Vie 04.01.2002
las12

PERSONAJES

La hija de Lola

Rosario Flores es hija de la mítica Lola, una mujer que sedujo a toda España, pero más que a nadie a sus propios hijos, uno de los cuales murió quince días después que ella por una sobredosis. Rosario es ahora una de las protagonistas de la última película de Pedro Almodóvar, y en esta entrevista se deja escrutar por nada menos que Rosa Montero.

Por Rosa Montero

Creo que nunca en toda mi vida, que ya va siendo larga, había escuchado tantas veces seguidas la palabra amor. Rosario Flores la repite todo el rato, amor y más amor y sus correspondientes vocablos derivados. Y lo más sorprendente del asunto es que, empapada bajo ese chaparrón amorosísimo, la periodista no corre a la ventana más próxima para arrojarse de cabeza por ella, como hubiera sido lo lógico ante un empacho así, sino que apenas si percibe esa superabundancia. De hecho, fue al pasar la cinta cuando me di cuenta cabal del tremebundo exceso. Quiero decir que, al natural, los repetitivos amores de Rosario no suenan peligrosos, ni falsamente sentimentales, ni dulzones. Lo cual dice mucho de la calidad y la calidez de esta chica, de una especie de extraña inocencia no inocente que parece poseer. Porque en realidad Rosario no es ingenua sino distinta. Tiene algo de alienígena, como si procediera de un planeta remoto en el que ella fuera el único habitante.
–Realmente, se parece usted muchísimo a su madre... Hace casi treinta años entrevisté a Lola en el piso de la calle María de Molina, que fue la casa de su infancia, ¿no? De esa infancia mítica que usted tuvo, siempre rodeada de gente, como en una horda...
–Sí, fue una infancia llena de artistas, mi padre y mi madre eran seres muy bonitos, con mucho amor, que se iban mucho afuera a trabajar, pero de todas formas yo vivía con muchos brazos de amor en casa porque teníamos mucha gente de Jerez, gente de Andalucía, las tatas... Y me crié con mucho amor y mucha libertad, oyendo mucha música, viendo a muchos artistas, yendo a los espectáculos de mi madre, porque como yo de pequeña era muy artistiquilla, pues mi madre, cuando hacía fiestas, me sacaba a bailar.
–¿Era usted más artista de niña que Lolita (su hermana)?
–Sí, yo era la más artista de los tres hermanos. Siempre estaba dispuesta a salir a cantar y a bailar. Mi hermano Antonio era un poco más cortado, y mi hermana Lolita, también. Toda la vida pensé en ser artista, y cuando venía del colegio, ya un poquito mayor, siempre me metía en la habitación y me imaginaba mi espectáculo, me ponía mis discos, las canciones que a mí me gustaban, y me imaginaba los focos, la gente, todo.
–Entonces, ¿su madre siempre pensó que usted iba a ser su sucesora?
–Mi madre siempre estaba: “¿Habéis visto a mi niña chiquita?”. Y yo bailaba como ahora, pero de chica. Mi madre me piropeaba: “Qué buena artista eres”, y me miraba con esos ojos que me llenaban de energía. Cuando más de mayor tardé en hacer el disco, me decía: “¡Estás perdiendo el tiempo, con lo buena artista que eres, cuándo lo vas a hacer...!”. Y una de las cosas más bonitas que recuerdo de mi infancia es que en el último día de sus espectáculos, que invitaba a artistas, pues me llevaba a mí también. Y con seis años yo ponía a todo el teatro de pie, y me acuerdo que miraba hacia un lado, con toda la gente aplaudiendo, y veía a mi madre entre las cortinas llorando.
–Pero todo eso también puede ser un peso muy angustioso, ¿no? Toda esa expectativa por parte de su madre...
–Sí, yo tuve angustia cuando era muy jovencita. Me dije: uy, mira que yo ponerme ahora un nombre sola, qué difícil, siendo como soy la hija de Lola Flores. Por eso me puse a hacer películas, para ir dando un poco más de seriedad a la cosa, y de repente me convertí en actriz, pero sin abandonar la idea de la música, siempre esperando mi momento... Hasta que vino el éxito de De ley, en 1992.
–Dice que lo de ser actriz es una cosa secundaria para usted.
–El cine me encanta, es un complemento maravilloso, pero mi vocación de toda la vida es subirme a un escenario, ésa sí es Rosario al ciento por ciento.
–¿Y la experiencia de Almodóvar?
–Maravillosa. Porque yo iba además con un gusanillo porque me habían dicho que Pedro era muy duro y tal y cual... Y para nada. Pedro es encantador, tiene un sentido del humor alucinante y me ha ayudado muchísimo. Lo único: he tenido que trabajar muchísimo para ser torera, porque es muy difícil. Porque además yo no he sido nunca ni taurina ni nada; cuando Pedro me llamó para hacer el papel, le dije: “Pero si yo soy rockera, Dios mío, y no he ido nunca a los toros...”. Pero ahora ya sé un poquito más, he estado dos meses toreando de salón con José Macareno, aprendiendo a dar pases de pecho y a coger la muleta, que pesa muchísimo, y a tener torería y andar como un torero en la plaza, que me ha costado una barbaridad.
–De pequeños, eran ustedes una piña. Pero a los 18 años se marchó usted a vivir fuera de casa... Fue la primera en independizarse.
–Bueno, mi hermano Antonio también se marchó. Pero yo iba todos los días a comer a casa y había buen rollo con mis padres. Porque mi madre, en vez de decirme que no, lo que decía era: “¿Que ahora te quieres ir? Bueno, pues yo te ayudo”. Y venía a ver qué me hacía falta en la nueva casa. Era una coleguita que siempre estaba a nuestro favor, le gustara lo que hiciéramos o no. Que es una filosofía muy buena para estar siempre al lado de los hijos, porque así los hijos nunca se van.
–¿Por qué la consideraban a usted, cuando era joven, la rebelde de la familia?
–Pues no sé, me imagino que porque siempre fui muy rebelde a la hora de ponerme para las fotos de las revistas del corazón con mi padre y con mi madre... Se ponían Lola y mi hermano, y yo decía que no quería, porque sabía que me iba a hacer daño a la hora de cantar.
–Ese es el problema de ser famosa desde el mismo momento en que se nace. En este sentido, su vida ha sido muy singular, siempre ante las cámaras.
–Eso ha tenido sus cosas buenas y sus cosas malas. Recuerdo que cuando tenía doce años o algo así iba al colegio sola, y cuando veía un grupo de niños en la calle, me cruzaba de acera para que no me vieran, porque si me veían, empezaban: “¡Rosario, la hija de Lola Flores!”.
–Se burlaban de usted, le tomaban el pelo.
–Pues sí, cuando era pequeña sí, los niños son muy crueles. Y yo he tenido mis buenas y mis malas épocas, pero siempre me he sentido observada. Ahora que, por otra parte, siempre he hecho lo que he querido. Eso me lo enseñó mi madre, ella también era una mujer libre. Mi madre fue siempre a donde quiso, siendo la más famosa de España.
–Sí, pero sabe usted que en estas cosas de la fama hay una parte de, digamos, merecimiento propio, pero otra parte enorme de proyección arbitraria de la gente. Quiero decir que, en lo mismo que la quieren, al día siguiente pueden odiarla.
–Sí, claro, pero yo ya estoy acostumbrada a eso desde pequeña. Yo ya me he comido las cosas malas de la fama y ya no me afectan.
–Supongo que lo peor de la fama debe de ser lo de vivir en un escaparate. Por ejemplo, que una deuda con Hacienda obligue a su madre a vender la casa familiar, lo cual ya es bastante traumático, y que eso se convierta en una noticia nacional. O los rumores de que su madre se arruinaba jugando en los casinos... Todos esos chismes le llegarían, ¿no?
–Por supuesto que sí. Y había llamadas telefónicas en casa poniendo verde a mi madre, y gente metiéndose con ella por la calle y cosas así. Lo que pasa es que mi madre hizo que nos protegiéramos dentro de un círculo. Yo vivo en mi mundo y mi mundo es muy bonito. En mi filosofía de vida no entra que yo sea famosa, no soy consciente de ello. Es decir, soy consciente, pero mi mundo real no pasa por ahí.

Es la fea más guapa que conozco, o la guapa más fea, no sé bien. Todo en su físico parece heterodoxo, fuera de la norma o de la medida, desde el cuerpo, tan duro y longilíneo como un látigo, hasta la nariz grande y la cara alargada. Pero en conjunto, animada por ese fuego que la posee, Rosario resulta muy atractiva. Su madre también tenía ese mismo don, un genio personal, más bárbaro y elemental, tal vez más imponente. Recuerdo en aquella entrevista de hace casi treinta años a una doña Lola estupenda y cuarentona envuelta en una toalla: “Porque yo me conservo en plena forma”, me dijo; “Toca, toca”, y dejó caer la felpa y emergieron las carnes; y yo toqué y, en efecto, era algo semejante a papel caucho. Doña Lola era única, una alienígena ella también de un planeta lejano, y lo que la convertiría en un ser tan especial era su talento de artista, ese talento que es como una nuez de luz y que ha heredado su hija, Rosario, la fea más guapa.

–Leí una vez, no recuerdo dónde, que los humanos nos podemos dividir en dos grupos, dependiendo de la infancia que hemos tenido. Unos han sufrido una infancia infernal, lo que les lleva a una infelicidad en la vida adulta, y otros, por el contrario, han vivido una infancia de paraíso, y por ello son aún más desgraciados, porque han perdido el Edén y nunca podrán recuperarlo... Usted parecería pertenecer a este segundo grupo.
–Fíjate que además yo he perdido un montón de cosas, sobre todo en mi casa, Lolita y yo lo hemos perdido todo... Gracias a Dios, las dos hemos tenido hijos, y eso nos da mucha fuerza. Y ahora mi casa está otra vez llena de gente y de amor.
–Sí, están viviendo en la casa familiar, El Lerele, como su madre quería. Con apartamentos separados, pero juntas. Y fue usted quien promovió ese arreglo comunal: de nuevo la horda, la piña.
–¿Sabes qué pasa? Pues que cuando sucedió todo el desastre y murieron mi madre y mi hermano, yo me vi en el futuro viviendo en una casa sola, y pensé: nos morimos los tres. Y entonces me dije: “¿Que qué? Nada, nos vamos todos a vivir juntos, y aquí que venga todo el mundo p’alante”.
–Dice usted que a los dieciocho se fue de casa con un novio. Sin embargo, no me parece usted muy enamoradiza...
–No, no lo soy. De hecho, todavía no ha llegado el gran amor de mi vida. El padre de mi hija es maravilloso y es el mejor padre que he podido encontrar. Y los demás, bueno, me han dado cosas, me han enriquecido, pero todavía no ha venido el hombre de mi vida, no he tenido nunca el hombre fuerte que me sorprenda y al que admire y me vuelva loca.
–A lo mejor no existe.
–Yo creo que sí. Soy muy optimista y muy ilusionada.
–Su adolescencia, vivida a finales de los ‘70, en plena transición, debió ser bastante movida. ¿Le interesaba a usted la política?
–Hombre, yo era muy jovencita en esa época... Me entré del franquismo y todo eso, y yo era más libre, porque estaba siempre con mi hermano, y él, que era dos años mayor que yo y fue siempre un maestro para mí, era un ser muy libre. Pero éramos muy apolíticos, la política en casa no era una prioridad. Nosotros más bien nos hemos criado en la filosofía gitana del amor familiar.
–¿Y ahora le interesa lo que pasa, lee los periódicos?
–Me interesa la realidad porque puedo ser una víctima de todo lo que está pasando, y más aún ahora que soy madre. Me preocupa muchísimo el futuro del mundo.
–Esos años de su adolescencia fueron también los años locos de las drogas. Corrían por todas partes.
–Sí, y además nos tomó a todos con quince años sin saber nada, porque no había ninguna información. En mi generación cayó muchísima gente, yo he perdido a muchísimos amigos y muchos seres queridos por eso. En nuestro entorno había drogas por todas partes, y encima era la moda, y mientras más te colocara, mejor...
–Lo extraordinario es que usted se salvara, teniendo tan cerca el caso de su hermano que, como usted ha dicho, era su maestro.
–A mí me salvó el hecho de que mi madre me enseñó a cuidarme. Por ejemplo, cuando empecé a probar las drogas, me vi mala cara, y eso a mí no me gustaba. Yo prefería estar viva, tener colores en las mejillas.
–En 1995 murió su madre y a los 15 días falleció su hermano de sobredosis... Ha dicho usted que en aquellos meses se volvió loca.
–Fue un shock, porque me quitaron lo que más quería y de la noche a la mañana. Mi hermano era para mí todo, mi amigo, mi poeta, mi amor, todo. Nos hacíamos grandes el uno al lado del otro. Pero luego la vida, poquito a poco, me ha ido regalando cosas. A los siete meses de irse mi hermano me quedé embarazada. Siempre digo que mi hija fue mágica, que me salvó. A mi madre se le murió un hermano con 16 años, y yo recuerdo que a veces veía a mi madre llorar recordando a su hermano tantos años después. Y mira qué casualidad, por que yo voy a recordar a mi hermano toda mi vida como mi madre recordó al suyo.

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