DEBATES
El politólogo Adam Jones amplió el concepto de “generocidio” de Mary Anne Warren para entender de qué modo la eliminación planificada de un grupo o sociedad afecta de modo diferenciado a varones y mujeres. Invitado por la Universidad de Tres de Febrero, el canadiense explica según su polémica óptica por qué en una sociedad de “machos” como la de América latina los hombres son el principal blanco de los genocidios.
› Por Verónica Gago
Si la “lente” de género –en un sentido inclusivo de masculino y femenino– ayuda a entender mejor las dinámicas genocidas y qué tipo de masculinidades son las afectadas por la violencia género-selectiva contra los varones, son las preguntas básicas que se articulan alrededor del concepto de “generocidio”, tal como lo desarrolla el politólogo canadiense Adam Jones. Invitado al Segundo Encuentro Internacional de Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas, organizado por la Universidad Tres de Febrero, Jones –varios años profesor en México, luego en el programa de estudios sobre genocidio de la universidad norteamericana de Yale y ahora docente en su país– intenta incorporar la variable de género para entender ciertas “instituciones genocidas” específicas, tales como el reclutamiento militar y el trabajo forzado para los hombres y el infanticidio de niñas y la mortalidad materna para las mujeres. Argumenta que esta perspectiva complejiza la lucha de los derechos humanos y se enorgullece de que la web que ha organizado para promover el debate activista (www.gendercide.org) sea respetada por feministas y ya haya sido consultada por un millón de personas.
¿Cómo llega al concepto de “generocidio”?
–Me intereso en el tema del género a partir del estudio del genocidio en términos comparativos; de hecho, empecé escribiendo sobre género y conflicto étnico en la ex Yugoslavia. Desde entonces me propuse abrir el concepto de género como ámbito analítico para incluir tanto a las mujeres como a los hombres y explorar lo que sucedía concretamente en los Balcanes a fines de los ‘90: es decir, cuáles eran las vulnerabilidades específicas de cada grupo y cómo se vinculaban entre sí. Estamos acostumbrados a ver a miles de expulsados: en su mayoría mujeres, niños y ancianos. Pero pocas veces nos preguntamos dónde están los varones. Normalmente están en la cárcel, o en una fosa masiva, o en las montañas, combatiendo para evitar morir. En teoría, tanto los hombres como las mujeres tienen un género, pero normalmente cuando se habla de género se lo define desde la feminidad. Pero yo creo que hay que entender cómo la experiencia de género influye en ambos grupos mayoritarios, y cómo una depende de la otra. Esto permite ver todo el fenómeno en su conjunto y captar en términos amplios las estrategias genocidas. Cuando vi las ejecuciones masivas en Kosovo, en 1999, me di cuenta de que eran género-selectivas y se me vino a la mente la palabra “generocidio”. Creí que había inventado una nueva palabra. Pero después de buscar en Internet me di cuenta de que la norteamericana Mary Anne Warren, en un libro de 1985 (Generocidio: las implicaciones de la selección sexual), ya lo había inventado primero. Ella provee allí un marco de análisis muy interesante: dice que el generocidio –a diferencia del feminicidio– permite entender también las muertes masculinas por factores de género. El resto del libro se concentra específicamente en las mujeres, pero yo aproveché la amplitud de su marco teórico planteado en el inicio para luego desarrollarlo como mecanismo de comprensión, aunque también de movilización y activismo.
Desde su perspectiva, entonces, ¿cómo define generocidio?
–Llamo generocidios a las matanzas masivas por razones de género. Decir por razones de género sé que es una cuestión difícil. Me he dado cuenta últimamente –en el trabajo de campo– de que pocas veces en un genocidio hay una sola variable que opera. Esto es claro hasta en el Holocausto judío: pensamos habitualmente que los judíos fueron vistos como enemigos de raza, pero también es fundamental entender que se los percibió como enemigos políticos con relación al comunismo soviético. En el caso del género –tanto para las mujeres como para los hombres–, el genocidio se conjuga con otras variables, como la edad: por ejemplo, el infanticidio femenino o a los hombres no combatientes, que se los mata porque están en “edad de batalla” y se los considera peligrosos, potenciales enemigos; pero también otras variables como la identidad política, la identidad étnica o la localización geográfica. Cuando hablamos de generocidio, muchas veces el mismo fenómeno se puede ver en el marco de un politicidio, de un eliticidio, etcétera. Cada palabra o concepto nos da otra vía de investigación y entendimiento para el fenómeno de genocidio porque una sola variable no nos deja comprender su totalidad y complejidad. No es que haya generocidio por un lado y genocidio por otro sino que el generocidio se convierte en una estrategia genocida, que se combina con otras.
A diferencia del concepto de feminicidio, ¿esta idea de generocidio no tiene el riesgo de ser tan amplia que diluye su fuerza teórica? ¿Ha tenido críticas de las feministas?
–Hace veinte años que empecé a trabajar la vinculación entre género y relaciones internacionales. Recibí algunas críticas, pero la mayoría de las personas que me han apoyado en mi trabajo de investigación y denuncia por la web son las feministas. La mayoría de ellas ha venido observando las matanzas género-selectivas en el caso de los varones como si se tratara de sus hermanos, novios o hijos. Tal vez esto se deba a que las mujeres en nuestra cultura estén habilitadas a sentir una empatía mayor respecto de los otros. Creo que esto que digo es también un estereotipo, pero funciona así. Este desarrollo del concepto de generocidio fue bien recibido, intuyo, porque coincidió con un momento del pensamiento feminista en el que éste se movía a pensar más profundamente las relaciones de poder entre las mujeres de diversas clases y razas. La visión de la feminidad en el feminismo ya no es tan idealista como antes.
Usted habla de complejizar la categoría de masculinidades. ¿A qué se refiere?
–Nuevamente, esto tampoco es un invento mío. Fue el investigador australiano Robert W. Connell el primero en hablar de masculinidades en plural en vez de creer en la existencia de “la” masculinidad. Y fue él también quien diferenció entre masculinidad hegemónica y masculinidad subordinada. Esto ayuda a entender mejor las relaciones entre los varones. Porque muchas veces, cuando hablamos de matanzas masivas género-selectivas para los varones, las mujeres de la sociedad perpetradora del genocidio lo apoyan, aunque la iniciativa obviamente no es suya sino de los hombres líderes de su sociedad que ven a los otros hombres como amenaza a su propio poder e identidad. Por conocer bien el corazón varonil, te diría que lo fundamental para un grupo de líderes es matar primero a los varones que tienen capacidad de resistir, aquellos no combatientes en edad de combatir (entre 15 y 55 años, aproximadamente). Luego se mata a las mujeres para que no tengan hijos, para eliminar la posibilidad de combatientes futuros.
Usted habla de instituciones genocidas. ¿Cómo las analiza?
–Si queremos entender la verdadera vulnerabilidad de las mujeres y las niñas, tenemos que entenderla estructuralmente, a partir de aquellas prácticas que se convierten en instituciones genocidas tales como la mortalidad materna –que mata a 600 mil mujeres por año: es casi un genocidio de Ruanda repetido cada año– y la preferencia de la alimentación y de la educación a favor de los niños que pone en desventaja a las niñas o, antiguamente, lo que fue la caza de brujas. Esto provoca una mortalidad masiva que no podemos observarla si nos quedamos sólo dentro del marco del genocidio. Yo argumento que se trata de instituciones desarrolladas voluntariamente, en un marco intencional que las perpetúa en decisiones familiares y gubernamentales. En este sentido, la destrucción de vidas femeninas ha sido históricamente más grande que la de los varones. Sin embargo, también hay instituciones genocidas específicas contra los varones: el trabajo forzado, el encarcelamiento, la pena de muerte y el reclutamiento militar. El género ha penetrado en todas las instituciones y estructuras de la sociedad; entonces, para entender las vulnerabilidades género-selectivas hay que ampliar nuestro análisis.
Usted escribió sobre varios países latinoamericanos. ¿Encuentra alguna característica distintiva en los generocidios en este continente?
–Bueno, es la primera vez que me lo pregunto... Podría decir que en general es una región muy machista y la mayoría de los casos de ejecución masiva género-selectiva hacia los varones en edad de batalla ocurren en contextos de “machos”, es decir, donde existe un concepto mayoritario del hombre como líder, combatiente y jefe de hogar. Es un tipo de matanza que, al adecuarse a este papel estereotipado de los hombres, pretende tener efectos sociales muy vastos en el sentido de “descabezar” familias y organizaciones. Podría argumentar que en casos como Colombia, Guatemala, El Salvador e incluso la Argentina, la mayor cantidad de muertos y desaparecidos políticos en las últimas décadas son varones, debido al papel que se les otorga tradicionalmente como figuras masculinas.
¿Cree que afecta de algún modo esta conceptualización de generocidio a la hora de pensar las políticas de derechos humanos?
–Creo que gracias a la movilización feminista se han logrado formas específicas de protección de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Sin embargo, a veces suelen existir las herramientas institucionales y retóricas, pero es más difícil de lograr la voluntad que exige llevarlas a la práctica. Pero seguramente un análisis más amplio y complejo desde el generocidio permite también complejizar la noción de derechos humanos.
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