Vie 07.03.2008
las12

ARTE

Este es mi cuerpo

La colombiana Catharina Burman logra desarticular0 en un mismo movimiento pendular dos de los mitos más opresivos de la identidad femenina: la belleza exterior, la complejidad interior. En Corpus, los cuerpos aparecen uniformados pero rebeldes, exánimes pero con la vitalidad pujando por pequeñas grietas. Cuerpos imperfectos, cuerpos de mujer. El cuerpo de cada una.

› Por Daniela Gutiérrez

Del mismo modo que los pulpos o las estrellas de mar, las obras de arte logran mostrar y esconder al mismo tiempo el secreto del cual son a la vez únicas depositarias y fascinantes reflejos. Algo del orden de la verdad las vuelve verdaderas. Ese pensamiento se impone frente a las fotos increíblemente ciertas que la artista colombiana Catharina Burman expone en el Centro Cultural Borges. Hay algo perturbador en esas imágenes. El espacio perfectamente blanco de la sala donde se exhibe la muestra está invadido por dos pelotones de torsos alineados con la rigurosidad que la vida impone al cuerpo de mujer en estos tiempos.

El primer grupo son maniquíes de costura, intensamente intervenidos. Esos torsos son “talle ocho”, materialización métrico-decimal en resina de un ideal de belleza contemporáneo. Blancas criaturas translúcidas cuyo interior está sutilmente revestido con tenues moldes de modistería. Sin embargo, no todo puede quedar por siempre “dentro”: torsos desfondándose, dejan escapar la vida por debajo, sueltan lo que se han cansado de sostener. Dice Gabriela Francone en el catálogo de la muestra: “Nos dejan ver curiosas excrecencias, criminosos sarpullidos, incrustaciones, valles ensangrentados y senderos de espinas. De ellos cuelgan vías y drenajes en uso, historias fallidas y hasta un niño dios”.

Esos cuerpos que por fuera engañan pareciéndose, uniformados metafóricamente por la cartografía disciplinar del molde, están suspendidos sobre un espejo que semeja una laguna. En esa ilusión líquida todo el interior complejo parece más vivo, lo escondido se evidencia en el reflejo. En las filtraciones de los maniquíes la forma artística pone en escena el mismísimo límite de la armonía entre el cuerpo y lo que lo rodea. El filósofo Ciro Roldan dice de la obra de Burman que “el adentro y el afuera se vuelven una misma cosa”. Sólo unos pelos se escapan de la bestia amaestrada entre los intersticios de su armadura como si esos restos de vida siguieran saliéndose por entre las hendiduras de su corsetería. Es apenas un resto resistente.... pero un resto de goce que puja por no morir entre las redes de su prisión.

Burman cuenta que la instalación es un itinerario coherente con su propia experiencia en relación con el cuerpo femenino. Empezó a trabajar sobre ese material dedicándose a la moda, a hacer ropa, a vestir desnudeces. Curiosas derivaciones del oficio ejercido por su madre: primero modelo de pasarela y luego encargada por años de las elecciones de Miss Colombia. Conoce, por lo tanto, mucho acerca de las exigencias y restricciones que la cultura impone al cuerpo. Bauman empezó luego a practicar técnicas corporales que la acercaron a una experiencia sensible, densa, nueva y encarnada de entender un cuerpo que vive. Como artista tuvo una formación clásica: primero el dibujo, luego la escultura y finalmente esta obra mixta que expone en Buenos Aires, que da cuenta de esos saberes más sabrosos que ahora la habitan y quiere plasmar.

Al primer pelotón de maniquíes lo enfrenta un segundo grupo: fotografías a tamaño real de cuerpos casi tangibles. Dan ganas de tocarlas, la mirada se detiene en mínimos detalles de pieles sin afeites y ropas interiores cotidianas. Nuevamente torsos, pero esta vez fotografiados de un modo increíblemente realista. Fotos tamaño natural de mujeres anónimas de diversas edades, etnias y formas. Fotos intercaladas con espejos imprecisos que deforman lo que reflejan. Es el espectador quien desfila delante de otros cuerpos ajenos y se topa cada tanto con su propio perfil. Es el propio cuerpo de quien esto escribe también parte de la colección que muestra Burman, una mirona que se mira mirando. En estas fotos impresionantes se desmonta cuidadosamente el otro mito fundante que la cultura construyó acerca de la feminidad: el interior es esencial. Interioridad misteriosa que conviene controlar, la naturaleza del espíritu femenino parece rebelarse al mandato diciendo en la voz de la fotografía de Burman que todo lo importante está sin duda a flor de piel. Cuerpos marcados de vida, surcados por la fuerza de lo vivo, no dejan ver sino lo que muestran. Este movimiento pendular de Corpus es lo más interesante de todo el trabajo: el montaje de la escena que va desmontando los dos mitos clásicos sobre lo femenino. La belleza perfecta y la interioridad compleja se mezclan, se fusionan, se implican en estos cuerpos que están, como dice Burman “a la altura de cualquier mujer”.

Las fotos fueron sacadas sin producción previa y no fueron intervenidas luego. Los cuerpos fotografiados son los de mujeres ordinarias (amigas, vecinas, mujeres que venden alguna cosa en los semáforos de Bogotá) a quienes Burman invitó a pronunciar con un solo y simplísimo gesto la frase más poderosa y convocante de nuestra cultura por los últimos siglos: Este es mi cuerpo. ¿Hay palabra más radicalmente soberanas que esas? Difícilmente. Esa frase –dicha al levantarse la blusa y dejar caer la pollera– tuvo modulaciones infinitas en el tiempo; se podría juntar otro corpus entero de ciencias, artes y pensamientos alrededor de estas palabras. El filósofo francés Jean Luc Nancy lo dice de una manera perfecta: “Cuerpo es una certidumbre hecha astillas, nada mas ajeno a nuestro mundo. Cuerpo propio, cuerpo extraño: es el propio cuerpo el que se muestra, ofrece al tacto, da de comer Pero al instante siempre es un cuerpo extraño el que se muestra, monstruo imposible de tragar”.

Corpus, inquietante y conmovedora instalación en donde una mirada de artista, aguzada por la observación y el debate consigo misma, desafía los supuestos y presupuestos acerca del cuerpo femenino, con calidad y rigor artísticos provocando múltiples interpelaciones. Como afirma Fernando Toledo, curador de la obra en Colombia, “la catadura física se convierte en el hilo conductor de lo que apenas debía ser la revisión de un peldaño de la intimidad, pero que por efecto de una cultura ambigua y exigente termina por ser cardinal. Indagación profunda y crítica en la validez del afeite y en la complejidad del maderamen de la feminidad. La pesquisa reconstruye la lógica de lo subjetivo y la discute, para desembocar en el análisis ecuánime de un raciocinio extraño y recóndito. La mirada de la artista parte de los sentimientos, de los recuerdos, de los pensamientos y de la tergiversación, para converger en una cavilación profunda sobre el caos de lo entrañable y su expresión física, que se traduce en el develamiento de unas voces capaces de reclamar el derecho del cuerpo a ser un territorio habitado y común que se pronuncia, que escucha, que es pensado y que es construido para irradiar, en lo que pareciera una paradoja, un contexto sin maquillajes ni afeites. La experimentación y el quehacer de la creadora no permiten vacilaciones: le plantean a la perspicacia del observador un desafío elaborado con imágenes limpias, casi yermas, cuyo atrevimiento no requiere de argumentaciones artificiosas para hacer patente una intención”.

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