo eco en la sorpresa que la vida cotidiana suele producir y que de inmediato obliga a pensar en la ficción. Así fueron formándose los Archivos Tellas, una serie de puestas que convierten lo real en materia maleable y que se presentarán este año en el Teatro Sarmiento.
› Por Rosario Blefari
El mundo se despliega con cada día que empieza y hay quien atenta percibe, vibra y despierta cuando algo o alguien se eleva del piso de la naturalidad más esperada. Atentos sus sentidos para aquello que se destaca y sobresale amaneciendo en el aspecto desapercibido de las personas y cosas. ¿Se trata acaso de lo apenas extraordinario? Viviana Tellas se ha ido especializando en los últimos tiempos en la detección de lo inestable en la vida real. Esta inestabilidad contempla no solo la movilidad o inquietud del “material viviente” contemplado, su relativo inasible, su difícil captura y también –por qué no– su posible traición, ya que se trata de comportamientos que no se manifiestan de la misma manera en idénticas condiciones. Una suma de curiosidad y reverberancia emotiva son el mercurio del termómetro con el que se toman estas temperaturas. Así como lo inestable en estos casos marcaría la febrícula correspondiente, lo siguiente es lo que traspasa el UMF, siglas que se enorgullece de haber inaugurado y que significan Umbral Mínimo de Ficción, delicada frontera trazada para festejo de su interés, señal clara de que se ha encontrado con un nuevo material para trabajar. Esta cuestión de la sigla la hace sonreír un poco, casi como tentada, porque Viviana siempre está tentada en realidad, aunque se tome todo muy en serio. Se diría que mantiene un eterno asombro ante sus propias ocurrencias y logros. Inventar una sigla la tienta en todo caso porque las siglas aparecen siempre inventadas por otros, incluso no por una persona si no por algún ente. Y ahí va ella, la inventa, la usa y ya está. Pareciera que hay un continuo advertir el disparate de lo posible, o la conciencia de no mantenerse siempre –¿o no estar nunca?– de este lado del UMF. De pronto el tiempo real se desmantela y la simple presencia de una ropa –un vestuario– o de una cosa dicha al pasar –un texto– hace que un espacio o alguien se desrealicen en su ser desapercibido y pasen el umbral en cuestión para entrar en ese otro aire donde parece que todo está preparado, montado, puesto en escena. Todos conocemos acerca de esto aunque no nos especialicemos en el tema, ¿no se suele decir de tal o cual que “es un personaje”? Y en el momento que esto es enunciado, sin más explicaciones, todos asienten suponiendo que se sabe de lo que se está hablando. Es el principio de teatralidad, cuando algo toca la ficción y extendiéndose más allá del límite de las expectativas que le corresponden presupone y propone una construcción, una idea, un armado. “Cuando no es lo que sucede solo” dice Tellas.
Las señales y motivos para nuevas obras siempre provienen de lo que la rodea. Y la rodean los diversos mundos por donde se mueve. Curiosa, casi entrometida cuando se enciende su detector, llega hasta donde quiere con lo que quiere. ¿No es eso investigar? Persiste con la palabra que interroga. Sí, indaga, pero además quiere mostrar lo que encuentra, señalar lo que está vivo ahora y que se vuelve extraordinario delante de nuestros ojos. Como ese personaje de un inventor, que interpretaba ella misma en otro tiempo, y que señalaba con entusiasmo desbordante el momento inaugural de una idea: una pava echando vapor por el pico coincidía con el nacimiento de la máquina a vapor. Ese tipo de fascinación le produjo, por ejemplo, Edgardo Cozarinsky, como una persona a la que podría estar escuchando hablar durante horas y así surgió “Cozarinsky y su médico”. O fue de oyente al grupo de estudio de filosofía de Tomás Abraham y la deslumbró la pasión por el detalle. Se llevó a tres filósofos a su laboratorio y descubrió la relación del bigote –maquillaje masculino– con la filosofía o de la filosofía con el Paraguay, relaciones íntimas cultivadas en secreto por estos tres filósofos. Así pudieron también tomar algunos ejemplos que muchas veces habían utilizado para explicar operaciones o momentos de la historia del pensamiento –y que a Tellas le parecían pequeñas piezas teatrales– para desligar las ataduras de los supuestos y analizarlos. En otra ocasión quiso aprender a manejar y se encontró con la ciudad falsa de la escuela de conducción donde los puentes no cruzan nada, las rotondas son una eterna sin salida y hasta hay un simulador de conducción. Un mundo hecho de señales de tránsito y nada más, como un extrañamiento escenográfico de la ciudad real. “Después decidí que no iba a manejar, es demasiada responsabilidad”; más tarde la experiencia se transformaría en el primer paso de Escuela de conducción, otra de las obras de teatro documental.
Una suerte de colección de figuras que punzan la teatralidad debe ser dispuesta en secuencias aprehensibles. Y ¿cuáles podrían ser las figuras que integran el argumento mismo de la teatralidad? Un cambio de destino disparado por algún acontecimiento fortuito, una persona equivocada en el momento justo, el menos pensado entrando en acción, una congoja inmanejable que se repite al escuchar la misma canción. Estas y muchas más aparecen en el Proyecto Archivos, una serie de obras de teatro con personas e historias reales. Esas figuras, que encarnan la fragilidad, la inocencia, la valentía, la falta de soberbia, de solvencia o de pericia, y que integran cualquier pequeño mundo que se arma de un código y adquiere un comportamiento propio, son las puntadas que sostienen “lo emocionante” y serán las que conecten al público con la escena. Pero vamos recién por el comienzo, quedan muchas cuestiones por resolver a la hora de llevar todo eso al estado de función de teatro con un horario, pautas, público atendiendo, construcción y desarrollo: la obra. A medida que va surgiendo esa obra, Tellas dirige su atención a lo que llama “borrar las huellas”, para que no se vea cuáles fueron los procedimientos.
En un principio no sabía nada, ni a dónde iba ni lo que, ni siquiera si estaba en su sano juicio. Eran los ensayos de Mi mamá y mi tía, título honesto si los hay, donde la directora aparece en el posesivo del título, mencionada en el relato de las mujeres, en fotos de cuando era niña y en fugaz persona en la escena, ayudando a doblar una pollera, a correr una silla o a recordarles a las intérpretes lo que sigue. A partir de su familia y su historia fue encontrando necesariamente un método de dirección de actores que no son actores, a quienes trata de no manipular sino de estimular para provocar reacciones que luego serán en todo caso fijadas, ordenadas y enhebradas.
Cuando empieza con Mi mamá y mi tía, Tellas venía de una experiencia opuesta: poner en escena La casa de Bernarda Alba, de Lorca, en la sala Martín Coronado del San Martín, con actrices profesionales, de “primera línea” como suele decirse, con escenografía de Guillermo Kuitca y música de Diego Vainer. Era como haber de pronto tocado otro tipo de umbral, pero dentro de la máxima ficción, de las convenciones teatrales, de lo clásico, de la tradición. Aunque la puesta era moderna, se trataba de algo aceptado y entendido. La vieron muchísimas personas, fue un momento de éxito, de reconocimiento dentro de ese ámbito del teatro. Tal vez por venir de las artes plásticas –Tellas hizo la Escuela de Bellas Artes antes de empezar a actuar y a hacer sus espectáculos– nunca sintió la pertenencia absoluta al mundo del teatro. Venía del cuadro, de la luz, de la escena pictórica. Después hizo la carrera de dirección en la Escuela Municipal de Arte Dramático y empezó a poner sus obras, que en un principio fueron las del “Teatro malo”. Así llamó al estilo que enmarcó la trilogía de obras de un autor ignoto con seudónimo Orfeo Andrade, rescatadas por un amigo en una limpieza de la biblioteca del escenógrafo Saulo Benavente. Las obras estaban plagadas de errores ortográficos, de tipeo, de redacción, pero la inocencia, un franco anhelo de profundidad y la auténtica necesidad de reflexión ético-existencial empecinada en producirse a través del teatro, asomaban en aquellos escritos conmoviendo y despertando piedad. Quien sea que haya vivido bajo aquel seudónimo amaba el teatro y pretendía hablar con ese lenguaje sin miedo a ningún obstáculo posible, aunque uno de ellos fuera él mismo. Tellas se fascina, tal vez por primera vez, con un material inestable: imperfecto, ignorado, marginal, lleno de empeño, que destaca y es escupido a la orilla por obra y gracia de alguna suerte de selección natural, donde mucho tiene que ver su ascendente extraordinario. El texto fue respetado y las tres obras fueron llevadas a la vida con todo el esplendor de su disparate.
Después de La casa de Bernarda Alba fue como empezar de vuelta. “Empecé a mirar más cerca de mí.” Ahora es el turno de las personas reales, y las primeras serán su propia madre y su tía. Un asistente presenciando los ensayos era lo único que dibujaba un marco de trabajo donde se sucedían las horas de tensión, de reconstrucción de la historia familiar, la aparición de las distintas versiones sobre un mismo hecho. Ensayos intensos con llantos por parte de todos, una verdadera catarsis, y de a poco resultó que la gracia de estas mujeres se empezó a descubrir y se encontraron de pronto disfrutando de hacer reír, mostrando sus dotes para el relato, para el paso de una emoción a otra. Y a Mi mamá y mi tía siguieron Filósofos con bigote, Cozarinsky y su médico, Escuela de conducción y ahora mismo está preparando una nueva entrega, Disc-jockey, con tres profesionales de “cabalgar el surco”.
Como una especie de curadora de teatro o de productora-instigadora, Tellas ideó el “Proyecto Museos” en el Centro Cultural Ricardo Rojas, donde invitaba a otros directores para que dentro de un concepto inspirador a partir del espacio y el imaginario de un museo no artístico de la ciudad armaran una obra propia. En ese marco se presentaron trabajos increíbles de directores como León, Obersztern, Tritek, Audivert, Drut, Banegas, Wehbi, entre otros. Entre estas obras aparece un antecedente de lo documental en escena en la obra de Federico León sobre el museo de aeronáutica en 1998, donde su único protagonista –Miguel Angel Boezzio– es un ex piloto de Malvinas, un no-actor. La obra causó revuelo, alguna gente de teatro se indignó. Pero es “Biodrama”, el proyecto llevado a cabo desde el Centro de investigación del Teatro Sarmiento –dirigido por Tellas desde el año 2001–, donde los directores son invitados a trabajar con la vida de una persona real, viva. Y hasta el día de hoy se vienen sucediendo puestas de obras diversas a partir de la misma idea. La última de ellas fue Fetiche, de José María Muscari. Siempre desde lo institucional a Tellas le interesó generar producciones trabajando con otros directores y con un concepto original porque considera que de esa forma las ideas disparadoras toman vida propia en la creación de otro, hay un enriquecimiento mutuo. Nada más alejado de un funcionario armando una programación.
Recuerda Viviana la importancia que tuvo Torero portero, del director suizo Stefan Kaegi. Invitado por el Instituto Goethe de Córdoba en el 2001, Kaegi forma parte de un grupo de directores de teatro “expertos en lo cotidiano”. Al llegar a Córdoba pone un aviso en La voz del Interior buscando porteros mayores de 40 años. Después de una especie de casting eligió a tres de ellos para hacer Torero portero, donde los espectadores se ubicaban dentro de un local con vista a la calle escuchando, por medio de micrófonos, un exterior amplificado. El espectador en el lugar del portero asistía a partes de sus vidas y de la cotidianidad de sus tareas. Mi último maestro, dice Tellas. Caminando juntos por Buenos Aires Stefan le señalaba continuamente situaciones de teatralidad espontánea. Inmediatamente lo invita a participar con un biodrama en el Teatro Sarmiento y estrena la obra en el 2003 sobre mascotas y sus dueños ¡Sentate!
Además de las obras que dirige, de los proyectos desde los que convoca directores para explorar una idea, Tellas es la coordinadora teatral del Museo Taller de Ingeniero White del puerto de Bahía Blanca. “Archivo White” es un proyecto de teatro documental donde el museo se vuelve teatro y el teatro se vuelve museo personal.
Y al encontrarse el año pasado con Rodrigo Moreno y la propuesta de hacer juntos un telefilm para canal 7, ¿cómo evitar la seducción de aprovechar un mundo ficcional con un comportamiento propio, como lo es un canal, en especial ese canal? Así se pusieron de acuerdo sobre el punto de partida y dirigieron juntos La señal de Kell –emitida este año–, utilizando ese grado de ficción que el lugar les dispensaba en abundancia.
Ahora Tellas trabaja como una especie de directora de tesis de un grupo de jóvenes investigadores teatrales ingleses que vinieron por cuatro meses con la intención de hacer “retratos vivos en Buenos Aires”. El grupo de investigación se llama La Otra Gente (www.theotherpeople.org). Al ir juntos por las calles de Buenos Aires Viviana los invita a un festival de teatro permanente que ocurre a toda hora, en cada negocio por ejemplo, o en cualquier lugar donde puede ocurrir lo apenas extraordinario, donde algo está esperando que alguien lo perciba y lo señale, simplemente. Después de un período de investigación, el grupo presentó tres trabajos hasta ahora. El primero fue El cuidador, en el Cementerio de la Chacarita. En su página se anuncian los próximos para quien quiera asistir.
Durante el mes de octubre la Fundación Estación Pringles para las artes organizó un encuentro de poesía que duró dos días. Arturo Carrera, el poeta de Pringles responsable de la fundación, llamó a Viviana para trabajar con las declamadoras de poesía. Tellas propuso una caminata con un itinerario que tocaría ciertos puntos significativos del pueblo donde las declamadoras dirían los poemas. Su nombre: “Caravana, caravana”. La idea de Carrera era que fueran todas mujeres, considerando que la tradición oral se efectúa, según su análisis, a través de las mujeres. La condición para participar era “si sabés poesía de memoria, podés”. Viviana armó el recorrido eligiendo los lugares y los poemas a recitarse según el repertorio que traía cada una: Lorca, Pizarnik, Lope de Vega, Di Giorgio. Algunas poetas viajaron desde Buenos Aires, como Teresa Arijón y Gabriela Bejerman, y también participó una nena de 11 años del pueblo. Salieron de la Plaza y cerraron con el coro Las voces de Beba. Beba es una mujer de Pringles que dirige un coro y que le cantaba a Tellas por teléfono para mostrarle los temas. “Una experiencia nueva”, asegura Viviana. El pueblo iba sumándose a la caravana mientras avanzaba y jovencísimos ejecutantes de instrumentos de viento sumaron al viento campero un saxofón y una trompeta. “Fue muy emocionante, todas esas mujeres recitando, venciendo las críticas posibles, el temor a llamar la atención, al señalamiento, a la mirada del pueblo, mostrando su pasión en la expresión y protagonizando ese momento de lucimiento sin vergüenza”, aún reciente el hecho brilla todavía en los ojos de Tellas.
Y quedan aún más cosas: un trabajo con guías que hacen visitas guiadas en esta ciudad, otro sobre terapias alternativas en el tratamiento del dolor –otra experiencia personal– y... le pregunto si piensa volver a trabajar con actores alguna vez. “¡Por supuesto! Me encanta trabajar con actores.” Mientras tanto, de la inagotable realidad queda mucho por cazar, recortar y armar.
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