RESCATES
Asta Nielsen fue la primera vamp que conmocionó al mundo con un baile erótico en una película muda: maestra de Greta Garbo, independiente hasta lo imposible para la época, madre soltera a los 20... y casada por quinta (y última vez) a los 90. En Alemania, el primer geriátrico para homosexuales de toda Europa acaba de inaugurar llevando su nombre como homenaje.
› Por Fernanda García Lao
La diva danesa se convirtió en estrella internacional con su primer film El abismo (1910), dirigida por su marido de entonces, Urban Gad. El argumento era sencillo. Asta Nielsen era Magda Vang, una recatada profesora de piano comprometida con un caballero que asiste, junto al estirado, a una función de circo que cambiará el rumbo de su vida. Y es que allí una mezcla de cowboy nórdico con gaucho de cotillón queda flechado por ella... hasta el punto de obligar al prometido a regresarla a su casa. Pero el cowboy, como todo morocho que se precie, la sigue e irrumpe en su morada por la ventana. En pocos segundos ella decide darse a la fuga: escribir una notita explicativa y huir con el excéntrico, que responde al nombre de Rudolf, hacia el escarnio. Su prometido intenta hacerla entrar en razones después de localizarla, pero ella lo rechaza. Ha perdido la cordura. Magda se convierte en performer de circo y realiza una danza pseudo gaucha en el escenario, alrededor de un Rudolf atado. La fría platea danesa observaba atónita sus contoneos. Después de idas y vueltas, el matambre se desata y se siente atraído por otra. Magda lo abandona, él la sigue. Ella termina asesinándolo y llorando su muerte, hasta ser detenida. En escena queda el prometido absolutamente descolocado, y el muerto absolutamente ídem.
En poco más de 37 minutos, Asta había inaugurado su fama de femme fatale. Y Urban, su marido, un género que sería explotado hasta el hartazgo en el cine posterior: la tragedia erótica. La sensualidad de Asta dejó boquiabiertos a sus compatriotas, y más tarde daría la vuelta al mundo creando una larga lista de secuelas. Heroínas eróticas en blanco y negro de diversas nacionalidades –Pola Negri, Theda Bara, Greta Garbo o Marlene Dietrich– que mataban o morían en sórdidas circunstancias.
Su imagen estaba teñida de una ambigüedad exquisita construida a base de audacia y ausencia. Una suerte de trance, que ella denominaba “autosugestión”, al que se entregaba para crear sus criaturas en un ámbito falso “como es el cine para una actriz de teatro”.
La primera empresa cinematográfica danesa había sido fundada cuatro años antes del estreno de El abismo. Sus primeras filmaciones habían sido documentales palaciegos encargados por el rey. Sin embargo, su primer éxito vino de la mano de una idea insólita: disfrazar una isla del Báltico de paraíso tropical, construir palmeras falsas y, para imprimir un toque de verdad, emplear leones enfermos del zoológico de Hamburgo que estaban por ser sacrificados. El desvarío en cuestión llevaba el sugestivo título de La caza del león (1908), y fue dirigida por el también actor Viggo Larsen. A pesar de semejante ilusión, la cinta resulta de una crueldad inesperada. Los leones eran sacrificados y descuartizados frente a la cámara, sin evitar los detalles más violentos. El siguiente éxito de Larsen, La trata de blancas, donde imaginamos que los leones fueron sustituidos por muchachas ingenuas, abrió las puertas del mercado alemán a las estrellas danesas. Las películas nórdicas se pueblan de besos y mujeres fatales: Betty Nansen, Lily Beck y la más escandalosa de todas. La Nielsen, por supuesto.
Entre 1910 y 1918, Dinamarca vive su edad de oro, estrenando alrededor de 1200 películas. El actor Valdemar Psilander fue su primer galán exportado y significó ganancias millonarias para los estudios hasta su controvertido suicidio en 1917... después de discutir acerca de su salario.
Asta Sofie Amalie Nielsen estaba muy lejos de ser una vampiresa. Hija de un calderero y de una empleada de limpieza, abandonó el colegio a los catorce años, coincidiendo con la muerte de su padre. Sin embargo, mientras trabajaba para ayudar en casa, consiguió una audición para estudiar Arte Dramático en la escuela del Teatro Real de Copenhague. Físicamente tampoco coincidía con el canon de belleza voluptuoso imperante. Era flaca, de labios finos y mirada insondable, a lo que sumó otra osadía, la de convertirse –a los veinte años– en madre soltera de una niña, su hija Jesta. Cuando, en 1909, conoce a Urban Gad, ya es una sólida actriz, la más popular y mejor pagada de Escandinavia. Y duda en incorporarse a la industria cinematográfica danesa.
Después de filmar casi treinta películas en los siguientes siete años, tanto en Dinamarca como en Alemania, el distribuidor alemán Paul Davidson la invita a sumarse a su estudio, el más grande de Europa –The Universum Film Union (UFA)–, ofreciéndole un contrato desorbitado para la época: 80 mil dólares al año. Su fama sólo se ve opacada por la del gran comediante francés Max Linder, reverenciado a ambos lados del Atlántico.
El nombre de Asta se convierte en marca de cigarrillos, en perfume, en automóvil. Sus fotos autografiadas se venden a millones. En ese sentido también es pionera, lamentablemente: fue la primera actriz-producto de la historia.
Durante su estadía en Alemania filma más de setenta películas, donde hace de sufragista, sevillana, prostituta, esquimal, huerfanita, proletaria, santa, hombre, anciana y niña, encandilando a todos con su mágica naturalidad para metamorfosearse. Además estrena clásicos de Strindberg e Ibsen con su compañía de teatro, y crea su propia productora, con la que hace una controvertida versión de Hamlet, en el rol principal.
En 1920, Asta se propone ir un poco más allá, generando sus propios proyectos cinematográficos. Para el primero de ellos, convoca a los directores Sven Gade y Heinz Schall, y hace una interpretación única del príncipe de Dinamarca. La versión significaba una variación desafiante de la historia original. Hamlet (1921) es una mujer que, para asumir el trono vacante, se disfraza de hombre. Esta sustitución, ignorada por todos, crea algunos fascinantes malentendidos con su amigo Horacio, con Fortinbrás –con quien se comporta de manera ambigua– y con la pobre Ofelia, que es seducida por una mujer sin saberlo y al enterarse, se suicida. Como siempre, Ofelia está hecha para morir en cualquier circunstancia.
Pero las escenas más desconcertantes son las que protagonizan Hamlet y su fiel Horacio. Atraídos mutuamente, presos cada uno de un secreto inconfesable: Horacio, intentando resistir el deseo que la visión del príncipe, tirado a su lado, le provoca; y Hamlet, que no puede asumirse como mujer, a riesgo de perder el trono que legítimamente le corresponde, obligada a domesticar la pasión que Horacio le suscita, para cumplir con su destino heredado y real.
En 1925 interpreta a una mujer que debe prostituirse en las calles de Berlín, dirigida por Georg Wilhelm Pabst; pero en el estreno americano su papel sufre recortes y se censuran escenas. Como resultado, una actriz secundaria pasaría a primer plano: Greta Garbo, quien ese mismo año firma un contrato con la Metro. En la misma película, rebautizada como La calle sin alegría, otra figura hacía un papel insignificante: Marlene Dietrich.
Greta dijo de Asta: “Me enseñó todo lo que sé”. No lo dudamos.
Dos acontecimientos sin vinculación aparente significaron el final de la carrera de la “Musa del silencio”, como la habían apodado en Alemania.
Por un lado, en 1932, cuando se quiebra su mutismo para siempre con el estreno de su primera película hablada, Amor imposible (Unmogliche Liebe), donde los espectadores escucharon sorprendidos su evidente acento danés, hasta entonces desconocido. A esa dificultad se le suma una mucha peor: el advenimiento del nazismo. Y el ofrecimiento del encargado de propaganda nazi, el desagradable Sr. Goebbels, de poner a su disposición un estudio para realizar quién sabe qué proyectos macabros. Asta se retira de Alemania antes de la guerra y regresa a Dinamarca. A partir de entonces, se dedica al teatro, a la pintura y a escribir sus memorias. En 1968 filma una película sobre sí misma en el triple rol de directora, actriz y argumento, bajo el inevitable título de Asta Nielsen. Dos años después se casa con quien sería su último y quinto marido, un joven vendedor de antigüedades. (Y no lo decimos por Asta, que en ese momento contaba casi noventa años.) Murió en 1972, después de un accidente del que no se recuperaría. Fue enterrada en una fosa común, según su último e inusual deseo.
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